¡°Los m¨¢s d¨¦biles entre los d¨¦biles¡±: el desaf¨ªo de devolver una vida a los ni?os de la calle en Ghana
Varias organizaciones tratan de dar techo, comida y educaci¨®n a menores que malviven en las calles del pa¨ªs africano, ante la falta de voluntad de las autoridades para hacer frente a este drama
Priscilla ya era hu¨¦rfana de madre cuando su padre muri¨® tras un accidente en una mina de oro en el oeste de Ghana, recuerda James Kotey, pastor de la Shofar Revival Church. ?l la vio por primera vez cuando ten¨ªa apenas cuatro a?os y yac¨ªa sola a la entrada de la mina, inm¨®vil como esos perros fieles que esperan a un due?o que nunca volver¨¢. ¡°Estaba literalmente tirada en el suelo¡±, recuerda Kotey. Probablemente, Priscilla no entend¨ªa que ya no contaba con nadie en este mundo. Otros mineros detallaron al religioso la desgracia de la ni?a, a la que una mujer daba algo de comida para que no muriera de hambre. El pastor cogi¨® a la peque?a en brazos y la llev¨® a su orfanato en Accra, la capital de Ghana, que entonces a¨²n no se llamaba African Street Kids Orphanage (ASKO, Orfanato africano para los ni?os de la calle).
No todos los ni?os de la calle que malviven en el pa¨ªs africano tienen la suerte de cruzarse con un buen samaritano. Tal vez porque se cuentan por miles. Se les ve busc¨¢ndose la vida bajo el escal¨¦xtric de puentes urbanos junto a Circle Station, donde Accra bulle en un tr¨¢nsito ca¨®tico y febril. Tambi¨¦n marcando territorio, en pandillas de dura inocencia, por las playas que salpican el litoral de Ghana, acomod¨¢ndose para pasar la noche en los mercados cuando cierran los puestos o mendigando en los sem¨¢foros o en las estaciones de autobuses.
Hacemos el trabajo que tendr¨ªa que hacer el GobiernoKwaku Amoah, responsable de la Victory Foundation
No hay datos fiables que cuantifiquen esta tragedia. La ¨²ltima estimaci¨®n se remonta a 2010, cuando el Ministerio de Bienestar y varias ONG cifraron en m¨¢s de 60.000 los menores que aquel a?o se encontraban ¡ªsolo en la regi¨®n de Accra¡ª en ¡°situaci¨®n de calle¡±, seg¨²n la expresi¨®n que utiliza la Street Children Empowerment Foundation (SCEF, Fundaci¨®n para el empoderamiento de los ni?os de la calle). Su director, Paul Semeh, explica que las cifras incluyen a menores que duermen en la calle y a los que tienen un m¨ªsero techo para pasar la noche y vagabundean el resto del d¨ªa, sin escuela, horarios ni un mayor de edad que se haga responsable de ellos y movidos por el mero instinto de supervivencia. Las causas que explican este drama son varias: abandono, orfandad, maltrato, disfuncionalidad familiar, ¨¦xodo del campo a la ciudad o escaso control de la natalidad, entre otras, pero todas convergen en el denominador com¨²n de la pobreza extrema.
Semeh considera que la ausencia de estad¨ªsticas revela la raz¨®n ¨²ltima que perpet¨²a el problema: la falta de voluntad pol¨ªtica para resolverlo. Se trata de una opini¨®n compartida por las cuatro organizaciones visitadas para este reportaje que, ante la negligencia de las altas instancias, se esfuerzan por frenar el continuo goteo de menores arrojados a las calles. ¡°Las ¨¦lites se han inmunizado, han normalizado la situaci¨®n¡±, lamenta Semeh. ¡°Hacemos el trabajo que tendr¨ªa que hacer el Gobierno¡±, afirma Kwaku Amoah, de la Victory Foundation, que acoge a unos 60 ni?os en su albergue-escuela de Namong, una pedan¨ªa de Offinso, en el centro de Ghana.
El tiempo se agota
La madre de Amoah, Victoria Addai, hija de campesinos, recorre despacio el kil¨®metro de vegetaci¨®n subtropical que separa al colegio de la residencia. A sus 70 a?os, Addai tiene las piernas muy hinchadas y sufre otras dolencias sin diagnosticar. Se la ve fr¨¢gil y preocupada, siempre alerta y pendiente de los chiquillos.
Madam Victoria, como la conoce todo el mundo en Namong, duerme con los ni?os y acude cada d¨ªa a la escuela para aportarles educaci¨®n, orden y valores. El d¨ªa de la visita, un chico de unos 10 a?os, con sus harapos y su aire perdido, destaca entre el alegre bullicio de uniformes escolares verdiblancos. ¡°Acaba de llegar. Hace unos meses su madre perdi¨® la cabeza y ¨¦l decidi¨® que era mejor irse de casa¡±, explica Amoah.
Hace 25 a?os, Madam Victoria empez¨® a hacerse cargo de infantes despose¨ªdos. Su hijo ten¨ªa entonces seis a?os y creci¨® viendo c¨®mo su madre adoptaba a peque?os desamparados. El joven estudi¨® Educaci¨®n y hoy quiere ¡°llevar a la fundaci¨®n al siguiente nivel¡±. Un objetivo que solo frena la escasez de fondos.
Las organizaciones tratan de movilizar a donantes para lograr fondos que financien los estudios de los ni?os e impedir que vuelvan a las calles
En el caso del pastor Kotey, el paso a la acci¨®n se produjo gracias a su propio hijo. Camino del colegio, siempre pasaban junto a un vertedero en el que Kennedy y su hermana Pascale, de cinco y tres a?os respectivamente, escarbaban en busca de restos de comida. El ni?o pregunt¨® a su padre c¨®mo siendo ¨¦l un hombre de Dios pod¨ªa contemplar a diario semejante estampa y seguir como si nada. Fue el comienzo de ASKO, que en la actualidad da alojamiento a 23 chicas y chicos (hoy ya adolescentes) y busca patrocinadores que costeen sus estudios.
Es domingo y en la Shofar Revival Church, al oeste de Accra, se celebra un servicio religioso aderezado con atronadores aleluyas, c¨¢nticos gospel y bailes espont¨¢neos. Tras la celebraci¨®n, Priscilla, hoy convertida ya en una adolescente, asegura que encontrarse con ¡°papa y mam¨¢ [as¨ª llaman todos a Kotey y a su mujer, Theresa] fue una bendici¨®n¡± y declara que en el orfanato ¡°viven como una familia¡±. Acaba de finalizar la educaci¨®n secundaria y quiere estudiar Derecho ¡°para poder ayudar a mujeres desfavorecidas¡±. Joy, que tiene 17 a?os, afirma que le gustar¨ªa continuar su excelente trayectoria acad¨¦mica en una escuela de negocios.
Pero Kotey no puede contener las l¨¢grimas al admitir que el tiempo de ni?os como Priscilla, Kennedy y Joy se agota y la perspectiva de que sigan estudiando resulta casi ut¨®pica. El pastor trata de movilizar a donantes desde el p¨²lpito, desde su web y redes sociales y viajando a Europa ocasionalmente. ¡°No hay dinero. Y en breve tendr¨¢n que irse, buscar un trabajo, un lugar donde vivir¡±, afirma, angustiado.
El sue?o de Kotey pasa por construir un complejo con residencia, iglesia y centro para aprendizaje de oficios. Para ello compr¨® un solar en Winneba, a una hora en coche de Accra. El proyecto marchaba viento en popa hasta que unos donantes alemanes quisieron desvincularlo de la iglesia. ¡°En Europa ya no creen que Dios sea importante¡±, dice, con algo de amargura. En Winneba viven con su abuela tres hermanos que pasaron un tiempo en el orfanato. Durante una visita sorpresa, los ni?os abrazan al pastor, quien les da algo de dinero. ¡°La abuela casi no se ocupa de ellos, apenas comen¡±, desliza, en voz baja.
Cama, comida y educaci¨®n
La imagen so?ada por Kotey se parece a Hopeland, complejo de Formaci¨®n Profesional situado en Tema, m¨ªsero suburbio a las afueras de Accra. Sus instalaciones ¡ªdonde duermen 15 chavales rescatados de la calle¡ª pertenecen a Catholic Action for Street Children (Acci¨®n cat¨®lica para los ni?os de la calle, CAS).
En 2010, el Ministerio de Bienestar y varias ONG calcularon que hab¨ªa m¨¢s de 60.000 menores viviendo en las calles de Accra.
El CAS se centra en adolescentes sin hogar, acude a los puntos calientes donde suelen reunirse los chicos y algunos de ellos comienzan a frecuentar sus centros de formaci¨®n en la capital. ¡°Nuestro problema es la poca constancia. Es muy dif¨ªcil hacer una intervenci¨®n cuando no hay regularidad¡±, admite Cosmas Kanmwaa, director del proyecto. El responsable a?ade que ¡°muchos llegan asalvajados e inmersos en la cultura de la calle, que tiene sus propias leyes¡±. Solo a aquellos que demuestran tes¨®n y fidelidad se les propone entrar en Hopeland, donde encuentran cama, comida y educaci¨®n.
Pascal, de 15 a?os, cuya sonrisa constante destila luz y piller¨ªa, se fue de casa a los siete. ¡°Mis padres me trataban mal, no me daban suficiente comida¡±, recuerda. Durante a?os, se gan¨® la vida descargando mercanc¨ªas. Dorm¨ªa bajo los puestos del mercado de Kantamanto, en el centro de Accra. Cuando conoci¨® CAS, vislumbr¨® una existencia m¨¢s digna. Durante meses hizo esfuerzos sobrehumanos para cumplir con sus talleres de sastrer¨ªa y seguir trabajando en la calle. ¡°Ten¨ªa claro que quer¨ªa salir adelante¡±, contin¨²a. Hoy, quiere convertirse en un buen sastre mientras prueba suerte en el mundo de la m¨²sica. Quiere convertir su pasado en rap y mostrar al mundo que es posible ser engullido por la calle y volver para contarlo.
Hopeland ha empezado tambi¨¦n a escolarizar a chicos que llaman ¡°pobres urbanos¡±, j¨®venes que tienen alg¨²n referente familiar, pero ¡°viven hacinados en condiciones infrahumanas y hace tiempo que no pisan la escuela¡±, explica Kanmwaa. Otras organizaciones como SCEF apuestan por ir m¨¢s all¨¢. Su objetivo es crear entornos que se acerquen lo m¨¢s posible a la normalidad. ¡°Intentamos construir redes de protecci¨®n para los ni?os¡±, explica su director, Paul Semeh. Primero se busca y tantea al n¨²cleo familiar. Si falla, el esfuerzo se centra en conseguir una familia de acogida o una plaza en un internado. ¡°No creemos en la idea de refugio, salvo en casos extremos como maltrato f¨ªsico grave o violaci¨®n¡±, sostiene el responsable.
La financiaci¨®n directa posibilita ese retorno a una infancia m¨¢s o menos est¨¢ndar. Semeh sintetiza los criterios para elegir, entre los miles de ni?os en busca de auxilio, a los 100 que se benefician de sus ayudas: ¡°Los m¨¢s d¨¦biles entre los d¨¦biles¡±. El ejemplo es una ni?a con discapacidad ps¨ªquica, v¨ªctima de burlas y estigma, a la que est¨¢n buscando hogar. A sus nueve a?os, explica Semeh, ¡°solo emite sonidos ininteligibles, pero ha demostrado una gran determinaci¨®n por aprender, un hambre inmensa por progresar¡±.
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