El esp¨ªritu del 45
Los laboristas brit¨¢nicos quisieron cambiar la vida de las personas y lo lograron, algo que sus sucesores no consiguen hacer
Puede que el orden nacido en la posguerra europea, con sus consensos sobre el Estado del bienestar y la preminencia de la paz y los derechos humanos, comenzara a socavarse cuando las generaciones sin el reflejo moral surgido de 1945 cobraron protagonismo. La Segunda Guerra Mundial ya no forma parte de la vida ¨ªntima y familiar de la mayor¨ªa de los ciudadanos europeos, y a algunos estudiantes, cuando escuchan hablar de ella, les resulta tan ajena como las campa?as napole¨®nicas. Las consecuencias empiezan a ser notorias: dudas respecto a la democracia, desconfianza en la pol¨ªtica, xenofobia, nacionalpopulismo; guerras en Ucrania y en Oriente Pr¨®ximo; victorias de la ultraderecha en L?nder alemanes y Austria. Aquel viejo orden part¨ªa de una premisa: nunca m¨¢s a la guerra y al fascismo, pero tambi¨¦n a la pobreza y las condiciones insalubres que describi¨® Orwell en El camino a Wigan Pier. Y a recordar el optimismo y el impulso cargado de raz¨®n que supuso en el Reino Unido la victoria laborista de Clement Attlee, dedic¨® Ken Loach su documental El esp¨ªritu del 45.
Impactan las im¨¢genes del reci¨¦n elegido primer ministro ingl¨¦s hablar de un socialismo orgulloso de serlo, dispuesto a combatir los privilegios de unos pocos que acaparaban la riqueza y a poner los objetivos comunes de la poblaci¨®n en primer t¨¦rmino. La experiencia de la guerra hab¨ªa probado la capacidad del esfuerzo colectivo. El informe encargado a William Beveridge pocos a?os antes hablaba de acabar con la miseria, el desempleo, la enfermedad y la ignorancia. Y a eso dedicaron todo su empe?o ese conjunto de pol¨ªticos con la seriedad ¨¦tica y la austeridad personal del propio Attlee. Se trataba de ofrecerle a la clase trabajadora las riendas de su vida, de materializar el uno para todos y todos para uno, de ganar la paz y desmentir el aserto de Hayek con el que Churchill perdi¨® las elecciones: ¡°Se empieza interviniendo un poco en la econom¨ªa y se acaba en el totalitarismo¡±. Porque el medio para conseguirlo fue una rigurosa planificaci¨®n p¨²blica: en menos de cinco a?os, el Estado nacionaliz¨® los ferrocarriles y otros medios de transporte, las minas de carb¨®n, los muelles, el gas y la electricidad.
Pero, sin duda, las medidas m¨¢s asombrosas las llev¨® a cabo el en¨¦rgico ministro de Sanidad y Vivienda, Aneurin Bevan. Para que el Estado pudiera asistir a sus ciudadanos desde la cuna a la tumba, hac¨ªa falta un Servicio Nacional de Salud y un ambicioso programa que otorgase un hogar decente a los m¨¢s desfavorecidos. La tarea consist¨ªa en hacerle la vida mejor y m¨¢s agradable al mayor n¨²mero de personas posible: dentaduras postizas, gafas, medicinas, casas con cuarto de ba?o, transporte p¨²blico, buenos colegios p¨²blicos cerca; bienes de primera necesidad que no pod¨ªan incurrir en la falacia de que la gesti¨®n privada siempre es m¨¢s eficiente ni en la competitividad; no tener miedo a enfermar porque el Estado te garantizar¨ªa el mejor tratamiento imparcial por parte de un grupo de profesionales ajenos a los intereses comerciales. Hab¨ªa cosas que no pod¨ªan dejarse en manos del mercado. Sin embargo, Margaret Thatcher pensaba lo contrario y, en sus a?os de gobierno, no solo se dedic¨® a desmantelar de forma intensiva todo ese tejido p¨²blico, sino que ense?¨® con ¨¦xito la senda antikeynesiana de la riqueza y el individualismo a la mayor¨ªa de los gobernantes de su ¨¦poca, ya fueran conservadores o presuntamente socialdem¨®cratas.
Ahora llevamos 20 a?os en los que, como dice M¨¢riam Mart¨ªnez-Bascu?¨¢n al hablar de Keir Starmer, la ret¨®rica del pragmatismo y la excepcionalidad ha normalizado los recortes, bajo la excusa que sea (crisis, pandemia, guerra), en la atenci¨®n a los m¨¢s vulnerables. Ante ellos, a los que en otro tiempo representaron y defendieron, buena parte de los partidos socialistas europeos han perdido su credibilidad, dejando que la desesperaci¨®n sea aprovechada de nuevo por la extrema derecha. De ah¨ª que resulte imprescindible ver una y otra vez El esp¨ªritu del 45. Para no perder el ¡°motor del recuerdo¡± del que habla Timothy Garton Ash. Y para no perder tampoco el norte cuando leemos que en Espa?a solo hay un 2% de vivienda social, mientras la media de la UE es el 10% y hay pa¨ªses que incluso alcanzan el 20%. O vemos la proliferaci¨®n de universidades privadas en comunidades como Madrid o Andaluc¨ªa, entregadas con descaro a los conciertos educativos y sanitarios y al negocio privado, por mucho que se escuden en eufemismos como ¡°externalizar¡± o ¡°libertad de elecci¨®n¡±.
No es nostalgia. Es el recordatorio de que toda conquista se puede perder y de que la cuesti¨®n radica, m¨¢s de lo que se cree, en la voluntad pol¨ªtica. Attlee y Bevan quisieron hacerlo y alcanzaron el pleno empleo en circunstancias mucho m¨¢s adversas. Los dos hablaban en un lenguaje claro que llegaba a la mayor¨ªa de la gente. Los dos supieron extraer las lecciones de la Gran Depresi¨®n y la Segunda Guerra Mundial que nosotros no hemos sacado de la crisis de 2008 y la pandemia.
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