As¨ª triunfaron las series policiacas del pa¨ªs sin cr¨ªmenes
Crimen ficticio y real en Islandia: lo que hay detr¨¢s del ¨¦xito de la ficci¨®n 'noire'
Las cosas ya no son lo que eran en Islandia. Unos pescadores encuentran un cad¨¢ver, o, mejor dicho, lo que queda de ¨¦l, en aguas de un pueblo escondido en un fiordo. A lo bonzo, un activista prende fuego a una ministra en pleno centro de la capital, Reikiavik. Aseguran, incluso, que un asesino en serie est¨¢ detr¨¢s de varios cr¨ªmenes. Y que opera una red de prostituci¨®n infantil. ?Qu¨¦ pasa en uno de los pa¨ªses m¨¢s seguros del mundo?
Bueno, no se asusten. Porque estos hechos criminales ocurren en la ficci¨®n de series como Atrapados (2015-2019), Case (2015) y Los asesinatos del Walhalla (2020). S¨ª, todas hablan de este pa¨ªs de superficie fr¨ªa y coraz¨®n caliente, alejado de casi todo y que no solo destaca en seguridad sino tambi¨¦n en igualdad de g¨¦nero y, sobre todo, en ingresos por habitante (59.910 euros, m¨¢s del doble que Espa?a, 26.410).
En Islandia, donde viven unas 356.000 personas, en 2018 solo hubo tres homicidios, lo que se traduce en una tasa de 0,9 cada 100.000 (cifras de Naciones Unidas). Un a?o antes, se cometieron cuatro y en 2008, ninguno. La media anual de 2000 a 2015 fue 1,6.
La fascinaci¨®n por el crimen
A muchos cr¨ªticos de series les llama la atenci¨®n que pa¨ªses con tasas de homicidios bajas, como Noruega (0,5), Dinamarca (1), Suecia (1,1) y Finlandia (1,6), sean las factor¨ªas de historias donde los cr¨ªmenes no solo abundan sino que pueden ser bastante escabrosos. Pero el encandilamiento con los ¨ªndices de calidad de vida escandinava, a veces, puede llevar al enga?o.
En tiempos de malas noticias por el COVID-19, hay que destacar que Espa?a e Italia tienen tasas de homicidios menores que las de Islandia y cercanas a las de Noruega (0,6). Y esto nos hace pensar que, tal vez, la paradoja escandinava ya lleg¨® al sur de Europa. La serie Malaka (2019) es un elogiado y duro thriller ambientado en los bajos fondos de M¨¢laga que pudo verse en TVE.?
La realidad, por detr¨¢s de la ficci¨®n
Volviendo a Islandia, digamos que en la ¨²ltima d¨¦cada vivi¨® hechos delictivos algo novedosos (para ese pa¨ªs). En 2013 se produjo el primer tiroteo durante el cual la polic¨ªa mata a una persona, un hombre de 50 a?os que les disparaba desde un edificio. En 2017, ocurri¨® uno de los secuestros que m¨¢s han conmocionado de su historia reciente. La v¨ªctima era Birna Brj¨¢nsd¨®ttir, de 20 a?os, quien desapareci¨® mientras caminaba por el centro de Reikiavik. Su cuerpo fue hallado en una playa una semana despu¨¦s. La justicia conden¨® por el crimen a 19 a?os de prisi¨®n al pescador groenland¨¦s Thomas Olsen. Quiz¨¢ alguien est¨¦ preparando una serie sobre este caso.
Otros detalles de las series se han visto materializados a posteriori en la realidad. En Atrapados, una de las pocas palabras en island¨¦s que se nos pega es L?greglan ("polic¨ªa"). En la segunda temporada, una mujer dirige el cuerpo de polic¨ªa. En la vida real, en marzo pasado, Sigr¨ªgour Bj?rk Guoj¨®nsd¨®ttir se convirti¨® en la primera en comandar esa fuerza de orden p¨²blico. Sus 800 agentes suelen llevar solamente porras y gas pimienta, aunque, como muestra la serie, existe un grupo especial al estilo SWAT.
Los que tienen muchas armas, en cambio, son los civiles. En Islandia hay unas 90.000 registradas, aunque se usan m¨¢s para la caza que para atacar a otras personas.
?ndices de suicidio
Algunas series retratan el suicidio, como la bailarina de ballet que se quita la vida en Case. En Islandia, los suicidios superan con creces a los homicidios. Hay unos 30 por a?o, lo que se traduce en una tasa general de 13,3 cada 100.000 (entre los hombres sube a 21,7), seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. Aunque m¨¢s baja que la de Finlandia (20,8), es un poquito superior a la de Europa y duplica a la de Espa?a.
El argumento de Case se interna en las aguas de la droga, la pornograf¨ªa y la prostituci¨®n. En Islandia los clubes de striptease est¨¢n prohibidos por ser considerados tapaderas de prostituci¨®n y tambi¨¦n se penaliza a quienes paguen por sexo. Sin embargo, otra vez, los guionistas acertaron: Iceland Review alerta de que la oferta sexual a trav¨¦s de p¨¢ginas web aument¨® entre 2015 y 2017.
Caf¨¦, alcohol, inmigraci¨®n
Claro que estas series tambi¨¦n muestran costumbres. En Atrapados ver¨¢ que los islandeses toman bastante caf¨¦. Y esto es verdad: consumen 9 kilos de caf¨¦ por a?o y solo son superados por Finlandia (12) y Noruega (9,9), en un ranking donde Espa?a figura con 4,5 kilos al a?o.
Un abogado alcoh¨®lico es el personaje de la serie La corte (2009). Un caso poco representativo si vamos a las estad¨ªsticas, porque el consumo de alcohol en Islandia (9,1 litros por habitante por a?o) es inferior al del Reino Unido (11,5) y Espa?a (12,7). El gobierno island¨¦s informa de que, en 2015, un 40% de sus ciudadanos beb¨ªa con frecuencia mensual (en la Uni¨®n Europea, 22%) y 20% con frecuencia semanal (UE, 40%).
En cambio, puede llamar m¨¢s la atenci¨®n que la corrupci¨®n ahora sea parte de las tramas n¨®rdicas, como en Atrapados o la finlandesa Bordertown. Seg¨²n Transparencia Internacional, donde 100 equivale a cero corrupci¨®n, Islandia suma 78 puntos, menos que Finlandia (86), Suecia (85) o Noruega (84). Espa?a, en este aspecto, est¨¢ por debajo con 62 puntos.
Con unos 50.000 inmigrantes (12% de la poblaci¨®n), Atrapados muestra tensiones con los extranjeros. Sin embargo, Islandia est¨¢ considerado como un pa¨ªs que trata muy bien a los extranjeros, polacos en su mayor¨ªa, aunque hay algunos africanos, como muestra la serie. Otra curiosidad: Baltasar Korm¨¢kur, creador de Atrapados y director de Case, es hijo del pintor espa?ol Baltasar Samper.
Suele decirse que la realidad supera a la ficci¨®n. Pero la fascinaci¨®n por el policial n¨®rdico, que abarca series como la sueca Wallander y la danesa El puente, y las novelas de la dupla Maj Sj?wall-Per Wahl?? o Camila L?ckberg, nos lleva a replantear el dicho. De alguna manera, la ficci¨®n est¨¢ influyendo en la realidad.
Fernando Arturo Mu?oz Pace es profesor de Periodismo en la Universidad de Palermo. Este art¨ªculo apareci¨® publicado originalmente en The Conversation.
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