La luz de una vela cuando est¨¢ apagada
Su desmemoria simboliza la refriega que arrasa el tiempo que ¨¦l inaugur¨®
Lewis Carroll lo dijo: "Y trat¨® de imaginar c¨®mo era la luz de una vela cuando est¨¢ apagada". ?l, Adolfo Su¨¢rez, pudo ver c¨®mo se apagaba. Por ejemplo, al traspapelar en la memoria lo que deb¨ªa decir sobre su hijo Adolfo, cuando este quiso aventurarse en la pol¨ªtica activa. Vio esa luz antes que nada un d¨ªa en que tuvo que presidir, ya expresidente, una reuni¨®n de la Asociaci¨®n de la Lucha contra la Drogadicci¨®n. Comenz¨® a hablar, supo que entraba en los resbalones de la incoherencia y cedi¨® la palabra. Una noche, tras la entrega de los premios Mariano de Cavia, muy pronto a¨²n para detectar los s¨ªntomas, hall¨® a su alrededor ciertas miradas de estupor cuando de pronto solt¨® una frase que ten¨ªa poco que ver con lo que se estaba diciendo alrededor. Despu¨¦s rio. Su¨¢rez era Su¨¢rez. Su amigo Sancho Gracia lo dec¨ªa as¨ª: "Su¨¢rez era Su¨¢rez".
La luz se fue apagando hasta que ya no hubo nada que hacer, ¨¦l no sab¨ªa qu¨¦ hab¨ªa pasado, qu¨¦ estaba pasando, qui¨¦nes eran los que le rodeaban, c¨®mo se llamaban, por qu¨¦ lo quer¨ªan. El Rey lo iba a ver de vez en cuando, y tambi¨¦n lo iban a ver pol¨ªticos (una vez fue Alfonso Guerra, un encuentro muy especial), entre ellos gente que, mientras hubo luz, no lo quiso tanto; pero Su¨¢rez ("Su¨¢rez era Su¨¢rez") no tuvo rencor en vida, de modo que c¨®mo iba a llevarse el rencor a la desmemoria.
En esas visitas era afectuoso y cordial, deb¨ªa saber que esos v¨ªnculos existieron, o deb¨ªa intuir (algunos enfermos de la desmemoria se comportan as¨ª) que las visitas merecen siempre la distinci¨®n de la amistad. La visita m¨¢s famosa, adem¨¢s porque de ella hubo testimonio gr¨¢fico, fue la que le hizo el Rey, su amigo. Su hijo Adolfo les hizo, caminando hacia la nebulosa del jard¨ªn, un retrato de espaldas. A aquel Adolfo Su¨¢rez que se alimentaba como un pajarito, tortilla francesa, caf¨¦ con leche, tabaco, se le notaba la edad en los cuadriles y en el andar, qui¨¦n sabe c¨®mo ser¨ªa su semblante; el Rey lo agarraba por el hombro, le daba afecto. Los que lo ve¨ªan entonces sab¨ªan que ¨¦l no sab¨ªa qui¨¦n era el Rey, ni qu¨¦ pas¨® para que ¨¦l fuera el personaje audaz que puso a Espa?a en el camino de una transici¨®n que luego lo devor¨® quiz¨¢ para terminar devor¨¢ndose a s¨ª misma.
La desmemoria cay¨® sobre ¨¦l como una nube que le nubl¨® otros sufrimientos. La muerte de su mujer, Amparo Illana, ocurri¨® en 2001, dos a?os antes de que comenzara su deterioro mental, pero ya la muerte de Marian, su hija, en marzo de 2004, fue una noticia que lleg¨® a ¨¦l como un martillo sin sonido. Su hijo Adolfo se ocup¨® de todos los tr¨¢mites y quiso simular tranquilidad, sosiego, normalidad en la visita habitual al padre. Pero este, que fue ("Su¨¢rez era Su¨¢rez") uno de los espa?oles m¨¢s avispados de su tiempo, no hab¨ªa perdido del todo su poder de intuici¨®n, detuvo el camino de Adolfo el joven y le interpel¨® antes de que el hijo llegara a su altura. Tienes algo que decirme. Claro que ten¨ªa algo que decirle, "as¨ª que d¨ªmelo". Marian ha muerto. Entonces fue cuando Adolfo Su¨¢rez, sumido en la bruma de la desmemoria, pregunt¨® qui¨¦n era Marian.
El siguiente di¨¢logo se public¨® en un reportaje que yo mismo publiqu¨¦ aqu¨ª el 14 de junio de 2009:
"-?La has enterrado?
-S¨ª.
-Has hecho muy bien".
Despu¨¦s pas¨® lo que suced¨ªa todos los d¨ªas. El padre y el hijo, la misma contextura f¨ªsica, un parecido incre¨ªble en los gestos, en el tono de voz, en cierta picard¨ªa en los ojos, salieron a pasear por el c¨¦sped que ser¨ªa a?os despu¨¦s escenario de esa fotograf¨ªa en la que el Rey y el expresidente fueron incapaces de hablar de otra cosa que de lo que se dice entre desconocidos.
Hubo otro momento especial en estas postrimer¨ªas de la vida nublada del expresidente, cuyo relato debo a su hijo Adolfo, ejemplar en el tratamiento al padre y ejemplar en el trato que mereci¨® esta tragedia familiar. En un momento determinado, Su¨¢rez Illana, cat¨®lico como todos los Su¨¢rez Illana, crey¨® que el padre deb¨ªa recibir a un sacerdote, para despedirse en paz de esta tierra cuando llegara este momento. Fue entonces cuando Adolfo hijo invit¨® a cenar a la casa a Antonio Ca?izares, arzobispo que despu¨¦s empezar¨ªa a ascender en la Iglesia.
Este fue el di¨¢logo que me cont¨® Adolfo entre el cura y el expresidente:
-?Quieres que te administre el perd¨®n?
Su¨¢rez le respondi¨® al sacerdote:
-Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir el perd¨®n.
La confesi¨®n sigui¨®, sin la presencia del hijo. Lo que el sacerdote le dijo a este, cuando ya se abrieron las puertas de ese confesionario dom¨¦stico, fueron estas: "Te puedes quedar muy tranquilo". Entonces, cuando me cont¨® estas cosas, Adolfo Su¨¢rez Illana me dijo que en el padre ve¨ªa paz, ¡°no es responsable de nada; me doler¨¢ su p¨¦rdida, pero me da alegr¨ªa verle alegre y en paz. Est¨¢ vivo y eso lo convierte en un s¨ªmbolo¡±. A?adi¨® algo que resalta como una reflexi¨®n y como un reproche, consecuencia acaso de lo que vivi¨® Su¨¢rez cuando era presidente y sufri¨® embates despiadados de los suyos y de los contrarios: "Si estuviera muerto ya lo habr¨ªan olvidado; es una llamada permanente; su ausencia se hace presente. Si estuviera bien no se callar¨ªa, y una opini¨®n suya, con lo que sabe, seguramente resultar¨ªa muy inc¨®moda".
Cuando se produjo su desmemoria su figura ajena, diluida, parec¨ªa un s¨ªmbolo del tiempo que se estaba viviendo, en medio de una refriega pol¨ªtica que iba limitando cada vez m¨¢s el esp¨ªritu del tiempo que ¨¦l inaugur¨®. Su agravamiento parece certificar ahora que aquella luz que se fue haciendo una pavesa, como la propia luz de la Transici¨®n, acab¨® tambi¨¦n, se fue para siempre o est¨¢ oculta en las nubes que se le han ido diluyendo poco a poco a lo largo del tiempo.
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