?balos y Errej¨®n en ¡®Luces de bohemia¡¯
La mirada radical y vanguardista del esperpento surgi¨® de la tensi¨®n entre discurso oficial y cutre realidad
¡°El sentido tr¨¢gico de la vida espa?ola s¨®lo puede darse con una est¨¦tica sistem¨¢ticamente deformada¡±, le dice el ciego Max Estrella a Don Latino predicando la quijotesca ¨¦tica de la bohemia. Ram¨®n del Valle-Incl¨¢n public¨® la versi¨®n definitiva de su obra maestra hace un siglo y hasta mediados de diciembre se representar¨¢ en el Teatro Espa?ol, como si los programadores hubieran intuido que este ser¨ªa un buen momento para rencontrarnos con nuestros demonios. Mientras nuevas figuras van desfilando por el eterno Callej¨®n del Gato, la forma y el significado de Luces de bohemia se han instalado en el Reina Sof¨ªa para invitarnos a re¨ªr y gestionar la impotencia. El jueves a primera hora de la tarde deambulo por las salas escuchando las explicaciones de uno de los comisarios de Esperpento. Arte popular y revoluci¨®n est¨¦tica, me distraigo con el m¨®vil y leo la alerta: I?igo Errej¨®n anuncia que deja la pol¨ªtica cuando se est¨¢n confirmando tantos rumores sobre vejaciones aterrorizadoras y la contradicci¨®n p¨²blica entre el discurso feminista del personaje y la conducta de la persona ha acabado por revelar una impostura que confirma los t¨®picos m¨¢s disolventes sobre la superioridad moral de la izquierda.
Para regresar al ruedo ib¨¦rico, solo faltar¨ªa salir del Reina, entrar en una taberna y compartir unas ca?as con los integrantes de la trama Koldo. ¡°?Y el resto? ?El resto va a colaborar con la impunidad? ?El resto va a encubrir todo esto?¡±, se preguntaba Jos¨¦ Luis ?balos en la presentaci¨®n de la moci¨®n de censura al presidente Mariano Rajoy. Y ten¨ªa raz¨®n. En la tribuna del Congreso, con convencimiento, el diputado socialista mov¨ªa el brazo derecho, dejaba la mano en suspensi¨®n, escuchaba los aplausos de sus compa?eros y se rebelaba ret¨®ricamente contra la igualaci¨®n del nivel moral de la clase pol¨ªtica, porque implicaba convencer a la ciudadan¨ªa de que todos eran tipos infames. ¡°Los espa?oles no podemos tolerar la corrupci¨®n y la indecencia como si fuera algo normal; no podemos normalizar la corrupci¨®n¡±. Claro que no. Pero pocos a?os despu¨¦s, ?balos era ministro y, seg¨²n cuentan las mejores cr¨®nicas, sus compa?eros del Ejecutivo pod¨ªan ver c¨®mo en algunas ocasiones se dorm¨ªa en sus reuniones matinales mientras presuntamente funcionaba una trama de corrupci¨®n. La escena de la cabezadita tal vez le hubiese parecido demasiado esperp¨¦ntica al propio Valle-Incl¨¢n, pero ten¨ªa todo el potencial tragic¨®mico para explotarla. Como la propuesta de Sumar de impartir cursos de feminismo y anunciar la introducci¨®n de un protocolo que deb¨ªan estar aplicando desde hace medio a?o. De esta tensi¨®n entre discurso oficial y cutre realidad surgi¨® la mirada radical y vanguardista del esperpento.
Para que el escritor gallego imaginase aquella forma de teatro kafkiana se necesitaba un activador: fue la guerra de Marruecos a principios de la d¨¦cada de los veinte del siglo pasado. En la sala de la exposici¨®n dedicada a Martes de Carnaval, en una vitrina, pueden verse una serie de fotograf¨ªas y postales que muestran a soldados espa?oles heridos o muertos en la guerra colonial. Murieron a miles mientras el poder callaba, y entonces se supo que algunos generales africanistas se pasaron aquellos d¨ªas de terror en los prost¨ªbulos. Cien a?os despu¨¦s, mientras los enfermos mor¨ªan y los gobiernos estaban atrapados en el caos de la pandemia, aqu¨ª y all¨ª aparecieron p¨ªcaros dispuestos a hacer sus negocietes, sacando un pastizal a las administraciones por intermediar en el momento en el que todos buscaban desesperadamente material sanitario por medio mundo, y los contratos se asignaban por v¨ªa de urgencia. Y cuando se entra en esa espiral desde el poder, y pasan los meses sin que pase nada y nadie parezca advertirlo, la impunidad parece la normalidad. Y tampoco. Lo bueno del esperpento, a pesar de la impotencia, es la denuncia de la s¨¢tira.
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