Parir y no morir, y otras guerras de las mujeres
Una profesional de la salud africana lucha contra la mortalidad materna en el distrito m¨¢s marginado de Sierra Leona, el pa¨ªs con la tasa m¨¢s alta del mundo. Esta es una de las historias recogidas en el libro de la periodista de Emanuela Zuccal¨¢
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El vestido blanco de Hope que borra su pasado de prostituta esclava. Los ojos alargados de Agn¨¨se que hienden las tinieblas del conflicto en la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo. El grito de Lucy que derriba la ley del silencio sobre un crimen de Estado en Liberia. El incansable viaje de Brandi contra las mafias que amenazan su Amazon¨ªa, en Per¨². El libro Las guerras de las mujeres de la periodista Emanuela Zuccal¨¤, reci¨¦n publicado en Italia (Infinito Edizioni), recoge 30 voces femeninas, desde ?frica hasta Sudam¨¦rica, pasando por Europa, unidas en su valerosa oposici¨®n a las injusticias y la violencia.
A medio camino entre el reportaje period¨ªstico y la conversaci¨®n ¨ªntima, las historias de las protagonistas tocan los nudos cruciales de los derechos violados de las mujeres, sacando a la luz la fuerza de su tenacidad en la batalla m¨¢s que la de los abusos de los que han sido v¨ªctimas, y de los que siempre son testigos.
Publicamos un cap¨ªtulo del libro que indaga sobre uno de los muchos derechos de las mujeres que no se respetan, especialmente en el continente africano: el del parto seguro. Viajamos a Bonthe, un distrito remoto y olvidado en Sierra Leona, el pa¨ªs con la tasa de mortalidad m¨¢s alta del mundo durante el embarazo y el parto, donde Flaviour, una emprendedora profesional sanitaria, intenta mejorar las cosas.
Los esp¨ªritus del agua
Son las ocho de la ma?ana y el sol ya alto carga el aire de una humedad extenuante.
En vaqueros y zapatillas de goma, Flaviour baja sin aliento de una ambulancia, el ¨²nico veh¨ªculo de cuatro ruedas de toda la isla. Junto a una enfermera de uniforme azul, avanza deprisa hacia el muelle donde acaba de atracar una peque?a lancha. Se necesitan 20 minutos a paso ligero para alcanzar la orilla opuesta del r¨ªo Sherbro, y otro cuarto de hora a pie por un sendero que discurre entre imponentes palmeras y aldeas de caba?as dispersas para llegar al centro de salud de Bendu.
La llamada de urgencia se recibi¨® hace poco: Kadi, una mujer menuda de 35 a?os, se puso de parto anoche, pero solo ha dilatado dos cent¨ªmetros y est¨¢ desgarrada por el dolor. La desnutrici¨®n le da el aspecto de una ni?a con una pelvis inmadura; es poco probable que ella y su hijo sobrevivan sin una ces¨¢rea, y en la peque?a enfermer¨ªa en medio de la selva no pueden realizarla.
Kadi lanza un grito agudo, repentino y penetrante, y enseguida enmudece; su rostro ex¨¢nime parece una estatua de cera. Flaviour, la enfermera y una comadrona del pueblo le ponen un gotero intravenoso y logran acomodarla a horcajadas sobre una moto para llevarla al muelle. La siguen a pie, casi corriendo, y yo voy detr¨¢s. Kadi sube lentamente a la lancha, empujada por las tres mujeres. En la ventosa traves¨ªa hacia el hospital, mira al r¨ªo, en silencio, con los ojos velados por una capa de nada. La ambulancia la espera en la otra orilla. En el hospital, la mujer se abandona sobre las s¨¢banas rosas y casi se desmaya por el agotamiento. En unas horas, con una ces¨¢rea, dar¨¢ a luz una ni?a sana y luego se dormir¨¢, por fin, con un sue?o tranquilo.
En 2018 cre¨¦ un proyecto multimedia sobre el tema de la mortalidad materna en el ?frica subsahariana y sobre c¨®mo esta est¨¢ ligada a las desigualdades de g¨¦nero, y no pod¨ªa dejar de ir a Sierra Leona, el pa¨ªs m¨¢s peligroso del mundo para una mujer embarazada. Seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS), por cada 100.000 ni?os nacidos en este peque?o estado de ?frica Occidental, 1.360 mujeres pierden la vida por complicaciones relacionadas con el embarazo o el parto, y estos fallecimientos representan m¨¢s de un tercio de las muertes de mujeres en toda la naci¨®n.
En Sierra Leona, m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n vive por debajo del umbral de la pobreza y solo hay dos m¨¦dicos por cada 100.000 habitantes
Es el dato global m¨¢s dram¨¢tico, explosivo incluso en el contexto africano, donde cada mujer tiene una probabilidad entre 36 de no sobrevivir al parto, mientras que para una madre europea el riesgo es de una entre 4.900.
En Sierra Leona, una extenuante guerra civil que dur¨® de 1991 a 2002 y la epidemia de ¨¦bola m¨¢s grave de la historia, que mat¨® a m¨¢s de 4.000 personas entre 2014 y 2016, hicieron pedazos un sistema sanitario ya de por s¨ª muy fr¨¢gil. En un Estado donde m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n vive por debajo del umbral de la pobreza, solo hay dos m¨¦dicos por cada 100.000 habitantes, frente a los 27 de ?frica y los 321 de Europa; y los partos que se realizan en casa, asistidos por matronas tradicionales o por familiares sin ninguna preparaci¨®n para hacer frente a los imprevistos, todav¨ªa representan el 40% del total.
El distrito sur de Bonthe es uno de los m¨¢s marginados de Sierra Leona, y es tan arduo llegar hasta all¨ª, que incluso se salv¨® de la furia del ¨¦bola. La vasta y melanc¨®lica belleza de su paisaje lagunar, con unos colores suaves que no esperamos encontrar en ?frica, es como un velo que cubre su extrema pobreza. Aqu¨ª, donde la malaria sigue matando sobre todo a los ni?os, no hay carreteras asfaltadas, salvo a lo largo de las minas de titanio de la compa?¨ªa australiana Sierra Rutile, que no ha aportado ninguna mejora a las condiciones econ¨®micas de sus habitantes. Para llegar a Mattru Jong, la capital del distrito, hay que vadear un curso de agua subiendo el autom¨®vil a una plataforma de madera que los lugare?os mueven a mano con un sistema de tirantes.
En Bonthe no hay electricidad, solo generadores muy ruidosos que se encienden unas horas al d¨ªa. Se vive de la agricultura de subsistencia cultivando alubias, mandioca y patatas. La humanidad y las mercanc¨ªas se trasladan a trav¨¦s de la mara?a de r¨ªos que desembocan en el Oc¨¦ano Atl¨¢ntico y el hospital principal se encuentra en una isla. ¡°Si una mujer embarazada tiene un parto complicado, una hemorragia o una subida de tensi¨®n repentina, puede esperar horas antes de ser trasladada al hospital, poniendo en peligro su vida y la del ni?o¡±, me explica Flaviour Nhawu.
Flaviour Nhawu es una especialista en salud p¨²blica, una de esas profesionales sanitarias africanas que, gracias a una pasi¨®n total por su trabajo, realmente suponen una diferencia en las comunidades en las que act¨²an
Cuando estuvimos juntas en Bonthe, en marzo de 2018, Flaviour ten¨ªa 34 a?os y estaba embarazada de su primera hija. Me impresion¨® la gracia con la que, a pesar de su barriga de cinco meses, sub¨ªa y bajaba de embarcaciones tambaleantes e inc¨®modas, recorr¨ªa kil¨®metros en zapatillas hasta los centros de salud perdidos entre riachuelos y bosques, cog¨ªa durante horas la mano de las mujeres m¨¢s asustadas y solas.
Flaviour Nhawu es una especialista en salud p¨²blica, una de esas profesionales sanitarias africanas que, gracias a una pasi¨®n total por su trabajo, realmente suponen una diferencia en las comunidades en las que act¨²an.
He conocido a muchas. En Nigeria, Uganda, Mozambique. Pero Flaviour tiene un algo especial, casi un aura que la hace irresistible; es una mujer exuberante, siempre optimista y paciente a pesar de las duras condiciones en las que se encuentra a menudo, intentando lograr lo imposible. Y tiene en sus ojos la chispa de personas que har¨¢n grandes cosas.
Originaria de Zimbabue, se traslad¨® a Sierra Leona en 2014 para ayudar en la lucha contra el ¨¦bola. En Bonthe, cuando la conoc¨ª, coordinaba los proyectos de la ONG italiana M¨¦dicos con ?frica CUAMM, y estaba decidida a cambiar el destino de las mujeres en este escenario terrestre tan desfavorecido. Junto a su equipo, formado por decenas de voluntarios locales, en un a?o logr¨® reducir a la mitad los datos sobre mortalidad materna en la regi¨®n. Con su entusiasmo y su actitud decidida, Flaviour Nhawu encauz¨® los escasos recursos de la sanidad p¨²blica hacia un eficiente sistema de transporte para mujeres embarazadas. ¡°Antes, aqu¨ª ni siquiera hab¨ªa una ambulancia¡±, puntualiza. Hoy hay embarcaciones situadas en zonas estrat¨¦gicas para trasladar a las pacientes desde los centros de salud perif¨¦ricos hasta el hospital. Pero el principal logro ha sido capacitar a las enfermeras y los trabajadores sanitarios de las aldeas m¨¢s remotas para que reconozcan de inmediato las complicaciones y trasladen a la paciente a tiempo, salv¨¢ndole la vida. Hemos formado a casi novecientos trabajadores sanitarios en las aldeas y a 90 supervisores. Un buen n¨²mero, ?no te parece?¡±
El sol no se decide a salir y navegamos lentamente en un bote de madera hacia Minah, uno de los lugares del distrito m¨¢s dif¨ªciles de alcanzar. Encallamos en un lecho a¨²n demasiado oscuro. Dos hombres se meten en el r¨ªo hasta la cintura y, levantando el bote con nosotros seis dentro, lo liberan. En marcha de nuevo. El paisaje no es m¨¢s que agua turbia y bosque hasta donde alcanza la vista, pero el espect¨¢culo del amanecer que inunda el aire con un rosa violento es inolvidable.
Flaviour me habla de los esp¨ªritus del agua, una de las muchas supersticiones que aqu¨ª en Bonthe acaban por ensa?arse con la salud de las mujeres: ¡°La gente est¨¢ convencida de que, al cruzar los r¨ªos, absorbe sus esp¨ªritus malignos. Por eso algunas mujeres embarazadas se resisten a subirse a las barcas para ir al hospital, pero sobre todo hay una escasez cr¨®nica de personal m¨¦dico; pocos aceptan venir a trabajar a este lugar, por miedo a los esp¨ªritus¡±.
En Minah, una aldea aislada de caba?as de barro, se ha involucrado a las familias locales para brindar hospitalidad a las mujeres que vienen de m¨¢s lejos y que esperan dar a luz en el peque?o pero bien equipado centro de salud. Hablo con Manja Kpana, que est¨¢ en el s¨¦ptimo mes de embarazo y no sabe su edad, aunque parece poco m¨¢s que una adolescente: ¡°Ten¨ªa contracciones y vine aqu¨ª a pie para estar controlada¡±, dice. ¡°Me gustar¨ªa tener una ni?a, que est¨¦ sana y vaya a la escuela, para ser mejor que yo, que no s¨¦ leer ni escribir¡±.
Cada a?o, en el mundo, m¨¢s de 300.000 mujeres mueren al dar a luz un hijo, y otros 10 millones arrastran enfermedades e infecciones durante toda la vida. Si el 99% de la mortalidad materna se da en pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo, el ?frica subsahariana por s¨ª sola representa el 66%.
A pesar de los avances logrados (en ?frica la mortalidad materna se ha reducido casi a la mitad desde 1990), a¨²n hay, por cada 100.000 nacimientos, 546 mujeres que no sobreviven, frente a las 16 de Europa. La principal causa es la hemorragia, seguida de las infecciones y la hipertensi¨®n. Para la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, la mayor¨ªa de estas p¨¦rdidas podr¨ªan evitarse si existiera un diagn¨®stico adecuado y una atenci¨®n obst¨¦trico-ginecol¨®gica de calidad. Adem¨¢s de la propagaci¨®n de enfermedades como la tuberculosis, la malaria y el sida, el continente sigue teniendo lagunas sanitarias estructurales que pesan como losas sobre la salud de las mujeres. La escasez de personal, en primer lugar, y el hecho de que en muchas zonas rurales el acceso a los centros de salud resulta complicado debido al mal estado de las carreteras y la falta de medios de transporte p¨²blicos y privados. Tambi¨¦n existe una aversi¨®n generalizada hacia el parto por ces¨¢rea, que en algunas culturas africanas denota la incapacidad de la mujer. ¡°En ?frica en general, y por lo tanto tambi¨¦n en Sierra Leona ¨Dme explicaba Flaviour¨D, se piensa que las mujeres tienen el deber de dar a luz de forma natural, para ser reconocidas como aut¨¦nticas mujeres. Si tienes un parto por ces¨¢rea, es que vales poco. Por eso las mujeres intentan dar a luz de forma natural incluso cuando es imposible, porque sus condiciones no lo permiten y cualquier esfuerzo es in¨²til. Por eso tambi¨¦n mueren en casa o camino del hospital¡±.
El problema es vasto y complejo, pero entre sus m¨²ltiples ra¨ªces no se puede obviar la desigualdad de g¨¦nero; en las sociedades patriarcales que consideran a la mujer subordinada al hombre, su salud no recibe la debida atenci¨®n, tanto en el ¨¢mbito familiar como en el pol¨ªtico, y la muerte de un reci¨¦n nacido o de una mujer embarazada se considera un hecho fisiol¨®gico ordinario contra el que no vale la pena gastar demasiada energ¨ªa. Seg¨²n el Banco Mundial y la OMS, para reducir la mortalidad materna es fundamental centrarse en la reducci¨®n de la pobreza y las desigualdades de g¨¦nero que, en conjunto, influyen en la demanda y el uso de los servicios sanitarios para las mujeres. No es de extra?ar que los pa¨ªses que registran una tasa m¨¢s alta de mortalidad materna sean tambi¨¦n aquellos con un ?ndice de Desigualdad de G¨¦nero (Gii) alto; este es un par¨¢metro desarrollado por la agencia de la ONU Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que mide la brecha de oportunidades entre mujeres y hombres combinando estad¨ªsticas sobre diversos campos, desde la salud reproductiva hasta la representaci¨®n en la pol¨ªtica, desde las condiciones econ¨®micas hasta la escolarizaci¨®n, o el acceso al mercado laboral. Sierra Leona, con unos datos de mortalidad materna mucho peores que cualquier otro Estado del mundo, ocupa el puesto 153 de los 162 pa¨ªses de este ?ndice.
Cuando pasaba largos d¨ªas bochornosos en la maternidad del hospital de Bonthe para seguir el trabajo de Flaviour, entre llamadas de emergencia y desembarcos de mujeres de los rincones m¨¢s rec¨®nditos de la gran laguna, el personal sanitario ni siquiera estaba equipado con un ec¨®grafo. Sin embargo, gracias al CUAMM, el hospital contaba con un m¨¦dico especialista en emergencias obst¨¦tricas, un banco de sangre y paneles fotovoltaicos que garantizaban que siempre hubiera electricidad. Adem¨¢s, la ONG italiana cubr¨ªa los gastos de transporte de las embarazadas: unos 220 d¨®lares por viaje, una cifra inalcanzable para la poblaci¨®n de Bonthe, mientras que, para el cuidado de madres y ni?os menores de cinco a?os, el gobierno de Sierra Leona brinda tratamiento gratuito.
El ec¨®grafo no lleg¨® a Bonthe hasta unos meses despu¨¦s. De hecho, las comadronas esperaban que Francess Kenjah, una joven de 22 a?os desnutrida, taciturna y de mirada siempre alerta, diera a luz gemelos, de lo grande que era su barriga. Francess estaba esperando su segundo hijo. Ven¨ªa de un lugar lejano llamado Dema y estaba exhausta despu¨¦s de pasar siete horas en la barca.
Fue impresionante y fascinante. La primera vez que ve¨ªa un parto, una placenta, un reci¨¦n nacido gritando
Cada d¨ªa parec¨ªa el decisivo, pero Francess no daba a luz. Por la tarde nos desped¨ªamos con un ¡°hasta ma?ana¡±, pero en realidad ambas esper¨¢bamos que nos despertaran en mitad de la noche porque hab¨ªa llegado el momento. Hasta que una ma?ana el m¨¦dico decidi¨® hacer una ces¨¢rea; tambi¨¦n Francess, como tantas mujeres de Bonthe, ten¨ªa la pelvis demasiado estrecha para un parto natural sin riesgos. Me permiti¨® asistir a la operaci¨®n y tambi¨¦n le pidi¨® a Flaviour que entrara al quir¨®fano para tranquilizarla antes de la anestesia, el paso que m¨¢s la asustaba, mientras yo me situaba un poco apartada con la c¨¢mara.
Fue impresionante y fascinante. La primera vez que ve¨ªa un parto, una placenta, un reci¨¦n nacido gritando, al que Flaviour agarr¨® inmediatamente por los pies y se apresur¨® a lavar, pesar y envolver en una tela roja y amarilla.
S¨ª, al final no eran gemelos, sino un solo beb¨¦, grande y esbelto. Pesaba cuatro kilos y ya era guapo, con su carita relajada y una mata de pelo. Francess lo llam¨® Amidou y, cuando se lo puso en el pecho por primera vez, por fin relaj¨® la mirada.
¡°Muchos casos cr¨ªticos se deben a embarazos precoces¡±, me explicaba m¨¢s tarde la comadrona Yellia Kargbo, una hermosa mujer con un peinado elaborado, que desde Freetown, la capital, hab¨ªa aceptado trabajar en el exilio de Bonthe, sin preocuparse por los esp¨ªritus del agua. ¡°Llegan incluso ni?as de 12 a?os. No van a la escuela y se casan muy j¨®venes: cuando se quedan embarazadas corren serios riesgos, tanto ellas como sus hijos¡±.
Si la media mundial de embarazos precoces es de 43,9 por cada 1.000 ni?as entre 15 y 19 a?os, la africana alcanza los 99,1 y en Sierra Leona llega a los 118,2. Y esto no son m¨¢s que fr¨ªas cifras; seg¨²n la OMS, dar a luz antes de los 16 a?os expone a la ni?a a un riesgo de muerte cuatro veces mayor y multiplica las complicaciones del embarazo.
Llegan incluso ni?as de 12 a?os. No van a la escuela y se casan muy j¨®venes: cuando se quedan embarazadas corren serios riesgos, tanto ellas como sus hijosYellia Kargbo, comadrona
¡°Y tambi¨¦n tienes que saber que aqu¨ª la violencia dom¨¦stica hace estragos, lo que ciertamente no es bueno para una mujer embarazada¡±, subraya Edna Tuckev, la jefa tradicional de la ciudad de Mattru Jong. Junto a Flaviour Nhawu ha creado un ¡°club de madres¡± con citas fijas para instruir a las mujeres del distrito sobre temas de salud e higiene, as¨ª como sobre sus derechos. ¡°Est¨¢n escu¨¢lidas¡±, me dec¨ªa la anciana y autoritaria matrona, ¡°con los huesos del cuello abultados, porque los maridos las dejan sin comer, las tratan mal. El trabajo cultural que se debe hacer aqu¨ª es inmenso¡±.
Hoy Flaviour ha parado durante media hora y es una peque?a excepci¨®n en sus interminables jornadas de trabajo. Hoy le toca a ella someterse a un examen ginecol¨®gico en el hospital de Bonthe. Su beb¨¦ est¨¢ bien, y ella tambi¨¦n, si no fuera por sus tobillos hinchados, y las enfermeras le recomiendan descansar. Por su tono queda claro que se lo repiten a menudo y que rara vez las obedece. ¡°Est¨¢ bien, esta noche me acostar¨¦ temprano. ?Contentas?¡±, las liquida Flaviour riendo.
En las tardes de aire quieto e incandescente que pasamos juntas comiendo pollo y patatas en el ¨²nico restaurante de Mattru Jong ¨Dque de hecho se llama Unique¨D o platos de pasta demasiado cocida en su peque?a cocina, Flaviour me hablaba de s¨ª misma, de su historia personal m¨¢s all¨¢ de la profesi¨®n. Una historia que ten¨ªa el sabor de una saga de emancipaci¨®n femenina, de fuerza de voluntad y de fe ciega en el futuro. La protagonista es una ni?a nacida y criada en un pueblo de Zimbabue, en una familia pol¨ªgama. La madre es la primera de las cuatro esposas del padre, la que m¨¢s humillaciones ha tenido que tragarse en casa. La joven Flaviour quiere estudiar, sue?a con trabajar en el campo de la sanidad, pero su padre se opone: ¡°?Y para qu¨¦? Tu futuro es ser esposa y madre y cuidar a tus ancianos cuando llegue el momento¡±. ¡°Lo odiaba¡±, me confiesa Flaviour. Ese hombre representaba todo aquello de lo que quer¨ªa escapar: un mundo quieto, lastimero, victimista, que reprime los deseos y las ambiciones y no concibe que una mujer pueda tener un papel fuera de los muros dom¨¦sticos. Un mundo pobre que no hace nada para salir de la pobreza, porque es demasiado indolente para afrontar nuevos retos. Al final fue uno de mis hermanos el que me ayud¨® a estudiar. Siempre le estar¨¦ agradecida, tanto por su apoyo como porque me demostr¨® que existe otro tipo de hombre africano¡±.
As¨ª como nunca querr¨ªa perder a mi hija, no quiero que esto le ocurra jam¨¢s a ninguna otra mujer. He visto a madres y ni?os sufrir y morirFlaviour Nhawu, especialista en salud p¨²blica
Flaviour estudi¨® y mientras tanto se cas¨®, un compromiso para complacer a la familia, ¡°pero los a?os pasaban y los ni?os no llegaban. En nuestra cultura, cuando una pareja no tiene hijos, siempre es culpa de la mujer; la infertilidad masculina no se contempla en las zonas rurales de Zimbabue. Y as¨ª, para m¨ª, esos ocho a?os de matrimonio fueron una secuencia insoportable de mortificaciones y violencia psicol¨®gica, por parte de mi marido, de su familia, de la m¨ªa. Lleg¨® un momento en que dije: ¡®Basta. O me hundo o me divorcio¡¯. Mi madre se volvi¨® loca, no quer¨ªa, gritaba que era un esc¨¢ndalo, una deshonra. Al diablo, me dije. Le dej¨¦ y por fin empec¨¦ a trabajar para organizaciones internacionales, primero como enfermera y luego como especialista en salud p¨²blica¡±.
Cuando Flaviour lleg¨® a Mattru Jong, Sierra Leona, conoci¨® a un m¨¦dico nigeriano de su edad. ?l la cortej¨®, se hicieron amigos y luego amantes. ¡°Desde luego, no pensaba en otro matrimonio, ya hab¨ªa tenido suficiente. Solo buscaba un poco de cari?o y la alegr¨ªa sentimental que nunca hab¨ªa experimentado. Estaba segura de que era est¨¦ril, as¨ª que no tom¨¦ precauciones. Y aqu¨ª me tienes con esta barriga. ?No es fant¨¢stico? Esta ni?a a¨²n no ha venido al mundo y ya me est¨¢ redimiendo de esos ocho horribles a?os en los que me convencieron de que era una mujer defectuosa. Y mi madre, en cuanto le dije que iba a tener una nueva nieta, me perdon¨®¡±.
El embarazo tambi¨¦n le ha abierto nuevos horizontes en su profesi¨®n: ¡°Ahora, por fin puedo comprender a las mujeres en profundidad, captar su felicidad y sus miedos. Por eso quiero presionar cada vez m¨¢s para que las mujeres de Bonthe puedan disfrutar de servicios sanitarios de calidad, y luego regresar a casa vivas, completamente sanas, para celebrar en familia el nacimiento de sus hijos. As¨ª como nunca querr¨ªa perder a mi hija, no quiero que esto le ocurra jam¨¢s a ninguna otra mujer. He visto a madres y ni?os sufrir y morir. Ahora que yo tambi¨¦n estoy embarazada, ya no lo soporto¡±.
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