No hay compresas desde 2014 para las refugiadas sirias en L¨ªbano
Menstruar es un quebradero de cabeza cr¨®nico para las mujeres que residen en el asentamiento informal Faour 027 en el Valle de la Bekaa, en Beirut. Viven en situaci¨®n de gran pobreza y tener la regla se convierte en una dificultad a?adida en un contexto indiferente a sus necesidades
Imagina que eres mujer y vives con restricciones de electricidad, sin agua corriente, sin intimidad. No tienes un ba?o para cambiarte, no tienes tampones, ni compresas ni nada parecido; as¨ª que con cada sangrado menstrual te planteas: ?c¨®mo salvo la regla esta vez?
Menstruar supone un quebradero de cabeza cr¨®nico para las mujeres que residen en el asentamiento informal Faour 027 en el Valle de la Bekaa, ubicado a 30 kil¨®metros al este de Beirut (L¨ªbano). Viven en unas condiciones infrahumanas y tener la regla se convierte en una dificultad a?adida en un contexto indiferente a su condici¨®n de mujer. M¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n en el planeta menstr¨²a, pero la falta de agua potable, la infraestructura sanitaria adecuada o incluso la informaci¨®n agudizan las desigualdades al vivir el ciclo menstrual. L¨ªbano acoge a unas 1,5 millones de personas refugiadas sirias. La mayor¨ªa, mujeres y ni?os, viven en campos ubicados en los m¨¢rgenes de las ciudades.
Ellas se hacen la misma pregunta todos los meses. ¡°Quiz¨¢ una camiseta vieja, un trapo roto o puedo quitarle un trozo de esponja al colch¨®n sobre el que duermo¡±, responde Rueda Elhamoudi. Una mujer de 40 a?os, que lleg¨® aqu¨ª hace 10 huyendo de la persecuci¨®n, la c¨¢rcel y la guerra en Siria. ¡°Me da verg¨¹enza confesar que llevo tres semanas sin ducharme. No tengo agua¡±, cuenta Elhamoudi. Sus dificultades a la hora de acceder a la higiene menstrual se escenifican en los ba?os escondidos detr¨¢s de puertas medio rotas, apa?adas con alg¨²n trozo de zinc envuelto con cartones y viejos palos de madera. Lo ¨²nico que destaca es un agujero sobre cemento ba?ado y un par de botes de champ¨² boca abajo para aprovechar hasta el ¨²ltimo mililitro del producto.
Las m¨¢s afortunadas cuentan con ba?o propio en sus viviendas improvisadas, pero muchas como Elhamoudi comparten aseos con tres o cuatro tiendas. Viven en peque?as chozas d¨®nde escasean ni el agua y las horas de luz el¨¦ctrica. Ahora en invierno, en el centro de las peque?as habitaciones, se ve una chimenea con le?a alrededor de la que se calientan los miembros de una familia. Sus casas reflejan las circunstancias en las que viven y les resulta dif¨ªcil mejorar sus condiciones de vida cuando siempre hay el l¨ªmite de la provisionalidad, que eterniza su precariedad y les impide mirar a futuro.
Elhamoudi lleva seis a?os sin utilizar una compresa, tampoco sabe lo que es un tamp¨®n ni una copa menstrual. En unos d¨ªas le vendr¨¢ la regla y este mes ya lo tiene resuelto: ¡°Emplear¨¦ una camiseta verde de un beb¨¦ que me ha dado mi vecina, es de manga larga as¨ª que mejor porque es m¨¢s volumen y la doblar¨¦. La ir¨¦ alternando con otra para lavar una mientras seco la otra¡±. El problema crece cuando son varias las mujeres en una misma vivienda, ya que se les hace pr¨¢cticamente imposible hacer frente al sangrado de una forma digna.
Es un problema de higiene que propicia las infecciones de orina y otras dolencias, con la dificultad a?adida de carecer de acceso a una sanidad gratuita. De hecho, cuando van a dar a luz tienen que pagar y escasas veces pueden permitirse hacer un seguimiento del embarazo. ¡°Nosotras trabajamos. Yo recojo patatas, pero el dinero no me llega ni para comer¡±, recuerda Elhamoudi, que ahora, con la crisis que atraviesa el pa¨ªs de los cedros, los precios de los alimentos se han disparado. ¡°Mi choza es como un hotel¡±, dice sonriendo, refiri¨¦ndose a que solo es un lugar donde dormir y en el que apenas tiene pertenencias ni comida.
Maha Fatoul tiene 36 a?os, es vecina y amiga de Elhamoudi. Se queja de que la regla no le viene de manera regular. Siempre ha tenido muchos problemas, a veces tarda en llegarle tres o cuatro meses. Su soluci¨®n son los anticonceptivos orales. ¡°Me dijeron que necesitaba tomarme la p¨ªldora y mejor¨¦ bastante, aunque ahora llevo un tiempo sin usarla. Es un lujo que no puedo permitirme¡±.
En un contexto tan complicado, muchas de ellas est¨¢n desconectadas de su cuerpo: no consiguen descifrar los cambios hormonales asociados a la menstruaci¨®n. Las variaciones en su ¨¢nimo, energ¨ªa y fuerzas agravan su sensaci¨®n de abandono. Son conscientes de que su comunidad no atiende a su salud f¨ªsica y mental: ¡°Nuestro estado de ¨¢nimo no le importa a nadie¡±, asegura Fatoul.
Ellas son las que se encargan de todo. Una situaci¨®n extrema donde la violencia machista tambi¨¦n est¨¢ presente. ¡°Estamos en constante tensi¨®n y nosotras tenemos que aguantarlo todo¡±, a?ade esta madre. Se ven pocos hombres en este asentamiento. En su mayor¨ªa son mujeres y ni?os. ¡°Yo no tengo marido, ¨¦l se volvi¨® a Siria. Hay muchas mujeres que no pueden planificar la familia: no hay anticonceptivos y los hombres no quieren utilizar nada¡±, concluye Fatoul.
Maha tambi¨¦n quiere hablar del estigma de la menstruaci¨®n. En el islam, cuando las mujeres tienen la regla no pueden rezar ni hacer el ramad¨¢n. ¡°Se nos considera impuras¡±, afirma. Por esto, cuando termina su per¨ªodo tienen que ducharse para volver a purificarse. ¡°Toda la familia se entera de que tenemos la regla porque no rezamos¡±. Y esto ocurre en una sociedad donde es un tema tab¨². ¡°No hablo de la menstruaci¨®n delante de los hombres¡±.
Es toda una cadena de necesidades que se agudiza en un contexto de precariedad. Las ayudas a lo largo de estos 10 a?os han ido disminuyendo. ¡°Nadie ha tenido en cuenta nuestra situaci¨®n espec¨ªfica como mujeres¡±, lamenta Elhamoudi. Sienten que sus necesidades no importan a nadie. Ni siquiera a los suyos. Y eso que son mayor¨ªa. ¡°Si los hombres tuvieran la regla, ser¨ªa todo distinto¡±, zanja.
Hanin Muslat lleg¨® al L¨ªbano en 2012. Antes de la guerra en Siria, su vida no estaba tan llena de incertidumbres: ¡°Ten¨ªamos nuestra casa y pod¨ªamos comprar compresas¡±. Cuando llegaron a este campamento hab¨ªa organizaciones que repart¨ªan ayuda y les daban cartones con art¨ªculos de higiene b¨¢sicos, que inclu¨ªan compresas. A partir de 2014, dejaron de llegar. Ten¨ªan que comprarlo todo. Desde entonces la joven tuvo que buscar soluciones. Se dio cuenta de la carencia de estos productos esenciales en muchos hogares y decidi¨® hacerse voluntaria de M¨¦dicos del Mundo.
Muslat junto con la ONG, organiza sesiones de sensibilizaci¨®n en las que aspira a que las mujeres se empoderen. ¡°Tienen que entender que tenemos que priorizarnos. Hablar les sirve para compartir informaci¨®n entre ellas. Me plantean dudas y yo intento informarme y solucionarlas¡±. Ella ha conseguido estudiar trabajo social pese a todas las dificultades que las personas refugiadas tienen para acceder a la escuela. Ahora trabaja y colabora con M¨¦dicos del Mundo: ¡°Aparte de ayudar a mi familia, me cuido m¨¢s. Me compro mis cosas y las compresas¡±. Asegura que, en cambio, cuando no trabaja tener la regla se le vuelve una aut¨¦ntica pesadilla: ¡°Estoy todo el rato pensando que estoy manchando. Muchas veces utilizo los pa?ales de mi hermano peque?o¡±.
Adem¨¢s, en invierno sufre durante el ciclo. ¡°El fr¨ªo me mata cada vez que tengo la regla. No soporto el dolor de la espalda. Tampoco hay medicinas que nos ayuden a sobrellevar el dolor¡±, a?ade. Una situaci¨®n que tiene un alto coste emocional sobre las v¨ªctimas que, adem¨¢s de perder oportunidades laborales y educativas, deben lidiar con afecciones graves, como la depresi¨®n, el insomnio o la ansiedad.
Estoy todo el rato pensando que estoy manchando. Muchas veces utilizo los pa?ales de mi hermano peque?oHanin Muslat, refugiada y voluntaria de M¨¦dicos del Mundo
Por su parte, Hanin Elmusalat tiene dotes de liderazgo, cuenta con el respeto de las mujeres, y se ha convertido en una referente para las m¨¢s j¨®venes. A su edad tendr¨ªa que estar casada y con hijos. Su influencia se nota en las reuniones. Unas doce mujeres se sientan en una de las viviendas comentan los problemas diarios y sus preocupaciones. Son quiz¨¢ los ¨²nicos momentos en los que hablan entre ellas y sobre ellas.
Sus historias se repiten, sus desaf¨ªos tambi¨¦n. La carga de la comunidad es un gran peso que solo ellas soportan. Los hombres lo tienen m¨¢s f¨¢cil para abandonar. Varias levantan la mano para asegurar que su marido ha emigrado o se ha vuelto a Siria. Ellas se quedan con toda la crianza de los m¨¢s peque?os. ¡°Necesitamos un lugar seguro, caliente. Un hogar en el que no importa si llueve o hace fr¨ªo¡±, dice la joven Elmusalat.
Pero tambi¨¦n necesitan un espacio. No saben lo que es la privacidad. Todos se enteran de todo. Las casitas est¨¢n pegadas unas a otras y separadas por trozos de zinc. ¡°Los vecinos saben cuando estoy en el ba?o¡±, asegura Rueda. Sue?an con que esto se acabe: ¡°Queremos la tranquilidad, trabajar, viajar, pero tambi¨¦n dejar de sufrir por tener la regla¡±.
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