El Papa Francisco: ¡°Juan XXIII y Juan Pablo II fueron dos hombres valerosos¡±
El Pont¨ªfice preside en la plaza de San Pedro la canonizaci¨®n de Karol Wojtila y Angelo Giuseppe Roncalli ante 800.000 personas Bergoglio loa la figura de los dos nuevos santos: "Conocieron las tragedias del siglo XX, pero no se abrumaron"
El Papa Francisco defini¨® hoy a Juan XXIII y Juan Pablo II como ¡°dos hombres valerosos¡± durante la ceremonia de canonizaci¨®n celebrada en la plaza de San Pedro con la presencia de Benedicto XVI. Los dos nuevos santos fueron, seg¨²n Jorge Mario Bergoglio, ¡°sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue m¨¢s fuerte¡±. Durante su breve homil¨ªa, Francisco destac¨® que ¡°san Juan XXIII¡± fue ¡°el Papa de la docilidad del Esp¨ªritu Santo¡±, mientras que ¡°san Juan Pablo II fue el Papa de la familia¡±. Uno y otro, a?adi¨®, ¡°restauraron y actualizaron la Iglesia seg¨²n su fisonom¨ªa originaria¡±. La ceremonia ¨Cconcelebrada por 150 cardenales y 700 obispos ante la presencia de 24 jefes de Estado¡ª fue seguida en directo por m¨¢s de 800.000 peregrinos a trav¨¦s de pantallas instaladas en las principales plazas de Roma.
Bergoglio, que en esta ocasi¨®n no a?adi¨® frases improvisadas a su homil¨ªa, traz¨® un perfil conjunto de los nuevos papas santos: ¡°Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jes¨²s, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de ¨¦l, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufr¨ªa ve¨ªan a Jes¨²s. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia [t¨¦rmino griego que significa libertad] del Esp¨ªritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia¡±.
La proclamaci¨®n se produjo al inicio de la ceremonia. El cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregaci¨®n para las Causas de los Santos, present¨® ante el papa Francisco las tres peticiones de la doble canonizaci¨®n tal como dicta el ritual: primero con ¡°gran fuerza¡±, a continuaci¨®n con ¡°mayor fuerza¡± y, finalmente, con ¡°grand¨ªsima fuerza¡±. Como respuesta, el Papa pronunci¨® la f¨®rmula: ¡°En honor de la Sant¨ªsima Trinidad, por la exaltaci¨®n de la fe cat¨®lica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Se?or Jesucristo y de los santos ap¨®stoles Pedro y Pablo, despu¨¦s de haber reflexionado largamente e invocado la ayuda divina y escuchado el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos santos a Juan XXIII y a Juan Pablo II¡±.
Un gran aplauso recorri¨® la ciudad, porque no solo la plaza de San Pedro y las calles cercanas al Vaticano estaban repletas de turistas, sino tambi¨¦n las principales plazas de Roma, donde se hab¨ªan instalado c¨¢maras de televisi¨®n para que los peregrinos ¨Cllegados de todas las partes del mundo en un n¨²mero que las autoridades locales estimaron en m¨¢s de 800.000 personas¡ª pudiesen seguir la ceremonia.
Despu¨¦s de la proclamaci¨®n, las reliquias de los nuevos santos fueron colocados junto al altar mayor. La de Juan XXIII ¨Cun trozo de piel extra¨ªdo en 2001 durante la exhumaci¨®n para su beatificaci¨®n¡ªfueron llevadas por sus familiares y la de Juan Pablo II ¨Cuna ampolla de sangre¡ªpor Floribeth Mora, la mujer costarricense de 51 a?os cuya curaci¨®n de un aneurisma cerebral fue considerado el segundo milagro del papa polaco.
Los reyes de Espa?a siguieron la ceremonia en primera fila, a la derecha del altar. La noche anterior, durante una cena en la embajada espa?ola ante la Santa Sede, el rey Juan Carlos resalt¨® la relaci¨®n de los nuevos santos con Espa?a. De Juan XXIII dijo que siempre estuvo ¡°atento a los signos de los tiempos¡± y que calific¨® a Espa?a como ¡°una sonrisa de Dios¡±. De Juan Pablo II record¨® sus numerosas visitas. Tambi¨¦n se refiri¨® al papa Francisco, de quien dijo: ¡°Ha dado muestras de sensibilidad social, de cercan¨ªa con los m¨¢s desfavorecidos y de conocimiento de la realidad internacional. Estoy seguro de que su condici¨®n iberoamericana ayudar¨¢ a fortalecer, a¨²n m¨¢s, el sentido de universalidad que define a todos los obispos de Roma¡±.
Homil¨ªa de Francisco en la ceremonia de canonizaci¨®n
En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, est¨¢n las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
?l ya las ense?¨® la primera vez que se apareci¨® a los ap¨®stoles la misma tarde del primer d¨ªa de la semana, el d¨ªa de la resurrecci¨®n. Pero Tom¨¢s aquella tarde no estaba; y, cuando los dem¨¢s le dijeron que hab¨ªan visto al Se?or, respondi¨® que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creer¨ªa. Ocho d¨ªas despu¨¦s, Jes¨²s se apareci¨® de nuevo en el cen¨¢culo, en medio de los disc¨ªpulos, y Tom¨¢s tambi¨¦n estaba; se dirigi¨® a ¨¦l y lo invit¨® a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodill¨® delante de Jes¨²s y dijo: ?Se?or m¨ªo y Dios m¨ªo? (Jn20,28).
Las llagas de Jes¨²s son un esc¨¢ndalo para la fe, pero son tambi¨¦n la comprobaci¨®n de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isa¨ªas, escribe a los cristianos: ?Sus heridas nos han curado? (1 P 2,24; cf. Is 53,5).
Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jes¨²s, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de ¨¦l, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf.Is 58,7), porque en cada persona que sufr¨ªa ve¨ªan a Jes¨²s. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Esp¨ªritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue m¨¢s fuerte; fue m¨¢s fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Se?or de la historia; en ellos fue m¨¢s fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; m¨¢s fuerte la cercan¨ªa materna de Mar¨ªa.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia hab¨ªa ?una esperanza viva?, junto a un ?gozo inefable y radiante? (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus disc¨ªpulos, y de los que nada ni nadie les podr¨¢ privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillaci¨®n, del vaciamiento, de la cercan¨ªa a los pecadores hasta el extremo, hasta la n¨¢usea a causa de la amargura de aquel c¨¢liz. ?sta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Se?or resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de ¨¦l un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegr¨ªa se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusal¨¦n, como se nos narra en los Hechos de los Ap¨®stoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ¨¦sta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante s¨ª. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Esp¨ªritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia seg¨²n su fisionom¨ªa originaria, la fisionom¨ªa que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, Juan XXIII demostr¨® una delicada docilidad al Esp¨ªritu Santo, se dej¨® conducir y fue para la Iglesia un pastor, un gu¨ªa-guiado. ?ste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Esp¨ªritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. ?l mismo, una vez, dijo que as¨ª le habr¨ªa gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que ¨¦l, desde el Cielo, ciertamente acompa?a y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos a?os de camino sinodal, sea d¨®cil al Esp¨ªritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos ense?en a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.
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