El refugio ex¨®tico que salv¨® a los jud¨ªos huidos m¨¢s lejos
Durante d¨¦cadas llegaron hasta Shangh¨¢i miles de hebreos escapando del antisemitismo que asolaba Occidente
El funcionario Tian Ai fue a Pek¨ªn porque a sus o¨ªdos hab¨ªa llegado un rumor: el emperador hab¨ªa recibido a unos hombres blancos que, como ¨¦l, cre¨ªan en un solo dios. Ai dej¨® atr¨¢s un camino de 600 kil¨®metros y, cuando pis¨® la capital imperial, consigui¨® que los occidentales lo llevaran al peque?o lugar de culto que les hab¨ªa dejado construir all¨ª. Cruz¨® la puerta y se qued¨® maravillado por unas im¨¢genes. "Rebeca, Jacob y Esa¨²", dijo, se?al¨¢ndolas. Pens¨® que aquellos extranjeros profesaban su misma religi¨®n, y que aquellas figuras eran personajes del Antiguo Testamento. Pero se equivocaba: eran las figuras de la Virgen Mar¨ªa, el Ni?o Jes¨²s y San Juan Bautista. Y aquellos extranjeros eran cat¨®licos, mientras que ¨¦l era jud¨ªo.?
En junio de 1605 China se extend¨ªa como un inmenso territorio pr¨¢cticamente insondable para los occidentales. El jesuita Matteo Ricci se hab¨ªa internado en el pa¨ªs para fundar una misi¨®n en el coraz¨®n del imperio de los Ming. Una vez en Pek¨ªn hab¨ªa conseguido que el emperador dejara abrir la capilla en la que mostr¨® a Tian Ai las figuras. Ricci pens¨® primero que Tian, siendo monote¨ªsta como era pero no musulm¨¢n, descender¨ªa de alguna comunidad cristiana perdida en Oriente. Tian, por su parte, viendo que Ricci no era musulm¨¢n tampoco, lo tom¨® como miembro de la ¨²nica otra religi¨®n monote¨ªsta que conoc¨ªa, la suya: el juda¨ªsmo, y de hecho supuso que Matteo Ricci era un rabino.
Los escasos vestigios se desperdigaron con los a?os, pero si se hace caso a varias fuentes acad¨¦micas, hace unos mil a?os varias familias jud¨ªas se instalaron en Kaifeng, la ciudad de Ai Tian, m¨¢s all¨¢ de la ¨²ltima etapa de la Ruta de la Seda. Se sabe que hubo una sinagoga en la ciudad en el siglo XII. Su peque?a comunidad jud¨ªa persisti¨® durante algunos siglos m¨¢s, con unas tradiciones propias que fueron diluy¨¦ndose en el magma chino que los rodeaba por todos lados.
Mucho despu¨¦s, China fue de nuevo un refugio para los jud¨ªos. El pa¨ªs acogi¨® con generosidad a los hebreos que hu¨ªan del antisemitismo en Occidente. Conforme arreciaban las hostilidades a principios del XX y tras las revoluciones de 1905 y 1917, desde Rusia fueron instal¨¢ndose en Shangh¨¢i un millar de jud¨ªos. Y es que la ciudad se hab¨ªa abierto al mundo despu¨¦s de las guerras del opio, y se presentaba ante los reci¨¦n llegados como un lugar deslumbrante y cosmopolita, din¨¢mico y repleto de las oportunidades que en sus lugares de origen les estaban vetadas.
El refugio en Shangh¨¢i se ampli¨® a la fuerza por la amenaza nazi y fascista que asol¨® Europa en los a?os treinta y cuarenta. A partir de 1933 fueron llegando a la perla de Oriente m¨¢s de 20.000, quiz¨¢ hasta 25.000 jud¨ªos. Para los de origen austriaco, el largo camino al exilio comenzaba obteniendo un visado con destino espec¨ªfico fuera. El c¨®nsul general de China en Viena desde 1937 a 1940, Feng Shan Ho, alivi¨® a muchos ese trago. Feng expidi¨® 2.000 visados. Probablemente sab¨ªa que muchos de sus beneficiarios jam¨¢s ir¨ªan a pisar Shangh¨¢i, pero gracias a ¨¦l pudieron salir de las fronteras del Anschluss y, una vez en el exterior, fuera cual fuera su destino real, salvar el pellejo lejos de las garras de los nazis.
Llegar sin nada
A su llegada a Shangh¨¢i, a Alfred Kohn y sus familiares los recogieron camiones del Comit¨¦ Jud¨ªo. Los llevaron a un campo que antes hab¨ªa servido de escuela. Aquel d¨ªa les ofrecieron un desayuno y un almuerzo frugales, pero cena no. "Tuvimos que arregl¨¢rnoslas como pudimos. Apenas ten¨ªamos dinero", recoge el testimonio de un refugiado de la ¨¦poca. El dinero de una c¨¢mara Leica les dio a Bette y Peter Pulvermacher para abrir una peque?a tienda de ropa. El padre de Fred Antman pidi¨® un pr¨¦stamo a un amigo para comprar dos m¨¢quinas de coser y una plancha de carb¨®n. Luego, consigui¨® que el director del mayor almac¨¦n de la ciudad le dejara ofrecer all¨ª sus servicios a los clientes. Los que consiguieron sacar adelante su negocio eran privilegiados en comparaci¨®n con otros muchos que tuvieron que ganarse la vida cargando carb¨®n, haciendo chapuzas o vendiendo peri¨®dicos. La situaci¨®n mejor¨® con los a?os, y las compa?¨ªas extranjeras comenzaron a contratarlos. La calle Chusan se vio llena de caf¨¦s a la europea, tiendas de delicatessen y clubes nocturnos. La bautizaron como la peque?a Viena.
Un 'Israel' en Extremo Oriente
La llegada a China lleg¨® a temerse tan masiva que se plante¨® reservar una parte del pa¨ªs para acoger a los jud¨ªos en el suroeste, en la regi¨®n de Yun¨¢n. En 1939, se anunci¨® el plan: se podr¨ªan desplazar all¨ª 100.000 jud¨ªos europeos, pero la falta de fondos lo hizo inviable.
Quien quiera conocer m¨¢s testimonios como estos y los de otros muchos exiliados tiene que acercarse al barrio de Hongkou o Hongkew. All¨ª le espera un coqueto edificio de ladrillos rojos y grises, la sinagoga Ohel Moshe, que acoge a sus espaldas el Museo de los Refugiados Jud¨ªos. Uno de los laterales est¨¢ flanqueado por un enorme muro de bronce, con 13.732 nombres de hebreos acogidos en la ciudad. Salieron de las teclas que pulsaron tres jovenc¨ªsimas secretarias jud¨ªas, de 14, 15 y 16 a?os, a las que los invasores japoneses de la ciudad encomendaron listar los datos de sus correligionarios.
Amenaza japonesa
La llegada era dif¨ªcil, y no solo por la lejan¨ªa del destino, sino porque conforme avanzaba la guerra se iban cerrando rutas de llegada a Shangh¨¢i. Desde 1933 a mediados de los 40, la mayor¨ªa de los refugiados llegaban por v¨ªa mar¨ªtima desde Italia para cruzar el canal de Suez, aunque muchos tambi¨¦n sal¨ªan desde puertos atl¨¢nticos en Francia, Pa¨ªses Bajos o B¨¦lgica. Pero en junio de 1940 la ruta mar¨ªtima de Italia se interrumpi¨® con la declaraci¨®n de guerra de Italia a Francia y Reino Unido. Los refugiados estaban obligados a llegar a China por tierra, cruzando Siberia y llegando a Shangh¨¢i desde la China nororiental, desde Corea o desde Jap¨®n. Pero esa ruta tambi¨¦n qued¨® vedada en 1941, con el estallido de la guerra entre la URSS y Alemania. La llegada a Shangh¨¢i se hizo casi imposible, aunque algunos pocos se las ingeniaron para llegar. Con el comienzo de la guerra en el Pac¨ªfico, en diciembre de 1941, la ciudad perdi¨® la conexi¨®n con el exterior y los jud¨ªos dejaron de llegar.
Ghoya se exalt¨® much¨ªsimo, y aplast¨® la cabeza de mi padre contra una mesa. Mi padre llevaba una barba larga. Ghoya desenvain¨® su sable (...) yo pens¨¦ que iba a cortarle la cabeza, pero le cort¨® la barba".
Se cerraron las rutas, pero ocuri¨® algo peor: los japoneses, aliados de los nazis, tomaron Shangh¨¢i. El dinero que llegaba de organizaciones ben¨¦ficas de Estados Unidos se cort¨®. A los jud¨ªos sefarditas con pasaporte brit¨¢nico se les etiquet¨® como "expatriados hostiles", y muchos perdieron sus propiedades, cuando no fueron ingresados en campos de concentraci¨®n. Por si fuera poco, en Shangh¨¢i se present¨® Josef Albert Meisinger, el representante de la Gestapo en Jap¨®n. La misma soluci¨®n final que procuraba la aniquilaci¨®n de los jud¨ªos se plant¨® sobre la mesa.
Por suerte, no se aplic¨®, pero la llegada de los japoneses atemoriz¨® a los jud¨ªos que hab¨ªan llegado como refugiados desde 1937. En febrero de 1943, los comandantes en jefe de Jap¨®n en el ¨¢rea de Shangh¨¢i publicaron un edicto que conminaba a los hebreos a vivir en un espacio determinado de la ciudad, en Hongkou, so pena de "castigo severo". El recuerdo de los guetos en Europa era inevitable y el resultado, tambi¨¦n terrible: de 1942 a 1943 muri¨® el doble de jud¨ªos, 631, que en los dos a?os anteriores.
"Los soldados japoneses estaban aqu¨ª. Al que todos tem¨ªan (...) era a un hombre bajo llamado Ghoya. Recuerdo que mi padre [el rabino Walkin] se le acerc¨® para pedirle permiso para llevarme al m¨¦dico, que estaba en el sector franc¨¦s de la ciudad. Y Ghoya se exalt¨® much¨ªsimo, y aplast¨® la cabeza de mi padre contra una mesa. Mi padre llevaba una barba larga. Ghoya desenvain¨® su sable (...) yo pens¨¦ que iba a cortarle la cabeza, pero le cort¨® la barba. Yo no hice ni el menor ruido", se puede leer en el testimonio de la ni?a Chaya Walkin Small. "Ghoya se rio a carcajadas", concluye. A este relato se a?ade este de otra refugiada jud¨ªa sobre el alivio de la salida de las tropas imperiales: "A los chinos y a m¨ª se nos saltaron las l¨¢grimas cuando vimos partir [a los japoneses]. Sent¨ªamos una especie de uni¨®n que derivaba de la ocupaci¨®n japonesa a la que todos hab¨ªamos estado sujetos".
Convivencia, sin mezclarse apenas
Aunque no hubiera integraci¨®n ni apenas mezcla entre chinos y jud¨ªos, el Museo Jud¨ªo de la ciudad est¨¢ lleno de muestras de buena vecindad y solidaridad. Era habitual que los reci¨¦n llegados recibieran lecciones de taich¨ª, aprendieran de los locales los secretos de la cocina china e incluso celebraran juntos la llegada del a?o nuevo chino. Betty Grebenschikoff recuerda en uno de los testimonios recogidos en el museo: "Durante todos los a?os en que viv¨ª en China (...) nunca vi el menor signo de antisemitismo por parte de los chinos. (...) Siempre le estar¨¦ agradecida a China por darnos refugio a mi familia y a m¨ª cuando tantos otros pa¨ªses nos lo hab¨ªan negado".
Y es que se centraron solo en algunas zonas de la ciudad y muchos llevaron vidas ajenas a la del resto de habitantes de Shangh¨¢i. Cre¨ªan que su vida en China era pasajera, y as¨ª fue para la inmensa mayor¨ªa de ellos. Pero no para David Ludwig Bloch. Sordo tras contraer una meningitis y superviviente de Dachau, Bloch se qued¨® fascinado por la vida de los hombres que se deslomaban tirando de los rickshaws, los peque?os carros para transportar personas, a los que inmortaliz¨® en xilograf¨ªas. Rompiendo la costumbre de la mayor¨ªa de los jud¨ªos, se cas¨® con una mujer china, sorda como ¨¦l, y cambi¨® su nombre al chino con tres caracteres, los nombres de los colores blanco, verde y negro.
El pintor David Bloch, rompiendo la costumbre de la mayor¨ªa de los jud¨ªos, se cas¨® con una mujer china, sorda como ¨¦l, y cambi¨® su nombre al chino con tres caracteres: los nombres de los colores blanco, verde y negro.
Con el final de la guerra y los proleg¨®menos de la revoluci¨®n comunista de 1949, la mayor¨ªa de los jud¨ªos abandon¨® Shangh¨¢i para marchar a Norteam¨¦rica, Europa, Argentina o Sur¨¢frica, pero tambi¨¦n a Palestina. Sin cifras oficiales, se calcula que pudieron dejar la ciudad unas 22.000 personas. Entre ellas, un grupo de 300 militantes izquierdistas alemanes que deseaban volver a su pa¨ªs. En agosto de 1947 llegaron a Berl¨ªn, aclamados por una multitud que se hab¨ªa congregado en la estaci¨®n de tren para recibirlos. En 1950 pr¨¢cticamente ya no quedaban jud¨ªos en Shangh¨¢i.
Como un fantasma involuntario, la impronta hebrea se extiende por todo el centro hist¨®rico de la ciudad. Conviene visitar la casa Sasson, hoy hotel Peace, un trozo arquitect¨®nico del estilo Chicago en la ex¨®tica Shangh¨¢i, pero tambi¨¦n muchos otros edificios de propiedad jud¨ªa levantaron el skyline de la urbe hacia el cielo con elegantes geometr¨ªas art d¨¦co, mucho antes de que los rascacielos luminosos, exhibici¨®n sin complejos de leds multicolores, dibujaran su estampa actual.
Freud en chino
Aquella primera oleada de jud¨ªos de media Europa prosper¨® pronto: Inyectaron en tierras del r¨ªo Yangts¨¦ buena parte del legado cultural de Occidente. El yidis de escritores como Isaac Singer, mucho despu¨¦s premio Nobel, se tradujo a los alambicados caracteres del chino tradicional para que lo pudieran leer los locales. Han Fen, el nombre chino de Fanny Halpern, import¨® el psicoan¨¢lisis en China; hab¨ªa sido estudiante de Sigmund Freud en Viena. El dodecafonismo rompedor de otro austriaco, Arnold Sch?nberg, son¨® en Shangh¨¢i por el empe?o del jud¨ªo alem¨¢n exiliado Wolfgang Frankel. Las giras de Albert Einstein por el mundo tuvieron dos etapas en Shangh¨¢i, en 1922 y 1923. Otro f¨ªsico jud¨ªo, Niels Bohr, pis¨® Shangh¨¢i 14 a?os m¨¢s tarde. La reina de Oriente, como muchos conoc¨ªan la ciudad, era tambi¨¦n un enorme coladero por el que la cultura occidental se inmiscu¨ªa en Asia.
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