Yo soy porque nosotros somos. Para Xavi M¨°dol In memoriam
El 4 de mayo falleci¨® Xavi M¨°dol. Un luchador incansable por la salud de las personas y convencido internacionalista, que logr¨® orientar durante m¨¢s de tres d¨¦cadas la forma de entender y practicar la cooperaci¨®n en el ¨¢mbito sanitario a nivel global
Me cuesta recordar en qu¨¦ a?o se produjo nuestro primer encuentro. Quiz¨¢s fue el 2005. Incluso dudo si fue en las costas occidentales u orientales del continente africano. En aquellos a?os, sentarnos frente al oc¨¦ano para ver salir el sol o posarse al atardecer era sin¨®nimo de estar en Maputo o en Luanda. La ¨²nica certeza es que ambos, con un intervalo de m¨¢s de una d¨¦cada, aterrizamos por primera vez cara al Atl¨¢ntico. Nuestra escuela fue Angola. La tuya y la de Teru, tu compa?era de vida, fue m¨¢s dura, pues vivisteis la guerra en su m¨¢xima expresi¨®n.
En muy poco tiempo, las conexiones entre las dos costas fueron creciendo como dendritas neuronales hasta crear una mara?a de vivencias que hoy d¨ªa se antojan confusas en el tiempo-espacio, pero v¨ªvidas en sensaciones y sentimientos. Casi 20 a?os despu¨¦s, poco me importa la rigurosidad de los recuerdos, pues el tiempo ha destilado la esencia de lo vivido y todo se reduce a la fortuna de haberte conocido, aprendido y compartido a?os de aventuras y tribulaciones en las que t¨² siempre nos llevabas a?os de ventaja.
Algunas de las cuestiones que rondan en mi cabeza en estos d¨ªas ya las compart¨ª contigo. Otras han quedado en el tintero. No creo que la muerte llegue en buena hora para nadie, pese a que, como dijiste en nuestras ¨²ltimas charlas, a ti te encontrar¨ªa en paz, pues tu existencia era de esas que mucha gente lee en biograf¨ªas o ve en pel¨ªculas que homenajean trayectorias vitales extraordinarias. Nos dejaste el 4 de mayo. No daba con el estado mental para escribirte. Ahora que viajo a m¨¢s de 300 km/hora regresando de tu funeral, cruzando eternos vi?edos y campos de almendros, he logrado hilar las cuentas de este collar que ha sido nuestra amistad. El movimiento siempre fue nuestra constante.
?frica nos abraz¨® en nuestro primer encuentro y nos arrum¨® de nuevo en nuestra despedida. Tu amor y fascinaci¨®n por el continente eran m¨¢s que evidentes. Pienso que, en realidad, te fuiste africanizando con la edad. Lograbas entender los c¨®digos, las claves, las frases y los silencios. Lo viv¨ª por primera vez durante nuestra visita a un peque?o hospital, en Luanda, hace casi 20 a?os, cuando encontramos a la Dra. Ana, una angole?a luminosa, la ¨²nica doctora en una regi¨®n de m¨¢s de un mill¨®n de personas. Ella se dirigi¨® a ti para desahogarse, drenar algo del estr¨¦s que le provocaba la angustia de carecer de medios y personal para poder atender a toda la gente que desear¨ªa. Recuerdo perfectamente como se abri¨® ante tus preguntas, las muestras de apoyo, la conexi¨®n que ven¨ªa por haber compartido una realidad com¨²n. T¨² ya hab¨ªas ejercido como m¨¦dico en Mozambique. Conoc¨ªas desde dentro las penurias de sistemas de salud raqu¨ªticos y disfuncionales. La Dra. Ana encontr¨® un ¡°irm?o¡± con el que desahogarse. La verdad estaba en tu mirada.
No descubro nada si digo que eras de esa generaci¨®n de ¡°trabajadores de la cooperaci¨®n¡± que est¨¢ en extinci¨®n. Hombres y mujeres que se hicieron a s¨ª mismos, abriendo camino, sujetando fuerte las riendas de la vida, sin pautas preestablecidas, sin cursos milagrosos que prometen convertirte en cooperante o darte la receta de c¨®mo trabajar en pa¨ªses del sur. Exist¨ªa esa humildad y compromiso de querer conocer la realidad de primera mano y de contribuir a cambiarla, desde la pr¨¢ctica m¨¦dica y, sobre todo, desde la gesti¨®n sanitaria. A diferencia de muchas otras personas, desde el primer momento supiste que lo p¨²blico, lo colectivo, ten¨ªa que ser la respuesta, incluso en aquellas latitudes en las que pensar en un sistema de salud no era m¨¢s que una utop¨ªa. Construir desde abajo y llevar ese conocimiento a las grandes esferas, d¨®nde se toman las decisiones. Estirar hasta el l¨ªmite la cobertura para que la salud sea un derecho y una persona m¨¢s, aunque sea solo una m¨¢s, pueda gozarlo como nos merecemos.
Desde el primer momento supiste que lo p¨²blico, lo colectivo, ten¨ªa que ser la respuesta, incluso en aquellas latitudes en las que pensar en un sistema de salud no era m¨¢s que una utop¨ªa.
Supongo que de esa africanidad de la que siempre habl¨¢bamos, de esa conexi¨®n con la tierra roja, de tu visi¨®n adelantad¨ªsima a la ¨¦poca y de una valent¨ªa mezclada con algo de indispensable insolencia, surgieron ideas, all¨¢ a mediados de los 90, como la de canalizar parte del dinero de los proyectos de cooperaci¨®n hacia los presupuestos p¨²blicos de peque?as comunidades africanas. Me contaste que poca gente entendi¨® esa propuesta, que al principio muchas personas cre¨ªan que los responsables locales de salud se robar¨ªan todo ese dinero y otras predicciones catastrofistas. Hoy en d¨ªa, la ayuda presupuestaria es una metodolog¨ªa utilizada a nivel mundial, desde los niveles administrativos m¨¢s bajos a esferas nacionales.
Te ganaste el respeto de los trabajadores de salud compartiendo la pr¨¢ctica diaria, de los gestores y los pol¨ªticos, demostr¨¢ndoles que entend¨ªas sus penurias para poner combustible a una ambulancia o reparar la nevera que manten¨ªa la efectividad de las vacunas. La lista es infinita. Creabas formas de trabajo alternativas, diferentes, visionarias. No exagero si digo que decenas de organizaciones han evolucionado gracias a tu ingenio y, sobre todo, al desapego por capitalizar tu conocimiento. Supongo que tendr¨ªas tu ego, pero en 20 a?os no puedo m¨¢s que recordar ejercicios de generosidad, de compartir conocimientos y ayudarnos a todos a orientar nuestros caminos.
No te conformaste con ser experto en el terreno ni te acomodaste en un solo pa¨ªs. Echaste toda esa experiencia a tu maleta, y con tu inseparable familia, invertisteis los ahorros en estudiar en una de las universidades de salud p¨²blica m¨¢s prestigiosas del planeta, la London School. Recuerdo c¨®mo se te iluminaban los ojos al hablar de esa ¨¦poca. Ah¨ª alimentaste tu potencial anal¨ªtico, estrat¨¦gico, tu capacidad para diseccionar datos y analizar contextos. Y tambi¨¦n uno de tus mayores placeres y virtudes: pasar horas y horas frente al ordenador, buceando entre informes, datos y tablas, queriendo saber m¨¢s y m¨¢s, leyendo sobre el contexto de los pa¨ªses, sus diarios y otras rarezas. Te mov¨ªas como pez en el agua en un desierto de Oriente Medio y en la telara?a de la web hasta dar con la informaci¨®n que buscabas. Te adaptabas como un camale¨®n, estaba en tu ADN.
Creabas formas de trabajo alternativas, diferentes, visionarias. No exagero si digo que decenas de organizaciones han evolucionado gracias a tu ingenio
Pero no todo era trabajo. No te perd¨ªas ni una fiesta, ni una comida, ni una cerveza al acabar la jornada. Te recuerdo en la cocina, en los fogones, preparando delicias ¨¢rabes mientras urd¨ªamos planes de proyectos futuros. No dejabas a nadie atr¨¢s: lo tuyo era nuestro y as¨ª te constru¨ªas a ti mismo. Fuimos grupo, tribu, esa subcultura de resistencia que aprendimos a cuidar en diversas geograf¨ªas. ¡°Yo soy porque nosotros somos¡±, el Ubuntu, la filosof¨ªa africana de zul¨²s y xhosas.
En ?frica aprend¨ª a creer en los ancestros sin creer en lo espiritual. Son aquellos que te acompa?an siempre en las decisiones importantes, en las risas y en los llantos, en los nacimientos y en las p¨¦rdidas. Ayer, en aquella peque?a parroquia de Madrid, estuviste presente, con esa sonrisa socarrona que no te abandonaba jam¨¢s. Dec¨ªa Barthes, ¡°?no se puede definir la?amistad?como un?espacio de sonoridad?total?¡±. Yo considero que s¨ª, pues ahora resuenas por todos lados y eso ayuda a aplacar la tristeza. Creo que no nos dejar¨ªas quejarnos ni lloriquear. Seguro que dir¨ªas una genialidad de las tuyas, directa e indiscutible, como ¡°a la muerte hay que llegar vivo¡±. Y s¨ª, maestro, t¨² llegaste muy vivo.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aqu¨ª a nuestra ¡®newsletter¡¯.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.