?Pol¨ªtica sin partidos?
Los cambios sociales que vivimos son de una profundidad extraordinaria, por eso, las nuevas ofertas pol¨ªticas rechazan la palabra partido en su estrategia de marca
A finales del 2012, un notable grupo de intelectuales escribieron un importante manifiesto: Por Una Democracia Global. Entre los que lo redactaron y lo subscribieron encontramos indiscutibles l¨ªderes del pensamiento como Zygmunt Bauman y Ulrich Beck, hoy ya fallecidos.?"Vivimos una era de profundas transformaciones tecnol¨®gicas y econ¨®micas a las que no ha correspondido una similar evoluci¨®n de las instituciones p¨²blicas responsables de su regulaci¨®n. La econom¨ªa se ha globalizado, pero las instituciones pol¨ªticas y la democracia, no. Con sus muchas peculiaridades, diferencias y limitaciones, las protestas que hoy se extienden por el planeta evidencian un creciente malestar con el sistema de toma de decisiones, las formas de representaci¨®n existentes y su escasa capacidad para proteger los bienes comunes del sistema pol¨ªtico, y expresan una exigencia de m¨¢s y mejor democracia".
El Manifiesto, escrito en el contexto inmediatamente posterior al 15M, y las manifestaciones globales de aquel momento, advert¨ªa ¡ªmuy seriamente¡ª de que "este cambio institucional no podr¨¢ ser exitoso si es fruto de las acciones de una ¨¦lite autoelegida. Por el contrario, la democratizaci¨®n del orden mundial debe surgir de un proceso sociopol¨ªtico abierto a todos los seres humanos, cuyo objetivo es la institucionalizaci¨®n participativa de una democracia global". Los autores pon¨ªan el dedo en la llaga.
Los partidos, como instrumento central y decisivo, deber¨ªan resolver ciertos d¨¦ficits con urgencia para recuperar responsabilidad y capacidad como gestores del bien com¨²n
El escritor Roberto Saviano, quien tambi¨¦n firm¨® el Manifiesto, destacaba en esa ¨¦poca, en una entrevista en el semanario L'Espresso, que la palabra partido era una palabra perdedora, hasta el punto de que ning¨²n grupo pol¨ªtico puede pensar que, con dicho t¨¦rmino ¡ªentendido como marca ¡ª, consiga hoy hablar a las personas y movilizarlas. En los a?os posteriores hemos visto la irrupci¨®n de nuevas ofertas pol¨ªticas que rechazan la palabra en su estrategia de marca como Podemos (Espa?a), Cambiemos (Argentina), Movimento 5 Stelle (Italia) y la exitosa En Marche! francesa, entre otras.
Por las mismas fechas, y en plena reconfiguraci¨®n del espacio pol¨ªtico italiano, Alessandro Lanni, en su incisivo libro Avanti popoli! Piazze, tv, web: dove va l'Italia senza partiti, iba mucho m¨¢s lejos de la reflexi¨®n sobre las operaciones de marketing electoral y hablaba del problema de los partidos italianos, que hab¨ªan perdido su centralidad y ya no ten¨ªan ese rol de relaci¨®n filtrada (representativa) entre sociedad civil y sociedad pol¨ªtica, de catalizadores de intereses e ideas. Ya solo estar¨ªan ¡ªen su deriva m¨¢s claustrof¨®bica¡ª ejerciendo como defensores de sus audiencias, de s¨ª mismos y de su estatus y poder.
Este proceso de desintermediaci¨®n pol¨ªtica (que tambi¨¦n sucede, por ejemplo, en el espacio de los medios de comunicaci¨®n) abre muchos interrogantes, y no pocas dudas, sobre la contribuci¨®n del formato partido a la respuesta democr¨¢tica de los retos a los que nos enfrentamos. Cinco son, en mi opini¨®n, los d¨¦ficits que deber¨ªan resolver los partidos ¡ªurgentemente¡ª para que, siendo un instrumento central, muy mejorable pero decisivo, recuperen responsabilidad y capacidad para gestionar el bien com¨²n. Algunos de estos partidos est¨¢n cambiando el nombre y las pr¨¢cticas, pero no ser¨¢ suficiente.
1. La capacidad de comprender. No se representa, ni se sirve bien, a la sociedad que no se entiende. Los cambios sociales que vivimos son de una profundidad extraordinaria. Modifican las reglas de la construcci¨®n del poder que ya no est¨¢n garantizadas solo por la jerarqu¨ªa, el tama?o o la posici¨®n de personas y organizaciones, sino por la autoridad que se obtiene de ideas, contenidos y relaciones. Estas mutaciones sociales abren nuevas miradas complejas que no se pueden despachar con apriorismos ideol¨®gicos, lugares comunes y clich¨¦s. Una muestra de este primer d¨¦ficit es, en el caso de que existan, la debilidad de la mayor¨ªa de los think tanks de los partidos.
2. La capacidad de seleccionar. Los partidos est¨¢n fracasando, mayoritariamente, en su proceso de identificaci¨®n, captaci¨®n y selecci¨®n de capital humano para la gesti¨®n de lo p¨²blico. Algunas de sus pr¨¢cticas internas, sometidas a un clima de disciplina y lealtades acr¨ªticas, acaban expulsando talento interior y no invitan al talento exterior. Muchas personas sienten que su compromiso pol¨ªtico se canaliza mejor por causas y no por casas pol¨ªticas. Hasta que no haya una revisi¨®n, muy a fondo, de la mejora de la capacidad de selecci¨®n de energ¨ªas y talentos, los partidos perder¨¢n, cada vez m¨¢s, su capacidad de convocatoria. Vac¨ªos y empobrecidos, son vulnerables a la demagogia, el clientelismo y el caudillismo.
3. La capacidad de representar. Los electos y representantes democr¨¢ticos de los partidos tienen seriamente limitada su capacidad de conexi¨®n con la sociedad que les mandata. La escasez de medios materiales y humanos (s¨ª, hay que denunciar la precariedad t¨¦cnica de los equipos de nuestros representantes) deja a los electos con muy poca capacidad de vinculaci¨®n con sus territorios, sectores y grupos de inter¨¦s. Los sistemas electorales contribuyen tambi¨¦n a un d¨¦ficit de capilaridad, debilitando la rendici¨®n de cuentas con el electorado y deteriorando sus v¨ªnculos de confianza. Parlamentarios sin equipo y sin medios son el escenario perfecto para los que desean una representaci¨®n pobre, insuficiente o limitada.
4. La capacidad de regular. Nuestros parlamentos, y nuestros grupos parlamentarios, muestran signos alarmantes de desconexi¨®n con los problemas, en especial con los nuevos problemas, y sus causas. La ausencia de debates, de fondo, deja a los hemiciclos como cajas de resonancia de la comunicaci¨®n pol¨ªtica, de agitprop o de rodillo aritm¨¦tico, y no como impulsores del di¨¢logo sobre qu¨¦ tipo de regulaci¨®n, cu¨¢nta y c¨®mo debe ser aquella que garantice ¡ªsiempre¡ª la prevalencia del inter¨¦s general en las sociedades abiertas y complejas. Solo un ejemplo, en Espa?a, los debates sobre la inteligencia artificial?o sobre la cuarta revoluci¨®n industrial, con todas sus trascendentales consecuencias econ¨®micas y sociales, no pasa de algunas referencias en preguntas o comparecencias, pero no estamos abordando, a fondo, problemas complejos. Los parlamentos, as¨ª, (y con ellos los parlamentarios y sus partidos) quedan expuestos a la evidencia de que su tarea puede ser secundaria, pareciendo irrelevante y percibi¨¦ndose como prescindible.
5. Finalmente, la capacidad de gobernar. La gravedad de los retos obliga a mecanismos mucho m¨¢s h¨ªbridos entre Administraciones, con una fuerte incorporaci¨®n de la capacidad empresarial y emprendedora en la tarea de gobernar el bien com¨²n. Estamos hablando de c¨®mo las pol¨ªticas del comportamiento, por ejemplo, pueden ser tan o m¨¢s determinantes para corregir, cambiar o ampliar comportamientos colectivos. De esto, ni sabemos, ni hablamos, ni nos preguntamos. Adem¨¢s, las competencias y los recursos de las Administraciones, siendo importantes, no alcanzan ¡ªen algunos casos ni rozan¡ª la capacidad de transformaci¨®n. En estas situaciones, administrar lo posible es la soluci¨®n pragm¨¢tica que impide, de facto, hacer factible lo necesario.
No, la pol¨ªtica sin partidos no es mejor, aunque en algunos casos y fases ¡ªpor ejemplo, en la fase electoral¡ª sea mucho m¨¢s atractiva. La pol¨ªtica sin partidos es m¨¢s d¨¦bil y vulnerable. Seguro que los que prefieren menos pol¨ªtica apuestan por partidos de juguete, minusvalorados y fuertemente cuestionados socialmente. Pero la democracia necesita mejores instrumentos, no menos. Esa deber¨ªa ser la prioridad.
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