¡°Los amigos se convirtieron en extra?os, todo se vino abajo¡±: la toma de poder de los talibanes en primera persona
Un estudiante de Periodismo afgano recuerda c¨®mo vivi¨® el retorno de los fundamentalistas y c¨®mo el pa¨ªs que conoc¨ªa desapareci¨® en cuesti¨®n de horas
En agosto de 2021 comenc¨¦ unas pr¨¢cticas de periodismo en una de las cadenas de televisi¨®n de la ciudad de Herat. Apenas hab¨ªamos empezado a trabajar cuando la ciudad, y luego el pa¨ªs, cayeron en manos de los talibanes. El Gobierno de Afganist¨¢n se derrumb¨® y la belleza de la ciudad y el aspecto de su gente cambiaron en un instante: rara vez se ve¨ªa a una chica por la calle, los hombres ya no vest¨ªan como para ir a la oficina y casi todos empezaron a dejarse crecer la barba. Me pareci¨® que hasta los minaretes de Herat estaban torcidos y deformes.
Poco despu¨¦s de que los talibanes tomaran el poder en Kabul, mi compa?ero de clase y yo nos dirig¨ªamos a la cadena de televisi¨®n en moto. Ya hab¨ªamos hecho el trayecto muchas veces, pero aquel d¨ªa era totalmente distinto. El camino parec¨ªa m¨¢s largo de lo habitual y era como si hubiera una pesadez invisible en la ciudad, reflejo sin duda de lo que ocurr¨ªa en el interior de sus habitantes. Antes de que los talibanes tomaran Herat, mi compa?ero y yo habl¨¢bamos mientras recorr¨ªamos este trayecto, pero ese d¨ªa no intercambiamos una palabra. En cuanto pasamos los minaretes de la ciudad en direcci¨®n al cruce de Tank-e-Malawi, mi coraz¨®n empez¨® a acelerarse. ¡°Los talibanes no tienen nada que decirte, eres un estudiante, no has hecho nada malo¡±, me repet¨ªa a m¨ª mismo.
Vi a unos fundamentalistas con armas en las manos parados a un lado de la calle. Ten¨ªan el pelo largo y oscuro y sus ropas parec¨ªan manchadas de polvo y mugre. Estaban observando el tr¨¢fico. Uno de ellos levant¨® la mano para detener nuestra motocicleta. Estaba aterrorizado. En cuanto baj¨¦ de la moto, el talib¨¢n me registr¨® y me pidi¨® el carn¨¦ de identidad. A mi cabeza vinieron las fotograf¨ªas de los cuerpos ensangrentados y magullados de los reporteros de un peri¨®dico local, que hab¨ªan sido detenidos por los talibanes en Kabul y golpeados hasta casi morir.
?El periodismo es un crimen para los talibanes? Es una pregunta para la que no tengo respuesta todav¨ªa. En aquel momento, con los talibanes registr¨¢ndonos, tem¨ª que mi compa?ero y yo fu¨¦ramos detenidos y golpeados solo por ser estudiantes de Periodismo. Para calmarme, me repet¨ªa a m¨ª mismo que no era un delincuente: ¡°Eres un estudiante y ya est¨¢. Calma, no eres una persona tan importante como para preocuparte¡±. Finalmente, el fundamentalista nos dijo que nos fu¨¦ramos. Despu¨¦s de conducir unos minutos en silencio, por fin llegamos a la puerta de la oficina.
En la pared, junto al timbre, hab¨ªa un papel con las palabras ¡°Emirato Isl¨¢mico¡± y la bandera de los talibanes. Debajo estaba escrito: ¡°Esta oficina de televisi¨®n ha sido registrada por las fuerzas del Emirato Isl¨¢mico, y ning¨²n soldado tiene derecho a volver a registrarla sin permiso¡±. Tocamos el timbre y el guardia nos mir¨® por la peque?a mirilla de la puerta. ¡°?Hab¨¦is vuelto?¡±, dijo mientras abr¨ªa la puerta.
El edificio de varias plantas, habitualmente lleno de gente, parec¨ªa vac¨ªo. Entramos en la oficina y nos dimos cuenta de que las televisiones estaban apagadas. Hab¨ªa muchos colegas en la oficina, pero todos estaban ocupados con sus tel¨¦fonos. En cuanto el jefe de informativos nos vio, se volvi¨® hacia los dem¨¢s riendo y dijo: ¡°?Mirad a estos dos! ?Han vuelto!¡±. Luego se dirigi¨® a nosotros y pregunt¨®: ¡°?No hab¨¦is ido a Kabul para coger un avi¨®n y abandonar el pa¨ªs?¡±.
De alguna manera, en nosotros a¨²n vive la esperanza. Lo hemos perdido todo y, sin embargo, seguimos so?ando.Estudiante afgano
No le respondimos. No sab¨ªamos qu¨¦ decir. Ambos fuimos a nuestros asientos habituales y nos sentamos ante el ordenador. Cerca, los escritorios de nuestras dos compa?eras estaban vac¨ªos. M¨¢s tarde me puse en contacto con ellas. Me dijeron que les hab¨ªan dicho que no vinieran. ¡°El director de informativos dijo que los talibanes vinieron ayer a la oficina y ordenaron que las mujeres no pueden trabajar en televisi¨®n hasta nuevo aviso¡±, explic¨®.
La mesa del director de la cadena tambi¨¦n estaba vac¨ªa. Hab¨ªa huido con otro de nuestros colegas a Kabul con la esperanza de tomar un vuelo de evacuaci¨®n. Salvo estas pocas palabras que nos dirigieron al llegar, ese d¨ªa en la oficina nadie nos prest¨® la m¨¢s m¨ªnima atenci¨®n. Todos estaban concentrados en escribir y enviar correos electr¨®nicos a organizaciones extranjeras con la esperanza de ser evacuados. Nunca olvidar¨¦ la pesada atm¨®sfera que reinaba. Costaba creerlo.
El ambiente amistoso y las bromas de unos d¨ªas atr¨¢s se hab¨ªan esfumado. Cambiaron tan r¨¢pidamente como la vestimenta de la gente en la calle. Era duro soportar ese cambio de 180 grados en la mayor¨ªa de las personas. Salimos de la oficina sin firmar la hoja de final de la jornada, como hac¨ªamos antes, y volvimos a casa, de nuevo en silencio. Las calles estaban llenas de gente asustada y enfadada. La tensi¨®n se sent¨ªa en todas partes. Aquel d¨ªa, cuando los talibanes tomaron el poder, no solo hicieron a?icos el sistema pol¨ªtico y las fuerzas de seguridad, sino tambi¨¦n el tejido de Afganist¨¢n. Las relaciones se fracturaron. Los amigos se convirtieron en extra?os, todo se vino abajo.
No s¨¦ c¨®mo hemos soportado estos dos a?os oscuros. De alguna manera, en nosotros a¨²n vive la esperanza. Lo hemos perdido todo y, sin embargo, seguimos so?ando. Parafraseando al famoso poeta persa Hafez, hay que ser paciente con esta pena para que finalmente la noche se convierta en amanecer.
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