?Por qu¨¦ es tan dif¨ªcil predecir el suicidio? 7 de cada 10 personas no ten¨ªa pensado hacerlo una hora antes
Conocemos muchos factores de riesgo, pero a¨²n no tenemos ning¨²n modelo que prediga individualmente que alguien vaya a acabar con su vida
La pregunta del titular tiene una respuesta r¨¢pida y b¨¢sica: porque 7 de cada 10 personas que mueren por suicidio no ten¨ªa pensado hacerlo tan solo una hora antes. Porque la conducta suicida es din¨¢mica, cambiante, en alg¨²n punto impredecible, y se ajusta mal a nuestros anhelados modelos lineales de predicci¨®n e intervenci¨®n. El suicidio es una conducta, no una enfermedad, y su principal medida preventiva es la opuesta a la que se aplica en las infecciones: desaislarse, reconectarse, contaminarse de los otros. Los lazos afectivos y los cauces de comunicaci¨®n son su principal ant¨ªdoto.
El problema de salud p¨²blica del suicidio es de primera magnitud. Mueren m¨¢s personas por esta causa que por c¨¢ncer de mama. La cifra multiplica casi por tres la de fallecidos por accidente de tr¨¢fico. Multiplica por 93 la del terrible problema de la violencia machista. Se calcula que en el mundo hay m¨¢s de 700.000 muertos por suicidio al a?o, aunque muchos otros, que no se registran, pasan por inexplicables accidentes, ca¨ªdas, fatalidades dom¨¦sticas. Uno de los suicidios m¨¢s dolorosos, el de Primo Levi, escritor y superviviente del Holocausto, pudo deberse a que ¡°camin¨® por el rellano, abraz¨® la barandilla y cay¨® de un tercer piso por el hueco de la escalera¡±, seg¨²n cuenta un historiador; o quiz¨¢, en realidad, no fue as¨ª.
Hay diferencias entre pa¨ªses, siendo l¨ªderes en suicidios Corea, Lituania y Eslovenia, y los ¨²ltimos Turqu¨ªa, Grecia y M¨¦xico. Nuestra irremediable tendencia a buscar explicaciones simples a fen¨®menos complejos dispara nuestra m¨¢quina de hip¨®tesis: ?ser¨¢ el clima, la cultura, el nivel socioecon¨®mico? Pero tenemos m¨¢s datos inquietantes: de manera consistente, en las series hist¨®ricas la proporci¨®n de suicidio consumado por sexo es de 3 (varones) a 1 (mujeres). Tradicionalmente, el hombre ha tendido menos a verbalizar el conflicto y a solicitar ayuda externa, lo que puede producir una acumulaci¨®n secreta de tensi¨®n y sufrimiento, que desencadene la sacudida suicida. De promedio, el hombre es m¨¢s impulsivo y f¨ªsicamente agresivo, lo que se traduce en el uso de medios m¨¢s letales, y, a este respecto, la mujer tiene una tasa de tentativa autol¨ªtica mucho mayor que el hombre (lo intenta m¨¢s, pero con menor ¨¦xito).
Otro factor es la mayor frecuencia en hombres del abuso y la dependencia de alcohol, un claro facilitador suicida. Un estudio australiano delimit¨® un grupo de alto riesgo: varones de 40 a 60 a?os, reci¨¦n separados (en un 25 % de casos se encontr¨® este antecedente), en paro, con alto consumo de alcohol, desesperanzados y reacios a acudir a ning¨²n psic¨®logo o psiquiatra. Los usuarios de nuestros centros de salud mental y otros recursos son mayoritariamente mujeres, y quiz¨¢ no estamos ofreciendo una ayuda efectiva a este grupo de varones de alto riesgo, que parecen estar en alg¨²n punto ciego de nuestra retina.
El 10 % de la poblaci¨®n general se ha planteado alguna vez acabar con su vida. Habitualmente son ideas transitorias, poco estructuradas, sin paso al acto, y constituyen una se?al de alto sufrimiento ps¨ªquico. Son a¨²n m¨¢s frecuentes las ideas de muerte, es decir, contemplar la muerte como algo no indeseado (¡°tal como estoy, si ma?ana me da un infarto y me quedo en el sitio, no me importar¨ªa¡±). No implican ning¨²n plan para acabar con la vida, pero s¨ª una desvalorizaci¨®n de ella. Los intentos de suicidio, que son 20 veces m¨¢s frecuentes que las consumaciones, son a menudo intentos desesperados de huir de una situaci¨®n desbordante. En una situaci¨®n adversa, aparece la visi¨®n en t¨²nel caracter¨ªstica: la percepci¨®n selectiva y r¨ªgida de los aspectos negativos de nuestra vida, de forma que se ve el suicidio como la ¨²nica salida.
Y siguiendo con este intento de clarificar conceptos, est¨¢n las conductas parasuicidas, que, bajo la apariencia del suicidio, tienen otros fines, como movilizar el entorno familiar o generar una reacci¨®n emocional en los dem¨¢s. No debemos banalizar o ridiculizar estos gestos, porque algunos parasuicidas se equivocan y mueren en su prop¨®sito errado. Y, definitivamente, todos ellos deben sufrir mucho para recurrir a estos m¨¦todos desesperados, a veces teatrales, de gesti¨®n de los conflictos. Las autolesiones, finalmente, constituyen la acci¨®n de agredirse a uno mismo sin finalidad suicida. Es alarmante c¨®mo han proliferado en chicas adolescentes en los ¨²ltimos dos a?os.
Es dif¨ªcil encontrar un equilibrio entre la condena inhumana y cruel a los suicidas (el escarnio, ese sacerdote del entierro de Ofelia: ¡°Sus exequias se han celebrado con toda la amplitud que el caso permit¨ªa. Su muerte fue dudosa¡±, acto V, escena I de Hamlet) y su enaltecimiento rom¨¢ntico. Todos hemos estudiado que S¨®crates bebi¨® digna y serenamente la cicuta tras ser condenado a muerte, que Larra se dispar¨® en la sien por honor y que Cesare Pavese, autor de El Oficio de Vivir, pas¨® prematuramente a convertirse en una leyenda literaria. Por no hablar, por supuesto, de las fulgurantes estrellas de rock, a los que llevar flores en su tumba.
Los planes [de prevenci¨®n] se centran mucho en aquellos pacientes que ya han hecho un primer intento. Sin embargo, el 75 % de los suicidios consumados se producen en el primer intento
La realidad diaria del suicidio es m¨¢s cruda y terrible. Se parece m¨¢s a cuando Mishima prepar¨® un noble ritual seppuku para su suicidio, pero el subalterno encargado de decapitarlo, tenso y nervioso, no cumpli¨® bien su labor; tuvo que actuar un segundo subalterno, quien al tercer intento lo logr¨® penosamente. En las urgencias de un hospital, el suicidio es una se?ora gritando y vomitando al mismo tiempo, con un tubo metido en el es¨®fago. Poco rom¨¢ntico.
Al igual que otros pa¨ªses del entorno, en Espa?a se est¨¢n haciendo importantes esfuerzos en la prevenci¨®n del suicidio. Muchas comunidades aut¨®nomas (por cierto, de distinto signo pol¨ªtico, como Catalu?a, Valencia, Euskadi o Madrid) han elaborado excelentes planes basados en la evidencia. Se basan en sensibilizar a la poblaci¨®n, limitar el acceso a medios letales, mejorar la comunicaci¨®n de noticias de suicidios, entrenar a los adolescentes en habilidades socioafectivas e identificar y tratar a personas de riesgo, entre otras medidas. Hay voces que claman por un Plan Nacional, pero al tratarse de un enfoque de salud p¨²blica de car¨¢cter multisectorial y participativo, que va m¨¢s all¨¢ de lo sanitario, algunos consideran que pondr¨ªa en jaque la delegaci¨®n de competencias a las CCAA.
En cualquier caso, adelante con dotar de recursos (mientras haya profesionales disponibles) a los agentes sanitarios y sociales que pueden reducir este tr¨¢gico fen¨®meno. Pero tambi¨¦n es nuestro deber avisar de que no ser¨¢ f¨¢cil reducir las tasas. Los planes se centran mucho en aquellos pacientes que ya han hecho un primer intento, porque efectivamente esto aumenta el riesgo de tener un siguiente. Sin embargo, el 75 % de los suicidios consumados se producen en el primer intento, y la cifra llega al 88 % en mayores de 45 a?os. Un subgrupo de pacientes podr¨ªa beneficiarse preferentemente de estos planes: repetidores de una conducta autol¨ªtica de baja letalidad, en el espectro del suicidio, parasuicidio y las autolesiones, que ya est¨¢n en nuestro circuito sanitario.
Sin embargo, las series de autopsias psicol¨®gicas muestran que la mitad de los fallecidos no ten¨ªa contacto previo con ning¨²n terapeuta ni centro de salud mental. Sabemos que hay factores de riesgo y de protecci¨®n del suicidio, pero actualmente ning¨²n modelo matem¨¢tico es capaz de predecir esta conducta. Se da la paradoja de que, en el suicidio, quiz¨¢ podamos prevenir pero no predecir: otra inquietante cura de humildad.
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