Tesoros urbanos de anteayer
El cierre de comercios emblem¨¢ticos aviva el debate sobre c¨®mo defender el patrimonio Se protegen edificios, pero no farolas
?Qu¨¦ tienen en com¨²n las entradas al metro de Par¨ªs de Hector Guimard, las cabinas telef¨®nicas de Reino Unido y las farolas-banco del paseo de Gracia barcelon¨¦s err¨®neamente atribuidas a Gaud¨ª? Todas causaron estupor y todas han terminado convertidas en iconos de su ciudad. As¨ª, la oposici¨®n que provocaron cuando comenzaron a instalarse, a principios del siglo XX, se ha transformado hoy en una protecci¨®n que vela por su conservaci¨®n.
Se cuentan por millones los turistas que cada a?o se retratan en uno de los 32 bancos-farola que quedan. El legendario ¡°Falqu¨¦s, te colgaremos de tu propia farola¡± evoca el rechazo que, en 1906, sufri¨® su autor, el arquitecto municipal Pere Falqu¨¦s i Urp¨ª, pero actualmente los bancos est¨¢n protegidos y, adem¨¢s de alumbrar y ofrecer asiento, recuerdan al visitante que el modernismo barcelon¨¦s se extiende m¨¢s all¨¢ de Gaud¨ª. La historia de este elemento urbano (incluida su interpretaci¨®n de 1974 en forma de farola-jardinera) es un ejemplo de convivencia entre el patrimonio arquitect¨®nico y la evoluci¨®n de la ciudad. Pero no siempre sucede as¨ª. La chocolater¨ªa Fargas, que abri¨® en 1827, deber¨¢ cerrar a final de a?o cuando concluya su contrato de alquiler y los propietarios del edificio donde est¨¢ ubicada lo transformen en un centro comercial. El alcalde, Xavier Tr¨ªas, se comprometi¨® hace unos d¨ªas a proteger los comercios singulares, pero lo hizo tras aprobar ese centro comercial. Curiosamente, los menos conservadores, PSC, IC y ERC, se opusieron al proyecto. Tambi¨¦n cerrar¨¢n otras tiendas singulares como la pasteler¨ªa La Colmena o el colmado de Qu¨ªlez.
Los bancos-farola de Falqu¨¦s, anta?o denostados, son hoy un icono barcelon¨¦s
La primera cabina telef¨®nica brit¨¢nica, dise?ada por sir Giles Gilbert Scott en 1924, no era roja. Se pint¨® para hacerla m¨¢s visible. Y fue alter¨¢ndose con el paso del tiempo hasta que se percataron de que apenas quedaban ¡°originales¡± de ese elemento aparentemente insignificante y, sin embargo, emblem¨¢tico. Hoy, hay ¡°primeras¡± cabinas en la Royal Academy de Londres o en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) de Boston. Pero para cuando surgi¨® la norma que las protege, buena parte hab¨ªa desaparecido camino de las casas de subasta. Algo similar sucedi¨® en Par¨ªs. De las 141 entradas de metro Art Nouveau ideadas por Guimard apenas quedan 86, incluida la de la colecci¨®n del MoMA y descontada la de Ch?telet, una r¨¦plica erigida en el a?o 2000 que conduce a preguntarse: ?qu¨¦ nos lleva a destrozar lo original y a tratar de resucitarlo luego como pastiche?
La ambig¨¹edad a la hora de establecer el grado de protecci¨®n que tienen estos elementos facilita su deterioro. Se protegen edificios y jardines, pero no farolas: las partes preservadas dependen del todo de quien pertenecen. Y son muy pocos los inmuebles ¨ªntegramente indultados. Sin embargo, incluso quienes no atienden a razones culturales har¨ªan bien en prestar atenci¨®n a las econ¨®micas. Una cabina puede parecer poco, pero ?qu¨¦ visitan los turistas cuando ya han estado en la Giralda o en la catedral de Santiago?
El patrimonio urbano peque?o contribuye m¨¢s que el monumental a la riqueza de las calles. Se conserva en sociedades con conciencia patrimonial, como la italiana, en ciudades con escasos bienes urbanos ¡ªcomo las norteamericanas¡ª o con pocas posibilidades de renovaci¨®n, como las portuguesas o las checas. Y su conservaci¨®n habla de civilizaci¨®n. ¡°La presencia de tiempos diferentes en la ciudad da un significado m¨¢s profundo y rico al espacio urbano¡±, argumenta el arquitecto Manolo Gallego, autor de rehabilitaciones como la del Museo de Bellas Artes de A Coru?a. Adem¨¢s de cuidar lo que merece cuidado, no se trata de atraer al turismo con gestos monumentales sino de intentar que vuelva. Una ciudad construida a capas es como un buen libro, o una buena pel¨ªcula: permite relecturas, se deja ver de nuevo.
M¨¢s all¨¢ de una normativa interpretable, la protecci¨®n del patrimonio hist¨®rico es un terreno pantanoso porque cada Ayuntamiento tiene su cat¨¢logo de Bienes de Inter¨¦s Cultural (BIC) y adem¨¢s ¡ªy ah¨ª est¨¢ la clave¡ª aplica su propio criterio ¡ªvariable¡ª para alterarlo. As¨ª, los cat¨¢logos establecen diversos niveles de protecci¨®n (integral, parcial, ambiental...) y buena parte de los elementos ic¨®nicos (farolas, rejas, letreros, pavimentos o quioscos) se escurre entre esas interpretaciones. En ese magma, los elementos aislados pueden quedar desprotegidos. Pensemos en los buzones amarillos de fundici¨®n: ?cu¨¢ntos ha visto desaparecer en su barrio? ?Ser¨ªa posible encontrar una cabina como la que encerr¨® a Jos¨¦ Luis L¨®pez V¨¢zquez en la pel¨ªcula hom¨®nima que dirigi¨® Antonio Mercero en 1972? Con una protecci¨®n fragmentaria y arbitraria, ?c¨®mo hacer compatible memoria urbana, cuidado del patrimonio y vida en los edificios c¨¦ntricos?
El arquitecto Carlos Lamela, que firm¨® la T4 de Barajas y ahora trabaja en el dise?o del complejo Canalejas ¡ªla reconversi¨®n de varios edificios hist¨®ricos en un centro comercial con hotel junto a la Puerta del Sol de Madrid¡ª, considera que no es posible proteger un patrimonio al que no se da uso: ¡°O somos suficientemente flexibles para permitir que la protecci¨®n no sea una barrera insalvable, o muchos edificios morir¨¢n¡±, esgrime. Aunque su proyecto har¨¢ desaparecer gran n¨²mero de vidrieras, rejas, puertas y cornisas, considera que es el uso lo que protege a los inmuebles y argumenta que si la mezquita de C¨®rdoba no hubiese sido transformada en catedral cristiana, hoy no existir¨ªa.
Las rejas, los letreros o los buzones tambi¨¦n tienen gran inter¨¦s tur¨ªstico
Sin embargo, el arquitecto Alberto Teller¨ªa, especialista en historia, defiende que el 99% de los edificios antiguos sigue en uso sin necesidad de destruir sus valores patrimoniales. ¡°La necesidad de reformar no obedece habitualmente a la obsolescencia de los inmuebles sino a criterios especulativos¡±, opina. Y pone como ejemplo, precisamente, a ese futuro complejo Canalejas en el coraz¨®n de Madrid. Explica que tras la mudanza al extrarradio de las sedes bancarias que ocupaban esos edificios ¡°tocaba recoger las plusval¨ªas generadas por la revalorizaci¨®n de los solares del centro urbano¡±. Y que ¡°ya antes de que estallase la burbuja inmobiliaria el banco de Santander negoci¨® la venta de la manzana partiendo de un plan mucho m¨¢s proteccionista que el actual [realizado por Rafael de la Hoz]¡±. Sin embargo, cuando esa operaci¨®n se trunc¨®, ¡°como el banco no quer¨ªa renunciar al valor que hab¨ªa asignado al conjunto, removi¨® Roma con Santiago para que le permitiesen remodelar la manzana, a?adiendo plantas y destrozando el interior¡±. Hace un a?o, el Santander vendi¨® ese patrimonio por 215 millones de euros al grupo Villar Mir. Obtuvo una plusval¨ªa de 85 millones de euros pero sacrific¨® una colecci¨®n irrepetible de vidrieras, mostradores, columnas, puertas y rejas.
Aunque es probable que un nuevo centro comercial revitalice un barrio, destruir el patrimonio a golpe de cambios de catalogaci¨®n desprestigia una ciudad, su arquitectura y al Ayuntamiento que lo permite. Fue el consistorio madrile?o el que cambi¨® la protecci¨®n del interior de esos edificios al considerar ¡°destrozado por los cambios de uso¡± lo que Teller¨ªa califica de ¡°tesoro urbano¡±. Una interpretaci¨®n tan dispar deja claro que en el debate sobre c¨®mo aunar protecci¨®n de patrimonio y nueva vida en los edificios antiguos por encima del cuidado patrimonial parecen imperar los criterios econ¨®micos. ?C¨®mo mantenerlos a raya? ?C¨®mo hacer que el largo plazo de las ciudades resista al cortoplacismo de tantos ayuntamientos endeudados?
El arquitecto Enrique Bardaj¨ª, que realiz¨® el Plan Especial de Protecci¨®n y Rehabilitaci¨®n de Santiago de Compostela y actualmente dirige el equipo que revisa el cat¨¢logo de Madrid, explica que los ¨²ltimos 30 a?os de protecci¨®n hist¨®rico-arquitect¨®nica han estado condicionados por el rechazo radical a las pol¨ªticas de demolici¨®n indiscriminada que se practicaron despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial en toda Europa. Frente al mantenimiento de todo aquello que tiene ¡°suficiente antig¨¹edad¡±, ¨¦l propone valorar la relaci¨®n entre edificio y ciudad para introducir mejoras en los inmuebles de los cascos hist¨®ricos. As¨ª, Bardaj¨ª aboga por inyectar mayor laxitud. Sin embargo, hechos como que en algunos cat¨¢logos de Bienes de Inter¨¦s Cultural las construcciones desnudas precursoras de la modernidad se juzguen como poco valiosas, ilustran la desprotecci¨®n de la arquitectura moderna que ha permitido la desaparici¨®n, en 1999, de una obra tan relevante como la Pagoda que Miguel Fisac construy¨® en Madrid en 1965. ¡°Aqu¨ª se plantearon 100 a?os de antig¨¹edad m¨ªnima como regla y todos los inmuebles del reinado de Alfonso XIII o de la modernidad quedaron desprotegidos¡±, explica Teller¨ªa.
Bajard¨ª cree que ¡°casi cualquier uso es compatible con proteger el inmueble¡±
La norma para controlar el patrimonio ¡ªlos cat¨¢logos¡ª corre el doble riesgo de burocratizar los procesos de saneamiento y de convertirse en coladero. ?C¨®mo? Permitiendo a la vez una interpretaci¨®n muy estricta que lleva a paralizar la reforma de comercios ¡ªy a cerrarlos durante meses¡ª por haber sustituido una peque?a pieza de fachada en una zona de protecci¨®n ambiental ¡ªla m¨¢s leve¡ª y, a su vez, amparando operaciones que eliminan un reguero de elementos urbanos con una lectura mucho m¨¢s laxa del mismo manual. Esa interpretaci¨®n arbitraria desemboca con frecuencia en un limbo legal donde, salvo los monumentos de primera fila, todo puede alterarse. Semejante desprotecci¨®n contrasta con legislaciones como la neoyorquina, por ejemplo, donde puede protegerse un edificio cuando se cumplen 30 a?os de su construcci¨®n.
Cuando Bardaj¨ª defiende que los edificios del pasado deben poderse modificar argumenta que en la mayor¨ªa de las casas debe prevalecer habitabilidad sobre protecci¨®n. La Pedrera de Gaud¨ª sigue siendo un edificio de viviendas. Y el obrador de la pasteler¨ªa Fargas sigue cociendo chocolate. ¡°Casi cualquier uso puede ser compatible con la protecci¨®n de un inmueble¡±, explica. Teller¨ªa le da la raz¨®n: ¡°Que un edificio se proteja no quiere decir que no se pueda intervenir en ¨¦l, sino que se establecen cautelas para asegurar actuaciones que no mermen sus valores hist¨®rico-art¨ªsticos¡±, explica al tiempo que recuerda que el valor econ¨®mico de un edificio pertenece a su propietario, pero los valores culturales a toda la sociedad.
Por eso este arquitecto compara la operaci¨®n Canalejas a construir un rascacielos en el centro de la catedral de Burgos y decir que no queda afectada la fachada ¡ªlo ¨²nico ahora protegido¡ª porque no se toca. ¡°No se trata de impedir cualquier intervenci¨®n, solo aquellas que no sean respetuosas con los valores del edificio¡±, insiste. Y explica que ning¨²n inmueble ¡ªni antiguo ni moderno¡ª admite un uso contradictorio con aquel para el que fue dise?ado, ¡°aunque los intereses econ¨®micos de los propietarios vayan en esa direcci¨®n¡±.
Carlos Lamela, por su parte, opina que transformar completamente los interiores ¡°no es ni bueno ni malo, simplemente es ley de vida para adaptarse al paso del tiempo¡±. Sin embargo, declara estar ¡°proponiendo la recuperaci¨®n de un mayor n¨²mero de elementos de los antiguos bancos que formaban el complejo Canalejas¡±. As¨ª, habla de un rescate sui g¨¦neris ¡ªy en cierto modo acultural¡ª cuando cita la selecci¨®n de elementos a recuperar ¡°para reubicarlos¡±. ?Da lo mismo d¨®nde se pongan las rejas y las puertas restauradas? ¡°Que los edificios se queden sin uso y contin¨²en deterior¨¢ndose significar¨¢ la muerte de la ciudad¡±, insiste antes de opinar que en Espa?a la sociedad nunca ha valorado el inter¨¦s decorativo de determinados locales comerciales como sucede en otros pa¨ªses europeos. ¡°A medida que nuestro nivel cultural vaya aumentando, iremos valorando aspectos que hoy descuidamos¡±, zanja.
Lamela: ¡°Que los edificios se queden sin uso significar¨¢ la muerte de la ciudad¡±
En las Ramblas de Barcelona, una antigua sastrer¨ªa vende hoy porcelana de Lladr¨®. En Par¨ªs, la joyer¨ªa Aleixandre se convirti¨® en un MacDonald's conservando buena parte de su decoraci¨®n. Y el Mus¨¦e Carnavalet de historia de la ciudad conserva la decoraci¨®n completa (fachada incluida) de algunas tiendas antiguas. Sin embargo, ?qu¨¦ valor tiene preservar comercios y cambiarles el uso? El concejal de Comercio del Ayuntamiento de Barcelona, Raimond Blasi, abord¨®, por primera vez esta semana, la posibilidad de preservar actividades como bien cultural en medio del debate sobre el futuro de la chocolater¨ªa Fargas. En Sevilla, la relojer¨ªa El Cron¨®metro ha superado crisis y cambios generacionales sin alterar su fachada. Lo mismo que ha hecho el bar Manteca de C¨¢diz, la centenaria farmacia Rodr¨ªguez Maim¨®n de Logro?o o el caf¨¦ Iru?a de Bilbao, pero son excepciones.
Teller¨ªa considera que en Espa?a arrastramos el complejo de ser un pa¨ªs atrasado: ¡°Eso hace que nos entusiasmemos por cualquier novedad que nos haga sentirnos modernos, despreciando elementos del pasado por valiosos que sean¡±. Tenemos, adem¨¢s, un problema con el mantenimiento: ¡°Aqu¨ª las cosas se degradan porque no se cuidan y se dejan decaer hasta que requieren una renovaci¨®n completa¡±, explica. Y no le falta raz¨®n. Piensen en los aparatos de aire acondicionado colgados en las fachadas o en edificios reci¨¦n construidos en los que se renuevan rejas y ventanas sin respeto por el dise?o original. A esa falta de decoro atribuye Teller¨ªa que algunos locales antiguos presenten una mezcolanza desconcertante, fruto de continuas reformas descontroladas.
Sin una educaci¨®n que induzca a cuidar los bienes colectivos y con leyes interpretables por los ayuntamientos de acuerdo con sus prioridades es dif¨ªcil que el patrimonio no siga desapareciendo o generando controversia. Sin embargo, la falta de cuidado con los bienes de inter¨¦s cultural no solo supone una p¨¦rdida econ¨®mica y patrimonial, tambi¨¦n permite intuir qu¨¦ ocurrir¨¢ con nuestras obras cuando ya no podamos cuidarlas.
Catalogar o destruir el patrimonio
El cat¨¢logo de elementos protegidos es parte del Plan General de Ordenaci¨®n Urbana. Lo actualizan los Ayuntamientos ¡ªconvocando concursos peri¨®dicos¡ª y lo supervisan las autonom¨ªas. Los niveles de protecci¨®n var¨ªan entre el m¨¢ximo ¡ªnivel 1 de protecci¨®n ¨ªntegra¡ª y el m¨ªnimo ¡ªnivel tres de protecci¨®n ambiental¡ª, que obliga a mantener el volumen que ocupa un edificio, pero no a conservar la fachada. En medio quedan las protecciones volum¨¦tricas, parciales o de valores determinados.
Cualquier ciudadano puede pedir la protecci¨®n para un inmueble o parte de este, ¡°pero la experiencia que tenemos es que no sirve de nada¡±, indican en la asociaci¨®n Madrid, Ciudadan¨ªa y Patrimonio, donde solo han conseguido conservar un antiguo front¨®n, el Beti Jai, mientras que para proteger obras como el teatro Alb¨¦niz o las Vistillas de Madrid tuvieron que recurrir al Tribunal Supremo, que evit¨® su destrucci¨®n. Dice Vicente Pat¨®n, que dirige esa asociaci¨®n: ¡°Asistimos a una hipertrofia y abducci¨®n del poder pol¨ªtico sobre la autoridad de los t¨¦cnicos de la Administraci¨®n, cada vez m¨¢s relegados y sustituidos en sus niveles altos por asesores, o peones del partido gobernante, a veces sin el menor conocimiento de su tema¡±.
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