Los l¨ªmites de la hipocres¨ªa
El ¡®caso Errej¨®n¡¯ nos lleva a ¡®terra incognita¡¯, porque refleja unas conductas distintas de las que sol¨ªan alimentar nuestros cl¨¢sicos esc¨¢ndalos de corrupci¨®n
La pol¨ªtica ordinaria, la com¨²n, act¨²a de forma m¨¢s o menos eficaz sobre nuestro entorno, pero tambi¨¦n produce externalidades negativas. El mejor ejemplo de estos residuos que genera puede que sea la corrupci¨®n, o algunas otras conductas indeseables de sus actores. La democracia, para bien y para mal, no puede evitar tener que contar con el factor humano, que no depende solo de que vivamos bajo el neoliberalismo o de que nuestra sociedad sea patriarcal. Pero hemos llegado a un grado de civilizaci¨®n en el que al menos tenemos claro cu¨¢ndo se quiebra la moral p¨²blica. Lo preocupante es que seguimos sin definir cu¨¢les sean los l¨ªmites de la hipocres¨ªa. Sin ella la vida social ser¨ªa casi imposible, desde luego, pero produce cierto hartazgo contemplar ese desmedido af¨¢n por reivindicar la virtud propia y rebajar la del contrario. O, por decirlo en negativo, por agrandar los vicios del adversario y amortiguar los propios. No hay m¨¢s que comparar la informaci¨®n que sobre los esc¨¢ndalos nos proporciona cada medio seg¨²n su sesgo ideol¨®gico particular.
El caso Errej¨®n nos ha introducido en terra incognita, porque refleja un tipo de conductas distinto de las que sol¨ªan alimentar nuestros cl¨¢sicos esc¨¢ndalos de corrupci¨®n, porque afecta a alguien cuyo grupo hizo de la virtud, en particular en lo relativo a la protecci¨®n de autonom¨ªa de la voluntad de la mujer, uno de los ejes centrales de su actividad pol¨ªtica. Y cuanto m¨¢s r¨ªgida sea la reivindicaci¨®n moral proclamada, tanto mayor ser¨¢ tambi¨¦n la condena p¨²blica por su quiebra. Entiendo bien el desconcierto en el que se halla este sector pol¨ªtico, ya que no posee los resortes y la experiencia de los dos grandes partidos en este tipo de cuestiones, siempre prestos a tirar balones fuera y a aplicar la m¨¢xima descrita en el p¨¢rrafo anterior. Lo que m¨¢s me preocupa del asunto, sin embargo, es lo que tiene de amplificador de la hipocres¨ªa como uno de los rasgos distintivos de lo pol¨ªtico. Es el peligro de pasar del ¡°y t¨² m¨¢s¡± al ¡°todos son iguales¡±. Lo digo porque me consta que no es as¨ª, que a pesar del visceral sectarismo imperante, hay un buen n¨²mero de pol¨ªticos no solo honestos, sino firmes en sus convicciones. No podemos caer en la acusaci¨®n de cinismo generalizado.
Hay un personaje de Julian Barnes en su libro Hablando del asunto, que en un determinado momento afirma ¡ªlo reproduzco de memoria¡ª que ¡°el amor no es m¨¢s que un sistema para que alguien te llame cari?o despu¨¦s del acto sexual¡±. Trasladado a la democracia vendr¨ªa a ser algo as¨ª: ese sistema por el que te engatusan con proclamas ideol¨®gicas e ideales, aunque en realidad solo van tras tu voto, por mucho que despu¨¦s te sigan encandilando con las mismas peroratas. Cinismo puro. Es obvio que esta no es la regla, pero tambi¨¦n es cierto, como sosten¨ªa Montesquieu, que es ¡°un gobierno para los hombres tal como son, no como podr¨ªan ser¡±, para seres cargados de contradicciones, con imperfecciones y bondades, con disposiciones contradictorias. Sigue siendo el menos malo de los posibles, precisamente porque no ignora la sustancia de la que estamos hechos. Y porque quien la hace la paga. Por eso se aferra a sus instituciones, para compensar nuestros desvar¨ªos.
Esta ¨²ltima ola de esc¨¢ndalos tiene tambi¨¦n otra derivada: nos distrae. La atracci¨®n fatal que suscitan nos impide dirigir nuestra atenci¨®n a la dimensi¨®n m¨¢s noble de la pol¨ªtica, su capacidad para resolver problemas colectivos. Hace nada est¨¢bamos concentrados, por fin, en el de la vivienda, ?se acuerdan? O en la inmigraci¨®n. Pues bien, ya no hay quien lo reconduzca. El morbo sepulta todo lo dem¨¢s. Somos humanos, demasiado humanos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.