No basta con proclamarse europe¨ªsta
Durante la Transici¨®n, las ¨¦lites y el conjunto de la sociedad espa?ola identificaron la integraci¨®n en Europa como su principal y, casi ¨²nica, prioridad internacional. El mantra ¡°m¨¢s Europa¡± ha servido incluso como receta para afrontar todas las carencias internas desde la adhesi¨®n en 1986. La f¨®rmula funcion¨® bien durante la primera mitad de nuestra pertenencia a la UE. En el ¨¢mbito econ¨®mico, el mercado interior y los fondos estructurales favorecieron tanto el crecimiento como la financiaci¨®n de las pol¨ªticas sociales. En pol¨ªtica exterior, ayud¨® a proyectarnos al mundo de forma m¨¢s s¨®lida y atractiva. Y como colof¨®n, el propio relato nacional super¨® su secular pesimismo, instal¨¢ndose una idea de pa¨ªs europeizado, democr¨¢tico y moderno.
Coincidiendo m¨¢s o menos con el cambio de milenio, Espa?a se mir¨® al espejo y, de forma ins¨®lita en su historia reciente, se vio favorecida (incluso m¨¢s guapa de lo que realmente era). Cierta autocomplacencia y otros factores ajenos le llevaron a iniciar entonces un lento proceso de alejamiento del referente europeo. Justo en el momento de adoptar el euro, decidimos hacer poco caso a la Agenda de Lisboa, que apostaba por la innovaci¨®n, la cohesi¨®n social y la sostenibilidad. Preferimos basar nuestra prosperidad sobre una envenenada combinaci¨®n de burbuja inmobiliaria, consumo y endeudamiento ¡ªalimentados, parad¨®jicamente, por una inadecuada pol¨ªtica monetaria europea¡ª y empezamos a divergir con el coraz¨®n de la UE: primero en competitividad y luego, con la crisis, directamente en renta y desigualdad.
El desacoplamiento se extendi¨® al ¨¢mbito pol¨ªtico. Envalentonados por el supuesto estatus de Estado grande arrancado por Aznar en Niza, no supimos gestionar esa responsabilidad. Se abri¨® as¨ª un proceso de deseuropeizaci¨®n: el volantazo hacia Washington en las Azores o el bloqueo del Tratado Constitucional (corregidos luego sin fortuna), la incorrecta interiorizaci¨®n de la gran ampliaci¨®n al Este, el no reconocimiento de Kosovo u otros devaneos m¨¢s propios de pa¨ªs no alineado y, sobrevolando todo, una d¨¦cada de perfil bajo en el Consejo Europeo.
En 2010 nos dimos cuenta, traum¨¢ticamente, del perjuicio que supuso habernos alejado de Europa y asumimos la necesidad de recuperar la senda de la convergencia. Pero no basta con volver a ser un miembro ejemplar aunque pasivo pol¨ªticamente. La UE a la que queremos retornar anda desorientada y sin ideas. Por eso hay que tomarse en serio qu¨¦ significa ser proactivos e influyentes en Bruselas y sobre nuestros socios. M¨¢s all¨¢ del vacuo clich¨¦ de ¡°volver a nuestro sitio¡± que, sin excepci¨®n, han repetido los ¨²ltimos 10 ministros de Exteriores, nuestro pa¨ªs debe atreverse a coliderar un proyecto que hoy anda necesitado de ¡°m¨¢s Espa?a¡±. En su mejor versi¨®n.
Ignacio Molina es investigador del Real Instituto Elcano y profesor en la UAM.
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