Palestina: el mal cr¨®nico de la esperanza
El discurso occidental tiende a convertir a los palestinos en sombras, en fantasmas amenazantes que ahora deambulan por una Gaza asolada, en seres cuya capacidad ni se imagina
La esperanza es la fuerza ind¨®mita del d¨¦bil, sosten¨ªa Mahmud Darwish, el gran poeta palestino considerado la conciencia de su pueblo. Para los palestinos, la esperanza, el ¨²ltimo mal de la caja de Pandora, no es la prolongaci¨®n nietzscheana del tormento: no puede serlo porque las formas de desposesi¨®n material, limpieza ¨¦tnica y humillaci¨®n sufridas en el ¨²ltimo siglo han sido de por s¨ª un tormento insoportable. El a?o que ahora se cumple de guerra contra Gaza ha mostrado que no hay l¨ªmite para el mal y su perpetuaci¨®n; tambi¨¦n que el nihilismo en que Israel quiere precipitar a los palestinos es otra forma de colonizaci¨®n, pues impide la organizaci¨®n colectiva necesaria para hacer frente a la opresi¨®n.
En Palestina, pensar con esperanza es un acto revolucionario; obrar para que se cumpla es un deber. Es algo que se materializa en el sumud, la legendaria resiliencia palestina simbolizada por Handala, la figurilla de un chaval de apenas diez a?os, siempre de espaldas, creada por el dibujante Nayi Al Ali en los a?os sesenta. A Handala no se le ve la cara pero se sabe cu¨¢ndo grita, escribe, dibuja, pica piedra, entierra, abraza, llora, siembra, cocina o cose, la vida de cualquier palestino. Una vida radicalmente distinta de la de un israel¨ª, porque el palestino, desde que nace, reclama justicia. Esto es, reparaci¨®n.
En ello reside el fondo de la cuesti¨®n palestina. Y su futuro. La justicia estuvo ausente de la Resoluci¨®n 181 de Naciones Unidas que en 1947 aprob¨® la partici¨®n de la Palestina bajo mandato brit¨¢nico en dos Estados, uno jud¨ªo y otro ¨¢rabe. Cuenta el historiador israel¨ª Evyatar Friesel a prop¨®sito de las actas de los debates previos en las Naciones Unidas que, al contrario de lo que luego ha establecido una narrativa sin contrastar, las consideraciones de las deliberaciones para la creaci¨®n de un Estado jud¨ªo no fueron morales, resultado de la necesidad de una expiaci¨®n occidental del Holocausto, sino de ¨ªndole pr¨¢ctica: se trataba de resolver el problema de los refugiados jud¨ªos en Europa y de frenar la deriva hacia la guerra en Palestina. Hoy los refugiados (palestinos) y la guerra (contra Palestina) son tambi¨¦n los dos problemas que la comunidad internacional ha de resolver, con el agravante de que la injusticia hist¨®rica de base fue cometida por las propias Naciones Unidas. Y este organismo se ha mostrado totalmente incapaz de frenar siquiera el genocidio en Gaza.
El futuro, las soluciones que, de un modo u otro, tienen que hallarse al final de la violencia y la usurpaci¨®n, es algo que no pierde de vista el pueblo palestino, ¡°un pueblo como los dem¨¢s¡±, seg¨²n se ve a s¨ª mismo, lo cual en t¨¦rminos pol¨ªticos significa implementar su derecho a la autodeterminaci¨®n. Desde Occidente, desde Europa en concreto, por no entrar en consideraciones relativas a los intereses estadounidenses, la voluntad soberana de los palestinos, la forma que quieran dar a la autodeterminaci¨®n, es algo que tiende a ignorarse. Incluso por parte de las conciencias mejor intencionadas, a menudo aquejadas de pensar por los palestinos.
Desde los Acuerdos de Oslo de 1993, se viene repitiendo que la ¨²nica soluci¨®n posible consiste en la creaci¨®n de dos Estados. Pero esta soluci¨®n naci¨® muerta, como ya entonces apunt¨® Edward Said, el gran cr¨ªtico de Oslo y otro palestino universal. Y no solo porque sus disposiciones eran vinculantes ¨²nicamente para una parte, la palestina, como Said denunci¨®, sino porque, en otro sentido, reproduc¨ªan una soluci¨®n que ya se hab¨ªa revelado fracasada en 1948, cuando se cre¨® el Estado de Israel al precio de la Nakba, la limpieza ¨¦tnica de Palestina. El tiempo de los dos Estados, si es que lo hubo, se acab¨® cuando Yasir Arafat fue sitiado por Ariel Sharon en la Mukata, la sede del Gobierno palestino en Ramala, de donde solo pudo salir para morir en Par¨ªs. Han pasado 20 a?os. Entretanto, los sucesivos gobiernos israel¨ªes se han empleado a fondo en ampliar la colonizaci¨®n de Cisjordania y convertir la franja de Gaza en un espacio de des-desarrollo, en expresi¨®n de la especialista en econom¨ªa pol¨ªtica Sara Roy, acciones ambas que han ahondado la inviabilidad de cualquier proyecto de Estado palestino soberano.
El discurso occidental tiende a convertir a los palestinos y palestinas en sombras, en fantasmas amenazantes que ahora deambulan por una Gaza asolada, en seres cuya capacidad propositiva ni se imagina. A sus l¨ªderes se los se?ala buenos o malos con el dedo ¡ªlos de Fatah s¨ª, los de Ham¨¢s no; Autoridad Nacional s¨ª, Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina no¡ª y a los primeros se les concede el derecho a subirse a algunas tribunas y lanzar algunos discursos. Mientras, las fronteras pol¨ªticas de Palestina/Israel se siguen sometiendo a continua reformulaci¨®n: primero fueron las de 1947, luego las de 1948, las de 1967, las de 1993, las de 2004. Para el primer ministro israel¨ª, Benjamin Netanyahu, est¨¢n borradas todas desde siempre, nunca ha ocultado que su fin ¨²ltimo es culminar la Nakba que, seg¨²n los ultranacionalistas israel¨ªes, qued¨® incompleta en 1948, de ah¨ª que a la guerra de Gaza la haya llamado una ¡°segunda guerra de Independencia¡±, y que en su reciente discurso en las Naciones Unidas haya enarbolado unos mapas en los que la frontera de Israel se adentra en el L¨ªbano hasta el r¨ªo Litani. En manos sionistas, las fronteras de la ¡°Tierra de Israel¡± siempre han sido el¨¢sticas, saltan por encima de montes, valles, r¨ªos y mares. En las de Netanyahu, m¨¢s que nunca.
En Israel tambi¨¦n hay sectores, minoritarios, que sue?an con un futuro compartido con los palestinos. Son pocos, valientes, pero carecen de articulaci¨®n o influencia pol¨ªtica. Para que puedan salir a la superficie e influir, hace falta asimismo un recambio generacional, la retirada de la vieja guardia sionista que ha sabido ganar muchas guerras pero ninguna paz, como recuerda el activista argentino-israel¨ª Meir Margalit. Israel tiene capacidad militar sobrada para librar una guerra eterna con todos sus enemigos, pero ning¨²n dirigente israel¨ª que no se encuentre en la situaci¨®n judicial de Netanyahu habr¨ªa llevado al pa¨ªs a este abismo. Nunca antes tantas voces y tan distintas, en todo el mundo, hab¨ªan cuestionado la pol¨ªtica israel¨ª. Nunca antes los tribunales internacionales hab¨ªan sido tan expl¨ªcitos en sus conclusiones. Esos pocos israel¨ªes conscientes y comprometidos con la justicia, como el veterano periodista Gideon Levy, no han tardado en avisar de que, por primera vez, el futuro de Israel corre verdadero peligro, y es por sus propios actos.
Esos escasos israel¨ªes concernidos, que viven y trabajan en Israel, son los verdaderos pacifistas de su pa¨ªs, no el llamado Campo de la Paz (un movimiento intelectual que se esfum¨® a las primeras de cambio en 2000, con la Segunda Intifada): reconocen la responsabilidad hist¨®rica de Israel en la desposesi¨®n palestina, as¨ª como la necesidad de reparaci¨®n. Algunos, como el historiador Amnon Raz-Krakotzkin, se atreven a formular y sustentar ideol¨®gicamente una propuesta que en el lado palestino es m¨¢s frecuente: la construcci¨®n de una sociedad anacional, que no binacional, en un Estado com¨²n para todos los hombres y mujeres que viven o proceden de las tierras que van del Jord¨¢n al Mediterr¨¢neo. Suena a cosa imposible, pero quiz¨¢ sea la ¨²nica soluci¨®n posible de paz y justicia, la ¨²nica soluci¨®n verdadera.
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