Las heridas abiertas de Cabo Delgado: casi un mill¨®n de desplazados por la insurgencia yihadista
La violencia en la provincia m¨¢s septentrional de Mozambique ha dejado m¨¢s de 6.000 muertos en cinco a?os. Los que logran huir viven en condiciones de miseria en campamentos improvisados dentro del pa¨ªs
Rabia Guambe no recuerda cu¨¢ndo naci¨® exactamente. Dice que fue hace muchos a?os. Tampoco sabe el n¨²mero de nietos que tiene; explica que dio a luz a cinco hijos y que le resulta imposible estar al corriente de cu¨¢ntos ni?os ha tra¨ªdo al mundo cada uno. Hasta 2020, ella y los suyos hab¨ªan vivido una vida humilde y en paz en una peque?a aldea de Macomia, un distrito situado al norte de Cabo Delgado, la provincia m¨¢s septentrional de Mozambique. Un d¨ªa todo cambi¨®. De eso s¨ª se acuerda bien: ¡°Llegaron unos hombres y comenzaron a incendiar las casas. Era de noche. Mataron a algunos familiares m¨ªos. Algunos, como mi hermana y yo, salimos corriendo, sin coger ropa, sin dinero, sin nada¡±.
Guambe vivi¨® aquel a?o la furia del movimiento insurgente que opera en Cabo Delgado desde 2017, a?o en el que este grupo terrorista, vinculado al movimiento yihadista Al Shabab, asalt¨® por vez primera un puesto de polic¨ªa. Desde entonces, las arremetidas se han reproducido con cierta asiduidad en diferentes zonas de Cabo Delgado, extendi¨¦ndose a las regiones colindantes de Nampula y Niassa e incluso a la naci¨®n vecina de Tanzania. El ataque m¨¢s sonado se produjo en marzo de 2021, cuando los rebeldes consiguieron controlar la ciudad de Palma, situada en la misma provincia y de unos 25.000 habitantes, durante varios d¨ªas. En el ¨²ltimo lustro, seg¨²n cifras de la ONU de diciembre de 2022, el conflicto ha dejado unos 6.000 muertos y 900.000 desplazados internos que se agolpan en medio centenar de campos informales. Como el que habita Guambe, en la costera ciudad de Pemba, junto a un millar de personas en condiciones de insalubridad y miseria.
Si bien el goteo de desplazados ha sido una constante desde el inicio del conflicto, la forma de organizarse y de combatir en ambos bandos ha variado con el transcurso de los meses. El ej¨¦rcito mozambique?o, que pronto se vio desbordado, recibe ahora el apoyo de tropas enviadas por Ruanda y por la Comunidad de Desarrollo de ?frica Austral (SADC, por sus siglas en ingl¨¦s). Esto ha provocado que los insurgentes hayan pasado de coordinarse para controlar ciudades enteras a aplicar una t¨¢ctica m¨¢s propia de una guerra de guerrillas. P¨¦rez Marty, director en Mozambique de Ayuda en Acci¨®n, explica: ¡°Las fuerzas gubernamentales e internacionales han conseguido desarticular las bases importantes y los grandes grupos. Ahora existen muchas unidades peque?as que se centran en ataques a comunidades locales, a nudos de comunicaci¨®n o a zonas pr¨®ximas a las carreteras¡±.
Una abundancia que no llega a la gente de a pie
Guambe tard¨® 10 d¨ªas en llegar al campamento de desplazados. ¡°No tenemos nada, ni siquiera alimentos. S¨®lo comemos cuando nos traen comida, y no siempre lo hacen¡±, prosigue. Su situaci¨®n es la de necesitada entre los necesitados. Mozambique es una de las naciones m¨¢s pobres del mundo; ocupa el puesto 185 en el ?ndice de Desarrollo Humano. S¨®lo seis Estados en el planeta con problemas similares de conflictos armados y miseria empeoran sus cifras en esta lista. Quienes habitan provincias como Cabo Delgado, las m¨¢s norte?as del pa¨ªs y eminentemente agr¨ªcolas, sufren esta estad¨ªstica con especial virulencia. Guambe vive con su hermana, tres hijos y cuatro nietos. ¡°No podemos pagar ropa ni uniformes o cuadernos para el colegio de los ni?os, pero tampoco es posible regresar a nuestro hogar. Hasta que acabe la guerra, tenemos que quedarnos aqu¨ª¡±, lamenta.
Cabo Delgado es una de las zonas m¨¢s ricas en recursos naturales del sur de ?frica. Sus tierras tienen gas, petr¨®leo, m¨¢rmol, grafito, rub¨ªes, oro, madera de gran calidad. Pero esta supuesta abundancia, explotada normalmente por empresas occidentales y orientales, no llega a la gente de a pie, enquistada en el hambre y la malnutrici¨®n. El informe Emergencia en Cabo Delgado. Mozambique: conflicto armado y desplazamiento forzado como motores de la inseguridad alimentaria, presentado en noviembre de 2021 por la ONG Ayuda en Acci¨®n y el Instituto de Estudios Sobre Conflictos y Acci¨®n Humanitaria (IECAH), indica que en esta regi¨®n, junto a las vecinas de Niassa y Nampula, hab¨ªa m¨¢s de 900.000 personas en una situaci¨®n cr¨ªtica. De ellas, 227.000 necesitaban ayuda inminente para sobrevivir. P¨¦rez Marty, de Ayuda en Acci¨®n, reconoce que la situaci¨®n no va a mejor. Ni se ha estabilizado ni ha habido una recuperaci¨®n de la econom¨ªa local.
Mozambique es una de las naciones m¨¢s pobres del mundo; ocupa el puesto 185 en el ?ndice de Desarrollo Humano
Agustinho Paulo, de unos 60 a?os, es de Moc¨ªmboa da Praia, una ciudad portuaria situada al norte de Cabo Delgado, cerca de la frontera con Tanzania. Una urbe en el punto de mira de los insurgentes, que llegaron a controlarla durante algunos d¨ªas en 2021 y han perpetrado ataques espor¨¢dicos desde entonces. ¡°Ten¨ªamos dos casas, pero llegaron los rebeldes y lo quemaron todo. S¨®lo nos quedamos con la ropa que llev¨¢bamos puesta¡±, recuerda Paulo sentado a las puertas de una casa de adobe, paja y bamb¨² que ha levantado en Mpiri, un campo de desplazados al sur de esta provincia. Vive all¨ª junto a su mujer Ines, que es ciega; dos hijas y tres nietos. Su esposa a?ade: ¡°Mataron a mi primo y raptaron a dos nietas. Desde junio de 2020 no s¨¦ siquiera si est¨¢n vivas o muertas¡±.
En este campo de desplazados viven unas 1.200 personas. Muchas cuentan historias parecidas: huyeron por la inseguridad, por los ataques, por el miedo. Y, aunque ya no temen a los insurgentes yihadistas, s¨ª lo hacen a la falta extrema de recursos, al hambre. Habla Vitorino Amarco, un hombre de 40 a?os erigido jefe de las familias forzadas a vivir en Mpiri: ¡°No reparten comida desde diciembre y encima este a?o ha llovido mucho; la poca tierra que tenemos para cultivar no dar¨¢ ma¨ªz suficiente. Tampoco disponemos de agua o pozos. El Gobierno dice que todo est¨¢ controlado, que la guerra ha acabado, y no es verdad. Si lo fuera, ?por qu¨¦ no podemos regresar?¡±. Felina Agustinha, una vecina de 38 a?os, se expresa en t¨¦rminos parecidos: ¡°Llegamos despu¨¦s de muchos d¨ªas andando para no tener absolutamente nada. Hemos pasado de poder comer todos los d¨ªas a no saber si vamos a hacerlo¡±.
V¨ªctimas en femenino
El informe Guerra, desplazamientos forzados y respuestas a la crisis en Cabo Delgado, de Ayuda en Acci¨®n, Gernika Gogoratuz y el Centro de Estudios y Acci¨®n por la Paz (CEAP), del mes de marzo, hace hincapi¨¦ en la necesidad de una mirada feminista. ¡°Las mujeres, particularmente las mayores, son centrales en los espacios familiares y comunitarios. En los campos de reasentamiento son ellas las que realizan la gran mayor¨ªa de tareas¡±, reza. En Cabo Delgado, el 28% de la poblaci¨®n forzada a huir de su hogar son mujeres, y alrededor del 52% son menores de edad, cuyo cuidado suele depender de madres, t¨ªas, abuelas o hermanas.
Maria Cheis y su consuegra Ernestina Lucas, ambas ancianas de la etnia makonde, huyeron cuando el conflicto comenzaba de Muidumbe, un distrito en el norte de Cabo Delgado que todav¨ªa sufre embates peri¨®dicos (un ejemplo: en enero de este a?o, los extremistas isl¨¢micos decapitaron a 10 personas y saquearon y devastaron diferentes poblaciones, seg¨²n medios locales). Las dos mujeres andan apoyadas en un bast¨®n, deteni¨¦ndose cada pocos metros. Llegaron a otro distrito de la provincia, Balama, junto a unos familiares, y all¨ª se alojan en una humilde casa de un pariente que les cobra un alquiler asequible. ¡°La mayor¨ªa de mi gente ya est¨¢ muerta¡±, dice la primera. Isabelle Grufina, su sobrina nieta de 19 a?os, que escap¨® con ellas, agrega: ¡°Somos campesinos, pero los rebeldes quemaron todo nuestro campo de cultivo. Ahora plantamos ma¨ªz en un terreno cercano. Somos 5 adultos y 8 ni?os. Dos de ellos son hu¨¦rfanos a causa de la guerra. Tenemos que trabajar todos, y algunos d¨ªas no nos llega ni as¨ª¡±.
Desteria Mauricio, que ronda la cincuentena, habla tambi¨¦n de huida, de miedo y de miseria. Cuenta que lleg¨® a Balama procedente de Muidumbe en 2020 y que, sola a cargo de sus dos hijos, pudo acogerse al programa de microcr¨¦ditos de unas misioneras combonianas. ¡°Con el dinero pude comenzar un negocio de pasteles. Al menos consigo algunos ingresos para las necesidades de mis ni?os¡±, celebra. La misionera Mar¨ªa del Amor a?ade: ¡°Cuentan historias de asesinatos, de secuestros, de violaciones. Algunas, muy mayores, fallecen en el camino. Es terrible¡±.
Del choque frontal a la guerrilla
Aunque con una frecuencia menor, la guerra de guerrillas ha cruzado ya la frontera de Cabo Delgado y se ha extendido a las provincias colindantes. ?ngeles L¨®pez, misionera comboniana en Mozambique, cuenta: ¡°Escuch¨¦ un disparo y pens¨¦: ya est¨¢n aqu¨ª. Mi reacci¨®n fue ir a avisar a la hermana Maria; todav¨ªa no sab¨ªa que ya la hab¨ªan matado¡±. Se refiere a su compa?era Maria de Coppi, que muri¨® en la provincia de Nampula, colindante a Cabo Delgado, en septiembre del a?o pasado. As¨ª lo recuerda: ¡°Ya nos hab¨ªamos ido a la cama, pero vino a que le leyera un mensaje de su sobrina. Lo hice y nos despedimos. Sonaron los disparos y, cuando abr¨ª la puerta, vi que estaba muerta¡±.
A L¨®pez, que lleva m¨¢s de 50 a?os en Mozambique, la tuvieron retenida alrededor de una hora. Su experiencia como enfermera durante la guerra civil mozambique?a, que finaliz¨® en 1992 tras algo m¨¢s de 15 a?os de sangrienta lucha, la llevaba a pensar cosas como esta: ¡°Le ped¨ªa a Dios que me pegaran un tiro y no me mataran con la catana. Ten¨ªa la imagen en la cabeza de suturar esas heridas, de d¨ªa y de noche, y no quer¨ªa acabar as¨ª. Pero no me hicieron nada. Me dijeron que no les gustaba mi religi¨®n y me soltaron¡±. Le dio tiempo a correr a esconderse al bosque junto a otra compa?era y 16 ni?as, beneficiarias de los programas educativos de las misioneras. Agazapadas all¨ª, ya de madrugada, vieron c¨®mo lo que una vez fue su hogar quedaba reducido a cenizas.
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