¡°En esa estrella est¨¢ mam¨¢¡±
Cristina Mart¨ªn- Tesorero llevaba 20 a?os luchando despu¨¦s de que le detectaran una enfermedad rara. Era vital y ten¨ªa mucho sentido del humor. Su marido la mat¨® el domingo 5 de febrero
Al anochecer, t¨ªa y sobrina salen al patio a mirar las estrellas. Una sola, en realidad. ¡°En esa estrella est¨¢ mam¨¢¡±, le dice Pilar a la ni?a.
-?Le habr¨¢n dado bien de comer all¨ª?- pregunta la peque?a.
-Claro, cari?o.
Los psic¨®logos le recomendaron que le dijera la verdad adaptada a sus cuatro a?os de edad: mam¨¢ se ha ido para siempre.
Cristina Mart¨ªn- Tesorero Contento, de 38 a?os, fue asesinada por su marido el 5 de febrero en la casa familiar de Mora (Toledo), un pueblo con 10.315 habitantes que vive del olivo y que se ha volcado con los homenajes a su vecina. Llevaba m¨¢s de 20 a?os luchando contra la consecuencia de la primera operaci¨®n a la que se someti¨® despu¨¦s de que le detectaran el s¨ªndrome de Meniere, una enfermedad rara que empez¨® a sufrir de adolescente. Por las complicaciones de aquella primera visita al quir¨®fano acab¨® en una silla de ruedas. Y adem¨¢s ten¨ªa hipersensibilidad en el lado izquierdo del cuerpo.
Conforme avanz¨® la enfermedad le dijeron que no volver¨ªa a andar, pero no se resign¨® y consigui¨® levantarse de nuevo. La hab¨ªan operado decenas de veces para colocarle distintos implantes. Algunas de esas intervenciones duraron m¨¢s de 10 horas. Su familia perdi¨® la cuenta de las veces que entr¨® en quir¨®fano. ¡°Cuando llev¨¢bamos 33 operaciones, dejamos de contar¡±, dice Pilar, su hermana mayor, una ingeniera de 45 a?os que dej¨® su trabajo en Madrid cuando su madre enferm¨® de c¨¢ncer y volvi¨® a casa a cuidar de los suyos. Est¨¢ sentada en el sal¨®n de la casa, al lado del sill¨®n en el que dorm¨ªa su hermana, junto a un aparador marr¨®n plagado de fotos de Cristina: sonriente, con el traje de novia, con su ni?a, con los ojos azules mirando a c¨¢mara. Pilar y Vicenta visten de negro. Tob¨ªas, como ellas, tiene la mirada encogida de llorar.
Ha pasado muy poco tiempo. A¨²n hablan de ella en presente. A¨²n se sobresaltan cuando llega una de sus horas de medicaci¨®n. Com¨ªa como un pajarillo, apenas algo de pollo cocido sin nada de sabor. La sal la ten¨ªa prohibida. Las visitas al hospital Gregorio Mara?¨®n de Madrid, donde est¨¢n los especialistas que la trataban, eran continuas. ¡°Soy vuestro conejillo de indias¡±, les dec¨ªa con una carcajada cada vez que probaban un tratamiento nuevo. Ten¨ªa mucho sentido del humor. Se re¨ªa porque ¡°pitar¨ªa en el aeropuerto¡± despu¨¦s de que le colocaran uno de los implantes. Y ten¨ªa tambi¨¦n mucho car¨¢cter. ¡°Con la mala leche que tienes volver¨¢s a andar¡±, le dec¨ªan de broma sus m¨¦dicos.
La familia pasa del llanto a la risa gracias al hijo de Pilar, un beb¨¦ de 17 meses que corretea por el sal¨®n ajeno a lo que ha pasado. ¡°Menos mal que los tenemos a ellos¡±, dice Tob¨ªas. El beb¨¦ y la ni?a. ¡°Hemos querido hablar de Cristina por su hija, para que tenga un bonito recuerdo de su madre. No olvides poner que era una luchadora¡±, pide Pilar.
De ¨¦l, de su presunto asesino, prefieren contar poco. A la ni?a le han dicho que se ha ido ¡°muy, muy lejos¡± por no explicarle a¨²n que est¨¢ en la c¨¢rcel de Oca?a. Pilar fue al colegio a pedir que la cuidaran de comentarios. Pero la ni?a volvi¨® un d¨ªa a casa contando que su padre le hab¨ªa clavado un cuchillo a su mam¨¢.
Aquel domingo, despu¨¦s de comer todos juntos, estaban en casa la abuela, Cristina, su marido y el hijo de Pilar. Tob¨ªas, Pilar y la ni?a se hab¨ªan ido a Madrid a comprar una sillita para el coche. Rafa, el marido, llevaba a sus 43 a?os m¨¢s de dos a?os sin trabajar, con ¡°depresi¨®n¡±. Se hab¨ªan conocido por internet. Cristina, que casi no sal¨ªa de casa, comenz¨® a hacer amigos en la red y se enamoraron. Rafa ven¨ªa de Canarias. Se mud¨® al pueblo hace 12 a?os. Lo aceptaron como a un hijo y empez¨® a trabajar en la empresa familiar, una distribuidora de cerveza que Tob¨ªas tuvo que retomar tras jubilarse despu¨¦s de que su yerno dejara el negocio de lado y se encerrara d¨ªa tras d¨ªa en su habitaci¨®n. No hab¨ªan puesto ninguna denuncia, aunque Cristina llam¨® una vez al 016 para pedir ayuda despu¨¦s de que la insultara y la amenazara. Y la familia hab¨ªa consultado para intentar ingresarlo. ¡°Tem¨ªamos por ¨¦l. Nunca pensamos que pudiera pasar nada as¨ª¡±, dice su padre.
A Cristina Mart¨ªn-Tesorero le encantaba tener la casa llena de gente. Sus primos la visitaban para las fiestas de cumplea?os, que se celebraban all¨ª. ¡°A pesar de las dificultades nunca perdi¨® su gran sonrisa¡±, escribe uno de ellos. ¡°Recuerdo el verano que, de ni?os, nos dedicamos a componer canciones¡±, relata otro en los mensajes que ha recogido Pilar. ¡°Recuerdo la alegr¨ªa que me produjo verla avanzar vacilante por el sal¨®n¡±, a?ade un tercero. En la casa de planta baja y sin barreras, que los padres construyeron para ella y su marido, acabaron viviendo todos para cuidar de Cristina, para atender a Vicenta.
Cristina adoraba a su hija. La tuvieron por vientre de alquiler en Estados Unidos. Nunca se perd¨ªa sus funciones en el colegio y cada noche era ella la que se acercaba a su cama a leerle un cuento. Siempre le encant¨® leer.
La ni?a tambi¨¦n cuidaba mucho de su madre. Por eso ahora le preocupa si comer¨¢ bien en el cielo. Al anochecer salen a hablar con su estrella. ¡°Pero no hay que llorar, t¨ªa. Yo no lloro, yo soy muy machota¡±.
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