Ya no hay sorpresas
Hay algo infantil en el modo con el que los ciudadanos de las democracias afrontamos el tiempo actual
En un episodio de Los Soprano, el protagonista, acuciado por problemas de toda ¨ªndole, acaba en los brazos consoladores de una mujer rusa a la que le falta una pierna y que, pese a ello, aparenta cierta placidez arm¨®nica en su vida. Ella le explica, de manera simple, que los norteamericanos, por lo general, se sorprenden cuando algo malo les sucede, en tanto que el resto del mundo est¨¢ habituado a esperar siempre lo peor. Nos hemos contagiado de esa actitud de soberbia porque la indiferencia con la que estamos tratando el desastre humanitario tras la invasi¨®n israel¨ª de Gaza deja traslucir que somos muchos los que sufrimos el s¨ªndrome del desprecio al dolor ajeno. Lo que est¨¢ padeciendo la poblaci¨®n civil de aquel lugar si lo sufri¨¦ramos en nuestro territorio nos indignar¨ªa. El hambre, la sed, la destrucci¨®n, el abandono, la persecuci¨®n permanece en un limbo de despreocupaci¨®n desde hace m¨¢s de un a?o. La exigencia de soluciones no parece que afecte a ese punto del mapa. All¨¢ dejamos que la inercia imponga su crueldad.
La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas responde a un orden narrativo l¨®gico. Su primer mandato supo a poco a los que quer¨ªan una revoluci¨®n proteccionista. Realmente incumpli¨® casi todas sus promesas y la acci¨®n se limit¨® a ejercicios de crueldad con los d¨¦biles, declaraciones altisonantes y gestos esc¨¦nicos pomposos. El mejor resumen fue su visita al dictador de Corea del Norte. Supuestamente iba a solucionar un problema enquistado, pero el problema se qued¨® tan campante y ¨¦l se dio unos apretones de manos para asociar el mundo libre con un r¨¦gimen desolador que ahora ha enviado soldados a luchar contra Ucrania. A nivel interno, los aranceles y la exaltaci¨®n del trabajador local no trajeron mejores niveles de vida. Lo curioso es que los pol¨ªticos europeos que tanto celebran la victoria de Trump no les cuentan a sus electores del campo y la industria que la pol¨ªtica proteccionista del presidente norteamericano les perjudica de manera directa. Es otra de las incoherencias del nacionalismo contempor¨¢neo. Todos dicen defender tanto su propio pa¨ªs que resulta chocante su supuesta alianza, m¨¢s bien comparten un inter¨¦s electoral. Lo que les une es ganar las elecciones. Luego, all¨¢ cada cual.
El proteccionismo es la aplicaci¨®n a la pol¨ªtica del instinto b¨¢sico m¨¢s humano que conocemos. El de la propia supervivencia. Cuando las naciones eligen a l¨ªderes autoritarios aspiran a sentirse m¨¢s protegidos, el problema es que no siempre resulta tan inteligente la acci¨®n de acorazarse, porque ante desaf¨ªos globales las soluciones locales son rid¨ªculas. Es cierto que si tu enemigo son los emigrantes el cierre de fronteras es una suculenta promesa. La pregunta es la siguiente: ?son de verdad tus enemigos? Seguramente lo que sucede es que te han se?alado un enemigo f¨¢cil de amedrentar, perseguir y humillar, para fingirse luego guardianes poderosos. Pero cuando pasa la euforia y el flujo contin¨²a, se descubre que la amenaza no resid¨ªa en aquello que te hicieron creer. Hay algo infantil en el modo con el que los ciudadanos de las democracias afrontamos el tiempo actual. Cuando en el futuro alguien se pregunte qu¨¦ era lo que nos pasaba, la ¨²nica respuesta que encontrar¨¢ es que, sencillamente, est¨¢bamos cada cual preocupados por nosotros mismos. Trump ha salvado su biograf¨ªa. Otra cosa muy distinta es que su fant¨¢stica jugada personal sea ¨²til para sus s¨²bditos.
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