Romeo y la obra

¡°Sal al balc¨®n¡±. Firma el mensaje: Romeo. Es mi amigo, el actor y director Marco Magoa. Nos conocimos en El Cairo, hace unos a?os. ?l es uno de esos aut¨®nomos trotamundos a la fuerza, y por eso mismo una persona muy abierta y sensibilizada. Trabaja con actores locales en pa¨ªses de Oriente Pr¨®ximo o de ?frica, monta piezas sobre refugiados en Escandinavia. Dice cosas.

Me pilla representando el mon¨®logo Mujer desinfectando WC. Me lavo los guantes con las manos dentro y abandono mi escenario, no sin dedicar un simp¨¢tico pensamiento a los fabricantes de productos higi¨¦nicos que los comercializan en frascos de litro carentes de una buena agarradera, como las de las monarqu¨ªas o de don Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz, sin ir m¨¢s lejos.

Estamos todos desarrollando peque?as piezas teatrales, mientras los c¨®micos forzosamente en paro (algunos, en reparo) se buscan la forma de alentarnos a trav¨¦s de las redes. Nuestras ventanas tienen formato de teatro italiano, solo que los actores de este drama hemos roto la cuarta pared e interactuamos entre nosotros porque, a la vez, somos p¨²blico. No soy tonta. Hay mucha casa chapada y seguramente protegida por Securitas Direct, dado que ha sido prestamente abandonada por sus ocupantes para buscar otro refugio. No importa. A lo mejor son agoraf¨®bicos.

¡°?Julieta!¡±, me grita Romeo mand¨¢ndome besos. ¡°?Vete, que no se puede pasear!¡±, le a¨²llo. ¡°?No, que voy a ayudar a una persona mayor!¡±, contesta.

Lo que dec¨ªa. Peque?as piezas dentro de la gran obra que vamos desarrollando comunitariamente, con amplio margen para la improvisaci¨®n.

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