Los l¨ªmites del malhumor

Ya basta. Que entre el humor, que se acabe esta solemnidad de iglesia vieja que domina la conversaci¨®n, el cuchicheo de esquina de pueblo que distingue el entrecejo catal¨¢n y, por extensi¨®n, la frente entera de la Pen¨ªnsula. Ya basta. El malhumor ha de tener un l¨ªmite.

Catalu?a no se merece esta solemnidad de campanario que ahora marca el desencuentro que se vive en el propio territorio del proc¨¦s y que exuda la sensaci¨®n de que no se puede hablar sino de lo que manda la santa madre iglesia del independentismo.

Ciudadanos otrora cr¨ªticos con todo lo que se mov¨ªa, se sienten obligados ahora a la genuflexi¨®n ante cualquier ocurrencia que venga de las brumas de Bruselas o de las cartas egoc¨¦ntricas del l¨ªder de Esquerra, al que deseo libertad, por supuesto, c¨®mo no. Y tambi¨¦n le imploro descenso a la tierra de los mortales, control de sus autorreferencias, que es una manera de atenuar los da?os que los egos causan tambi¨¦n en la expresi¨®n p¨²blica de quien le disputa el cetro. Que se dejen de vender como salvadores de la patria.

Se ha llenado la nomenclatura de imprescindibles que se sienten obligados a gobernar. A gobernar o a romper la baraja si gobierna el otro, aunque el otro utilice el mismo alcanfor, el mismo tinte, igual intensidad de ego. Como los dictadores de manual, los dos contendientes por el poder catal¨¢n sienten ahora que s¨®lo uno de ellos est¨¢ capacitado para pilotar el futuro. Artur Mas, el conductor despose¨ªdo por la CUP, pos¨® como un mes¨ªas, y los que le disputan el trono, tras haberlo desempe?ado con las consecuencias que ya son hist¨®ricas, quieren el mismo trato de su pueblo: son dos ahora en el portal de Bel¨¦n.

La disputa es sobre qui¨¦n es m¨¢s mes¨ªas, si ¨¦l o yo. Pero hubo un solo mes¨ªas, el resto es herej¨ªa. Y ese yo vive en Bruselas, y desde all¨ª tuitea ¨®rdenes, como Trump, y que el mes¨ªas me perdone. Como Trump y como los antiguos dictadores, que dec¨ªan que a los suyos no se los pod¨ªa dejar solos. Las peregrinaciones a Lourdes han cambiado de sitio, y este pa¨ªs (Espa?a, donde vive Catalu?a) ha vuelto a creer en santos imprescindibles cuya palabra basta para sanar los males habidos y por haber. Y, sobre todo, para curar el mal espa?ol.

Que los imprescindibles dejen de sentirse tales, que permitan que otros se muestren capaces de ocupar sus sitios, o al menos de disput¨¢rselos. Pero, sobre todo, que entre el humor en escena. Catalu?a es pa¨ªs de grandes humoristas, de actores sublimes, de periodistas del humor y de la carcajada, de escritores que hicieron (y hacen) del humor y de la risa propia espejo de una sociedad que dio de s¨ª, por ejemplo, Por favor. Y, sin embargo, est¨¢ permitiendo que entren, en el espejo en el que se mira, la circunspecci¨®n solemne, el esp¨ªritu religioso, en el que caben la culpa (del otro), la condena (al otro) y el castigo (que se merece el otro). El malhumor.

Que venga la risa y que el mes¨ªas reci¨¦n renacido nos libre de una vez por todas tanto del malhumor como de los imprescindibles.