Las cicatrices de la pandemia
Seis historias personales muestran la huella que ha dejado la covid en la sociedad, dos a?os despu¨¦s de que se decretara en Espa?a el primer estado de alarma. Desde el duelo y la ansiedad, hasta un amor que surgi¨® del confinamiento
Han pasado seis olas, 11 millones de infectados y m¨¢s de 100.000 fallecidos en Espa?a con covid. Dos a?os desde que el Gobierno de Pedro S¨¢nchez decret¨® el primer estado de alarma para combatir el coronavirus. 730 d¨ªas con heridas que a¨²n escuecen y oportunidades que alivian el peso de una pandemia. La crisis sanitaria ha dejado tantas cicatrices como personas se han enfrentado a ella. Cada voz es una historia. Muchas malas, como esa profunda soledad a la que aboc¨® el confinamiento o el dolor de las ausencias que provoc¨® el virus. Pero tambi¨¦n buenas, como el amor inesperado o la resiliencia en las trincheras.
Miedo en las UCI
Almudena Cuesta
Foto: Olmo Calvo
El silencio de la UCI solo se interrumpe por el pitido r¨ªtmico de las m¨¢quinas que monitorizan a los pacientes y el sonido de las puertas de los boxes abriendo y cerrando. Este es un espacio en el que se lucha por vivir y donde en los ¨²ltimos dos a?os ha habido demasiadas muertes. Almudena Cuesta, enfermera de 25 a?os del Hospital Gregorio Mara?¨®n, en Madrid, ha pasado en primera l¨ªnea las seis oleadas. ¡°Del principio recuerdo sobre todo el miedo y la angustia de saber que no pod¨ªamos llegar a todos, que hab¨ªa mucha gente poni¨¦ndose mala en las plantas, pero no hab¨ªa m¨¢s sitio¡±.
Ten¨ªa experiencia en la urgencia, pero comenz¨® a trabajar con cr¨ªticos en enero de 2020, apenas dos meses antes de que todo estallara. ¡°Cuando escuch¨¢bamos noticias de China o de Italia, pens¨¢bamos que no iba a llegar aqu¨ª, y cuando nos lleg¨® el primer paciente fue una locura. Una compa?era nos dijo que esa UCI iba a ser solo de covid y cre¨ªamos que no se iba a llenar¡±, rememora. ¡°A los dos d¨ªas est¨¢bamos ayudando a los compa?eros de quir¨®fano a abrir camas de UCI. Fue muy duro¡±.
El hospital se reconfigur¨®, incluso hizo obras. Lo que era una biblioteca es hoy otra unidad de intensivos, construida en verano de 2020 y abierta en noviembre. Cuesta lleva all¨ª desde entonces. Admite que pens¨® en dejarlo y dedicarse a otra cosa, tal era la presi¨®n, la angustia, la tristeza. El temor a contagiarse y llevar la infecci¨®n a casa de sus padres, o de no saber c¨®mo actuar ante un virus desconocido. El peso de saber que era ella la ¨²ltima persona que daba la mano a alguien que se mor¨ªa.
¡°Viv¨ªa el miedo y lo ve¨ªa en la cara de los pacientes. Me acuerdo de un se?or, yo no sab¨ªa lo que era el miedo hasta que lo vi en su cara¡±, recuerda. Se le explic¨® que hab¨ªa que intubarle y su rostro cambi¨®. Los enfermos les ped¨ªan que hablasen con sus familias y se despidieran por ellos.
Cuesta dice que en esa primera oleada se quitaban d¨ªas libres para poder ayudar. Intentaba no darle muchas vueltas en casa a lo que viv¨ªa en el hospital, pero tantas muertes le pesaban. ¡°Me pon¨ªa mala de pensar que al d¨ªa siguiente ten¨ªa que venir a trabajar, no dorm¨ªa¡±. Muchos compa?eros pidieron la baja. ¡°Tuve que pedir ayuda a un psic¨®logo porque mi estado de ¨¢nimo cambi¨® totalmente, estaba triste, cabreada todo el rato¡±. Ahora est¨¢ mejor, con ganas. Dice que le ha podido la vocaci¨®n.
La primera extubaci¨®n, cuando vieron que por fin un paciente mejoraba, la celebraron ¡°como una fiesta¡±. Y a medida que iban despertando, cuando se asentaban un poco, ¡°porque en la UCI se desorientan mucho¡±, hac¨ªan videollamadas con las familias, o les le¨ªan una carta.
La peor oleada, dice, fue la tercera, tras las Navidades de 2020. ¡°Fue como un tsunami, no nos lo esper¨¢bamos¡±. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, las vacunas han hecho su trabajo. De hecho, de los 19 ingresados ahora mismo en esta UCI, solo seis han estado contagiados. Si echa la vista atr¨¢s, cree que en este tiempo ha madurado y ha aprendido a entender las necesidades de los pacientes, ¡°intentar aunque sea sacar cinco minutos para estar con ellos¡±. Cuenta que se acuerda de muchas personas que sab¨ªan que iban a morir lejos de su familia. Ella estaba ah¨ª. ¡°Por lo menos, que nos tuvieran cogi¨¦ndoles la mano, para que se fueran bien. Acompa?ados¡±.
Salud mental en jaque
Lluvia
Foto: Alfonso Dur¨¢n
Lluvia cuenta que tener anorexia es escuchar constantemente una vocecita en la cabeza que te dice que est¨¢s gorda, que tienes que adelgazar y que no te preocupes porque todo est¨¢ bajo control. Aunque nada lo est¨¦. Esta chica alicantina de ojos azul¨ªsimos, que usa un nombre ficticio, tiene 15 a?os y lleva dos lidiando con una enfermedad mental en la que nunca crey¨® que caer¨ªa. ¡°Tengo una dependencia del peso, es como una adicci¨®n¡±. Mide 1,70 y lleg¨® a pesar 54 kilos. Ah¨ª algo hizo clic y par¨®.
La pandemia ha disparado los problemas de salud mental. Lluvia explica que antes su vida era buena y ten¨ªa confianza en s¨ª misma. Hasta que lleg¨® el confinamiento y con ¨¦l la imposibilidad de hacer deporte y la presi¨®n de una monta?a de deberes, ella que siempre ha sacado dieces. Las redes sociales eran su conexi¨®n con el exterior. ¡°Se puso de moda adelgazar. Cuanto m¨¢s me aburr¨ªa, m¨¢s com¨ªa, as¨ª que engord¨¦¡±, recuerda. Empezaron a hacer mella los insultos de una compa?era. ¡°Me llamaba ballena y dec¨ªa que era la m¨¢s gorda de mis amigas¡±.
Aquel primer verano de pandemia, en 2020, llevaba sudadera aun haciendo calor. ¡°En enero de 2021 me propuse adelgazar y me puse a dieta¡±, dice. Se pesaba diariamente, sin falta, y lo anotaba. ¡°Un d¨ªa descubr¨ª que, si no cenaba, adelgazaba m¨¢s¡±. Cada vez fue salt¨¢ndose m¨¢s comidas. ¡°Siempre me inventaba excusas¡±, rememora. Y, mientras, iba a correr y continuaba con la nataci¨®n y el baile ¡ªlas artes esc¨¦nicas son su refugio, cuenta¡ª. ¡°En tres o cuatro meses perd¨ª 15 kilos¡±.
Las alarmas de su madre saltaron durante un viaje a Madrid. ¡°Fuimos a cenar. Me hicieron una tortilla de un huevo y me puse a llorar en mitad del restaurante: me dio un ataque de ansiedad porque no pod¨ªa com¨¦rmela¡±. La llevaron a la m¨¦dica, que le advirti¨® de que ten¨ªa que parar, no pod¨ªa bajar de los 60 kilos. Pero baj¨®, y tambi¨¦n sus fuerzas. ¡°Dej¨® de venirme la regla, pens¨¦ que era un logro, que estaba tan delgada que se me hab¨ªa ido¡±. Hasta que una psic¨®loga la deriv¨® a una asociaci¨®n especializada, Afectamur. ¡°Ah¨ª me dijeron que ten¨ªa anorexia restrictiva. Consiste en ir restringiendo comidas hasta el punto en que no comes nada¡±.
¡°Por mucho que adelgazara, me ve¨ªa gorda. Se distorsiona la imagen que tienes de ti misma¡±, explica ahora. ¡°Me prohibieron pesarme, de hecho, en mi casa no hay peso, mis padres lo tiraron¡±. Con el tratamiento, empez¨® a salir de aquello. Hasta despu¨¦s de Navidades. ¡°Tuve una reca¨ªda que fue peor que el anterior pico de la enfermedad, con un ataque de ansiedad diario. Me aislaba en mi cuarto. No sal¨ª durante una semana entera, solo quer¨ªa dormir¡±, afirma. Ha remontado hace muy poco.
El punto de inflexi¨®n fue darse cuenta de que hasta ese momento ella nunca hab¨ªa querido abandonar la anorexia. ¡°Dej¨¦ de adelgazar porque me pararon, yo habr¨ªa seguido¡±. Pero, durante un ataque de ansiedad, le dijo a su madre por primera vez que estaba haciendo todo lo posible por salir. ¡°Me di cuenta de que esto no solo me afecta a m¨ª¡±. Lluvia, que aparentaba perfecci¨®n aunque el mundo se le desmoronara por dentro, no soportaba ver que la enfermedad no la estaba devastando ¨²nicamente a ella, tambi¨¦n a sus padres, su pilar. Ahora se apoya en su familia, en su novio, en sus amigas. Pero sobre todo en una convicci¨®n: ¡°De esto solo me puedo salvar yo, y me estoy salvando¡±.
Drama en residencias
Luc¨ªa
Foto: Jaime Villanueva
Cuando llega el mes de marzo, Luc¨ªa pasa esa hoja del calendario autom¨¢ticamente. De febrero salta a abril. Prefiere no dar su nombre real, cuenta que su herida sigue abierta. A sus 54 a?os, lleva encadenados demasiados duelos. El de su madre, en marzo de 2020, lo lleva a¨²n a cuestas. ¡°Fue tr¨¢gico¡±. Viv¨ªa en la residencia Elder, en Tomelloso (Ciudad Real), donde el virus se col¨® antes de que se declarara el estado de alarma. ¡°Llam¨¦ y me dijeron que estaba bien. A los tres cuartos de hora me enter¨¦ del fallecimiento. No me lo pod¨ªa creer. Sal¨ª a la calle y me col¨¦ en el centro. No puedo describir con palabras lo que vi. Aquello era una guerra, pero sin bombas¡±, asegura.
Hac¨ªa un mes y medio que hab¨ªa muerto su padre y Luc¨ªa lo sobrellevaba como pod¨ªa. Visitaba a su madre diariamente en la residencia, hasta que cerraron. ¡°Me dijeron que era por precauci¨®n, luego me enter¨¦ de que ya hab¨ªa casos¡±, cuenta. ¡°Un d¨ªa logr¨¦ hablar con ella por tel¨¦fono. Le dije que la quer¨ªa y me contest¨®: ¡®Y yo a ti, hija m¨ªa¡±. Llora al recordar la ¨²ltima vez que la escuch¨®. Apenas tres d¨ªas despu¨¦s, lleg¨® la peor noticia. ¡°Me puse una mascarilla, unos guantes y sal¨ª directa a la residencia, a la puerta de los trabajadores. Fui a la habitaci¨®n de mi madre y, al verla, me desmay¨¦. No ten¨ªa cara de paz, sino de ahogo¡±. Afirma que si cierra los ojos a¨²n puede verla y escuchar ¡°las voces de los mayores pidiendo ayuda¡±. Y sigue: ¡°Los trabajadores no corr¨ªan, volaban los pobres, no llegaban a todo. Eso era el caos¡±.
Un juzgado archiv¨® en diciembre la denuncia de siete familias, que acusan al director de este centro privado de no aparecer por all¨ª durante cinco d¨ªas y de no aplicar los protocolos adecuados. Las autoridades sanitarias de Castilla-La Mancha intervinieron la residencia en marzo y, seg¨²n la denuncia, que se cita en el auto, en los seis d¨ªas previos hab¨ªan muerto unas 15 personas. Hasta finales de junio, fueron 76. En la residencia se remiten al auto de archivo, donde se considera que no resulta debidamente justificada la perpetraci¨®n de delito: ni homicidio imprudente ni omisi¨®n del deber de socorro. El juzgado apunta a un ¡°c¨²mulo de circunstancias desafortunadas¡±, indica que la situaci¨®n desbord¨® aquellos d¨ªas al sistema sanitario, que se atendi¨® a los mayores dadas las posibilidades y que no puede exigirse mayor nivel de previsi¨®n o diligencia al director que a las autoridades. Los familiares recurrieron y la Audiencia Provincial de Ciudad Real tiene el caso encima de la mesa.
Luc¨ªa se indigna y asegura que esa es parte de su herida, sentirse ¡°abandonada por la justicia¡±. ¡°Mi madre muri¨® sin atenci¨®n, fallaron demasiadas cosas¡±, dice. ¡°No pudimos hacerle un duelo digno, el que nuestra cultura nos ha ense?ado, ni una misa. Ese d¨ªa, en el cementerio, tuvimos que rezarle sus hijos y sus nietos porque ni siquiera hab¨ªa cura. Yo no pude abrazar a mis hermanos. Da igual que lo hagas meses despu¨¦s, ese d¨ªa te falta y eso ya no se puede recuperar¡±.
Cuenta que ocho d¨ªas despu¨¦s de su madre, muri¨® su t¨ªa, que se contagi¨® durante una visita al centro y, posteriormente, falleci¨® su t¨ªo. Ese mes de marzo cay¨® como una bomba en su familia. Ya no pasa por la calle de la residencia, evita esa zona de Tomelloso. Dice que sus ojos ya no son los mismos, que el horror se ha quedado a vivir en ellos.
Avalancha de fallecidos
Jaume Gabriel
Foto: Albert Garcia
En el m¨®vil de Jaume Gabriel, cogerente de la Funeraria Anoia de Igualada (Barcelona), todav¨ªa permanece la memoria de aquella avalancha de fallecidos que trajo la primera ola de la pandemia de covid. Con pulso firme, Gabriel escribe en su WhatsApp ¡°DEF¡±, de defunci¨®n, y decenas de chats con los nombres de los finados brotan en la pantalla de conversaciones abiertas. As¨ª, v¨ªa WhatsApp, fue la forma que tuvo de comunicarse con los familiares de los difuntos en aquellos aciagos d¨ªas de marzo de 2020 en los que el coronavirus oblig¨® al mundo a confinarse en casa. ¡°Intentar calmar a un familiar de un fallecido es terrible. Decirles que no pueden venir. Cada vez que lo explicas es doloroso. La otra parte est¨¢ desesperada¡±, reflexiona el funerario de 52 a?os.
Igualada fue uno de los primeros focos de la pandemia en Catalu?a. All¨ª explot¨® con virulencia la covid antes del estado de alarma y fue uno de los primeros municipios en confinarse. En pocos d¨ªas, los fallecidos que llegaban a la funeraria Anoia, que da servicio a toda la comarca (unos 118.000 habitantes), pasaron de ser una media de dos diarios a mantenerse por encima de 15, 16, 17. ¡°El problema es cuando esto es sostenido durante tres semanas. Tienes el miedo de colapsar. Porque t¨² no puedes dejar de enterrar e incinerar, de dar el servicio, pero ?hasta d¨®nde llegas?¡±, relata ahora Gabriel.
El temor al colapso rumiaba cada d¨ªa sobre su cabeza. Hasta el Ayuntamiento dispuso un espacio frigor¨ªfico pr¨®ximo al cementerio por si no daban abasto. ¡°A m¨ª, al pensar que ten¨ªa que poner a alguien ah¨ª dentro a la espera de algo, se me pon¨ªan los pelos de punta¡±, rememora. No colapsaron, pero durante varias semanas, la muerte no dio tregua: ¡°Estuvimos guardando casi 200 urnas para entregarlas a las familias porque la gente no pod¨ªa salir de casa¡±, ejemplifica. Todav¨ªa tienen dos sin entregar.
Sobre Gabriel pesaba tambi¨¦n la responsabilidad de las despedidas vac¨ªas: ¡°Somos funerarios, pero detr¨¢s hay una persona, con un sentimiento, y en Igualada nos conocemos todos. Lo vivimos fatal. El contacto f¨ªsico no exist¨ªa, hab¨ªa un tel¨¦fono fr¨ªo en el que t¨² hablabas y ah¨ª se quedaba¡±. Nadie pod¨ªa ir al tanatorio, ni velar a sus muertos de cuerpo presente. La parte administrativa la tramitaban por ese WhatsApp sin descanso y la emocional, la paliaban como pod¨ªan. Siempre a distancia. ¡°Pensamos que qu¨¦ menos pod¨ªamos hacer que ense?ar el f¨¦retro, con el nombre del difunto en una placa y la rosa. A todas las cajas, fuesen cementerio o crematorio, hac¨ªamos foto para mandarla por WhatsApp si la quer¨ªan. Si te ped¨ªan videollamada del entierro, les dec¨ªas que s¨ª. O ponerle tal m¨²sica para la ceremonia. O leerle una poes¨ªa a pie de nicho. No puedes decirle que no a un familiar de un fallecido¡±.
De aquellos d¨ªas, Gabriel hace hincapi¨¦ en el drama de los ancianos que mor¨ªan solos, sin familia ni nadie que se preocupase de ellos. Y tambi¨¦n en el de los que se quedaban, tan solos como los que se fueron. Como aquella octogenaria a la que le muri¨® el marido y se qued¨® sin nadie: ¡°La llamamos un mes y medio despu¨¦s y segu¨ªa sola, nadie la llam¨® para preguntarle c¨®mo estaba. Pas¨® su duelo ella sola y eso te da una l¨¢stima bestial¡±.
El peso de la soledad
Pilar Naranjo
Foto: Albert Garcia
Apenas un par de fotos coronan los muebles del sal¨®n de Pilar Naranjo, de 73 a?os. La primera, sobre el televisor, muestra a Naranjo y a su marido, Antonio, de novios, cuando rondaban la treintena. La segunda, en el aparador de la entrada, tambi¨¦n los dos, con m¨¢s canas, el d¨ªa de su boda, cuando contaban algo m¨¢s de 50. Veintitantos a?os casados. Hasta el 21 de diciembre de 2019, cuando ¨¦l falleci¨® y ella se qued¨® sola. ¡°Pero sola, sola, sola¡±, remarca. No ten¨ªan familia ni amigos. Y la pandemia, que lleg¨® poco despu¨¦s, acab¨® por aislarla: ¡°Yo ya estaba confinada antes del confinamiento. No sal¨ªa. La muerte de mi marido era muy reciente y me cogi¨® mal. Estaba hundida. Yo ya no ten¨ªa ganas de salir y la pandemia lo agudiz¨®¡±.
Naranjo habla sin tapujos. Sin pa?os calientes. ¡°La soledad que tengo es lo m¨¢s duro. Con pandemia o sin pandemia¡±, suelta. Pero la crisis sanitaria empeor¨® cualquier viso de luz contra ese aislamiento, como las partidas de domin¨® que jugaba una vez por semana en el casal del barrio. Con el primer confinamiento, se suspendieron todas las actividades y tambi¨¦n cualquier contacto con la calle. Se pas¨® semanas ¡ª¡±?y meses!¡±, a?ade¡ª sin ver a nadie m¨¢s que a los asistentes que limpian y le hacen la compra a los vecinos del inmueble, un bloque de viviendas con servicio para la gente mayor del Ayuntamiento de Barcelona. ¡°La pandemia me ha dejado una lacra: la de no poder dormir y el miedo a coger la covid, a juntarme con la gente¡±, explica.
La curva epid¨¦mica va de bajada por sexta vez, pero ella sigue igual, dice: ¡°Sigo estando muy sola. Tengo miedo. La soledad te hace pensar muchas cosas, es dura¡±. Ha vuelto a jugar al domin¨® una vez por semana y un voluntario de la entidad Amics de la Gent Gran la visita un d¨ªa un par de horas para echar un cuento o dar un paseo. Tampoco la movilidad le da para mucho m¨¢s ¡ªest¨¢ pendiente de una intervenci¨®n de pr¨®tesis de rodilla¡ª. Los d¨ªas se le pasan mirando recetas de cocina en la tableta y viendo pel¨ªculas, como las de Paco Mart¨ªnez Soria, que le hacen re¨ªr. O escuchando m¨²sica, que tanto le vale una zarzuela como Roc¨ªo Jurado o Barry White.
Naranjo no quiere saber nada de ir a una residencia. Mientras pueda, asegura, se quedar¨¢ en su casa. Y si no queda m¨¢s remedio, si un d¨ªa no puede, tendr¨¢ que mudarse a un centro donde la cuiden. Pero a desgana. Hoy solo reclama ¡°respeto¡± y que todo el mundo ¡°se haga cargo de que tambi¨¦n se har¨¢n mayores¡±. ¡°Cambiar los pa?ales de una criatura hace gracia, pero cambiarlos a una persona mayor ya no hace tanta. Ya no te tratan igual. Cuando una persona se hace mayor y no es productiva ni a la familia ni a la sociedad, se vuelve invisible. No eres persona, no te tratan como una persona¡±, lamenta.
Pide ¡°m¨¢s consideraci¨®n¡± y, a los pol¨ªticos, que le hagan la vida ¡°un poco m¨¢s agradable¡± a la gente mayor. Con todo lo dem¨¢s, ella ya se resigna, haya coronavirus o no. ¡°La soledad sigue despu¨¦s de la pandemia¡±.
Amor y confinamiento
Diana Labrador y Mario Vadillo
Foto: Blanca Gonz¨¢lez
Durante la primera oleada, mientras las calles se quedaban desiertas y la cifra de muertes escalaba diariamente, Diana Labrador y Mario Vadillo se enamoraron. ¡°Fue por casualidad¡±, recalca ella, de 24 a?os. ¡°Sin buscarlo, sin llamarlo¡±. ?l tiene 28 y ambos viven en Badajoz, a apenas 10 minutos el uno del otro. No se conoc¨ªan. Tuvo que llegar el confinamiento para que se encontraran.
¡°En plena pandemia, cuando pensamos que era el peor momento que viv¨ªamos, lleg¨® a nuestras vidas lo m¨¢s inesperado posible, un amor del que estamos seguros que es para siempre¡±, resume ella. Casi nada. Y eso que todo empez¨® por un simple comentario. Resulta que a los dos les gusta el f¨²tbol y el fin de semana en que se decret¨® el estado de alarma estaba previsto el derbi: el Badajoz contra el M¨¦rida. Ambos ten¨ªan entradas pero, vaya por dios, se cancel¨® el partido. ¡°Nos quedamos sin ir al estadio¡±, le contest¨® ¨¦l a una publicaci¨®n en Instagram. Labrador, que normalmente no contesta a desconocidos, lo hizo, porque su prima le hab¨ªa hablado de ¨¦l, le hab¨ªa dicho que le gustaba para ella. Luego que si te felicito el cumplea?os, que si f¨ªjate t¨² la cantidad de amigos comunes que tenemos y nosotros sin conocernos. Comenzaron a hablar y se acompa?aron durante el encierro.
¡°Yo hab¨ªa salido de una relaci¨®n anterior y estaba bien sola, no buscaba una nueva pareja¡±, explica. Pero una cosa es lo que una busque y otra, lo que se encuentre. ¡°Un d¨ªa ca¨ª en que llev¨¢bamos un tiempo sin hablar y lo echaba de menos. ?C¨®mo puede pasar algo as¨ª con alguien a quien no conoces? A ¨¦l le hab¨ªa ocurrido lo mismo. Nos pas¨¢bamos hablando hasta las seis o siete de la ma?ana. Ahora me digo que de qu¨¦ hablar¨ªamos tanto, si est¨¢bamos todo el d¨ªa encerrados¡±, se r¨ªe al recordar.
En cuanto se pudo salir a la calle, organizaron un primer encuentro. ¡°Est¨¢bamos nervios¨ªsimos¡±, rememora la joven. ?C¨®mo se saluda a alguien tan cercano a quien no has visto nunca? ?C¨®mo reacciona la piel? ¡°El abrazo al vernos es uno de los momentos m¨¢s bonitos que recuerdo de nuestra relaci¨®n¡±, dice. Quedaban para pasear una o dos veces por semana, y a medida que fueron avanzando las fases de la desescalada, lo fue haciendo su relaci¨®n. ¡°Al principio no le hab¨ªa dicho nada a mis padres, iban a pensar que estaba loca¡±.
En unos meses se ir¨¢n a vivir juntos. Ella, que trabaja como administrativa en una empresa familiar mientras prepara su trabajo de fin de grado en Magisterio, y ¨¦l, empleado en una f¨¢brica, se acaban de comprar una casa. Y, en unos a?os, llegar¨¢ la boda. ¡°Me llev¨® a Disneyland Par¨ªs y me pidi¨® matrimonio. A¨²n no tenemos fecha¡±, cuenta Labrador. No tienen prisa, quieren disfrutar paso a paso. ¡°Ahora es nuestro momento¡±. Esta pareja recordar¨¢ 2020 no solo por la pandemia.