El caricaturista pol¨ªtico: ?una especie amenazada?
La censura se ha instalado en el dibujo sat¨ªrico. Se suma a la autocensura de nuestro tiempo de matonismo en las redes y de cultura de la cancelaci¨®n
El asunto habr¨ªa debido causar esc¨¢ndalo. Quiero pensar que acab¨® extraviado entre las demasiadas urgencias de nuestro momento presente, pero la verdad puede ser m¨¢s sencilla: nos hemos acostumbrado a las nuevas olas de censura, aun la m¨¢s abierta, o las viejas libertades de expresi¨®n y prensa nos parecen indignas de nuestra preocupaci¨®n y nuestro amparo. Me refiero a lo que pas¨® a comienzos de este a?o, cuando...
El asunto habr¨ªa debido causar esc¨¢ndalo. Quiero pensar que acab¨® extraviado entre las demasiadas urgencias de nuestro momento presente, pero la verdad puede ser m¨¢s sencilla: nos hemos acostumbrado a las nuevas olas de censura, aun la m¨¢s abierta, o las viejas libertades de expresi¨®n y prensa nos parecen indignas de nuestra preocupaci¨®n y nuestro amparo. Me refiero a lo que pas¨® a comienzos de este a?o, cuando los editores del Washington Post decidieron no publicar el m¨¢s reciente dibujo de Ann Telnaes: una caricaturista que se ha ganado con los a?os, adem¨¢s de un premio Pulitzer, la admiraci¨®n de nosotros sus lectores. En su dibujo aparec¨ªan cuatro magnates, cada uno con una bolsa de dinero en forma de ofrenda, arrodillados ante una estatua descomunal de Donald Trump: era el comentario de Telnaes sobre la rid¨ªcula peregrinaci¨®n que hab¨ªan hecho a Mar-a-Lago los oligarcas trumpistas, todos prometiendo donaciones de siete cifras para la investidura ¡ªesta palabra me gusta m¨¢s que inauguraci¨®n¡ª del presidente convicto. Entre los arrodillados estaba Jeff Bezos, due?o del Washington Post. No s¨¦ si tenga que decirlo: la caricatura de Telnaes nunca apareci¨®.
Es triste que haya sido justamente el Washington Post ¡ªque hace medio siglo fue responsable directo de la renuncia de Richard Nixon, que cambi¨® el curso de la guerra de Vietnam con la publicaci¨®n de los Papeles del Pent¨¢gono¡ª el escenario de esta censura vergonzosa. El editor justific¨® la decisi¨®n con argumentos risibles: quer¨ªa evitar la repetici¨®n en pocos d¨ªas del mismo tema, que ya hab¨ªa sido tratado en una columna de opini¨®n; tambi¨¦n he le¨ªdo que quiso evitar la impresi¨®n de sesgo. (Una tonter¨ªa, por supuesto: la caricatura es sesgada, debe ser sesgada, es lo m¨¢s sesgado del mundo. De ah¨ª viene su valor y su pertinencia.) Sea como sea, todo el mundo hab¨ªa visto semanas atr¨¢s c¨®mo el peri¨®dico hab¨ªa suspendido, por orden de Bezos, una declaraci¨®n de apoyo a Kamala Harris. La genuflexi¨®n cobarde del Washington Post, cuya bandera se llena la boca con la defensa de la democracia ¡ª¡°La democracia muere en la oscuridad¡±, se lee all¨ª¡ª, es un s¨ªntoma m¨¢s de la nueva mentalidad que ha tomado Estados Unidos, pero a m¨ª me ha puesto a pensar en el momento dif¨ªcil que atraviesa el arte de la caricatura pol¨ªtica.
Poco despu¨¦s de aquella censura, en Par¨ªs conmemor¨¢bamos a las v¨ªctimas de los atentados de Charlie Hebdo, 12 personas que hace 10 a?os eran asesinadas por fan¨¢ticos. Varios eran dibujantes sat¨ªricos, y hab¨ªan sido sus dibujos la raz¨®n ¡ªsic¡ª del ataque. Yo estaba ese d¨ªa, este 7 de enero de hace menos de un mes, en las oficinas de la editorial que publica mis libros, y un editor de tiras c¨®micas, refiri¨¦ndose al asunto, me dijo con melancol¨ªa: ¡°De todas formas, ?qui¨¦n se acuerda ya de esto?¡±. No mucha gente, parecer¨ªa; y de todas formas, los que s¨ª nos acordamos de los hechos tambi¨¦n nos acordamos de tanta gente desorientada que los justific¨® con los mismos argumentos con que se justificaba, a?os antes, la fatua contra Salman Rushdie: ¡°La libertad de expresi¨®n s¨ª, pero¡¡±. Diez a?os despu¨¦s, tiene que impresionarnos el efecto congelador o paralizador que tuvieron los asesinatos de Charlie Hebdo. Parece que hoy se pudiera reflexionar por escrito sobre el fundamentalismo isl¨¢mico, pero los dibujos sat¨ªricos se pasan de la raya. Y muchos ya nos hemos cansado de preguntar: ?qui¨¦n pone la raya? ?Las religiones, los gobiernos, los multimillonarios due?os de los medios? ?Y por qu¨¦ debemos tolerarlo?
No, no corren buenos tiempos para el arte de la caricatura pol¨ªtica o el dibujo sat¨ªrico (que se parecen, pero no son la misma cosa). De todas formas, es leg¨ªtimo preguntarse si alguna vez los tiempos han sido buenos. La caricatura ha sido siempre una amenaza para los poderosos o los fan¨¢ticos, y se podr¨ªa escribir una historia del periodismo con los ataques que ha recibido. Por supuesto, los fan¨¢ticos y los poderosos ¡ªsobre todo cuando se trata del poder pol¨ªtico, que tanto depende de la imagen¡ª tienen algo en com¨²n: el miedo al humor. La burla y el rid¨ªculo llegan m¨¢s lejos y con frecuencia tienen consecuencias m¨¢s duraderas que la m¨¢s cr¨ªtica columna de opini¨®n, y fustigan con armas de las que no es f¨¢cil defenderse sin hundirse m¨¢s todav¨ªa. Ricardo Rend¨®n, uno de los grandes caricaturistas pol¨ªticos de Colombia, daba de su arte esta definici¨®n certera: ¡°Un aguij¨®n forrado de miel¡±. El humor entra con facilidad, pero hiere y trae veneno, y por eso es temible: y por eso el peri¨®dico de Bezos no hizo nada cuando alguien escribi¨® una columna de opini¨®n criticando su visita a Mar-a-Lago, pero censur¨® la caricatura que lo hac¨ªa ver d¨¦bil, mercenario, venal. S¨ª: arrodillado.
De cualquier forma, es cierto que los atentados de Charlie Hebdo cambiaron para siempre el mundo de los caricaturistas y la relaci¨®n que tenemos con su trabajo. Muchos de ellos sienten que viven en un ambiente hostil, o m¨¢s hostil que antes. El caricaturista colombiano Vladdo, que lleva mucho m¨¢s de 20 a?os fustigando a los poderosos de Am¨¦rica Latina con sus dibujos mordaces, me lo dec¨ªa en d¨ªas recientes: ¡°Nos han dejado solos¡±. Lo conozco hace mucho; en 2012, por los d¨ªas en que yo escrib¨ªa una novela sobre un caricaturista pol¨ªtico, acud¨ª a ¨¦l para que me diera informaciones o me revelara secretos sobre su oficio, y recuerdo muy bien aquella conversaci¨®n en que se hablaba, con buen humor, de las presiones y los insultos y las amenazas de muerte que Vladdo hab¨ªa recibido en su vida. Recuerdo tambi¨¦n las palabras con las que me explic¨® no s¨®lo la responsabilidad del caricaturista, sino la raz¨®n del rechazo que inspiran en sus v¨ªctimas. ¡°Los caricaturistas podemos exagerar¡±, me dijo, ¡°pero nunca inventar¡±. Yo lo interpret¨¦ as¨ª: si una caricatura molesta, es porque se apoya en algo que existe. Lo exagera, lo deforma, pero no lo fabrica. De ah¨ª el escozor que produce.
¡°Nos han dejado solos¡±, me dec¨ªa Vladdo. Se refer¨ªa al poco entusiasmo, por decirlo cari?osamente, con que tantos medios han defendido o protegido a sus caricaturistas cuando son objeto de ataques. Algunos medios de importancia han prescindido de ellos, para ahorrarse problemas (la caricatura trae problemas, trae reclamos, genera incomodidad: as¨ª debe ser), y muchos ni siquiera rese?aron la digna renuncia de Ann Telnaes (este peri¨®dico s¨ª lo hizo). En fin: un clima de censura se ha instalado en el arte del dibujo sat¨ªrico, y a eso se suma la autocensura de nuestro tiempo de matoneos en redes y de cultura de la cancelaci¨®n. Yo s¨¦ de caricaturistas que han preferido no meterse con Netanyahu, ni siquiera en estos meses de atrocidades injustificables, o de otros que, tras hacerlo, han tenido que dejar su puesto.
Y es una l¨¢stima. No s¨®lo porque la caricatura pol¨ªtica ha sido siempre un espacio especial de discusi¨®n de lo p¨²blico, una manera privilegiada de confrontaci¨®n con el poder, sino porque es incluso un arma de cr¨ªtica a veces m¨¢s poderosa que las palabras, pues goza de la extra?a impunidad del humor. Muchos pagaron precios muy altos para que, por ejemplo, Daumier pudiera mofarse del rey Louis-Philippe en una caricatura de 1834, y los dem¨¢s hemos heredado los frutos de esas batallas; son libertades ¡ªla burla, la s¨¢tira, incluso la ofensa¡ª que est¨¢n en la ra¨ªz de muchas otras, y que toman, tal vez sin propon¨¦rselo, la temperatura de una sociedad.