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¡°Ha muerto Carmen y tantos otros a los que despido con un abrazo no dado¡±: la cr¨®nica de una superviviente

La secci¨®n 'Historias de la pandemia' cierra con una selecci¨®n de siete testimonios de lectores que se han curado o que miran hacia adelante a pesar de la pandemia

Ilustraci¨®n de Den¨ªs Galocha.
Ilustraci¨®n de Den¨ªs Galocha.

EL PA?S termina con esta selecci¨®n de cartas la serie de historias personales enviadas por los lectores sobre la pandemia. Cientos respondieron con sus relatos y experiencias a la invitaci¨®n de la Redacci¨®n.

Estoy aislada en una habitaci¨®n de hospital sin poder salir y sin que nadie pueda venir a verme. La ventana de la habitaci¨®n me comunica con el exterior. Desde la cama veo un cielo azulado con pinceladas de nube y una mimosa un poco deslucida, que se perfila en el cielo aportando verdes y amarillos. Alguna gaviota atraviesa ese fragmento de cielo de vez en cuando, gritando con estridencia marinera a los cuatro vientos. Veo tambi¨¦n una gr¨²a. Si me levanto veo m¨¢s, veo un edificio en construcci¨®n, no s¨¦ si es la futura estaci¨®n de autobuses o un edificio aleda?o. Veo la ETB y sus enormes antenas parab¨®licas posadas sobre el tejado, como naves que llegaron del espacio. Y si me asomo un poco m¨¢s veo ambulancias aparcadas y un poquito de hierba, muy alta. La hierba sigue creciendo a pesar de que el mundo se haya parado, afortunadamente la primavera no entiende de paradas.

El sonido tambi¨¦n me conecta con el exterior. Las voces de las enfermeras envi¨¢ndose instrucciones unas a otras, ¡°P¨¢same unas tijeras porfa, ?ten¨¦is mascarillas a mano? ?qui¨¦n est¨¢ en la 108?¡±. Los ruidos de carritos atravesando el pasillo, los timbres y las ambulancias. Desde el silencio de mi habitaci¨®n escucho todo lo que pasa fuera. S¨¦ que Mercedes les est¨¢ poniendo dif¨ªcil el d¨ªa. S¨¦ que la tratan como a una ni?a peque?a y le piden con amor maternal que deje de portarse mal, pero Mercedes no atiende a razones, por demencia, por miedo o simplemente por mala leche, qui¨¦n sabe. S¨¦ que ha roto el empapador y lo ha desperdigado por el suelo, S¨¦ que se ha quitado el pa?al y ha orinado en la cama. S¨¦ que al cambiarle las s¨¢banas y limpiarlo todo de nuevo se ha vuelto a orinar. S¨¦ que las enfermeras corren desesperadas porque hay mucha gente a la que atender. Cu¨¢nta dedicaci¨®n y cu¨¢nto amor. Aplaudo en silencio, ?qu¨¦ bien nos cuidan!; a Mercedes, al se?or de la habitaci¨®n contigua que tose-tose-tose, sin parar y hasta a la se?ora maleducada, a ella tambi¨¦n la cuidan bien.

¡ª?Socorrooooo! ?socorrooooo! Cuando salga de aqu¨ª no me voy a olvidar de vosotras, ?y a ti te voy a ver!, s¨ª, a ti, ?puta! Yo me voy a mi casa, que yo tengo casa. ?Qu¨¦ hago yo en este cuchitril! ?La madre que me pari¨®! Y a ver qu¨¦ almohada me pon¨¦is, que me vais a poner una almohada vieja como yo. ?Que me pong¨¢is una almohada buena! ?La madre que me pari¨®! ?Vagas, que sois unas vagas!, que cobr¨¢is por no hacer nada.

Aplaudo la profesionalidad de la enfermera, que va y le contestan con dulzura: ¡°Cari?o estate tranquila que todo va a ir bien¡±.

¡ª?Qu¨¦ cari?o, ni que cari?a! ¡ª responde; a m¨ª no me llames cari?o, que no me conoces de nada. ?La madre que me pari¨®!

Aplaudo en silencio la paciencia de los profesionales que nos cuidan.

Y est¨¢ Carmen, a la que tambi¨¦n llaman cari?o, sin recibir respuesta, y s¨¦ que es mayor y s¨¦ que est¨¢ muy enferma.

La lectora, en el hospital.
La lectora, en el hospital.

El hospital es tiempo de espera. Esperar a curarse. Esperar a que venga el m¨¦dico y ponga palabras a nuestros miedos. Esperar a que nos tomen el pulso y la temperatura, a que nos saquen sangre o a que nos chuten los medicamentos. Esperar el cambio de s¨¢banas, la limpieza de la habitaci¨®n, el aseo y el camis¨®n limpio y planchado. La limpieza produce bienestar. Las blancas s¨¢banas en la cama reci¨¦n hecha producen bienestar. El hospital es tiempo de espera. Esperar a que entre una persona enfundada en pl¨¢stico y coloque una bandeja sobre la mesilla, con t¨¢peres precintados que anuncian arroz con verduras y merluza a la ¡°ondarresa¡±.

Aqu¨ª las horas parecen tambi¨¦n enfermar, caminando lentamente, arrastrando los minutos con dificultad. El tiempo no es siempre el mismo, nos enga?aron. El tiempo acompa?a a la vida y baila con ella al ritmo que esta marca. La enfermedad enferma al tiempo y lo ralentiza. La felicidad en cambio marca un tempo m¨¢s r¨¢pido ¨Callegro, vivace, presto¨C y las manecillas giran alegres, dando vueltas y vueltas, y un-dos-tres, y un-dos-tres, al son de un vals festivo. El hospital es tiempo de espera y yo espero ¨C tempo lento, largo, larghissimo-¡ª y van pasando los d¨ªas.

Ingres¨¦ un viernes a la noche con un cuadro de neumon¨ªa covid-19. Un ¡°cuadro¡± desconocido. Arte moderno a falta a¨²n de ser comprendido. Llevo unos cuantos d¨ªas aqu¨ª. Hoy es martes y es un d¨ªa triste, hoy ha muerto en el hospital de Basurto una mujer llamada Carmen. He escuchado muchas veces su nombre, pero nunca su voz. Solo s¨¦ que cada vez que entraban a atenderla todo eran palabras de cari?o, Carmen cari?o, Carmencita, hola Carmen bonita ?qu¨¦ tal est¨¢s? Acaba de morir. He o¨ªdo a la enfermera, como la llama: ¡°Carmen, Carmen¡±. Veo sin ver que la zarandea un poco queriendo despertarla. Y lo he sabido, no he necesitado o¨ªr m¨¢s que ese nombrar su nombre para saber que Carmen se ha dormido para no despertar nunca m¨¢s. La enfermera ha salido de la habitaci¨®n y ha llamado a una compa?era: ¡°Que creo que... que entres a mirar porfa...¡±. Luego el silencio. Y lloro su muerte. Me gustar¨ªa poder abrazar a su familia y decirles que Carmen ha muerto en paz y dignamente. Decirles que a pesar de estar sola en la habitaci¨®n ha estado bien atendida, como lo estoy yo, y que ha recibido mucho amor, como lo estoy recibiendo yo. Me gustar¨ªa decirles que yo perd¨ª a mi madre a finales de 2018 y que tambi¨¦n se llamaba Carmen. Me gustar¨ªa decirles que yo tampoco pude estar con ella en su ¨²ltimo momento, pero saber del amor que recibi¨® me reconforta. Y para reconfortarles a ellos me gustar¨ªa que supieran que su Carmen tambi¨¦n ha recibido amor en estos sus ¨²ltimos momentos. Estoy segura de que Carmen, sin conocerla, ha sido una madre amorosa, una abuela querida y una buena persona, como lo fue mi madre. Y de repente pienso que la vida me ha tra¨ªdo hasta aqu¨ª por algo, y de repente pienso que soy afortunada porque respiro. He llegado hasta aqu¨ª para sentir el amor en su dimensi¨®n m¨¢s grande y eso me convierte en afortunada. Hoy ha muerto Carmen y tantos otros, a los que despido con un abrazo no dado, pero no por ello menos intenso. Descansen en paz.

Pasados unos d¨ªas me dan el alta. Al salir de la habitaci¨®n veo ese pasillo desconocido que la fiebre me impidi¨® ver con claridad el d¨ªa del ingreso. Lo atravieso despidi¨¦ndome emocionada. S¨¦ que detr¨¢s de cada puerta alguien espera, siente, recuerda. Me despido de todos ellos sin palabras. Una enfermera gal¨¢ctica me espera en la entrada, atus¨¢ndose un mo?o inmenso. Con una maniobra que ni la m¨¢s virtuosa ingeniera aeroespacial conseguir¨ªa, redondea el mo?o, sujeto por un bonito gorro quir¨²rgico y envuelto a su vez en papel film transparente. Las manos con guantes. El cuerpo enfundado en un mono de pl¨¢stico blanco. El calzado envuelto en bolsas de pl¨¢stico, atadas con cinta a los tobillos. Pienso en la princesa Leia.

¡ªTu hijo te espera fuera¡ª me dice.

Fuera mi marido me abraza sin hacerlo, con una sonrisa. Hola, le digo, me acaban de confundir con tu madre, deber¨ªa de te?irme el pelo. Re¨ªmos. La hierba del peque?o jard¨ªn que bordea el pabell¨®n Revilla est¨¢ reci¨¦n cortada y me anuncia que el mundo ha empezado a rodar de nuevo, y un-dos-tres, y un-dos-tres.

¡°No sabemos si volveremos a verte, pero ha sido muy grande haberte conocido, pap¨¢¡±

Federico Fern¨¢ndez Andr¨¦s | Madrid

Federico Fern¨¢ndez ?lvarez era el menor de seis hermanos, naci¨® en Madrid en el a?o 1932, con la Rep¨²blica. Pr¨¢cticamente al nacer enferm¨® de poliomelitis, lo que le imposibilit¨® andar. Recordaba c¨®mo su madre, de muy peque?o, le llevaba al hospital. A los pocos a?os falleci¨® su madre, a la que tuvo un cari?o especial, y con cinco a?os lo trasladaron a Valencia por la Guerra Civil, all¨ª estuvo ingresado en un hospital hasta el final de la guerra. Contaba que rezaba para que le dieran de comer en el hospital.

Volvi¨® a Madrid tras la guerra a vivir con su padre y hermanos a su antigua casa. Como todos trabajaban ¨¦l cocinaba para ellos y su padre, sal¨ªa a la calle a jugar a gatas porque no pod¨ªa andar. En los partidos de f¨²tbol se pon¨ªa de portero lo que le permit¨ªa integrarse con el resto. Desgraciadamente su padre, aficionado taurino y alcoh¨®lico, se ocupaba poco de sus hijos y se volvi¨® a juntar con otra mujer con dos hijos que tambi¨¦n se daba a la bebida y con la que tendr¨ªa otros dos hijos. ?l lo pas¨® muy mal en su etapa infantil y hablaba poco de ello, su mente tuvo que pasar p¨¢gina para seguir adelante.

Seg¨²n se fue haciendo mayor se someti¨® a varias operaciones que le permitieron andar de forma aut¨®noma. Aprendi¨® el oficio de zapatero.

Con su pandilla de amigos sal¨ªa por el barrio. Conoci¨® a su esposa porque, con otros amigos, recitaba canciones en el patio donde viv¨ªa ella. Finalmente se hicieron novios y se casaron. Como ten¨ªan muy pocos medios, las fotos de la boda las hicieron en el patio de vecinos. Fueron a vivir a casa de su suegra, conviviendo con una hermana y la madre, donde se alojaron en una habitaci¨®n. All¨ª tuvieron dos hijos. Dorm¨ªan los cuatro en la misma habitaci¨®n, el matrimonio en una cama doble y los hijos en una litera. Se quedaron en esa casa hasta que pudieron alquilar una vivienda en el centro de Madrid, en Malasa?a. La reformaron y con el paso de los a?os pudieron adquirirla en propiedad.

Le gustaba mucho viajar y debido a la infecci¨®n auditiva de su hijo menor, en los meses de agosto viajaba Alicante. En un principio se alojaban en una pensi¨®n, viajando en un sidecar con su esposa e hijos. M¨¢s tarde adquiri¨® su primer coche, adaptado para minusv¨¢lidos porque una pierna no pod¨ªa moverla pr¨¢cticamente. Lograron integrarse perfectamente en un grupo de madrile?os que se colocaban en una zona de la playa, debajo de los antiguos pabellones de vestuarios.

Altern¨® su trabajo de zapatero con el de repartidor de prensa en Abc. Con el paso del tiempo pudo adquirir un local en el mismo edificio de su vivienda y all¨ª mont¨® su propia zapater¨ªa hasta que se jubil¨®. Pudo pagar el coste de los estudios de sus hijos, llegando ambos a licenciarse en Derecho.

Debido a que su esposa ten¨ªa bronquitis cr¨®nica tuvo que cuidar de ella hasta que falleci¨®. Ya por dicha ¨¦poca se ayudaba de un bast¨®n para andar y debido a que le comenzaron a fallar ambas piernas tuvo que andar con muletas, haci¨¦ndolo durante varios a?os y viviendo de forma aut¨®noma en su propio piso.

A partir de los 83 a?os y debido a que no ten¨ªa suficiente fuerza en sus brazos tuvo que manejarse en silla de ruedas, pero pudo mantenerse en su vivienda, asistido por cuidadoras.

Federico ha demostrado una capacidad impresionante de supervivencia y superaci¨®n, ya que pese a las dificultades que encontr¨® en su vida sali¨® adelante de forma ejemplar.

Pese a las terribles circunstancias que le toc¨® vivir, mantuvo una honestidad incre¨ªble, siempre cuid¨® de su familia, tanto de sus hijos y esposa como de sus hermanos y sobrinos, ha sido muy querido en los lugares donde vivi¨® y viaj¨® y es muy dif¨ªcil encontrar alguien que pueda decir algo malo de ¨¦l.

De profundas convicciones de izquierdas, pero muy respetuoso con otras ideolog¨ªas y con la religiosidad e ideas conservadoras de su esposa (mantiene a¨²n en su vivienda las im¨¢genes religiosas de esta), es seguidor y socio del Atl¨¦tico de Madrid y del f¨²tbol en general que siempre le ha encantado y ha sido un conductor excelente. Con 81 a?os se examin¨® del carnet, dando muestras de gran destreza en la conducci¨®n de su veh¨ªculo.

Federico Fern¨¢ndez ?lvarez.
Federico Fern¨¢ndez ?lvarez.

Siempre ha mantenido su peinado hacia atr¨¢s y su bigote, record¨¢ndole su esposa siempre qu¨¦ presumido era. Ha ayudado a todo lo que ha podido y ha visto en malas circunstancias y ha sabido ser muy respetuoso y nada ambicioso y estar por encima de comportamientos negativos, manteniendo en todo momento una ¨¦tica admirable. Le encantan los ni?os y es especialmente entregado a ellos.

Tiene 88 a?os, pero a¨²n se conserva f¨ªsicamente en buenas condiciones, en Malasa?a era conocido como el zapatero del barrio. Pensionista, por su forma de ser no ha llegado a alcanzar un patrimonio econ¨®mico destacado, pero su patrimonio humano es demasiado grande, merece seguir viviendo a pesar de estar ingresado desde hace 20 d¨ªas, justo el D¨ªa del Padre, en el Hospital Fundaci¨®n Jim¨¦nez D¨ªaz de Madrid por un posible ictus y haber sido diagnosticado con coronavirus.

Carta que le escrib¨ª a Federico Fern¨¢ndez ?lvarez cuando nos dijeron que estaba a punto de fallecer por el coronavirus.

Papa, lo siento, no estoy pudiendo ir a verte y poder echarte un cable, ayudarte en lo que sea, decirte veinte mil veces que te queremos mucho, lo que la gente se acuerda de ti o contarte que podremos volver a hacer cosas juntos o c¨®mo es la habitaci¨®n que te hemos preparado o hablar de c¨®mo est¨¢ la pol¨ªtica, no s¨¦, muchas cosas. Sinceramente ir y pillarlo me da un poco igual, ojal¨¢ me pudiera sustituir por ti, te imaginas entre los dos nos turnar¨ªamos, t¨² has pasado una parte de la enfermedad y saldr¨ªas y ahora me tocar¨ªa a m¨ª y entre los dos vencer¨ªamos al virus, el problema es la gente que me rodea.

Cuando falleci¨® mam¨¢, promet¨ª que intentar¨ªa estar pendiente de ti, lo he hecho muy a medias pero bueno, me asombr¨® c¨®mo la cuidaste a pesar de tu minusval¨ªa. Me pareci¨® incre¨ªble c¨®mo ibas al Hospital en coche o en taxi con lo que te costaba subir las escaleras, solo un pelda?o era muy dif¨ªcil para ti, y all¨ª estabas todos los d¨ªas, y estabas a veces sin hablar porque sab¨ªas que con tu presencia bastaba y aunque intentabamos hacer turnos, en realidad quien estabas eras t¨². Tu entereza de esp¨ªritu y de ¨¢nimo fue incre¨ªble.

Y s¨ª que me he dado cuenta durante todo este tiempo y durante mucho tiempo atr¨¢s que nos has querido proteger y que pudi¨¦ramos salir adelante con nuestros planes de vida, que estudi¨¢ramos, que viaj¨¢ramos, que emprendi¨¦ramos proyectos, muchos que posiblemente ni entend¨ªas, pero te daba igual, bastaba que fu¨¦ramos felices. Siempre antepusiste nuestra felicidad a la tuya, qu¨¦ grandeza, qu¨¦ ejemplo de vida.

Ya no s¨¦ si despedirme de ti o darte much¨ªsimos ¨¢nimos para seguir adelante, solo deseo que no sufras y que llegado el ¨²ltimo momento sea dulce para ti.

Mereces mucho m¨¢s quiz¨¢s de lo que la vida te ha dado, pero tambi¨¦n me alegro de lo que has vivido y disfrutado. Si nos dejas ser¨¢ muy duro para mucha gente, quiz¨¢s m¨¢s de la que imaginas porque no podr¨¢n volverte a ver en tu balc¨®n, saludando a tus vecinos, divirtiendo a los ni?os o tomando el sol. Ser¨¢ tu balc¨®n porque t¨² lo conquistaste para siempre.

Aqu¨ª yo y tu silla de ruedas, demasiado desconsolados... No sabemos si volveremos a verte, pero ha sido muy grande haberte conocido, pap¨¢. Gracias por todo.

Finalmente, tras m¨¢s de tres meses aislado primero en el hospital y luego en una residencia medicalizada logr¨® salvar su vida. Actualmente se ha recuperado y vive con nosotros en una habitaci¨®n que le hemos preparado. Comienza a rehacer su vida.

Un pinchazo salvador

Eduardo Costabel | La Pampa (Argentina)

Hace alg¨²n tiempo entrando al edificio del hospital viejo llam¨® mi atenci¨®n ver debajo de la escalera un extra?o cilindro met¨¢lico que parec¨ªa estar preparado para contener adentro a una persona. Di varias vueltas a su alrededor y estuve un rato para entender de qu¨¦ se trataba; hasta que ca¨ª en la cuenta de que era un antiguo pulmotor (pulm¨®n de acero). Atravesado por la emoci¨®n, acarici¨¦ aquel fierro viejo con unci¨®n, porque el pulmotor fue protagonista de una historia que qued¨® grabada a fuego en mi recuerdo y en el de mucha gente de mi generaci¨®n. Volv¨ª en ese momento a mis seis o siete a?os, cuando la poliomielitis cruel e implacable, pas¨® por nuestra ciudad. El sobrino de Juanita, una vecina de la cuadra, hab¨ªa ca¨ªdo enfermo. Recuerdo a mis viejos conversando en el living de mi casa con el m¨¦dico de la familia, el Dr. Garmendia, los tres con cara de preocupaci¨®n. Yo le pregunt¨¦ a mi mam¨¢ qu¨¦ pasaba que no pod¨ªamos salir a jugar a la vereda. Me colg¨® una bolsita en el cuello, con una pastilla adentro de olor muy intenso que se llamaba alcanfor y me explic¨® que todo era para tratar de evitar que nos enferm¨¢ramos de lo mismo que el sobrino de Juanita. Hab¨ªa desamparo y angustia, pero nada para defenderse.

La situaci¨®n era grave, hab¨ªa casos mortales y hac¨ªa falta un pulmotor que era lo que pod¨ªa salvar la vida de aquellos ni?os que, por la enfermedad, entraban en insuficiencia respiratoria y estaban en alto riesgo de muerte. Inmediatamente se moviliz¨® un grupo de padres, entre los que estaba mi pap¨¢, y se form¨® una comisi¨®n para juntar fondos a fin de comprar un pulmotor para Santa Rosa. Con la inestimable ayuda de don Alfredo Dalmiro Ot¨¢lora y su Propaladora Argentina se instaba a todas las familias a colaborar con la colecta, cada uno dentro de sus posibilidades. Todas las tardecitas, don Alfredo le¨ªa los nombres y agradec¨ªa a las familias que se iban sumando. En poco tiempo se logr¨® juntar el dinero necesario y se compr¨® el pulmotor. La comisi¨®n de padres, en un acto m¨¢s que sencillo, hizo entrega del mismo a las autoridades provinciales de aquella ¨¦poca. En esa ocasi¨®n, le toc¨® decir unas palabras a mi pap¨¢ (a¨²n conservo ese mensaje, escrito con su Olivetti, en una hoja ya amarillenta por el paso del tiempo). All¨ª ¨¦l dijo, ¡°estamos defendiendo lo m¨¢s sagrado que tenemos: la vida de nuestros hijos¡±. Y luego hizo una prolija rendici¨®n de cuentas, hasta con centavos de lo que se hab¨ªa gastado y tambi¨¦n del excedente, el cual se entregaba en ese momento a las autoridades para que lo destinaran a la lucha contra la poliomielitis.

Poco tiempo despu¨¦s lleg¨® la vacuna que el neoyorquino hijo de inmigrantes rusos Jonnas Salk hab¨ªa desarrollado en los Estados Unidos. Todos los chicos fuimos llevados a la Asistencia P¨²blica a recibir el ¡°pinchazo salvador¡±. Un poco m¨¢s adelante, Albert Sabin present¨® al mundo sus gotitas milagrosas, que montadas en algo tan simple y cotidiano como un terr¨®n de az¨²car, nos pon¨ªan a salvo de aquella desgracia. Ah¨ª, nuestros padres empezaron a sentir alivio.

Varios amigos o conocidos de mi edad quedaron con secuelas definitivas y a¨²n hoy, cuando los veo luchar para caminar con sus bastones canadienses, siento bronca porque la vacuna lleg¨® apenas un a?o despu¨¦s que ellos se enfermaran.

Hoy, el recuerdo de aquel vetusto pero heroico cilindro de hierro, que hace unos a?os encontr¨¦ arrumbado y olvidado en un rinc¨®n del Hospital, me llev¨® otra vez a aquellos d¨ªas de miedo y desamparo. La misma generaci¨®n que siendo ni?os, fuimos el blanco de aquella cruel epidemia. Parad¨®jicamente volvemos a serlo ahora, en que el grupo de riesgo para este nuevo flagelo somos los que ya pasamos los 60. Y seguramente volveremos a sobrevivir. As¨ª como pudimos antes, ayudados por nuestros padres, hoy lo haremos cuid¨¢ndonos o siendo cuidados por los j¨®venes mientras esperamos al nuevo Jonnas Salk del S.XXI que nos traer¨¢ una vacuna. Ojal¨¢ pronto podamos volver c¨®mo hace 60 a?os a la Asistencia P¨²blica, a recibir de nuevo, un pinchazo salvador.

Ayuda

Daniel Cerrato Murillo | Madrid

No puedo decir su nombre. Bueno, poder, s¨ª puedo, pero no quiero. Le da urticaria. En un mundo donde todo es fama, nombre y c¨¢maras, ¨¦l quiere ser silencio. Pero yo no puedo callarme. Siempre he sido muy expresivo, y esto no me lo quiero guardar. Le llam¨¦ el otro d¨ªa. Hac¨ªa siglos que no habl¨¢bamos. Y, as¨ª, como quien no quiere la cosa, sin ning¨²n alarde de protagonismo, como si un ni?o me contase que se ha comprado una bici nueva (con lo que le gustan a ¨¦l las bicis), me cuenta que ha estado yendo de voluntario al Miguel ?ngel, el hotel de lujo con spa que durante los peores d¨ªas del coronavirus ha servido de cobijo para un buen n¨²mero de personas. Y entonces, no puedo evitarlo, me lo puedo imaginar, porque le conozco un poco.

Sale de su casa, que est¨¢ por el centro. Va solo, como tantas veces que sale a repartir mantas a los pobres que est¨¢n durmiendo en los t¨²neles de plaza Espa?a, como pude verle en Salamanca con mis propios ojos mientras le acompa?aba. Madrid rezuma ruido y el silencio hace que las cosas m¨¢s peque?as suenen m¨¢s grandes y que el graznido de cualquier pajarraco sea el ¨²nico concierto. Madrid reposa sin reposo en las trincheras del hogar, donde el virus nos confina para aprender m¨¢s de nosotros, de la vida, del tiempo y del cuidarnos. Camina por las calles desiertas de un Madrid poblado. El metro, desolado de silencios, lleva en sus bocas el grito callado de quien est¨¢ perdiendo a alguien, de quien lo est¨¢ sufriendo directamente y de todas las personas que est¨¢n sosteniendo, de forma callada y an¨®nima, como ¨¦l, la Vida con may¨²sculas.

Apenas un transbordo y una breve caminata le separan de lo que se va a encontrar. Siente un fr¨ªo extra?o por dentro. ?l no puede permanecer en las trincheras, siempre fue soldado de dar un paso al frente y, en su alma, adem¨¢s del temblor, late el ansia de estar ah¨ª para los dem¨¢s. No sabe muy bien a qu¨¦ va all¨ª, el deseo le empuja, pero, por otro lado, s¨ª sabe para qu¨¦ va, para estar, simplemente para estar. En un mundo donde todo se compra y cuesta algo, ¨¦l abandona la calidez de su confortable hogar para dejarse ba?ar por la incomodidad de quienes est¨¢n jodidos. Y digo jodidos porque mal es corto para expresar algo tan terrible. Estar con may¨²sculas. Estar para el otro, sin m¨¢s, sin recibir nada a cambio, pero recibiendo todo, porque somos las personas el regalo m¨¢s preciado las unas para las otras.

No lleva nada. Apenas una libreta, un libro y un rosario en el bolsillo, por si acaso. Y, sin embargo, lleva lo ¨²nico que precisa para hacer magia como solo ¨¦l sabe hacerla: ¨¦l mismo, su voz aterciopelada que tantas veces calm¨® mis prisas de joven por atrapar la vida, su amor por la humanidad y su fe, y, sobre todo, las ganas de estar ah¨ª. En un mundo donde estamos en tantos sitios y en ninguno, ¨¦l va ¡°solo¡± a estar ah¨ª.

Las calles desiertas devuelven el eco de sus pasos mientras se va acercando al hotel reconvertido en hospital improvisado. Siente las llamas de un Madrid que arde en un fuego callado en el estremecimiento y la herrumbre de las calles. La incertidumbre de saber qu¨¦ encontrar¨¢ le impulsa y le tiene aterida, a la vez, el alma.

Cuando llega, es el personal sanitario quien le recibe. Le estaban esperando. Le tienen preparado un EPI para ¨¦l. Mientras le ponen capas y m¨¢s capas para protegerle -aunque se siente desnudo por dentro y no sabe qu¨¦ le espera-, ¨¦l no deja de tener mil sensaciones que se entremezclan, porque en esa mezcla entre la excitaci¨®n, el dolor y la alegr¨ªa tranquila sucede la vida. Cuando tiene su ¡°disfraz¡±, como ¨¦l le llama, porque siempre fue muy de Chaplin, sobre todo de aquel discurso en El ¨²ltimo dictador, es el mismo personal de enfermer¨ªa quien le sugiere qu¨¦ personas han pedido hablar con ¨¦l.

Va pasando por las habitaciones. Solo dice: ¡°Hola, soy sacerdote, ?qu¨¦ tal?¡±, y todo lo dem¨¢s nace solo. Esas personas, que contaban con la inestimable pero escasa compa?¨ªa de las hero¨ªnas y h¨¦roes que son el personal sanitario porque estaban desbordados, entonces, sienten algo tan b¨¢sico como es el contacto con otro humano y unas ganas, y una escucha. Horas, minutos, que, siendo nada en tiempo, son todo en el idioma de la vida.

De todas las historias, que dar¨ªan pie para mil libros, porque as¨ª es el tesoro de la vida de cada persona, me rescata una: la de aquel hombre de Sudam¨¦rica, padre de familia que, tras hablarle de su mujer e hijas, con l¨¢grimas en los ojos, le dec¨ªa, con alegr¨ªa, que hab¨ªa vuelto a nacer tras haber estado inconsciente un tiempo. Mientras se lo cuenta, se pone de pie, casi a modo de ritual, y le dice, con la algarab¨ªa del que ha aprendido a montar en bici por primera vez: ¡°Mira, tengo piernas, puedo andar. He vuelto a nacer. Bendito seas¡±. Y ¨¦l, testigo presente y casi mudo del milagro, siente que se le escarapela el alma, al ver que, en medio de la tormenta, el alma de la gente amanece como puede en cada d¨ªa siendo sol hasta para la noche m¨¢s negra.

Tras varias horas de escucha incansable, de nuevo el rito, pero al rev¨¦s, del desprotegerse. Est¨¢ como fuera de s¨ª, conviviendo con la extra?eza de lo nuevo, pero con los ecos a¨²n de las historias reson¨¢ndole en los o¨ªdos y en el pecho, asombrado de que le cuenten y se abran a ¨¦l. ?l, al que ni siquiera conocen, un humano m¨¢s que ha sentido una llamada distinta.

?l, un ¨¦l an¨®nimo, pero con rostro concreto y nombre, no defiende una fe, ni una bandera. Solo la vive. ?l, ese ¨¦l que podr¨ªamos ser cualquiera de nosotros, pero que es ¨¦l, tambi¨¦n est¨¢ temblando por dentro, y, en esa escucha de dolor, siente que recupera su propia alma, como siempre ha hecho. ?l no es el reflejo de un algo vac¨ªo. ?l, a la energ¨ªa que le impulsa y que otros llaman Universo, Mahoma o Buda, le llama Dios. Es un fraile, desnudo de alma, vestido con ropas normales y, con ese apenas nada, nos est¨¢ hablando de la grandeza del ser humano. Casi al estilo de Viktor Frankl en aquella trinchera del campo de concentraci¨®n, donde, mientras cavaban, vio a su mujer en el mont¨ªculo del hoyo que hac¨ªan, hecha p¨¢jaro cant¨¢ndole, ¨¦l se hac¨ªa p¨¢jaro, esperanza, abrigo, brisa, y noche para las estrellas que le regalaban la historia de sus vidas. Su voz no eran palabras. Su voz era el silencio; sus odres, sus o¨ªdos, su mirada, sus ojos, a trav¨¦s de los cuales atisbaba, por encima del mar de mascarillas, las almas de todas esas personas que estaban atravesando la oscuridad del dolor y que, a pesar de ello, le hablaban de que hab¨ªan renacido, que ten¨ªan piernas, que se les hab¨ªa dibujado lo esencial ante sus ojos: el valor de las cosas sencillas y ordinarias.

Mientras se vuelve a casa, en un taxi porque ya no hay metro que le lleve a su hogar de ahora, vuelve a darse cuenta, una vez m¨¢s, de que siempre el virus de la vida, del amor y de la escucha tiene m¨¢s fuerza que el del odio, y cu¨¢n necesario es rescatar al desamor del desamor, especialmente el que sentimos por nosotros mismos, y qu¨¦ regalo y sorpresa es cada otro que el camino nos regala, y en el que ¨¦l ve el rostro de Dios, que, quiz¨¢, no sea m¨¢s que el nombre com¨²n de la suma de las almas de todos los hermanos que conformamos la Humanidad.

Se acuesta. Y en el firmamento de sus ojos llenos de l¨¢grimas por el dolor recogido y el agradecimiento por haber podido acompa?arles, solo puede sentir el privilegio de estar vivo y de poder seguir, de forma an¨®nima, hasta el ¨²ltimo de sus d¨ªas, siendo o¨ªdo, escucha, mano, amigo, abrazo, y qu¨¦ m¨¢s da el h¨¢bito que lleve cada cual, si al final, cuando esto pase, como dec¨ªa el padre del Zazen en Jap¨®n, Dogen, s¨®lo nos quedar¨¢, en la soledad de nuestro lecho, el fruto de nuestras obras. El sue?o le sorprender¨¢ despierto, soldado de primera l¨ªnea en cada batalla que la vida pida, ahora en un Madrid desierto, en cuyo silencio resuena, tambi¨¦n, adem¨¢s del dolor, la historia de este hombre que dice que lo ¨²nico que tiene es su pobreza.

Y yo, que le conozco y no quiero callar, aunque su nombre calle, escribo esto, con el alma en las letras, porque, como ¨¦l me dijo una vez, ya hay muchos dedos se?alando a la oscuridad y me parece que es importante que esta historia se sepa, aunque sea de manera an¨®nima, porque las personas somos ecos y ¨¦l, para m¨ª, es el eco de la humanidad que necesitamos escuchar, y no otras voces que dividen y palmean.

?l, un fraile que huye de los aplausos, hoy nos da ejemplo de vida y de Vida con may¨²sculas. Y por eso escribo su historia. Para que, ley¨¦ndola, muchos sean inspirados. Gracias. A todos por resistir en la trinchera que nos haya tocado, a todos quienes hab¨¦is sostenido el mundo mientras no pod¨ªamos, y a ti, frailecillo an¨®nimo que, como aquel que tanto te encanta, desde la celda m¨¢s oscura, escribiste la luz con tu silencio.

Por tantas cosas te amo¡­

¡°Este curso se acaba. Los profesores seguiremos educando¡±

Fernando Cabrero Rubio | M¨¦rida

Viernes, nos vamos a casa tras la jornada de clases de los colegios e institutos. Lunes, seguimos en casa, comienza la educaci¨®n en tiempos de pandemia. Martes y jueves sigo amarrado a la silla descifrando en la pantalla c¨®mo emplear los programas espec¨ªficos de ense?anza online que parece ser¨¢n mi d¨ªa a d¨ªa a partir de hoy y hasta que acabe el curso. Pronto llega el par¨®n de semana santa. Me servir¨¢ para ponerme al d¨ªa. Mi alumnado anda casi tan perdido como yo y detecta mis pocas habilidades, pero tienen paciencia para que les sea de utilidad, mientras yo ayudo con lo que voy aprendiendo sin parar al alumnado que se desenvuelve peor que yo. Es una cadena, una correa de transmisi¨®n en la que no hay m¨¢s motor que el de cada docente y sus capacidades. No hay ayuda de las administraciones educativas , enfrascadas en plantear normas absurdas que aumentan la burocracia y crean confusi¨®n. El apoyo de los compa?eros/as es esencial, la ayuda de mi hija fundamental, servicio t¨¦cnico.

Una vez que puedes empezar sacar el cuerpo del engranaje virtual puedes adquirir perspectiva y comenzar a crear materiales, a recuperar la iniciativa, a ser m¨¢s creativo, a reinterpretar complicidades con el alumnado, a ir dominando la situaci¨®n, a volver a ser educador y a ampliar las miras de lo que ocurre, a ser m¨¢s social a pesar de la alarma. Los libros de texto han cogido polvo, el ordenador ha dicho basta, el reloj ya perdi¨® sus manillas, el calendario cambi¨® los d¨ªas de sitio, la terraza se ocup¨® de hortalizas, la poes¨ªa recuper¨® su lugar entre el grupo de amistades, la creatividad se abri¨® paso entre rendijas de desescaladas con mascarillas. Las administraciones y cargos educativos siguen al margen de la realidad y siguen sin preguntar por lo necesario, por lo importante a quienes seguimos educando en el encierro. Ya se van terminando los aplausos tan merecidos, los perros van dejando las aceras a personas que van cambiando de fase. El aprendizaje contin¨²a, la comunicaci¨®n se restablece, las mascarillas siguen. Se comienza a hablar del curso que viene y contin¨²an los cambios de criterios, pero algo est¨¢ claro: hay que bajar las ratios de las aulas, hay que invertir en educaci¨®n p¨²blica de calidad. Aqu¨ª en Extremadura, eso se acompa?a con la medida contraria: se anuncian recortes importantes de plantillas de profesorado. M¨¢s incongruencia. Mientras, la retrasada selectividad mantiene al alumnado de segundo de bachillerato encerrado y repasando un mes m¨¢s de lo normal, una tortura interminable. Han tenido que renunciar a su viaje de fin de curso, no han tenido graduaci¨®n de despedida de su instituto para celebrar su paso a la mayor¨ªa de edad y sus posibles nuevos estudios. Menos mal que en noviembre pudieron ir algunos a recuperar el pueblo abandonado de Umbralejo durante una semana.

Ahora este curso se acaba y seguimos sin saber c¨®mo ser¨¢ el siguiente. Nuestro colectivo de ense?antes seguiremos educando, nos reinventaremos de nuevo, haremos de inform¨¢ticos/as, de educadores/as, de mediadores/as, de tutores/as, intentaremos relativizar lo que pase haciendo preguntas que nos lleven a respuestas colectivas que solucionen en lo posible las dudas planteadas, los problemas existentes y las hip¨®tesis que fomentan la curiosidad natural de quienes quieren conocer de forma positiva sobre su vida: nuestras alumnas y alumnos.

Incertidumbre laboral

Carlos Espinoza | Barcelona

Una semana antes del inicio de la cuarentena me quede en el paro, perd¨ª el segundo trabajo que hab¨ªa conseguido en el a?o 2019, el primer trabajo de aquel a?o fue marcado por un ERE, donde no se pagaron los sueldos de enero y febrero, posteriormente toda la plantilla fue despedida. Volviendo al presente, cuando las noticias sobre el covid-19 eran cada vez m¨¢s intensas en Europa, decid¨ª hacer el borrador de la renta, pues por ley estoy obligado a declarar si he ganado m¨¢s de 14.000 € al a?o entre dos pagadores. El resultado fue que tengo que devolver a hacienda 1.300 € aproximadamente.

Sin trabajo y con una deuda que afrontar, se me presento un trabajo por obra y servicio en el Hospital del Mar, en el cual ayudo al personal sanitario en labores de organizaci¨®n de material, recepci¨®n y entrega de pruebas de pacientes covid-19.

Sigo trabajando turnos de 12 horas, con un d¨ªa de descanso cada d¨ªa, viviendo experiencias nuevas, rodeado de sentimientos encontrados, optimismo, fatiga, llantos, aplausos, incertidumbres, sonrisas, expresiones de desconcierto, miradas temerosas y amables. Entre todo esto el saber que esta labor que cumplo hoy en d¨ªa es pasajera, que el dinero que habr¨¦ ganado, lo tendr¨¦ que pagar a hacienda, por que no les interesa si una persona cobra o no cobra, importa el que figuraba como contratado y ese a?o obtuve poco m¨¢s de 14.000 €.

Declaro mi desconsuelo por la incertidumbre laboral, porque tendr¨¦ que buscar trabajo en el sector del dise?o, que va de la mano del mundo cultural y el panorama no es el mejor en este momento. Y tambi¨¦n declaro mi agradecimiento al personal sanitario que cada d¨ªa lucha con los materiales disponibles y quedan estupefactos cada ma?ana al ver como la gente sale a correr o hacer deporte.

¡°Ya no soy la rara que llevaba mascarilla¡±

Mar¨ªa Jes¨²s Urra Canales | Villaviciosa de Od¨®n (Madrid)

¡°?Qu¨¦ tal llevas el confinamiento? ?Qu¨¦ tal el finde encerrada?¡± Fenomenal, igual que siempre. Cada d¨ªa he contestado esto a todo el que me ha preguntado con resignaci¨®n. El confinamiento me ha ayudado a que mi c¨ªrculo comprenda mi d¨ªa a d¨ªa desde hace m¨¢s de dos a?os, cuando me diagnosticaron una enfermedad reum¨¢tica autoinmune que ha reducido mucho mi calidad de vida, me limita much¨ªsimo la movilidad y ha hecho que mi vida se convirtiera en un confinamiento eterno, sin poder tomar un refresco con amigos en la barra de un bar, sin poder ir de compras o incluso ir al cine o a la playa.

Hace dos a?os comenc¨¦ mi tratamiento inmunosupresor y, desde entonces, ya utilizaba mascarilla y gel hidroalcoh¨®lico ante la incredulidad y miradas extra?as y juiciosas de los ciudadanos que me cruzaba, y evitaba las multitudes y encuentros con enfermos bajo los comentarios de mi c¨ªrculo cercano, restando importancia a lo que hac¨ªa y a veces, incluso, pensando que exageraba, por no hablar de lo pesada que era al lavarme tanto las manos.

Estos d¨ªas me han ayudado a que puedan comprender por qu¨¦ lo hac¨ªa, ya no soy la rara que llevaba mascarilla o usaba un gel de alcohol al salir del hospital o al salir de alg¨²n espacio p¨²blico, he podido aconsejar a amigos y familiares, como experta en la materia, c¨®mo poder llevar esto con relativa normalidad, les he ense?ado que no hay que frustrarse, sino aceptar la situaci¨®n, les he animado a entender que se puede, y se debe, aprender a ser feliz con esta nueva vida, con estos cambios que el destino nos obliga a incluir de repente en nuestro d¨ªa a d¨ªa, les he ayudado a ser m¨¢s generosos, m¨¢s comprensivos, m¨¢s emp¨¢ticos. Y yo me he sentido, por primera vez, comprendida, una m¨¢s entre tantos ciudadanos con mascarilla, los vecinos ya no me miran y nadie se aparta de m¨ª en el hospital porque llevo mascarilla, mis amigos o familia no comentar¨¢n cuando me vean usando el gel de alcohol y mi vida ser¨¢ m¨¢s normal gracias a esta nueva normalidad a la que todos se han visto obligados a adaptarse.

Durante estos dos a?os de encierro en casa al que me hab¨ªa visto obligada, y con tantas cosas, eventos y momentos que me he tenido que perder, la frase m¨¢s repetida ha sido ¡°?Qu¨¦ bien lo llevas! ?C¨®mo lo llevas tan bien?¡± y mi respuesta siempre ha sido ¡°Porque soy una afortunada, tengo un equipo de m¨¦dicos que se desvive por ayudarme, hay gente que est¨¢ much¨ªsimo peor que yo y lo m¨¢s importante de pasarme la vida en el hospital es que cada vez que voy, salgo de ¨¦l y lo puedo contar¡±. Esta misma frase tambi¨¦n encaja perfectamente a esta nueva situaci¨®n, todos los que hemos estado encerrados estos d¨ªas en casa tenemos que estar felices y dar las gracias porque podremos contarlo a nuestras futuras generaciones, porque estar en casa tanto tiempo sin salir puede parecer horrible, pero es much¨ªsimo peor la alternativa que ten¨ªamos, que era estar en el hospital, en Ifema o, much¨ªsimo peor, en la morgue.

El destino ha seguido haciendo de las suyas y, casualmente, el pasado 2 de mayo, d¨ªa en el que todos los adultos pudimos volver a salir a la calle, a pasear o hacer deporte, ten¨ªa lugar el D¨ªa Mundial de la Espondilitis Anquilosante, enfermedad que sufro y que hace que muchos de los que, por fin, pod¨ªamos salir, no pudi¨¦ramos hacerlo y sigui¨¦ramos nuestro confinamiento habitual. Yo pude bajar media horita y, aunque tuve que parar cinco veces a sentarme, me volv¨ª a sentir la mujer m¨¢s afortunada del mundo, mientras otros compa?eros de enfermedad siguen todav¨ªa sin poder salir de sus casas.

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