Para ver a los dem¨¢s por dentro
Leo literatura ¡ªtambi¨¦n¡ª para conocer mejor m¨¢s vidas ajenas, para saber c¨®mo viven otros su vida entera, la p¨²blica y adem¨¢s la invisible
Toda buena literatura es, por lo menos en parte, un acto de investigaci¨®n en lo desconocido: no se me ocurre un gran libro, con ficci¨®n o sin ella, que no sea en cierta medida un viaje a territorios que el autor ignora. Pero de unos a?os para ac¨¢ me he descubierto una predilecci¨®n o debilidad por los libros que hacen de las vidas ajenas un misterio expl¨ªcito y se dedican a explorarlo, o que parten de la doble confesi¨®n de la ignorancia y la curiosidad: no, nunca lo sabemos todo de otra persona; s¨ª, nos gustar¨ªa saberlo todo. La vida adulta consiste en darnos cuenta cada vez m¨¢s de lo poco que ...
Toda buena literatura es, por lo menos en parte, un acto de investigaci¨®n en lo desconocido: no se me ocurre un gran libro, con ficci¨®n o sin ella, que no sea en cierta medida un viaje a territorios que el autor ignora. Pero de unos a?os para ac¨¢ me he descubierto una predilecci¨®n o debilidad por los libros que hacen de las vidas ajenas un misterio expl¨ªcito y se dedican a explorarlo, o que parten de la doble confesi¨®n de la ignorancia y la curiosidad: no, nunca lo sabemos todo de otra persona; s¨ª, nos gustar¨ªa saberlo todo. La vida adulta consiste en darnos cuenta cada vez m¨¢s de lo poco que sabemos de los otros, de las opacidades o los secretos que esconden y del misterio que hay en toda vida ajena, aun las que menos misteriosas nos parecen. En otras palabras: la vida adulta es aceptar que no tendremos tiempo de entenderlo todo. Y yo me he dado cuenta con el tiempo de que leo literatura ¡ªtambi¨¦n¡ª para eso: para conocer m¨¢s vidas ajenas y conocerlas mejor, antes de que se me acabe el tiempo; para saber, como dice Ford Madox Ford con maravillosa sencillez, c¨®mo viven los dem¨¢s su vida entera. ?Qu¨¦ quiere decir ¡°entera¡±? Quiere decir: adem¨¢s de la vida visible y p¨²blica, tambi¨¦n la oculta, la secreta, la invisible. La mejor literatura, que sirve para tantas cosas, hoy m¨¢s que nunca me sirve para esto: para ver a los dem¨¢s por dentro.
Pensaba en estos asuntos en d¨ªas pasados, mientras le¨ªa el libro m¨¢s reciente de Leila Guerriero. La impresi¨®n profunda que me ha causado La llamada no se debe s¨®lo a las razones de siempre: el oficio, la honestidad y el talento de una de las grandes periodistas de nuestra lengua. Los lectores de Leila Guerriero vamos a sus libros en busca de estos rasgos y siempre los encontramos y siempre nos satisfacen, pero no es esta satisfacci¨®n lo que sent¨ª esta vez, o no solamente. No s¨¦ si me equivoque, pero de un tiempo para ac¨¢ me parece que la lectura de un buen libro produce felicidad, que es una emoci¨®n ego¨ªsta; la lectura de un libro importante, en cambio, produce gratitud, que es lo contrario. El destinatario de nuestra gratitud es el autor, por supuesto, y la sentimos porque en su libro hemos encontrado algo que necesit¨¢bamos, aunque no supi¨¦ramos que lo necesit¨¢bamos. Esta emoci¨®n tiene la virtud de ser subjetiva y no intercambiable, pues lo que uno necesita no le sirve para nada a otro, y por eso el adjetivo que he usado antes, importante, tiene m¨¢s dobleces de lo que parece a simple vista: lo que es importante para m¨ª, a otro lector puede no importarle nada.
Pero no me quedaron claras de inmediato las razones por las que La llamada me conmovi¨® como lo hizo. La historia que cuenta ser¨ªa suficiente, desde luego: Leila Guerriero ha dado a su libro el subt¨ªtulo de Un retrato, y la retratada es Silvia Labayru, una joven argentina de familia de militares, bella y privilegiada, que en 1976 militaba en los Montoneros, una guerrilla urbana de izquierda. Silvia Labayru ten¨ªa 20 a?os y estaba embarazada de cinco meses cuando fue secuestrada por la dictadura, y en el infierno de la Escuela de Mec¨¢nica de la Armada ¡ªla infame ESMA, donde miles sufrieron y miles m¨¢s desaparecieron para siempre¡ª fue v¨ªctima de torturas y violaciones durante mucho m¨¢s de un a?o, y adem¨¢s obligada a participar en un operativo del r¨¦gimen que acab¨® con la desaparici¨®n y la muerte de varias mujeres. Terminado su cautiverio, Silvia Labayru escap¨® a Espa?a con la convicci¨®n de haber dejado atr¨¢s el infierno; pero en Espa?a empez¨® un infierno distinto, hecho con la desconfianza o las calumnias o los rumores insidiosos de otros escapados como ella. No puedo entrar en detalles ¡ªLa llamada es un libro riqu¨ªsimo en incidentes y peque?as an¨¦cdotas que nunca son peque?as¡ª pero esto es lo que hace Leila Guerriero: montar una conversaci¨®n entre la Silvia Labayru que sufri¨® lo indecible y la que trata, despu¨¦s, de lidiar con las consecuencias nunca predecibles de lo que sufri¨®.
Para hacerlo, para contar la historia de esa mujer contradictoria y compleja, Leila Guerriero convers¨® durante dos a?os con ella y con todas las personas vivas que tuvieron alguna importancia en su vida. Hablar con la gente, mirar con atenci¨®n, escuchar con m¨¢s atenci¨®n si cabe y luego organizar lo recabado: eso es lo que Leila Guerriero ha hecho siempre. Lo ha hecho en sus reportajes maravillosos: en El rastro en los huesos, por ejemplo, una cr¨®nica ¡ªsobre el trabajo del Equipo Argentino de Antropolog¨ªa Forense¡ª que se estudia en todas las facultades de Periodismo de Am¨¦rica Latina y algunas de otras partes. Lo ha hecho en sus perfiles de tama?o libro: Una historia sencilla, sobre un bailar¨ªn folcl¨®rico del interior argentino que se convierte ante nuestros ojos en h¨¦roe ¨¦pico, o tambi¨¦n Opus Gelber, sobre un gran pianista que, adem¨¢s de ser un gran pianista, es un hombre de mil aristas. El m¨¦todo de Leila Guerriero, en el fondo, es el mismo: la curiosidad contagiosa. Leila Guerriero se interesa tanto en la vida de los otros que logra que nosotros nos interesemos tambi¨¦n. Es decir, que nos importe lo que no sab¨ªamos que nos importaba.
Eso no es exactamente lo que ocurre en La llamada, uno de esos libros que nos hubieran importado aun antes de leerlos. Pues lo que cuenta es un memorando urgente de los horrores que podemos inventar los seres humanos, de nuestra capacidad para hacer da?o y causar sufrimiento: la dictadura militar argentina es uno de los lugares m¨¢s oscuros del siglo XX, y es bueno que este libro salga en un pa¨ªs cuyo Gobierno presente trata todos los d¨ªas de lavarles la cara a esos criminales, de relativizar sus atrocidades o de sembrar dudas malintencionadas en las cifras de su terrorismo. Pero lo que me conmueve de ese libro no es s¨®lo su puesta en escena del horror y de la resistencia del esp¨ªritu humano, un espect¨¢culo que siempre es fascinante. No: lo que me conmueve es lo que va saliendo con el paso de las p¨¢ginas, la puesta en escena de una mujer periodista que va persiguiendo las vidas de los otros, comparando sus memorias y sus olvidos y sus versiones del pasado, haciendo preguntas una y otra vez para acercarse a una verdad humilde sobre lo que son ¡ªlo que somos¡ª los seres humanos, todo bajo la conciencia de la profunda dificultad de entender a los dem¨¢s.
Hacia el final del libro, Silvia Labayru est¨¢ recordando para un grupo de personas ¡ªalgunas de ellas, periodistas¡ª una parte de su vida en la ESMA. Y Leila Guerriero, que est¨¢ presente, comenta la escena en su libro. ¡°Cuenta los hechos¡±, escribe acerca de Silvia: ¡°Eso que nunca explica nada, que nunca permite entender¡±. Es una l¨ªnea breve, pero en ella se resume toda una concepci¨®n del arte de contar el mundo, y aunque Leila Guerriero tenga en mente su oficio de periodista cuando la escribe, esa po¨¦tica es para m¨ª la de la novela tal como la concibo y trato de practicarla. No, los hechos de una vida no bastan. Hay que imaginarlos, interpretarlos, organizarlos; hay que apropiarnos de ellos, hay que tratar de habitarlos. S¨ª, de eso se trata: de habitar las vidas ajenas. S¨®lo as¨ª empezamos a entenderlas.