Catalu?a y la alternativa vasca
La predisposici¨®n del nacionalismo vasco a negociar puede ser la ¨²ltima oportunidad de definir una idea de naci¨®n respetuosa
La ley se ha impuesto a la arbitrariedad, las instituciones a la masa, la democracia al populismo, la raz¨®n a la sentimentalidad, lo moderno a las antiguallas; por fin no se har¨¢ el refer¨¦ndum propuesto por los secesionistas de Catalu?a. El triunfo de la rutina democr¨¢tica ha dejado en evidencia a los independentistas de ¡°cuello blanco¡±, a los que buscaban una independencia sin coste ni perjuicios, una separaci¨®n festiva y sin quebrantos. El ejemplo m¨¢s representativo ha sido un locuaz y leve presidente de la Generalitat, que ha entendido la traum¨¢tica secesi¨®n catalana como una kerm¨¦s coloreada de rojo y gualda. En la pendiente de desarraigo que est¨¢ caracterizando su actuaci¨®n, ha transformado un refer¨¦ndum ilegal, pero con pretensiones garantistas, en una jornada para los que buscan con ah¨ªnco diversi¨®n y emociones fuertes, que podr¨¢n contar al calor de la chimenea del hogar a sus nietos, manteniendo en cadena ininterrumpida las leyendas y las f¨¢bulas que les han acompa?ado en este largo camino; pero no habr¨¢ en esos cuentos ni ¨¦pica, ni hero¨ªsmo, ni sacrificios, ni grandeza... Todo ser¨¢ levedad, la levedad de quienes habiendo amagado con dar un paso adelante lo dieron hacia atr¨¢s.
Pero queda por delante lo m¨¢s complicado. Por un lado, los problemas en Catalu?a, que se resumen en la inc¨®gnita que plantea la relaci¨®n entre la Catalu?a oficial y la silenciosa, la que tiene en su mano todos los resortes del poder y la que se siente hu¨¦rfana, y por otro, el problema que nos han planteado al resto, a la Espa?a de las autonom¨ªas dise?ada en tiempos de la Transici¨®n, con sus consecuencias no previstas yque parece haber agotado su recorrido. Ahora bien, ser¨ªa conveniente comprender que los problemas de Catalu?a, no solo el planteado por los independentistas, y el planteado al resto de Espa?a, no se resuelven con las pasiones o solo con la ley. Ambas, siendo de naturaleza tan diferente, imponen, conquistan, amenazan, amedrentan, pero ni convencen ni persuaden. Los que ayer fracasaron deber¨ªan entender que solo dentro de la ley pueden encontrar la satisfacci¨®n de defender sus pretensiones, los que ayer se relajaron deben entender que los problemas planteados, lejos de impericias y ego¨ªsmos partidarios, siguen ah¨ª, sin resolverse.
La Constituci¨®n admite acuerdos de envergadura y profundidad suficiente para enmarcar pactos de convivencia
Y en esas est¨¢bamos cuando el Lehendakari nos plantea hace unas semanas una proclamaci¨®n interesante. Algunos se quedaron en sus pr¨¦dicas sobre la pol¨ªtica penitenciaria, otros entendieron que, v¨ªa Escocia, se un¨ªa al proceso catal¨¢n; pero lo m¨¢s original y sorprendente de su entrevista fue la apuesta de cambio dentro de la ley. Cuando triunfa todo lo que permite atajos, lo que facilita burlar las normas, cuando se aplaude al p¨ªcaro y se somete al arbitrista que impone su receta a las reglas de convivencia, el presidente vasco nos sorprende reclamando su derecho a conseguir sus objetivos partidarios constitucionalmente. Como en todas las crisis, es imposible desprender el polvo de la paja, lo importante de lo accesorio, al profeta jeremiaco del que piensa racionalmente en los problemas de la sociedad, y por eso las declaraciones del nacionalista vasco han pasado desapercibidas.
No ser¨¢n pocos los que duden de su recta voluntad, los que vean un nuevo enga?o en las palabras del de Alonsotegi, pero poco importa si lo hace por necesidad o por virtud. La propuesta est¨¢ en el aire. Y yo, que tengo una larga historia de enfrentamiento con los nacionalistas vascos ¡ªfruto de la discrepancia, que no puede encubrir ning¨²n sentimiento de inferioridad, pero que no es azuzada por un negacionismo esencialista... al fin y al cabo existir, existen¡ª, no renuncio a tomar nota de la oferta. Creo que han sido varias las causas que han llevado al nacionalismo vasco institucional a este camino posibilista. La primera tiene que ver con su experiencia durante la aventura fracasada del plan Ibarretxe; no es de menor importancia el riesgo que corre en estos tiempos el ¡°hecho foral vasco¡±. Y no me cabe duda de que la legislatura en la que Patxi L¨®pez tuvo la m¨¢xima responsabilidad en Euskadi fue una lecci¨®n dif¨ªcil de olvidar para ellos.
La legislatura socialista, que a unos les pudo parecer interminable y a otros desaprovechada, tuvo, al contrario de lo que sucedi¨® en Catalu?a, unos indudables efectos terap¨¦uticos. Fue as¨ª, porque no hubo un deslizamiento hacia posiciones nacionalistas, ni tampoco fue un periodo de venganza, se gobern¨® adecuadamente y comenz¨®, con todas las dudas y en la penumbra inevitable de los inicios, un periodo de tiempo que podemos denominar como el del ep¨ªlogo de ETA. Justamente el peligro de ver la espalda a la expresi¨®n pol¨ªtica de la inactiva banda terrorista es la ¨²ltima causa que acierto a ver para comprender la oferta del se?or Urkullu.
La naci¨®n es algo m¨¢s y distinto a la suma de naciones m¨¢s peque?as o de ciudadanos con sus derechos y obligaciones
En una situaci¨®n en la que el nacionalismo catal¨¢n puede despe?arse en el abismo de la ilegalidad, de los conflictos sin soluciones posibles, de unos planteamientos tan maximalistas que no carecen de violencia, de un fundamentalismo que nos podr¨ªa llevar al desastre, el Gobierno tiene la posibilidad de demostrar que son factibles los acuerdos respetando las leyes, en la Constituci¨®n de 1978 y a trav¨¦s de la negociaci¨®n, cuando los que dialogan no ven en la cesi¨®n una derrota y en el acuerdo una humillaci¨®n. La b¨²squeda de la concordia m¨ªnima que exige una sociedad sana, despu¨¦s de derrotado el terrorismo etarra, ha provocado que en la pol¨ªtica vasca se hayan abierto unas necesidades de cambio, de reformas, que el nacionalismo vasco parece que quiere encauzar a trav¨¦s de la Constituci¨®n y del acuerdo, y que el presidente del Gobierno debe utilizar por dos razones may¨²sculas. La primera raz¨®n de importancia es la necesidad que tiene la sociedad vasca de poner, desde un punto de vista pol¨ªtico, institucional y social, punto final a un periodo de tiempo terriblemente dram¨¢tico. Este punto final es necesario para la sociedad vasca, pero lo es tambi¨¦n para el Gobierno de Rajoy y los espa?oles, tan urgidos de ¨¦xitos, que en este caso es la victoria sobre el terrorismo. La segunda tiene que ver con demostrar a la sociedad catalana y muy especialmente a su clase dirigente, en el m¨¢s amplio sentido del t¨¦rmino, que la Constituci¨®n admite acuerdos de envergadura y profundidad suficiente para enmarcar pactos de convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas.
Tal vez la predisposici¨®n del nacionalismo vasco a negociar sea la ¨²ltima oportunidad que tiene el Gobierno de definir racionalmente y en el marco de la Constituci¨®n de 1978 una idea de naci¨®n respetuosa con todas las creencias, particularmente las pol¨ªticas, religiosas y culturales, pero que excluya su petrificaci¨®n en comunidades separadas, indiferentes entre ellas, que solo tengan en cuenta sus leyes y sus normas, decididas a mantener una simple coexistencia, desechando la explosi¨®n de particularismos en las que se ha convertido la Espa?a de las autonom¨ªas; la naci¨®n es algo m¨¢s y distinto a la suma de naciones m¨¢s peque?as o de ciudadanos con sus derechos y obligaciones. La culminaci¨®n feliz de esta posibilidad negociadora evitar¨ªa una encrucijada tramposa y terrible, pero que ya ha sido realidad en nuestra historia: la podredumbre lenta pero inevitable del sistema hasta su total deslegitimaci¨®n o la apertura en canal, a corto o medio plazo, de la Carta Magna, poniendo todo en entredicho y volviendo a empezar como tantas veces hemos hecho a lo largo de nuestra historia.
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