Por la salud de todas
Las mujeres est¨¢n m¨¢s expuestas al riesgo de sufrir trastornos de salud mental relacionados con la precariedad, la sobrecarga de cuidados o con la violencia de g¨¦nero. No es casualidad que ellas consuman m¨¢s psicof¨¢rmacos

El machismo condiciona la vida de las mujeres por el simple hecho de serlo, determinando nuestra vida personal y profesional de una forma que no sufren los hombres. El hacernos cargo de los cuidados, el recibir un trato u otro en nuestros puestos de trabajo, el vestir de una u otra forma o el volver a casa por la noche en taxi, cuando en realidad lo que queremos es dar un paseo, son condicionantes que las mujeres asumimos sin darnos cuenta o en el peor de los casos con un sufrimiento que se nos fuerza a normalizar o callar.
El sufrimiento al que el machismo somete a las mujeres es una cuesti¨®n colectiva, que bajo ning¨²n concepto debe leerse desde la ¨®ptica de problemas personales, sino desde una perspectiva comunitaria. Esta es la condici¨®n de partida para poder abordar la lucha por la igualdad y especialmente desde las administraciones p¨²blicas, porque a problemas colectivos la responsabilidad tambi¨¦n debe ser colectiva.
Las instituciones p¨²blicas son una pieza fundamental en la lucha por la igualdad de g¨¦nero, especialmente para las mujeres m¨¢s vulnerables. Lo contrario es apostar por una pol¨ªtica que genera dolor y sufrimiento.
En este sentido, pienso, por ejemplo, en las mujeres migrantes, en las mujeres solas y con trabajos precarios con hijos e hijas a cargo, en las mujeres con trabajos altamente feminizados, en las mujeres que sufren violencias, en las mujeres trans¡ todas ellas atravesadas, entre otras cuestiones, por un machismo que condiciona su situaci¨®n vital en general y su salud en particular. Marta Carmona, psiquiatra especializada en perspectiva de g¨¦nero, es rotunda en este aspecto cuando afirma que mucho de nuestro sufrimiento proviene de la desigualdad de g¨¦nero.
Y es que las mujeres est¨¢n m¨¢s expuestas al riesgo de sufrir trastornos de salud mental relacionados con la precariedad, la sobrecarga de cuidados o con la violencia de g¨¦nero. En este sentido, no es casualidad que haya una diferencia notable en el consumo de psicof¨¢rmacos entre hombres y mujeres, siendo estas ¨²ltimas las que m¨¢s consumen. Espa?a se encuentra a la cabeza de los pa¨ªses europeos en consumir este tipo de pastillas.
La concreci¨®n de estas estad¨ªsticas se ven claras en las mujeres que dedican sus vidas a trabajos feminizados. En este sentido est¨¢n las kellys, las trabajadoras del hogar, las enfermeras y t¨¦cnicas en cuidados auxiliares de enfermer¨ªa, o las aparadoras del calzado de Elche. Todas estas mujeres dedican sus vidas a un trabajo diferente pero que tiene algo en com¨²n, son ocupaciones altamente feminizadas con poco reconocimiento, bajos salarios y condiciones precarias, que, adem¨¢s, les provocan dolencias y efectos nocivos para su salud no reconocidos.
Si bien es cierto que el Gobierno ha reconocido derechos de las empleadas del hogar, como el reconocimiento m¨¦dico o una evaluaci¨®n de riesgos laborales, o de las kellys, para que se les reconozcan dolencias de car¨¢cter laboral, a¨²n queda mucho por hacer. Hay que tener en cuenta que, seg¨²n un informe de CC OO, cuando se empezaron a aprobar estas medidas el 70% de estas trabajadoras necesitaban medicarse para soportar la carga de trabajo.
En las profesiones sanitarias, como la enfermer¨ªa, es evidente la feminizaci¨®n que existe. El ¨¢mbito de los cuidados, que en la pandemia se revelaron esenciales, debe dotarse de un marco normativo que reconozca su labor, mejore sus condiciones de trabajo y les permita promocionar y aspirar a puestos de direcci¨®n y gesti¨®n. Reordenar las profesiones sanitarias para dotar al Sistema Nacional de Salud de capacidad de proporcionar cuidados de calidad es vital.
La precariedad laboral que sufren las enfermeras est¨¢ directamente relacionada con que parte de estas trabajadoras barajan abandonar la profesi¨®n en los pr¨®ximos a?os, seg¨²n informes del Ministerio de Sanidad. Y esto no es buena noticia cuando las tendencias epidemiol¨®gicas y demogr¨¢ficas nos muestran que en las pr¨®ximas d¨¦cadas ser¨¢ necesario el incremento de estas profesionales en el sistema sanitario.
En esta l¨ªnea est¨¢ claro que el malestar y los efectos nocivos sobre la salud mental que provocan en las mujeres estos oficios ¡ªcon condiciones laborales y salariales precarias¡ª, no acabar¨¢n solo consumiendo medicamentos como antidepresivos o ansiol¨ªticos. La implementaci¨®n de pol¨ªticas p¨²blicas diversas, con perspectiva de g¨¦nero, o acudir a encuentros para socializar y compartir realidades, tendr¨¢ un efecto mucho mayor en la mejora de la vida y la salud de miles de mujeres.
Bel¨¦n Gonz¨¢lez, psiquiatra y comisionada de Salud Mental del Ministerio de Sanidad, se refiere a esta idea cuando afirma que la divisi¨®n entre lo m¨¦dico y lo pol¨ªtico es un falso dilema o apela a la importancia de la prescripci¨®n social para determinados casos que actualmente est¨¢n saturando las consultas que tratan la salud mental.
Resulta vital una sociedad civil fuerte que permita la creaci¨®n de redes donde las mujeres nos encontremos, nos acompa?emos y generemos lugares seguros para aquellas que m¨¢s lo necesitan. Las kellys, las trabajadoras del calzado o del hogar, asociaciones de mujeres trans o de supervivientes de violencia de g¨¦nero, son un claro ejemplo.
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