Una angustia indecible
Lo sucedido este martes en Valencia no fueron torrenteras o inundaciones, tampoco coches agolpados ni tornados o r¨ªos al borde de sus cauces. Fueron todos los elementos juntos
Cada octubre, con las lluvias, mi madre dejaba a mano una linterna blanca y verde, con una agarradera y una luz intermitente en lo alto, porque lo habitual era que se fuera la electricidad y que lloviera tanto que se suspendieran las clases. En la radio, que funcionaba a pilas, lo llamaban gota fr¨ªa, y esas dos palabras provocaban algo que yo hab¨ªa visto tan a las claras muy pocas veces: el miedo. Por instinto, cada uno sab¨ªa lo que hab¨ªa que hacer en cuanto ca¨ªan las primeras gotas. Se bajaban las persianas y se sub¨ªa a las plantas m¨¢s altas. Se sub¨ªa el volumen del transistor.
En la ribera del J¨²car crecimos as¨ª, entre calles marcadas con placas que indican hasta donde lleg¨® el agua de las ¨²ltimas riadas y con el trauma de la pantanada del 82, cuyo recuerdo se preserva en la memoria de varias generaciones. En Valencia sabemos lo que son las inundaciones y la fiereza del agua. Hemos achicado el barro con escobas y con cubos. Con las manos. Hemos llevado mantas a los desalojados y hemos calculado el valor de los destrozos. Pero esto de ahora, inabordable, no lo hab¨ªamos visto nunca. Esto no fueron torrenteras o inundaciones en zonas concretas. Tampoco coches agolpados ni puentes que se llevase la corriente. Ni tornados o r¨ªos al borde de sus cauces. Fueron todos los elementos juntos.
El martes por la noche se fue la luz, como entonces. Se fue tambi¨¦n la cobertura, lo que dej¨® a miles de personas a la intemperie real y figurada. A la radio empezaron a llamar familiares en busca de noticias de otros familiares y afectados que intentaban tranquilizar a los suyos desde lugares desconocidos que ni siquiera sab¨ªan si eran seguros. Los grupos y los mensajes de WhatsApp empezaron a llenarse de las preguntas que nunca significan nada hasta que, de pronto, empezaron a significarlo todo: ?C¨®mo est¨¢is? ?Est¨¢is todos bien?
Miles de vecinos pasaron la madrugada y la ma?ana llamando a quien pod¨ªan y sin saber a qui¨¦n llamar, esperando solo un OK, una respuesta o, incluso, una hora de ¨²ltima conexi¨®n al m¨®vil con la que cerciorarse de que el otro, aunque no respondiera, al menos se hab¨ªa conectado a su tel¨¦fono. Fueron horas de angustia y de espanto, a la espera de un mensaje o de una llamada. A la espera de cualquier cosa. Esa velada de insomnio nos removi¨® un miedo que era, a la vez, nuevo y remoto, ante la evidencia de que esta tragedia que hemos vivido tantas veces nunca la hab¨ªamos vivido antes.
Ahora, la provincia de Valencia afronta el duelo y las preguntas, y tambi¨¦n el reto de una reconstrucci¨®n in¨¦dita que no ser¨¢ s¨®lo material. Pero, en medio de un dolor indecible que se percibe en la misma boca del est¨®mago, ese pueblo que creci¨® en la ribera de los r¨ªos se ha vuelto a demostrar a s¨ª mismo y a los dem¨¢s la vigencia de su principal valor: la solidaridad por la que cientos de desconocidos se tendieron la mano en la peor hora de la noche.
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