?Cu¨¢ntas veces m¨¢s hay que asesinar brutalmente a Sharon Tate?
?Qu¨¦ busca el p¨²blico que adora revisar una y otra vez las atrocidades de Manson?
En una entrevista que Sharon Tate concedi¨® cuando a¨²n no conoc¨ªa a Roman Polanski ni sab¨ªa que alg¨²n d¨ªa la matar¨ªan en un terror¨ªfico asesinato ritual en la casa que ambos compart¨ªan, dec¨ªa que aunque la prensa europea la hubiese se?alado como ¡°la nueva Marilyn Monroe¡± ella no se identificaba en absoluto con esa descripci¨®n, ya que en su opini¨®n el tiempo de ¡°las sex symbols¡± hab¨ªa pasado.
Lo dijo en 1966.
Este fin de semana se han cumplido cincuenta a?os de su brutal asesinato ritual y el mundo lo? ¡®celebra¡¯ acudiendo a ver a Margot Robbie haciendo de ella en la ¨²ltima pel¨ªcula de Quentin Tarantino, que en Espa?a se estrena esta semana.
Seg¨²n cuentan los cr¨ªticos, en ¡°Once upon a time in Hollywood¡±, Sharon Tate aparece bailando seductoramente en un dormitorio, se contonea con un crop top en una fiesta en la mansi¨®n de Hugh Hefner, sonr¨ªe con coqueter¨ªa cuando va a ver su propia pel¨ªcula a un screening en un cine local y apenas pronuncia doce l¨ªneas en un gui¨®n que se extiende un total de tres horas. Un cr¨ªtico de Esquire, tras el estreno del film en Estados Unidos, critic¨® la vacuidad del personaje encarnado por Robbie: ¡°Seg¨²n esa descripci¨®n, parece como si no fuera m¨¢s que una virgen vestal silenciosa y tr¨¢gica, vac¨ªa de ninguna personalidad¡±.
Sharon Tate renegaba de la idea de ser un sex symbol y sin embargo, cincuenta a?os despu¨¦s, se la sigue presentando como tal, viva o muerta. La Sharon Tate viva representa a la hippie burguesa que no tiene miedo a desnudarse y que cree en la paz y el amor como soluci¨®n a todo; la Sharon Tate muerta es la mujer que paga individualmente por los pecados colectivos de una sociedad con la moral fuera de control. Sharon Tate, a estas alturas del siglo XXI, es ya poco m¨¢s que la protagonista arquet¨ªpica de una f¨¢bula moralizante que, nadie parece recordarlo, fue real.
Hay algo en la revisi¨®n peri¨®dica del caso Tate que huele a chamusquina, y no es solo la cosificaci¨®n de una mujer guapa.
Imaginemos que Tarantino, en lugar de retratar a la actriz como una ¡°virgen vestal silenciosa y tr¨¢gica¡±, la hubiese mostrado como el ser lleno de matices que era. ?Cambiar¨ªa eso algo? ?Ser¨ªa menos obvia la fetichizaci¨®n de un crimen que ha convertido en un icono pop a Charles Manson? ?Alguien empezar¨ªa a plantearse que ese asesinato atroz que se reconstruye una y otra vez afect¨® a personas reales?
?Si el mundo comprendiese por fin que la actriz descuartizada era un ser humano con cabeza, empezar¨ªa a importar algo m¨¢s que el terrible destino final de su cuerpo? ?Ser¨ªa menos obvio que lo que menos importa en todo este asunto es la dimensi¨®n humana del cordero sacrificial?
La Sharon Tate que interesa a la industria del entretenimiento (e incluimos al periodismo contempor¨¢neo en esta categor¨ªa) es la muerta, no la viva. Y la narrativa que se repite una y otra vez desde hace cinco d¨¦cadas es la de su asesinato, no la de su biograf¨ªa.
Sharon Tate es la protagonista de un cuento violento cuyas im¨¢genes terribles conocemos tan bien que solo necesitamos una c¨¢ndida evocaci¨®n de su figura (Margot Robbie con una faldita blanca) para que todas esas escenas aparezcan en nuestra cabeza: una soga al cuello, un tronco lleno de cuchilladas y una x cruzando de lado a lado un vientre que contiene a un beb¨¦ de ocho meses y medio, una voz suplicando clemencia por el hijo en ciernes¡
Un director de culto estrena en el siglo XXI una pel¨ªcula que gira en torno al crimen m¨¢s glosado del siglo XX y la agenda cultural le da al mundo entero carta blanca para revisar una y otra vez, con todo lujo de detalles, las atrocidades infligidas a una mujer embarazada. Los medios revisitan (como llevan haciendo desde 1969) todas las cosas terribles que le ocurrieron a ¡°la esposa de Roman Polanski¡±. Y solo otra ¡°esposa de Roman Polanski¡± se atreve a quejarse. Emmanuel Seigner mostr¨® hace meses su indignaci¨®n por la hipocres¨ªa de un Hollywood que ha convertido a su marido en un paria pero sin embargo no tiene reparos en sacar provecho comercial de la narraci¨®n de su tragedia familiar.
Sharon Tate, la m¨¢s perjudicada, no puede opinar. Por supuesto que Tarantino no tiene que darle una personalidad propia en la pel¨ªcula. Nadie quiere saber si a Caperucita Roja le gustaba leer. Lo importante es que se la comi¨® el lobo.
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