Un hombre de Estado frente a las bayonetas
La contribuci¨®n de Su¨¢rez a la instauraci¨®n de la democracia fue monumental Tuvo su colof¨®n ¨¦pico cuando permaneci¨® impasible ante los rifles de los golpistas
La decisi¨®n del Rey, a principios de julio de 1976, de encomendarle a Adolfo Su¨¢rez la Jefatura del Gobierno caus¨® una sorpresa may¨²scula dentro y fuera de Espa?a. Nadie esperaba que el elegido para la tarea de construir la democracia fuera un falangista relacionado con el Opus Dei y antiguo favorito del almirante Carrero Blanco, el delf¨ªn de Franco asesinado por ETA. Su designaci¨®n irrit¨® a la derecha espa?ola: franquistas tradicionales, mon¨¢rquicos de toda la vida, democristianos y liberales hicieron cuanto pudieron para propiciar su fracaso desde el primer momento. Solo los afectos al Movimiento, herederos del antiguo partido fascista espa?ol, parec¨ªan m¨ªnimamente confortados. La oposici¨®n de izquierdas, por su parte, recibi¨® con amarga decepci¨®n el nombramiento. Era impensable que una figura como aquella pudiera encabezar la transformaci¨®n democr¨¢tica del pa¨ªs.
En ese ambiente, las dificultades para Su¨¢rez comenzaron de inmediato, cuando se percat¨® de los serios problemas que ten¨ªa para formar Gobierno. Durante 48 horas parec¨ªa aquella una misi¨®n imposible y probablemente lo hubiera sido si los democristianos, con Marcelino Oreja, Alfonso Osorio y Landelino Lavilla a la cabeza, no hubieran cedido finalmente a las presiones y demandas del propio Rey para incorporarse al gabinete. La aprobaci¨®n semanas m¨¢s tarde de una amnist¨ªa limitada, pero que puso en la calle a varios cientos de presos pol¨ªticos, fue el primer signo de que las cosas pod¨ªan estar empezando a cambiar en nuestro pa¨ªs. Hasta el punto de que Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista y exiliado en Par¨ªs, declar¨® que constitu¨ªa ¡°¡un paso hacia la reconciliaci¨®n de todos los espa?oles¡±.
Esa era en realidad la cuesti¨®n fundamental: poner fin a la Guerra Civil que hab¨ªa desangrado a Espa?a 40 a?os atr¨¢s y cuya memoria el dictador se hab¨ªa encargado de mantener viva y actuante. Durante casi dos siglos los espa?oles hab¨ªan soportado la existencia de un pa¨ªs partido en dos, dividido hasta la exasperaci¨®n entre buenos y malos, gobernado por el odio, sometido al integrismo religioso y bajo el ojo vigilante de la milicia. Comenzando por el Rey, quienes hab¨ªan de liderar la Transici¨®n pol¨ªtica espa?ola, de la dictadura a la democracia, ten¨ªan por delante una tarea ardua y nada sencilla. La elecci¨®n de Su¨¢rez para encabezar el proceso dej¨® por lo mismo perpleja a mucha gente. Su pragmatismo, su lealtad a quien le nombr¨®, su fe de converso a la democracia y su innegable dedicaci¨®n a la tarea por encima de cualquier otra consideraci¨®n, lograron vencer todas esas suspicacias e inaugurar un periodo brillante y prometedor en la historia de nuestro pa¨ªs.
Durante su etapa como presidente trat¨¦ con frecuencia, al igual que tantos otros periodistas, a Adolfo Su¨¢rez. Mantuve con ¨¦l una relaci¨®n personalmente cordial, aunque no tanto como para que se decidiera a parar la actividad frecuente del fiscal general del Estado contra mi persona y contra EL PA?S. Fruto de la misma fui procesado cinco veces y condenado a un a?o de c¨¢rcel por las opiniones editoriales del peri¨®dico, sin que su Gobierno se decidiera a indultarme ante la oposici¨®n notoria del Tribunal Supremo de la ¨¦poca. Pero tambi¨¦n fui testigo privilegiado de muchas de sus dudas, de las numerosas intrigas que sus propios compa?eros de partido tejieron contra ¨¦l y de la batalla, nada soterrada, que libr¨® durante a?os contra la presi¨®n de los militares golpistas que le acusaban de traidor y acabaron por provocar su dimisi¨®n. Desde la discrepancia pol¨ªtica pudimos tejer una relaci¨®n de amistad creciente y de confianza mutua. Fue fruct¨ªfera para ambos y, como es l¨®gico, se hizo m¨¢s estrecha y distendida una vez que le descabalgaron del poder.
Relatar¨¦ tres an¨¦cdotas que reservaba para mis memorias, pero que la ocasi¨®n merece sean puestas ahora de relieve. La primera se refiere a la primera entrevista que le hice siendo ya presidente. De acuerdo con el libro de estilo y las normas internas del peri¨®dico le entregu¨¦ sus declaraciones para que las corrigiera en caso de que yo hubiera tergiversado o recogido sin rigor sus palabras. La norma, todav¨ªa imperante, establec¨ªa que las preguntas eran nuestras y las respuestas del interpelado. Me invit¨® a comer en La Moncloa a fin de dar el visto bueno al reportaje y, ya a los postres, me hizo con toda prudencia un ruego: que eliminara mi ¨²ltima pregunta sobre si estaba dispuesto o no a elaborar y aprobar una ley de divorcio. Hab¨ªa respondido de una manera anodina, ininteresante, sin aclarar nada. ¡°S¨ª voy a hacer la ley", me dijo, "pero no lo puedo anunciar en p¨²blico porque los del Opus est¨¢n todo el d¨ªa sobre m¨ª. Si respondo afirmativamente ser¨¢ casi imposible que haya divorcio en Espa?a en el corto plazo. Y desde luego no quiero decir que no lo habr¨¢, o sea, que te ruego elimines la pregunta¡±. Despu¨¦s de muchas dudas y de consultarlo con mis colaboradores, acced¨ª al ruego. La ley del Divorcio se aprob¨® a?os m¨¢s tarde, todav¨ªa con Su¨¢rez en el poder.
Pero no solo el Opus le preocupaba. Desde que legalizara el Partido Comunista, condici¨®n indispensable para celebrar las elecciones democr¨¢ticas de 1977, la c¨²pula militar no ces¨® de acusarle de mentiroso y traidor y de conspirar contra ¨¦l. En la madrugada del s¨¢bado 17 de noviembre de 1978 me encontraba yo leyendo y oyendo m¨²sica en mi domicilio, despu¨¦s de haber cerrado la edici¨®n de EL PA?S, cuando son¨® el tel¨¦fono. Me llamaba el presidente en persona, sin mediaci¨®n de secretarias o gabinete alguno. Eran las dos de la ma?ana y le pregunt¨¦ c¨®mo estaba despierto a esas horas. ¡°?C¨®mo est¨¢s despierto tu?", contrapregunt¨®. ¡°Acabo de venir del peri¨®dico, es mi jornada habitual¡±, respond¨ª. ¡°Pues yo ando como tu: trabajando¡±. A continuaci¨®n, y sin soluci¨®n de continuidad comenz¨® a explicarme que hab¨ªan descubierto una conspiraci¨®n militar encabezada por un jefe del Ej¨¦rcito, el comandante Ricardo S¨¢enz de Ynestrillas. Preparaban un golpe de Estado para ese mismo fin de semana. Fue prolijo en detalles y nombres y tom¨¦ los apuntes que pude. ¡°Te digo todo esto para que veas c¨®mo est¨¢ la situaci¨®n y cu¨¢n preocupado me encuentro¡±, se?al¨®. ¡°Bueno, ahora ya lo sabes", termin¨® por decir, "buenas noches¡±. Y colg¨®.
A la ma?ana siguiente reun¨ª a mi equipo y les cont¨¦ lo sucedido. Hicimos cuantas comprobaciones resultaron posibles de los datos que ten¨ªamos, y, en cualquier caso, decidimos fiarnos de una fuente tan privilegiada como aquella. El domingo 18 publicamos en exclusiva y en primera p¨¢gina las noticias sobre la Operaci¨®n Galaxia, el intento golpista que fue la antesala del 23-F.
Un a?o despu¨¦s de aquello, con ocasi¨®n del secuestro por ETA de Javier Rup¨¦rez, recib¨ª a trav¨¦s de nuestro corresponsal en Bilbao, Javier Angulo, la oferta de los terroristas vascos de hacer una entrevista epistolar a Javier durante su secuestro, a cambio de entregarles tres millones de pesetas. Era aquel uno de los primeros contactos que se ten¨ªa con los plagiarios, y pens¨¦ que aceptar su sugerencia ser¨ªa ante todo una buena manera de comprobar que Javier segu¨ªa vivo. Consult¨¦ mi decisi¨®n, como siempre hac¨ªa en las ocasiones importantes, con mi consejero delegado, Jes¨²s Polanco, entre otras cosas porque ¨¦l ten¨ªa que facilitarme el dinero que solicitaban. Ante la preocupaci¨®n de que fuera utilizado para comprar armas y sostener a la banda, decidimos seguir adelante con el proyecto pero informando del mismo al presidente. Llam¨¦ a Su¨¢rez pasadas las diez de la noche para decirle en breves palabras de qu¨¦ se trataba y nos recibi¨® de inmediato a Jes¨²s y a m¨ª en su despacho. Nos hizo entrar por la puerta trasera de La Moncloa y asegur¨® que no quedar¨ªa registro de la visita. Dedicamos un tiempo a analizar la cuesti¨®n de la entrevista y las pruebas que deb¨ªamos exigir sobre el hecho de que Javier segu¨ªa con vida. Resuelto el plan de actuaci¨®n, pasamos a otros temas hasta que al hilo de una discusi¨®n que emprendimos sobre la pol¨ªtica exterior espa?ola me dijo abiertamente que la gente desconfiaba de m¨ª. ¡°?Qu¨¦ gente?¡± Le pregunt¨¦. ¡°El Gobierno", me contest¨® enseguida, "la polic¨ªa, los militares¡¡±. ¡°?Y a qu¨¦ se debe?¡±. Medio balbuciente confes¨®: ¡°Dicen que eres agente de la KGB¡±.
Ante mi sorpresa, no demasiado grande pues ya antes, tambi¨¦n durante su Gobierno, se me aplic¨® la ley antiterrorista bajo sospecha de estar en connivencia con los secuestradores de Antonio Mar¨ªa de Oriol, Adolfo Su¨¢rez abri¨® el caj¨®n de su mesa y sac¨® una carpeta llena de documentos. Hab¨ªa dentro millonarios cheques de Aeroflot, la compa?¨ªa a¨¦rea sovi¨¦tica, a mi nombre; cartas con mi firma falsificada en donde se daban diversas ¨®rdenes a bancos en el extranjero (la banca Leumi de Tel Aviv y la de la Uni¨®n de Trabajadores en Luxemburgo) en los que se supon¨ªa que ten¨ªa cuentas donde la inteligencia moscovita me abonaba los servicios prestados; fotos, informes sobre mi vida privada y amorosa, que demostrar¨ªan mis relaciones con el espionaje sovi¨¦tico, y cosas as¨ª. Ante semejante patra?a solo se me ocurri¨® preguntarle si ¨¦l la cre¨ªa. ¡°Yo no", contest¨® categ¨®rico, "estoy seguro de que es un montaje¡±. ¡°?Y qui¨¦n lo ha hecho?¡±, le pregunt¨¦. ¡°Los militares¡±, contest¨® sin pesta?ear. No me dej¨® copia de ninguno de aquellos papeles y tard¨¦ meses, casi un a?o, en demostrar mi inocencia y la falsedad de aquellas pruebas que nunca se me entregaron. No me extra?ar¨ªa que cualquier d¨ªa uno de esos calumniadores profesionales que circulan por la red las exhiba de nuevo contra m¨ª.
An¨¦cdotas como esta ponen de relieve algunas de las dificultades mayores que hubimos de encarar durante la Transici¨®n y hasta qu¨¦ punto periodistas y pol¨ªticos trabajamos muchas veces de com¨²n acuerdo, desde sensibilidades y obligaciones diferentes, en la construcci¨®n de una democracia amenazada entonces, sobre todo, por el intervencionismo militar. Los ex¨¦getas y comentaristas de las generaciones que no vivieron aquello tienden a olvidar con demasiada facilidad el poder casi omn¨ªmodo que el Ej¨¦rcito ten¨ªa sobre la vida espa?ola y la profundidad y peso de las fuerzas reaccionarias alimentadas por organizaciones religiosas e integristas de todo g¨¦nero. Pese a que le hubiera gustado hacerlo, Su¨¢rez no fue capaz de desmontar el imperio de las bayonetas, que se manifest¨® en toda su audacia la noche del 23-F de 1981, y por lo mismo fue v¨ªctima de ellas.
La Transici¨®n, por lo dem¨¢s, no tuvo nunca hoja de ruta ni un programa definido. Todo el mundo sab¨ªa el punto de partida y cu¨¢l deb¨ªa ser la meta, pero los caminos para llegar a ella estaban plagados de amenazas. Pudo hacerse gracias a la determinaci¨®n del Rey, el pragmatismo de Adolfo Su¨¢rez, y el liderazgo de los dos m¨¢ximos representantes de los partidos de izquierda: Felipe Gonz¨¢lez, que encarnaba la esperanza de las nuevas generaciones, la modernidad del cambio y el apoyo de la socialdemocracia internacional, y Santiago Carrillo, protagonista del esp¨ªritu de reconciliaci¨®n, quebrado m¨¢s tarde por la irrupci¨®n virulenta de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar en la pol¨ªtica espa?ola.
La contribuci¨®n de Su¨¢rez a la instauraci¨®n de la democracia fue monumental, y tuvo su colof¨®n ¨¦pico cuando permaneci¨® impasible ante los rifles de los golpistas que le apuntaban en la sede del Parlamento el d¨ªa que en principio deb¨ªa de ser el ¨²ltimo de su mandato presidencial. Llev¨® a cabo, con instinto y audacia considerables, la pol¨ªtica de lo posible, a base de avances y renuncias intermitentes. La divisi¨®n cainita de su partido, que le sacrific¨® en el altar de las ambiciones de poder de unos cuantos, amenaz¨® con sepultar su gesti¨®n en el olvido. Muchos de los que hoy le lloran contribuyeron a su inmerecida y brutal defenestraci¨®n. En la hora de la despedida, cuando tantos le rinden ahora el homenaje que le negaron en vida, a m¨ª me place recordar su imagen un poco chuleta y desenfadada, la de un espa?ol medio siempre so?ando con la revoluci¨®n pendiente, que acab¨® convirti¨¦ndose en un estadista de fuste y en una figura irrepetible de nuestra democracia.
Juan Luis Cebri¨¢n es presidente de EL PA?S y miembro de la Real Academia Espa?ola
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