Juan XXIII detestaba la idea de ¡®cruzada¡¯
El Papa quer¨ªa modernizar su Iglesia superando el Concilio Vaticano I
No ha habido muchos concilios universales (ecum¨¦nicos) en la historia de la Iglesia, ahora llamada Romana. Apenas veintiuno. En palabras de Francisco de Vitoria, ¡°desde que los papas comenzaron a temer a los concilios, la Iglesia est¨¢n sin concilios, y as¨ª seguir¨¢ para desgracia y ruina de la religi¨®n¡±. El dominico espa?ol escribi¨® esto en 1530. Desde entonces, ha habido tres concilios, dos para oponerse a la modernidad (Trento, en 1545; el Vaticano I en 1869); un tercero en 1962, para el aggiornamiento¡¯(para poner al d¨ªa al cristianismo romano).
?No es cierto que la convocatoria del Vaticano II fuese una sorpresa. Un concilio estuvo en la cabeza de P¨ªo XII, que desisti¨® agobiado por problemas m¨¢s acuciantes. Tambi¨¦n fueron conscientes de su necesidad P¨ªo XI y Benedicto XV. Era muy evidente que la Iglesia romana estaba fuera del mundo desde el Vaticano I, celebrado casi un siglo antes bajo la batuta de un pont¨ªfice desbocado, P¨ªo IX. As¨ª que Juan XXIII, un Papa fieramente humano, quer¨ªa nada menos que poner al d¨ªa (aggiornamiento) a su Iglesia. Quer¨ªa borrar la huella del Vaticano I, donde P¨ªo IX, un psic¨®pata, se hab¨ªa proclamado infalible y engordaba cada d¨ªa el Syllabus errorum modernorum, en guerra total contra la modernidad entera. Su ?ndice de libros prohibidos, un apag¨®n cultural m¨¢s all¨¢ de toda imaginaci¨®n, inclu¨ªa a los fundadores de la ciencia moderna e incluso a la Cr¨ªtica de la raz¨®n pura de Kant, y desde luego a Cop¨¦rnico y Galileo, a Descartes y Pascal, a Spinoza, Mill, Comte, Condorcet y Ranke, por supuesto a Rousseau y Voltaire, a la Enciclopedia de Diderot y hasta al Diccionario Larouse, y tambi¨¦n a los m¨¢s grandes de la literatura de todos los tiempos.
?Si despu¨¦s de Auschwitz y dos guerras mundiales era dif¨ªcil escribir poes¨ªa (como supuso Adorno), peor lo ten¨ªa la Iglesia romana, fuera del mundo desde que P¨ªo IX acord¨® aquel cat¨¢logo de los errores que inclu¨ªa a todo lo que se moviera m¨¢s all¨¢ (y m¨¢s ac¨¢) de Trento. Con P¨ªo IX, Roma se ech¨® encima a media humanidad. La gota que colm¨® el vaso fue su decisi¨®n de proclamarse a s¨ª mismo ?infalible! decidiendo, adem¨¢s, que tal cosa era dogma de fe. Grandes prelados del Vaticano I, sobre todo los centroeuropeos, salieron despavoridos del concilio tras fracasar en su intento de impedir semejante extravagancia.
?Juan XXIII quiso cerrar el error Vaticano I con un nuevo concilio, para colocar a su iglesia en la modernidad, haci¨¦ndola humana, sensible, cercana. Sus propuestas iban en esa direcci¨®n, no hab¨ªa otra posible. Y quiso hacerlo desde la verdad, desde la humildad. Lo dijo con palabras que a¨²n parecen provocativas porque obispos espa?oles siguen predicando lo contrario. Afirm¨®: ¡°La libertad religiosa debe su origen, no a las iglesias, ni a los te¨®logos, y ni siquiera al derecho natural cristiano, sino al Estado moderno, a los juristas y al derecho racional mundano, en una palabra, al mundo laico¡±.
El r¨¦gimen rechazaba a Roncalli, quien no rend¨ªa pleites¨ªa al dictador
?Suele creerse que la elecci¨®n de Juan XXIII sorprendi¨® a todo el mundo. No es cierto. El cardenal Roncalli era un papable seguro desde que fue encargado por P¨ªo XII para resolverle la terrible crisis del episcopado franc¨¦s que hab¨ªa colaborado con el r¨¦gimen filonazi del mariscal Petain. El diplom¨¢tico Roncalli, entonces arzobispo, viaj¨® a Par¨ªs como nuncio apost¨®lico y en apenas tres meses logr¨® convencer al general De Gaulle de que la Rep¨²blica renunciase a enviar al exilio (e, incluso, a procesar) a los mitrados colaboracionistas (una veintena), limit¨¢ndose a castigar a tres de ellos con un ostracismo bendecido por el Vaticano. Fue la de Roncalli una gesti¨®n impresionante, universalmente aclamada (salvo en la Espa?a nazi-cat¨®lica, obligada al silencio).
En Espa?a, hab¨ªa una raz¨®n para recelar de la convocatoria del concilio. El papa Roncalli era detestado por el R¨¦gimen. Poco antes de ser elegido Papa, en pleno c¨®nclave (28 de octubre de 1958), el embajador de Espa?a ante la Santa Sede dirigi¨® un telegrama al ministro de Asuntos Exteriores cuyo texto dec¨ªa: ¡®Alejado el peligro Roncalli¡¯. Horas despu¨¦s, Roncalli era elegido papa. Siendo ya cardenal, hab¨ªa viajado por Espa?a durante semanas sin rendir pleites¨ªa al llamado Caudillo, ni a otras autoridades eclesi¨¢sticas, como era costumbre, haciendo a veces iron¨ªas sobre la extravagante situaci¨®n pol¨ªtica espa?ola.
?Hab¨ªa otras razones. Era conocido que al papa Roncalli le disgustaba que a la guerra civil desatada por Franco con el apoyo de los jerarcas eclesi¨¢sticos se le llamase Cruzada (ten¨ªa prohibido usar esta palabra en su presencia). Y tambi¨¦n que hab¨ªa ordenado paralizar todos los procesos de beatificaci¨®n de los llamados m¨¢rtires de esa criminal contienda. Franco supo tambi¨¦n que Roncalli hab¨ªa protegido a los nacionalistas vascos en el exilio, entonces democristianos, sobre todo desde la Nunciatura del Vaticano en Par¨ªs. Lo cierto es que Juan XXIII ¨Cal que se atribu¨ªan or¨ªgenes familiares en el valle navarro del Roncal-, conoc¨ªa muy bien la realidad de los obispos espa?oles, muchos de los cuales, en el momento de empezar el concilio, estaban celebrando con grandes palabras, con obscenos sermones, los llamados Veinticinco A?os de Paz en Espa?a.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.