La igualdad acelera el desarrollo humano
No podremos alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible si no mejoramos la gobernanza y reducimos la desigualdad. Los derechos humanos proveen el marco para conseguirlo en aras de una poblaci¨®n pr¨®spera y equitativa
En las ¨²ltimas d¨¦cadas, hemos avanzado en la comprensi¨®n de que la lucha contra la pobreza es fundamental para la consecuci¨®n de los derechos humanos. Ahora bien, todav¨ªa queda mucho camino para que se entienda bien la importancia de reducir las desigualdades en vista a erradicar el hambre y la malnutrici¨®n, el trabajo infantil, el analfabetismo y otras lacras que afectan a miles de millones de personas.
Acabar con la pobreza no es suficiente. La desigualdad provoca que personas que no son pobres sufran de carencias muy notables en el disfrute de sus derechos econ¨®micos y sociales, incluso en sociedades donde en t¨¦rminos generales hay niveles elevados de desarrollo. Por ejemplo, desigualdad es la brecha de g¨¦nero en t¨¦rminos de ingresos en los pa¨ªses de la OCDE.
Todav¨ªa existen ideas equivocadas acerca de la desigualdad. Con frecuencia se concibe como un efecto colateral inevitable: como una mera diferencia en los niveles de ingresos, una simple consecuencia de las decisiones individuales o el resultado de limitantes externos como los factores ambientales. Sin embargo, lo cierto que la desigualdad se sostiene, ante todo, en asimetr¨ªas de poder, din¨¢micas de discriminaci¨®n, segregaci¨®n e infravaloraci¨®n.
La desigualdad se puede manifestar a trav¨¦s de distintas v¨ªas. Por ejemplo, al no poder acceder de modo regular y estable a los alimentos necesarios para no padecer hambre, precariedad en la que en 2020 se encontraron 928 millones de personas (148 millones m¨¢s que el a?o anterior). Si subimos el list¨®n a algo tan razonable como llevar una dieta saludable, encontraremos que 3.000 millones de personas no pueden permit¨ªrselo. La falta de acceso a una alimentaci¨®n adecuada, junto a otros factores, contribuye al crecimiento de la malnutrici¨®n y las enfermedades no contagiosas asociadas. En Espa?a, la prevalencia de obesidad en menores de entre cuatro y 14 a?os es el triple en las familias de ingresos m¨¢s bajos respecto a los grupos de renta m¨¢s alta. Esta tendencia no es diferente de la que se presenta en Europa y Am¨¦rica, y cada vez m¨¢s en otras partes del mundo, donde la prevalencia de esta patolog¨ªa es mayor en los grupos socio-econ¨®micamente m¨¢s vulnerables, tanto en los ni?os como en adultos.
La desigualdad se sostiene ante todo en asimetr¨ªas de poder, din¨¢micas de discriminaci¨®n, segregaci¨®n e infravaloraci¨®n
La desigualdad tambi¨¦n supone tener una vida m¨¢s corta y con m¨¢s enfermedades. En muchos pa¨ªses, los sistemas para garantizar la inocuidad de los alimentos solo se preocupan de las necesidades del sector formal de la econom¨ªa, mientras que el resto padece infecciones que afectan a su nutrici¨®n e ingresos. A veces, como es el caso de buena parte de ?frica subsahariana y el sur de Asia, esa dualidad no evita que el conjunto de la sociedad quede expuesto de modo regular a contaminantes como las aflatoxinas, que en el largo plazo debilitan el sistema inmunitario y favorecen diversos tipos de c¨¢ncer, en particular del h¨ªgado.
Las desigualdades de ingresos en alimentaci¨®n adecuada, acceso a agua y educaci¨®n, entre otros, terminan reflej¨¢ndose en la esperanza de vida. La diferencia entre los 10 pa¨ªses y territorios con mayor y menor esperanza de vida es de un 30%, 83 y 59 a?os respectivamente. Como referencia, la media mundial es de 73 a?os. Entre la poblaci¨®n de cada uno ocurre lo mismo entre los diferentes grupos socioecon¨®micos. En Estados Unidos, la diferencia de vida en varones de 40 a?os de los grupos del 1% con ingresos m¨¢s altos y m¨¢s bajos se estim¨® en 15 a?os para el periodo 2001-2014, siendo de 10 a?os en el caso de las mujeres.
No solo quedan afectados los derechos econ¨®micos, sociales y culturales, sino tambi¨¦n la capacidad de los m¨¢s vulnerables por ejercer sus derechos pol¨ªticos y civiles y usarlos como palanca para disfrutar de todos ellos. En algunos casos, a causa de discriminaciones expl¨ªcitas y recurrentes por g¨¦nero, edad, etnia, nivel socioecon¨®mico u otra caracter¨ªstica personal o comunitaria. En un sentido m¨¢s amplio, por la disminuci¨®n de la autonom¨ªa que conllevan la precariedad, el menor acceso a la educaci¨®n y la informaci¨®n, la acumulaci¨®n de riesgos y el deterioro de la resiliencia.
Como vemos, la desigualdad no solo supone poder ejercer menos opciones, sino tambi¨¦n una vida m¨¢s corta y con m¨¢s enfermedades y penalidades, as¨ª como enfrentarse a mayores dificultades para aprovechar los mecanismos de movilidad social y la perpetuaci¨®n de la pobreza para las siguientes generaciones.
Con un panorama como el descrito anteriormente, podr¨ªamos tener la tentaci¨®n de desmoralizarnos y abandonar todo esfuerzo, sobre todo si le sumamos los retos del cambio clim¨¢tico y los retrocesos ocasionados por la crisis detonada por la covid-19. Si no rompemos las din¨¢micas que perpet¨²an e incluso agrandan la desigualdad, no podremos tener ¨¦xito en enfrentar algunos de los retos colosales de la humanidad, entre ellos la transformaci¨®n de los sistemas alimentarios, la adaptaci¨®n y mitigaci¨®n al cambio clim¨¢tico o la plena incorporaci¨®n de los j¨®venes a la sociedad, quienes actualmente no encuentran ni oportunidades suficientes ni mecanismos que les den voz en la toma de decisiones.
Afortunadamente, contamos con las herramientas que nos pueden permitir salir adelante.
Las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la bioeconom¨ªa tienen un potencial tremendo. Ahora bien, por s¨ª mismas no podr¨¢n producir el cambio que necesitamos, sino que m¨¢s bien han de estar al servicio de la sociedad. De lo contrario, incrementar¨¢n la desigualdad y los riesgos.
El conjunto de transformaciones que tenemos ante nosotros requiere una profunda revisi¨®n y el fortalecimiento de la gobernanza tanto a nivel global como en cada uno de los pa¨ªses. Se trata de lograr consensos amplios y duraderos que los mecanismos de gobernanza actual no est¨¢n proveyendo de modo suficiente. Tambi¨¦n se precisa una redistribuci¨®n de roles de muchas de nuestras instituciones y un mejor reparto de responsabilidades en lo internacional, lo nacional y lo local en vistas de la interdependencia y la complejidad que caracteriza el mundo actual.
La acci¨®n colectiva que necesitamos para hacer sostenibles e inclusivos los sistemas alimentarios, y afrontar el cambio clim¨¢tico solo puede funcionar si cada de uno de nosotros cambia su comportamiento. Esos cambios de comportamiento masivo ¨²nicamente ser¨¢n posibles si hay incentivos y confianza en c¨®mo se reparten los costes y si son viables para cada persona, hogar y comunidad. El conjunto de retos que afrontamos est¨¢n entrelazados: no podremos alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible si no mejoramos la gobernanza y reducimos la desigualdad. Los derechos humanos proveen el marco para fortalecer esa gobernanza y reducir la desigualdad en aras de una humanidad prospera y equitativa en un planeta compartido.
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