Una delgada l¨ªnea a punto de romperse
La crisis del universalismo de los derechos humanos es directamente proporcional al ascenso de un nacionalismo ¨¦tnico que crece a ambos lados del Atl¨¢ntico
Leo el reportaje ¡°Refugiados encerrados como animales y deportados como criminales con el dinero de la UE¡± y pienso en la frase de Donald Trump que provoc¨® nuestras carcajadas: ¡°Los inmigrantes se comen nuestras mascotas¡±. Las personas hacinadas en los campos de Turqu¨ªa graban como pueden sus experiencias para difundirlas en las redes. Es un acto de resistencia frente al intento de borrado de la deshumanizaci¨®n ret¨®rica y las bochornosas pol¨ªticas de una UE que ha olvidado que aqu¨ª naci¨® la noble proclamaci¨®n de los derechos inalienables y la dignidad intr¨ªnseca a todo ser humano. La crisis del universalismo de los derechos humanos es directamente proporcional al ascenso de un etnonacionalismo que permea con fuerza creciente la ideolog¨ªa de los partidos pol¨ªticos a ambos lados del Atl¨¢ntico.
Que Trump pueda decir tama?a barbaridad muestra un cambio profundo en la atm¨®sfera mundana desde la que recibimos discursos que ayer considerar¨ªamos nauseabundos y que hoy consiguen arraigar. Habla de una narrativa coherente, m¨¢s fuerte ya que cualquier hecho que Trump decida negar y que encaja perfectamente con la construcci¨®n de esa idea que denunciaba Pankaj Misrha: ¡°el enemigo infrahumano de piel oscura, que devora animales dom¨¦sticos, se dispone a destruir la civilizaci¨®n blanca occidental¡±. Incluso la indignaci¨®n que sentimos desde la atalaya de la superioridad moral de la izquierda alimenta esa narrativa, pues lo que ocurre es la transformaci¨®n de una cultura pol¨ªtica donde creer en cualquier cosa con honestidad parece imposible, donde escandalizarse es nuestro ¨²nico signo de pertenencia pol¨ªtica. Todos somos culpables.
Para que una narrativa cale hasta el punto de romper nuestra lealtad con la realidad hace falta mucho m¨¢s que la mentira continuada. Ya no somos capaces de darle a los hechos la relevancia que merecen, pero la erosi¨®n no se ha producido de la noche a la ma?ana. No es algo repentino que el candidato m¨¢s decente en la carrera por el liderazgo tory sea vencido por quienes gritan que el Reino Unido debe abandonar el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Al parecer es una cuesti¨®n existencial: ¡°irse o morir¡±. Es la misma idea que proyecta Europa cuando hacinamos a seres humanos para combatir la migraci¨®n irregular. O cuando hacemos la vista gorda con Giorgia Meloni y dejamos en manos de negociaciones bilaterales con Albania llevar all¨ª sus propios inmigrantes. La reuni¨®n de ministros de Interior de la UE del pasado jueves para endurecer nuestras ya criminales pol¨ªticas fronterizas ha sido especialmente siniestra. Y all¨ª estaba Marlaska.
Trump no es un lun¨¢tico diciendo idioteces ni una excentricidad de los yanquis. Tambi¨¦n aqu¨ª experimentamos la ansiedad de no reconocer lo que tenemos ante los ojos: los modernos agujeros del olvido donde resguardamos nuestra riqueza despreciando la vida y los derechos de los pobres. Crear en Turqu¨ªa un muro infranqueable para tratar a quienes no son blancos como algo superfluo es el en¨¦simo paso hacia la deshumanizaci¨®n. Por eso re¨ªmos inc¨®modos cuando Trump habla de monstruos devorando mascotas. Desvestimos a las personas de sus derechos para convertirlas en una masa hacinada y maleable que no altere nuestras conciencias, pero si somos incapaces de aliviar los desaf¨ªos sociales, pol¨ªticos o econ¨®micos de una manera m¨ªnimamente digna es porque hemos perdido definitivamente la br¨²jula moral y pol¨ªtica que dec¨ªamos custodiar. Y jugamos con fuego, pues entre destruir el derecho a tener derechos y acabar con la propia vida solo hay una delgada l¨ªnea a punto de romperse.
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