Socialdemocracia
Es f¨¢cil para los poderosos hacer recaer la carga impositiva de clases medias para abajo
El ¡°socialismo real¡± pas¨® a mejor vida en 1989, aun cuando los s¨ªntomas de su decrepitud fueran visibles desde los a?os setenta. Fue en esta ¨²ltima d¨¦cada tambi¨¦n cuando la crisis econ¨®mica puso de relieve la inviabilidad de las pol¨ªticas keynesianas, que hasta entonces hab¨ªan fundamentado el progreso econ¨®mico y social en los pa¨ªses desarrollados. La figura del affluent worker, del trabajador que hab¨ªa alcanzado el nivel de vida de las clases medias, su acceso a la cultura y la protecci¨®n del Estado de bienestar, era la ant¨ªtesis del proletario miserable del siglo XIX y de principios del XX. La socialdemocracia aparec¨ªa como gran triunfadora, al haber promovido las grandes reformas y la ciudadan¨ªa social all¨ª donde tuvo el poder. Incluso las grandes movilizaciones sociales que acompa?aron al 68, las ¨²ltimas del siglo, especialmente en pa¨ªses como Francia o Italia, tuvieron como referente esa situaci¨®n de relativa opulencia, desde la cual buscaban proyectarse hacia una nueva sociedad. Era posible ser hippie, porque tambi¨¦n era posible reintegrarse a voluntad en el mercado de trabajo, incluso compatibilizar ambas cosas, como aquel joven profesor de mi facultad que se disfrazaba de contestatario para dar clase, mientras por la ma?ana luc¨ªa chaleco en su despacho del ministerio.
Aquel tiempo feliz se ha desvanecido, y si bien la socialdemocracia no sufri¨® la suerte del movimiento comunista, lo cierto es que sus posibilidades de supervivencia y afirmaci¨®n se hicieron cada vez m¨¢s precarias. Las profundas transformaciones tecnol¨®gicas, al determinar un vuelco en las relaciones de trabajo, privaron a los partidos y sindicatos reformistas tanto de su base social de siempre como de sus medios de acci¨®n tradicionales. Globalizaci¨®n, imperio del capital e imagen generalizada de que este ha de ser el referente privilegiado de cualquier pol¨ªtica econ¨®mica, empujan a la socialdemocracia hacia una posici¨®n estrictamente defensiva respecto del Estado de bienestar, alternando sobresaltos populistas con concesiones de fondo, si las cosas en apariencia van bien. Aunque la especulaci¨®n indique el camino del desastre, tal y como sucedi¨® aqu¨ª con el boom del ladrillo, con la contrapartida eso s¨ª de una efectiva defensa de los intereses de los trabajadores en temas como la contrataci¨®n colectiva y las pensiones. Sin olvidar tampoco los avances en la modernizaci¨®n de las leyes sociales. El balance es en todo caso claro: la ¨²ltima crisis ha borrado uno tras otro a los partidos socialistas europeos en el poder.
El descenso a los infiernos no significa que el papel hist¨®rico de la socialdemocracia se haya agotado. Todo lo contrario, si tenemos en cuenta lo que trae consigo la realizaci¨®n de la utop¨ªa neoliberal, con la desregulaci¨®n generalizada de los mercados y el desmantelamiento del Estado de bienestar. Recordemos que la ¨²ltima crisis no ha tenido por origen el relativo bienestar de los trabajadores, sino el auge incontrolado de un capitalismo especulativo. La desigualdad econ¨®mica se ha disparado hasta l¨ªmites impensables hace unas d¨¦cadas y la masa de parados no constituye el viejo ej¨¦rcito de reserva para una nueva fase de crecimiento, sino solo una bolsa de pobreza, s¨ªntoma del malgobierno econ¨®mico.
La socialdemocracia no puede limitarse a falsas soluciones populistas, tales como el recurso suicida al crecimiento de la deuda para conjurar los efectos de la crisis. Las reglas de juego en la UE est¨¢n ah¨ª, solo que la v¨ªa de los sacrificios debe verse acompa?ada por una acci¨®n eficaz contra los privilegios, especialmente en el terreno fiscal, promoviendo reformas que alcanzan a la propia UE: de poco sirve recortar pensiones si una empresa como Zara puede eludir nuestro sistema fiscal desde Dubl¨ªn. Es f¨¢cil para los poderosos hacer recaer la carga impositiva de clases medias para abajo mediante mecanismos de evasi¨®n fuera del alcance para quienes dependen de una n¨®mina. En sentido contrario, una pol¨ªtica de equidad, construida sobre la idea central de la democracia ha de ver en los ciudadanos una sociedad de iguales, debe partir de un an¨¢lisis susceptible de distinguir entre el empresario que invierte de acuerdo con la ley y todas las formas subsistentes de privilegio para la propiedad. Y para el Estado. No se trata solo de eliminar funcionarios, l¨¦ase reducir m¨¦dicos y profesores, sino de evitar la patrimonializaci¨®n del sector p¨²blico por el partido en el poder y con ello la trama de relaciones clientelares que se constituyen de forma ilegal o alegal (G¨¹rtel). Asumiendo incluso las hist¨®ricamente inevitables: privilegios fiscales de Euskadi y Navarra. ?Los extenderemos con el ¡°pacto fiscal¡± para Catalu?a? Neoliberalismo y corrupci¨®n encajan bien; para la socialdemocracia, ese v¨ªnculo lleva a la autodestrucci¨®n.
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