Solidaridad entre sudaneses y recelo egipcio ante la llegada masiva de refugiados
Buena parte de los m¨¢s de 350.000 refugiados que han huido de la violencia en Sud¨¢n han llegado a Egipto, donde ya hab¨ªa una numerosa comunidad que teme ahora verse marginada y ser blanco de m¨¢s ataques racistas
La familia Osman, compuesta por ocho miembros, apenas ha bajado del tren, pero Bakry Ahmed ya est¨¢ acribill¨¢ndoles a preguntas. El corpulento hombre con camisa de cuadros grises y blancos quiere saber si la familia viene de Sud¨¢n. ¡°S¨ª, lo sospechaba. ?Tienen ya d¨®nde alojarse, transporte?¡± Abu Osman, un hombre entrado en a?os, con gafas y camiseta roja, es la persona de contacto como cabeza de familia. Escucha con recelo la retah¨ªla de preguntas de Ahmed. No, no necesitan ayuda, dice, ligeramente irritado. Pero Ahmed ya no puede o¨ªrle porque se dirige a la salida de la estaci¨®n central de El Cairo, con una de las maletas de los Osman a cuestas.
Al igual que m¨¢s de 350.000 sudaneses, esta familia ha huido de los combates que se registran en su pa¨ªs desde mediados de abril. Casi la mitad de los que han hecho las maletas han terminado en Egipto. La familia Osman ha viajado durante d¨ªas desde la capital de Sud¨¢n, Jartum, hasta la frontera con Egipto. La noche anterior hab¨ªan tomado el tren lento a El Cairo desde la ciudad meridional de Asu¨¢n.
Se calcula que en Egipto viven nueve millones de migrantes y refugiados, de los cuales al menos cuatro millones provienen de Sud¨¢n
El vigoroso Ahmed gu¨ªa a los agotados miembros de la familia hasta los taxis aparcados en Ramsisplein. Solo cuando todos se han hacinado en dos veh¨ªculos muy viejos y est¨¢n a punto de partir hacia su residencia temporal, la desconfianza hacia Ahmed parece llegar a su fin. ¡°?Usted no viene?¡±, pregunta la mujer de Abu Osman. ¡°?Ni siquiera necesita dinero? Alabado sea Al¨¢¡±, dice riendo, aliviada. Desde la ventanilla bajada sigue d¨¢ndole las gracias a Ahmed, hasta que los coches se incorporan al ca¨®tico tr¨¢fico de la capital egipcia.
Los enfrentamientos entre el ej¨¦rcito y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo R¨¢pido (FAR) por controlar el poder en Sud¨¢n han provocado al menos 860 muertos y m¨¢s de 5.500 heridos, seg¨²n la ONU, sobre todo en la capital, Jartum, y en Darfur, en el oeste, donde las FAR tienen mayor presencia. Los combates prosiguen ante la falta de acuerdo entre las partes y la situaci¨®n es ¡°desgarradora¡± y ¡°desesperada¡±, en palabras del alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos (ACNUDH), Volker T¨¹rk.
¡°Debemos ayudarnos mutuamente¡±
¡°Solo es takaful, solidaridad¡±, explica algo m¨¢s tarde un Ahmed satisfecho mientras sorbe un vaso de t¨¦ muy dulce en Adly, un barrio del centro de El Cairo donde viven muchos sudaneses. ¡°Somos hermanos y hermanas, tenemos que ayudarnos¡±. Cerca hay una peluquer¨ªa sudanesa y varios grupos de compatriotas fuman sentados en las terrazas de las cafeter¨ªas, mientras ven un partido de f¨²tbol.
Se calcula que en Egipto viven nueve millones de migrantes y refugiados, de los cuales al menos cuatro millones provienen de Sud¨¢n. Esa cifra crece cada d¨ªa debido a los combates en el vecino del sur: seg¨²n el Gobierno egipcio, en las ¨²ltimas semanas han cruzado la frontera m¨¢s de 60.000 sudaneses.
Ahmed, que es profesor de m¨²sica, llevaba a?os sin trabajar para Takamol, una organizaci¨®n que se ocupa de la numeros¨ªsima comunidad sudanesa en Egipto. ¡°Pero en cuanto estall¨® el conflicto, mi tel¨¦fono se puso a sonar inmediatamente¡±, recuerda Ahmed. Como l¨ªder de la comunidad, cree que su deber es actuar. ¡°Buscan sobre todo trabajo y cobijo e intentamos ayudarles con eso¡±, explica.
La mayor¨ªa de los sudaneses que han huido a Egipto pertenecen a las clases acomodadas del pa¨ªs. Solo ellos pueden permitirse pagar los car¨ªsimos billetes de autob¨²s (500 euros cada uno) desde la capital, Jartum, hasta la aldea fronteriza de Halfa. Nageeb Khalifa, jubilado, y su hijo adulto Ashraf, que llegaron a El Cairo hace una semana, pertenecen a esa ¨¦lite sudanesa. Nageeb pas¨® la mayor parte de su vida trabajando para la ONU en zonas de conflicto de todo el mundo. En 2012, con el dinero que gan¨® durante su carrera, compr¨® una segunda vivienda en Al Rehab, un gigantesco barrio de nueva construcci¨®n al este de El Cairo.
Desde el octavo piso, Khalifa, un hombre fr¨¢gil vestido con un holgado ch¨¢ndal, contempla los centenares de edificios de apartamentos id¨¦nticos que se han alzado en el desierto, en la zona denominada ¡°el Nuevo Cairo¡±. No ha vivido antes en la casa y le faltan algunos muebles. ¡°A¨²n no tenemos televisor¡±, dice encogi¨¦ndose de hombros, ¡°as¨ª que nos pasamos el d¨ªa mirando el tel¨¦fono para saber si hay noticias de Sud¨¢n¡±. Padre e hijo han sido los primeros en llegar al espacioso apartamento; otros cinco miembros de la familia a¨²n est¨¢n de camino.
La mayor¨ªa de los sudaneses que han huido a Egipto hasta el momento pertenecen a la ¨¦lite. Solo ellos pueden permitirse pagar los car¨ªsimos billetes de autob¨²s (500 euros cada uno) desde la capital, Jartum, hasta la aldea fronteriza de Halfa
En Jartum, los dos viv¨ªan cerca de los estudios de la radiotelevisi¨®n estatal sudanesa, un lugar estrat¨¦gico por el que se libraban duros combates. ¡°Los misiles volaban sobre nuestras cabezas¡±, recuerda Khalifa mientras enciende un cigarrillo. ?l y su hijo no salieron de casa hasta que los bombardeos cesaron de repente, al cabo de semana y media. ¡°Fue un momento extra?o¡±, prosigue Khalifa, ¡°porque ten¨ªa la sensaci¨®n de que nos faltaba algo. Ya nos hab¨ªamos acostumbrado a los sonidos de la guerra. Curiosamente, el miedo no lleg¨® hasta ese momento¡±. Aprovech¨® la pausa de los combates para huir hasta la frontera egipcia con su hijo y su cu?ado.
Aunque Khalifa es propietario de un apartamento en El Cairo y su hijo consigui¨® el visado en un abrir y cerrar de ojos gracias a sus buenos contactos, los guardias fronterizos egipcios los miraban con malos ojos. ¡°Hablaban deliberadamente de ya zol¡±, cuenta el padre. ¡°Significa algo as¨ª como ¡®ese hombre¡¯. Lo dec¨ªan de forma despectiva; su lenguaje corporal y sus expresiones faciales eran de burla. Nunca hablar¨ªan as¨ª a su propia gente¡±. Aun as¨ª, no le dieron importancia. ¡°Ten¨ªamos que cruzar esa frontera¡±.
Racismo creciente
El racismo contra los sudaneses es un problema en Egipto desde hace d¨¦cadas. En marzo del a?o pasado, centenares de manifestantes sudaneses salieron a las calles de El Cairo para protestar por el acoso y el trato xen¨®fobo que reciben por parte de los egipcios. Los manifestantes fueron detenidos violentamente y golpeados por la polic¨ªa, tras lo cual se les oblig¨® a realizar trabajos forzados sin condena. Seg¨²n fuentes de la organizaci¨®n de derechos humanos Human Rights Watch, la polic¨ªa dec¨ªa supuestamente a los sudaneses: ¡°Sois vagos y ten¨¦is que trabajar; est¨¢is causando muchos problemas y ruido aqu¨ª en Egipto¡±.
Los sudaneses temen que el racismo aumente si m¨¢s compatriotas siguen huyendo a los pa¨ªses vecinos. Adem¨¢s de los 350.000 sudaneses que han huido ya de su pa¨ªs, 1,4 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares desde que comenzaron los enfrentamientos a mediados de abril, seg¨²n la ONU. Dado que la ayuda es lenta y no ha empezado a llegar a Sud¨¢n hasta ahora, muchos no tienen un refugio decente, lo que podr¨ªa significar que el ¨¦xodo sudan¨¦s a Egipto se prolongar¨¢ durante alg¨²n tiempo. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, prev¨¦ que m¨¢s de 800.000 ciudadanos huyan m¨¢s all¨¢ de sus fronteras.
¡°Si los combates prosiguen y la gente no puede regresar a sus hogares, habr¨¢ grandes problemas¡±, afirma el jubilado Nageeb Khalifa, dando una calada a su cigarrillo. Cuando trabajaba como director de operaciones para la ONU, vio c¨®mo los grandes grupos de refugiados ejercen presi¨®n sobre la econom¨ªa y la cohesi¨®n social. ¡°Incluso el dinero de los sudaneses m¨¢s ricos se acabar¨¢ en alg¨²n momento¡±, afirma. ¡°As¨ª que, en alg¨²n momento, tendr¨¢n que buscar trabajo de verdad¡±. Egipto se enfrenta ya a importantes problemas de desempleo y esta situaci¨®n har¨¢ que haya a¨²n m¨¢s presi¨®n social sobre los sudaneses.
El l¨ªder comunitario Bakry Ahmed tambi¨¦n est¨¢ preocupado. ¡°A los sudaneses nos dicen frecuentemente que estamos haciendo que los precios, ya altos de por s¨ª, suban todav¨ªa m¨¢s, porque venimos aqu¨ª con nuestro dinero¡±, asegura. Ahmed explica que al principio quer¨ªa ayudar a sus compatriotas por caridad, pero ahora el miedo tambi¨¦n es un motivo importante para seguir haci¨¦ndolo. Porque si un gran grupo de refugiados m¨¢s pobres llega a Egipto, toda la comunidad sudanesa podr¨ªa sufrir las consecuencias, prev¨¦ este hombre.
¡°Si hay refugiados que necesitan ayuda continua, podr¨ªa haber muchos problemas en Egipto, donde ya hay muchas dificultades. Temo lo que nos deparar¨¢ el futuro si siguen llegando grandes grupos de sudaneses¡±, concluye.
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