Tras el infierno en las residencias: ¡°Con su permiso, ?estamos vivos!¡±
Ocho mayores cuentan c¨®mo sufrieron la enfermedad, el aislamiento y la p¨¦rdida de amigos y compa?eros en geri¨¢tricos que tuvieron brotes en marzo y abril
¡°Lo comentaban las m¨¢s entendidas en el patio¡±. La primera vez que Soledad Men¨¦ndez (89 a?os) escuch¨® hablar del coronavirus fue en boca de unas compa?eras de la residencia del grupo Casaverde en Navalcarnero (Madrid) a la que hab¨ªa llegado hac¨ªa apenas unos meses. No sab¨ªa si era muy contagioso. Pero resulta que s¨ª lo era. Una madrugada de marzo, cuando se levant¨® para ir al ba?o, se cay¨®, se golpe¨® en la cabeza y acab¨® en el hospital. Estaba contagiada. Ha llevado ox¨ªgeno hasta hace poco. Dice que no pas¨® miedo, que ella se resigna enseguida. ¡°Alg¨²n d¨ªa tienes que morir, qu¨¦ m¨¢s da de una cosa que de otra. Si es muy grave, s¨ª me dar¨ªa apuro¡±, precisa.
El pa¨ªs temblaba ante el avance de la pandemia, pero Soledad ya hab¨ªa pasado mucho en la vida como para asustarse ¡°as¨ª como as¨ª¡±. Perdi¨® a un marido y a una hija. De ni?a supo lo que es el hambre, vio una trinchera, estuvo dos a?os sin saber si su padre, en el frente, estaba vivo o muerto. Sus ojos solo se empa?an cuando cuenta lo ¡°doloros¨ªsimo¡± que es ver a sus hijos sin poder abrazarles. La suya es una generaci¨®n dura, acostumbrada a tirar adelante. Ella sobrevivi¨® al virus y a tantas otras cosas.
Un a?o despu¨¦s de esa primera oleada que se ceb¨® con las residencias, ocho mayores recuerdan c¨®mo vivieron aquellos d¨ªas, el confinamiento, la p¨¦rdida. El peor momento lleg¨® cuando los aislamientos se hac¨ªan a dedo porque no hab¨ªa pruebas, ni material de protecci¨®n, y muchos ancianos eran rechazados en los hospitales.
A la entrada de la residencia de Casaverde, una caja de mascarillas sobre el mostrador manda una se?al que confirman las mesas alargadas de los dos salones donde un anciano se sienta en cada extremo: los d¨ªas m¨¢s terribles pasaron, pero hay que seguir alerta. Las medidas de seguridad llegaron para quedarse, al menos de momento. Hace un a?o esta misma planta estaba convertida en zona roja. Aqu¨ª aislaban, a ojo, a los que ten¨ªan s¨ªntomas.
Antonia S¨¢nchez guarda n¨ªtido en la mente el olor a desinfectante, tanto movimiento, tanto nerviosismo. ¡°Nos dijeron que hab¨ªa casos y ten¨ªamos que quedarnos en las habitaciones. Yo estaba muerta de miedo porque tengo los bronquios mal. En casi tres meses no sal¨ª ni al pasillo¡±, afirma esta madrile?a de 88 a?os, que en su d¨ªa fue barnizadora de muebles y limpiadora. Cuenta que estuvo siempre atendida y se entretuvo haciendo dibujos y hablando por tel¨¦fono. Lo que m¨¢s le pesa es no haber podido ir al entierro de su hermana y de su cu?ado. ¡°Al final cog¨ª el virus sin enterarme. Cuando me lo dijeron [que ten¨ªa anticuerpos], me puse content¨ªsima, llam¨¦ a mi sobrina inmediatamente. Hab¨ªa estado mala uno o dos d¨ªas, con dolor de cuerpo, pero cre¨ªa que era otra cosa¡±, explica. En el centro viven ahora 126 mayores. Una decena murieron, solo tres con un diagn¨®stico confirmado. Entre ellos, Luisa. ¡°?ramos ¨ªntimas amigas. La pobre estaba mal, se ca¨ªa muchas veces¡±.
Pilar Gil, quien vive en la residencia Sant Miquel, en Viladecavalls (Barcelona), recuerda a ¡°la Adela y a la Juana¡±. Estaban siempre juntas las tres. ¡°Estaban m¨¢s flaquitas y pas¨® lo que pas¨®. Las cogi¨® de golpe la tristeza y se marcharon¡±. A su manera describe lo que tantos profesionales advirtieron durante meses: que las duras restricciones estaban apagando a los mayores. No es lo mismo que la vida se pause a los 30 que a los 90. No es lo mismo que uno crea que a¨²n tiene toda la vida por delante. Pilar trabaj¨® en el sector textil durante d¨¦cadas. El encuentro es por videollamada. ¡°Todo iba bien¡±, repite a lo largo de la conversaci¨®n con una sonrisa, ¡°pero con tristeza de sentimiento¡±. ¡°Siempre pensamos: a ver qu¨¦ pasa. Vimos c¨®mo ven¨ªan a limpiar la residencia unos se?ores con esas caretas y vestidos as¨ª¡±, dice abriendo unos ojos que casi ya no ven. Por entonces se enteraba de c¨®mo estaba la situaci¨®n en el pa¨ªs cuando llegaban las auxiliares. ¡°Ven¨ªan las chicas, les preguntaba c¨®mo estaba el mundo y me lo explicaban¡±.
Ella tiene 97 a?os y supo que hab¨ªa dado positivo a mediados de abril, cuando fueron a hacer un cribado en el centro. De los 77 residentes, solo 15 fueron negativos. La mayor¨ªa, asintom¨¢ticos. Diez murieron.
Tom¨¢s Fordieles, de 90 a?os, fue el segundo en aislarse en esa residencia. ¡°Fue el 30 de marzo. Era un d¨ªa nublo. Yo me nubl¨¦ m¨¢s todav¨ªa, me mare¨¦¡±, dice este almeriense que trabaj¨® en una empresa de tintes, aprestos y acabados, afincado desde hace ya 67 a?os en Catalu?a. Fue el ¨²ltimo en dar negativo. ¡°Siempre he dicho que no soy p¨¢jaro, a m¨ª encerrado no me gusta estar¡±. Quisieron llevarlo a un centro sociosanitario y ¨¦l dijo que de la residencia no se mov¨ªa. ¡°Si me ten¨ªa que morir, que fuera aqu¨ª, en mi casa¡±. Cuando por fin rompi¨® el aislamiento, ¡°despu¨¦s de por lo menos 40 d¨ªas¡±, baj¨® de su habitaci¨®n y lo llevaron al patio. All¨ª, de lejos, estaba su familia. ¡°Fue una sorpresa. Ellos no esperaban verme m¨¢s¡±.
La separaci¨®n de los hijos, de los nietos, pesa en un colectivo que ha vivido aislado como ning¨²n otro. Cuando lleg¨® la desescalada para el resto del pa¨ªs, los mayores que resid¨ªan en geri¨¢tricos, alrededor de 300.000, segu¨ªan sin poder salir. Casi 30.000 han muerto desde el inicio de la pandemia. Cerca de 90.000 han pasado el virus.
Mart¨ªn Quiles no se ha infectado. Este extreme?o de 87 a?os que toda su vida se dedic¨® ¡°al campo y a los animales¡± lleg¨® a la residencia de Navalcarnero con su mujer. ¡°La hija, que vive aqu¨ª, nos trajo por tenernos m¨¢s cerca¡±. Pas¨® los meses de confinamiento junto a su esposa en su habitaci¨®n. Ella ya no puede o¨ªr ni ver. Tuvo s¨ªntomas y hubo que aislarla, aunque fue una falsa alarma. ¡°Lo llev¨¦ mal. No nos hab¨ªamos separado nunca¡±, se encoge de hombros. Con ella lleg¨® de ¡°Talarrubias, provincia de Badajoz¡±, hace ya tres a?os. All¨ª dej¨® su casa, amigos, un hijo, nietos y dos bisnietos a los que hace cerca de dos a?os que no ve. Volver a su pueblo ¡°una semanilla¡± es lo que quiere hacer en cuanto pueda.
Su moral permanece intacta tras un camino cargado de adversidades. Mar¨ªa Ruiz, una ¡°andaluza de pura cepa¡± de 84 a?os, atendi¨® a este peri¨®dico en marzo, en la residencia Gravi, en Poliny¨¤ (Barcelona). All¨ª se hab¨ªa recompuesto tras la muerte de dos hijos, hab¨ªa vuelto a ser ella. Hace un a?o ped¨ªa a Dios que no entrara ¡°el bicho¡±. Pero entr¨®. Los 33 mayores contagiados, ella incluida. ¡°Yo estaba acostada, me levantaron y me llevaron al hospital. Sab¨ªa que estaba muy mal. Lo digo en una palabra: estaba muy diferente. En el hospital, cuando resucit¨¦ un poco, dec¨ªa que quer¨ªa venirme a mi residencia¡±, cuenta ahora, tambi¨¦n por videollamada. All¨ª tiene su peque?o huerto, sus actividades. La vida sigue, aunque cuatro compa?eros murieran.
Fueron varias decenas en la residencia en la que vive Beatriz en Galicia, del grupo DomusVi. Ella, que se enter¨® de que en su centro hab¨ªa casos por televisi¨®n, sigue confinada incluso tras ponerse la vacuna. No es su nombre real, porque teme represalias. A sus 76 a?os, vive en un centro ¡°donde es costumbre tapar lo que pasa¡±, la comida ¡°es espantosa¡± y las auxiliares est¨¢n ¡°de trabajo hasta las cejas¡±. ¡°Un d¨ªa me dijeron que recogiera mis cosas, que me sacaban de aqu¨ª porque, si no, acabar¨ªa contagiada¡±. Parti¨® de all¨ª en ambulancia, ¡°muerta de miedo, sin saber a d¨®nde iba¡±. Aquello fue para bien. Pas¨® unos meses ¡°maravillosamente¡± en uno de los centros de drenaje habilitados para aliviar la presi¨®n de las residencias con m¨¢s casos. ¡°Ten¨ªa vistas al mar¡±, recuerda. No se contagi¨®. ¡°Cuando volv¨ª, me dijeron: ¡®T¨² no sabes lo que era ver desfilar por aqu¨ª muertos y muertos. Fue horroroso¡±, se lamenta. Por ello no puede comprender c¨®mo es posible que haya quien est¨¦ pensando en la Semana Santa, con lo que han aguantado ellos en las residencias. ¡°Yo sigo viviendo como si tuvi¨¦ramos el virus en el centro. ?Qui¨¦n te dice que tras una comilona con la familia de alg¨²n residente no vuelve a entrar?¡±. Su refugio son los libros.
Luis Collado, a sus 95 a?os, no sabe leer ni escribir, as¨ª que pasa ¡°los d¨ªas y los meses¡± escuchando Radio Ol¨¦ y viendo la televisi¨®n. ¡°Buenos d¨ªas, con su permiso, ?estamos vivos!¡±, se presenta con una declaraci¨®n de intenciones al entrar en la sala, ayudado de su andador. Este ha sido su lema durante el ¨²ltimo a?o en la residencia de Navalcarnero. Sus manos temblorosas gesticulan al explicar que en esos d¨ªas ten¨ªa el coraz¨®n un poco limitado por ver lo que estaba pasando. ¡°Daba hasta miedo poner la televisi¨®n¡±, asegura. Pero ¨¦l cada d¨ªa sigue la cifra ¡°de los que se han contagiado y de los que se han marchado¡±. Para su sorpresa, pas¨® el virus sin darse ni cuenta. Dice que tras la muerte de su esposa tendr¨ªa que haber vuelto a casa, aunque viv¨ªan en un cuarto sin ascensor y ya al final, antes de mudarse, las escaleras costaban mucho. ¡°Aqu¨ª no tenemos otra cosa m¨¢s que cumplir con las obligaciones¡±, se resigna. En estos centros, muchos mayores tienen deterioro cognitivo, explica. ¡°En las residencias, los que estamos un poquito mejor sufrimos m¨¢s que el resto porque lo ves todo y te enteras de todo¡±, afirma. Incluso despu¨¦s de vacunarse, la cautela les acompa?a, que bastante han pasado este a?o. Pero la vida sigue. Y sus familias les esperan. S¨ª, est¨¢n vivos.