La guerra contra el olvido de las artesanas del Gran Chaco paraguayo
Las mujeres yshyr luchan por preservar su arte pese a los incendios que destruyen la palma caranday en el segundo bosque m¨¢s grande de Am¨¦rica del Sur
¡°Necesitamos vender nuestro trabajo para vivir y mantener nuestra cultura. Pero cada vez es m¨¢s dif¨ªcil. Casi se quem¨® todo el caranday, cuenta Nelia Miranda, una artesana nativa de 42 a?os que mezcla el yshyr, el guaran¨ª y el espa?ol mientras corta con un cuchillo las hojas espigadas de la palmera, que crece bosque adentro. Solo ir a buscar estas plantas supone un gran esfuerzo y decenas de peligros. Desde su asentamiento hay que caminar m¨¢s de seis kil¨®metros con m¨¢s de 40 grados de temperatura entre v¨ªboras venenosas, cerdos salvajes y muchas, muchas espinas. Antes de modelar las hojas deben secarlas durante tres d¨ªas para poder usarlas. La rapidez con la que terminan las cestas, bolsos y paneras de dos colores depende de la habilidad de cada una, pero cada pieza puede llevar, al menos, dos d¨ªas de trabajo.
En el caso de caraguat¨¢, arbusto verde y espinoso que crece bajo los ¨¢rboles, es necesario extraer a mano las fibras que usar¨¢n para sus obras. Una tarea ya de por s¨ª complicada, que desde agosto se complic¨® a¨²n m¨¢s, cuando el Gran Chaco, el segundo bosque m¨¢s extenso de Am¨¦rica del Sur sufri¨® el incendio m¨¢s atroz de su historia, arrasando los ¨¢rboles y arbustos que las mujeres yshyr ¡ªhabitantes nativos del Pantanal, la zona h¨²meda del Chaco que Paraguay comparte con Brasil¡ª?usan para su trabajo. Bocanadas de fuego corrieron desde el sur de Bolivia y Brasil hacia el norte de Paraguay, quemando millones de hect¨¢reas de bosques v¨ªrgenes a su paso por los tres pa¨ªses. Las llamas devoraron palmeras, lapachos y algarrobos e hicieron huir a osos hormigueros gigantes, jaguares, armadillos y todo tipo de venados. Muchos no lograron escapar y ahora sus restos est¨¢n esparcidos entre las cenizas en el suelo reseco.
Para el pueblo yshyr, el fuego complic¨® a¨²n m¨¢s su vida, ya de por s¨ª dura, en este lugar aislado del mundo por la ausencia total de asfalto e infraestructuras estatales, que vive entre sequ¨ªas e inundaciones continuas. Donde el agua potable escasea, las frutas y verduras son algo ex¨®tico y desorbitadamente caro, la electricidad se corta cada d¨ªa y la se?al de tel¨¦fono va y viene cuando quiere. Solo es posible llegar hasta aqu¨ª en una avioneta, impagable para la poblaci¨®n nativa, tras tres d¨ªas de viaje en barco o en un autob¨²s que puede demorarse hasta 20 horas en llegar desde Asunci¨®n, la capital paraguaya, situada a casi 1.000 kil¨®metros al sur, por caminos de tierra polvorienta o barro espeso, dependiendo de la ¨¦poca.
El calor y el humo de los incendios forestales obligaron a cientos de ni?os y ancianos yshyr a huir de sus casas en Puerto Diana hasta otras comunidades. A 10 kil¨®metros de los incendios, el aire se volvi¨® asfixiante dentro y fuera de las viviendas. La ceniza cubri¨® el cielo durante al menos un mes y entraba sin freno en las casas de madera y ladrillo. No pod¨ªan ni siquiera cocinar. Ahora que la lluvia redujo el fuego y la temperatura, estas comunidades originarias buscan retornar a sus actividades habituales: la pesca, la caza, la recolecci¨®n de miel y la artesan¨ªa. Pero ya nada es igual. Hay menos peces porque el agua est¨¢ cada vez m¨¢s contaminada, hay muchos menos animales salvajes, casi no quedan abejas y escasean las carandays y los arbustos caraguat¨¢ que las artistas de este pueblo milenario han usado siempre para sus artesan¨ªas. Arte que junto a la pesca de surub¨ª y pac¨² es el principal sustento econ¨®mico de la comunidad donde no hay trabajo para nadie.
Bety Martinez, de 64 a?os, aprendi¨® a hacer las artesan¨ªas tradicionales de su pueblo a los 13 a?os. A veces pesca, a veces trabaja la tierra. Pero sobre todo hace sus obras y se lanza a la carretera a venderlas. Llega hasta la ciudad cercana de Bah¨ªa Negra, donde viven los paraguayos que no se mezclan con los nativos. A veces consigue vender algo y otras veces vuelve con las manos vac¨ªas. En otras ocasiones remonta el r¨ªo hasta llegar a Puerto Mortinho, en Brasil, donde los pocos turistas que desembarcan pagan mucho mejor que los paraguayos. ¡°Enviar mi trabajo hasta Asunci¨®n es car¨ªsimo e ir hasta all¨¢ imposible¡±, explica, mientras muestra sus finos acabados. Sus dedos agrietados y callosos de usar la azada y la red de pesca se mueven r¨¢pido por las hojas secas que enseguida convierte en figuras circulares perfectamente proporcionadas.
La lucha por la tierra
¡°Para el Estado paraguayo los nativos no existimos. No les interesa saber ni si estamos vivos. Se olvidan de que nuestros abuelos les salvaron de los bolivianos¡±, cuenta esta mujer de largo cabello blanco y sonrisa f¨¢cil. Se refiere a la Guerra del Chaco (1932-1935), el mayor conflicto b¨¦lico americano del siglo XX, cuando los Ej¨¦rcitos paraguayo y boliviano lucharon a muerte por este inmenso territorio fronterizo. Los paraguayos vencieron gracias a la gu¨ªa de los nativos yshyr, que se manejaban con soltura por r¨ªos y bosques, emboscando a los desorientados soldados bolivianos.
Sin embargo, cuando la guerra acab¨®, el Gobierno y algunos terratenientes los expulsaron de su territorio ancestral. Tuvieron que luchar judicialmente por d¨¦cadas para recuperar una parte ¨ªnfima de sus tierras, donde ahora viven aproximadamente 2.000 personas. Una batalla que contin¨²a hasta hoy, pues nuevos empresarios extranjeros ocupan parte de sus tierras tituladas con total impunidad.
Otra artista yshyr, Lidia Romero, de 51 a?os, camina entre palmeras con los troncos quemados por el incendio y recuerda que su madre le pidi¨® que nunca dejara de hacer artesan¨ªa. Le ense?¨® que la cultura de sus ancestros depende de que se siga transmitiendo de madres y abuelas a hijas y nietas. Pese a su complicada situaci¨®n, esta semana est¨¢n bastantes contentas, pues se inicia en la comunidad un proyecto de una ONG paraguaya llamada Eco Club Pantanal que ha conseguido recursos para que las artesanas cobren por ense?ar a las m¨¢s j¨®venes. Y as¨ª preservar esta tradici¨®n milenaria y totalmente vinculada al cuidado del bosque.
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