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TINTALIBRE
Tribuna
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Cr¨ªtica de la cr¨ªtica de redes sociales

¡®TintaLibre¡¯ reproduce las reflexiones de Ekaitz Cancela, autor de ¡®Utop¨ªas digitales¡¯, para reflexionar el papel de las redes

Un circuito electr¨®nico en una imagen de archivo.
Un circuito electr¨®nico en una imagen de archivo.Florence Lo (REUTERS)

Este art¨ªculo forma parte de la revista ¡®TintaLibre¡¯ de diciembre. Los lectores que deseen suscribirse a EL PA?S conjuntamente con ¡®TintaLibre¡¯ pueden hacerlo a trav¨¦s de este enlace. Los ya suscriptoras deben consultar la oferta en suscripciones@elpais.es o 914 400 135.

La crudeza del diagn¨®stico sobre el poder efectivo y la funci¨®n real de las redes sociales conduce al autor a demandar la transformaci¨®n de las redes en ¡°instituciones sociales¡± en las que podamos definir ¡°de manera democr¨¢tica las condiciones del lenguaje y los procesos creativos que usamos para comunicarnos¡±. ?Es factible la reversi¨®n del actual funcionamiento de las redes sociales? ?Qui¨¦n deber¨ªa asumir esa transformaci¨®n?

El poder pol¨ªtico que han acumulado las redes sociales como instituciones centrales de nuestra vida p¨²blica, junto al corrosivo impacto del consumo irreflexivo promovido por el scroll cotidiano, son fen¨®menos que han moldeado profundamente nuestra era. Esas pasiones tristes y depresivas de la modernidad digital, aparentemente incontrolables, han permanecido latentes durante casi una d¨¦cada, pero en los ¨²ltimos meses nos han golpeado con especial intensidad. El ascenso de Donald Trump y la llegada de Elon Musk al epicentro del poder estadounidense, como propietario de X (anteriormente Twitter), representa quiz¨¢ uno de los episodios m¨¢s rocambolescos del presente hist¨®rico, resultado de las transformaciones desatadas por la revoluci¨®n de los medios de comunicaci¨®n en los ¨²ltimos a?os. No se trata ¨²nicamente de la fuga masiva de usuarios que la plataforma ha experimentado ¡ªcasi un 10% de los 611 millones que la conforman¡ª, ni de las idealizaciones nost¨¢lgicas sobre una libertad supuestamente perdida en los inicios de internet. M¨¢s bien, este fen¨®meno encapsula el complejo v¨ªnculo entre tecnolog¨ªa, poder y el imaginario colectivo contempor¨¢neo.

No son solo redes sociales, est¨²pido

Las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n, los datos y las infraestructuras que producen no deben entenderse eminentemente desde una dimensi¨®n ideol¨®gica, como facilitadoras de la guerra cultural de la ultraderecha, sino desde su conexi¨®n con la econom¨ªa, el calentamiento global o las guerras. Ambas esferas ¨Cen la jerga de las relaciones internacionales, el soft power y el hard power¨C comenzaron a diluirse en los albores de la Guerra Fr¨ªa, cuando Estados Unidos consigui¨® expandir su imaginario de la posguerra, fusionando los esfuerzos de Wall Street y Hollywood para crear un mercado global donde todo el planeta estuviera conectado. Internet, desarrollado gracias al dinero del Pent¨¢gono, la CIA y el Ej¨¦rcito, se convirti¨® en algo as¨ª como la f¨¢brica y el supermercado al mismo tiempo, el espacio de trabajo y de juego que cada ciudadano recib¨ªa como parte de la herencia ilustrada cosmopolita tras la superaci¨®n de los totalitarismos del siglo XX.

Las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n no deben entenderse eminentemente desde una dimensi¨®n ideol¨®gica, sino desde su conexi¨®n con la econom¨ªa, el calentamiento global o las guerras

Pero la realidad siempre fue algo m¨¢s complicada. Ciertamente, el ¨¢gora propiamente dicha nunca fue el valor m¨¢s elevado en la configuraci¨®n de las plataformas digitales. Como han demostrado los estudios de los hermanos Dan y Herbert S. Schiller, desde el principio, estas plataformas estuvieron basadas en la mercantilizaci¨®n de la sangre de la democracia, la informaci¨®n, y la privatizaci¨®n de las infraestructuras de comunicaci¨®n de masas. Siempre fueron imaginadas como la base sobre la que reestructurar buena parte de la econom¨ªa global tras la crisis industrial de los ochenta y la posterior crisis financiera de 2008. Por eso, no podr¨ªamos entender el rol que juegan las redes sociales, ni su regulaci¨®n, pens¨¢ndolas meramente como mecanismos para la producci¨®n y distribuci¨®n del conocimiento, como si no existiera una agenda econ¨®mica y geopol¨ªtica detr¨¢s de las decisiones que toman las cajas negras de los algoritmos que las sostienen. Incluso lo reconoci¨® el republicano Mitt Romney cuando afirm¨® que la difusi¨®n masiva de contenido pro-palestino en TikTok durante el conflicto en Gaza se encuentra en el centro de los intentos de Estados Unidos por bloquear la plataforma china, suceso que coincidi¨® adem¨¢s con la aprobaci¨®n de los paquetes de ayudas a Ucrania.

Pero volvamos de nuevo al caso de Elon Musk, definido entre los juristas heterodoxos norteamericanos como ¡°el maquiavelo del mercado¡±, el arquetipo par excellence del empresario moderno de tradici¨®n libertariana procedente de la costa oeste californiana. Lejos de ser solo un magnate de las redes sociales, Musk ha logrado cambiar la percepci¨®n y los h¨¢bitos de consumo sobre los coches el¨¦ctricos gracias a su empresa Tesla, impulsando bater¨ªas como Powerwall y Powerpac que reducen las emisiones de carbono y orientando la estrategia de producci¨®n de energ¨ªas renovables del pa¨ªs. Tambi¨¦n ha creado SpaceX, responsable de tres cuartas partes de todos los objetos lanzados al espacio el a?o pasado y que enviar¨¢ cinco naves no tripuladas hacia el planeta rojo el pr¨®ximo a?o; una empresa que, adem¨¢s, se adjudic¨® la nueva red del Pent¨¢gono para vigilar permanentemente a todo el planeta mientras Joe Biden a¨²n estaba en la Casa Blanca. Por ¨²ltimo, ha desplegado su red Starlink en la puerta trasera de China, permitiendo a Ucrania conectar sus drones as¨ª como las redes de telecomunicaci¨®n que permiten al Ej¨¦rcito operar. En los ¨²ltimos a?os, el billonario ha conseguido emerger como uno de los proveedores principales de servicios tecnol¨®gicos de las administraciones del gobierno federal estadounidense.

El hecho de que buena parte del debate p¨²blico sobre la regulaci¨®n de las redes se centre en alertar sobre los peligros de este influencer de ultraderecha, evita problematizar las l¨®gicas ulteriores: las funciones pol¨ªticas que adopta el empresario, principalmente el que opera en Silicon Valley, en las funciones del gobierno en la era neoliberal. Las redes sociales ponen de manifiesto c¨®mo el desarrollo del poder corporativo ha ido bifurcando los conceptos de democracia y econom¨ªa de mercado en las sociedades capitalistas contempor¨¢neas; la unidad que el liberalismo de posguerra hab¨ªa prometido mantener unida para garantizar la paz. La elecci¨®n de Musk como representante del Departamento de Eficiencia Gubernamental, junto con el multimillonario Vivek Ramaswamy, es una broma macabra que captaba, sin sorna, un titular de Reuters: ¡°Podr¨ªa impulsar las asociaciones entre tecnolog¨ªa y defensa, facilitando que las peque?as empresas participen en proyectos conjuntos con los grandes contratistas de defensa¡±.

Elon Musk
Elon Musk habla en un mitin de Donald Trump en Madison Square Garden, en Nueva York, durante la campa?a electoral de EE UU.Evan Vucci (AP)

La libertad como servicio

Hasta el momento, la ¨²nica respuesta al auge de las redes sociales como dispositivos para la consolidaci¨®n de la hegemon¨ªa cultural de la ultraderecha, y de sus l¨ªderes como protagonistas de la pol¨ªtica estadounidense, ha sido la negaci¨®n de esta separaci¨®n y la apelaci¨®n a una suerte de disfunci¨®n en el capitalismo que la regulaci¨®n, entendida como la creaci¨®n de un entorno legal para el despliegue del mercado de la informaci¨®n y el conocimiento, podr¨ªa ayudar a corregir. Nadie en el Estado ha agitado esta bandera con tanta fuerza como Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle, responsable de la pol¨ªtica cultural estatal durante el primer Gobierno de Mariano Rajoy y de asuntos digitales durante el segundo.

Pero, respondiendo a la sublevaci¨®n liberal que propone en Ciberleviat¨¢n (Arpa, 2019), ?c¨®mo se establecen los derechos del homo digitalis (especialmente, el derecho individual, no corporativo, a la propiedad de los datos) cuando la informaci¨®n no solo es central para garantizar una esfera p¨²blica democr¨¢tica, sino para engrasar las m¨¢quinas de guerra o los cohetes que garantizan la supremac¨ªa estadounidense en la carrera hacia Marte? En otras palabras, ?es compatible la libertad individual, garantizada por un intercambio regulado de mercanc¨ªas digitales, con las necesidades militares y geoecon¨®micas de Estados Unidos en su intento por vencer a China y crear un nuevo mundo hobbesiano sumido en una guerra de todos contra todos permanente, como ilustran las fuertes tensiones en Oriente Medio, ?frica y Asia?

Resulta complicado creer que el bienestar colectivo, garantizado mediante el Estado d¨¦bil y regulatorio que proponen los liberales, se impondr¨¢ a la agenda de seguridad nacional y a un Estado fuerte

Del mismo modo a lo ocurrido tras el giro neconservador estadounidense durante los atentados del 11-S, resulta complicado creer que el bienestar colectivo, garantizado mediante el Estado d¨¦bil y regulatorio que proponen los liberales, se impondr¨¢ a la agenda de seguridad nacional y a un Estado fuerte que act¨²a violentamente para garantizar su presencia en la econom¨ªa global mediante una agenda belicista. Recurriendo a otro ejemplo, en un momento en que las agencias de seguridad nacional y los contratistas de defensa estadounidenses utilizan el modelo de inteligencia artificial de c¨®digo abierto Llama, desarrollado por Meta, ?c¨®mo podemos creer que bastar¨¢ con apelar a la ¡°propiedad de la persona¡± y ¡°la ley natural¡±, dos marcos tradicionalmente liberales, a la monetizaci¨®n garantizando la privacidad, al ideal de unos ¡°gentlemen cuya excelencia descansa en una superioridad epistemol¨®gica y moral¡±, como hace el modelo de ¡°capitalismo con rostro humano¡± propuesto por Lassalle?

Los liberales deben reconocer que la supervivencia del capitalismo ya no es compatible con la democracia representativa. En un momento de crisis sist¨¦mica, los Pr¨ªncipes contempor¨¢neos como Elon Musk pueden convertirse en ¨®rganos de las m¨¢s modernas ideas y, al mismo tiempo, representar estos hechos desde un inter¨¦s de clase completamente reaccionario. Ello es as¨ª porque han conseguido entender que la ¨²nica forma de garantizar que las relaciones de dominaci¨®n se mantengan intactas en el siglo XXI es abrazar el fundamentalismo de mercado. Al menos en la teor¨ªa, se?ala el intelectual Evgeny Morozov sobre esta agenda, ¡°los mercados prometen un m¨¦todo universal de resoluci¨®n de problemas, mucho m¨¢s eficiente y racionalizado que la pol¨ªtica democr¨¢tica.¡± Personajes como Musk, Milei, Bolsonaro o el mismo Trump lo han comprendido como nadie y, gracias a las redes sociales, han ido desplazando progresivamente a los poderes p¨²blicos liberales del centro de la vida p¨²blica para introducir en su lugar los negocios que han iniciado en los ¨²ltimos a?os.

Mediante lecturas atentas a pensadores marxistas como Antonio Gramsci, la ultraderecha ha entendido c¨®mo funciona el capitalismo mejor que muchos comunistas. Leo Kofler, uno de los te¨®ricos m¨¢s brillantes ¨Cy olvidados¨C de la Escuela de Frankfurt, entend¨ªa el fetichismo sobre los bienes de mercado como una ¡°etapa primaria de reflexi¨®n ideol¨®gica¡±. Es como si la aceptaci¨®n ¡®irreflexiva¡¯ de la inevitabilidad econ¨®mica y el destino social asociado en la conciencia cotidiana ocurriera de una forma espont¨¢nea e irracional. Como descubrieron te¨®ricos nazis de la informaci¨®n como Joseph Goebbels, la conformidad ha dejado de generarse por la orientaci¨®n hacia visiones del mundo normativas, como las de la modernidad, sino que se sostiene sobre la manipulaci¨®n de la psique masiva: las formas ideol¨®gicas de la represi¨®n a escala global se incrustan en las estructuras de la mente. Este modo a trav¨¦s del que se ejerce la mediaci¨®n del poder, que las redes sociales han perfeccionado con sus mecanismos adictivos para mantenernos conectados (por eso, estas empresas contratan a tantos antrop¨®logos y psic¨®logos como ingenieros), se desarroll¨® y se optimiz¨® en las d¨¦cadas de prosperidad del New Deal. La publicidad, el marketing y las relaciones p¨²blicas, en detrimento de un periodismo comprometido con una verdad disociada de la propaganda pol¨ªtica y empresarial, fueron centrales en esta estrategia.

En un momento en que las redes sociales, centrales para los nuevos formatos publicitarios, se muestran como claves para conquistar esa esfera inconsciente que modela nuestras vidas, la dominaci¨®n del mercado sobre cualquier otra alternativa institucional social se ha impuesto a trav¨¦s de un sistema de formateo psicol¨®gico y una internalizaci¨®n de los imperativos, sean en materia de econom¨ªa pol¨ªtica, ecolog¨ªa o seguridad nacional. De esta forma, mediante los mecanismos de consumo, las plataformas de comunicaci¨®n sirven para que las personas sean socializadas de tal manera que, voluntariamente, hagan lo que los empresarios esperan de ellas, consolidando sociedades que gobiernan los deseos m¨¢s ¨ªntimos del ser humano a trav¨¦s de la llamada libertad de mercado.

En este contexto, la arquitectura digital se ha convertido en el marco normativo dominante de la racionalidad neoliberal: m¨¦tricas cuantitativas y sistemas de clasificaci¨®n que eval¨²an el contenido no en funci¨®n de su calidad o significado inherente, sino mediante un sistema de valoraci¨®n num¨¦rica que precede a la comunicaci¨®n, a lo consciente, y que est¨¢ dise?ado para generar atenci¨®n y participaci¨®n sencilla, activa y entusiasta en el consumo de mercanc¨ªas; un mecanismo de atracci¨®n y compulsi¨®n nacido tras la Segunda Guerra Mundial para que los mercaderes carism¨¢ticos sustituyeran a los l¨ªderes nazis. As¨ª retrata este fen¨®meno contempor¨¢neo el episodio de Black Mirror titulado ¡°Nosedive¡±, donde cada aspecto de la vida cotidiana queda reducido a una puntuaci¨®n, destacando que la l¨®gica de la cuantificaci¨®n no solo rige nuestras interacciones digitales, sino que se extiende a nuestras relaciones interpersonales en el mundo f¨ªsico, borrando por completo la barrera entre ambos.

Las redes sociales se han convertido en la infraestructura b¨¢sica para que el mercado se extienda sobre cada esfera de nuestra vida

Aunque est¨¦n reguladas, las plataformas digitales no pueden escapar al sistema de significaci¨®n subyacente creado por las empresas tecnol¨®gicas y sus c¨®digos algor¨ªtmicos, que interceptan, manipulan, amplifican y promueven la autoexplotaci¨®n voluntaria de los deseos individuales. Ello es as¨ª porque las redes sociales se han convertido en la infraestructura b¨¢sica para que el mercado se extienda sobre cada esfera de nuestra vida. Ciertamente, del ideal human¨ªstico anteriormente competitivo de la burgues¨ªa liberal, representado por John Locke y Adam Smith, no queda nada m¨¢s que un individualismo competitivo, basado en estrategias de significaci¨®n como los ¡°me gusta¡±, ¡°publicar¡± y ¡°compartir¡±, saturado con una visi¨®n pesimista del ser humano, que nos acerca a la idea de Hobbes del ser humano como un depredador que persigue sus propios intereses, que busca validarse o navegar la ansiedad contempor¨¢nea.

?Socialicemos las infraestructuras de comunicaci¨®n!

Elon Musk solo es uno de los capitanes de una maquinaria tecnol¨®gica que impone el miedo, la desesperaci¨®n, la amenaza de muerte y la culpa en el capitalismo tard¨ªo. Sin embargo, la esperanza colectiva, el entusiasmo radical, el ¨ªmpetu por actuar con otras personas, el amor, la belleza, la celebraci¨®n de las causas compartidas, el af¨¢n por la verdad, tambi¨¦n pueden ser ¡®potenciales¡¯ latentes en los sujetos contempor¨¢neos. Cualquier alternativa a las redes sociales nacer¨¢ de superar el nihilismo burgu¨¦s decadente que representan tanto las facciones liberales como las reaccionarias en el siglo XXI. De lo contrario, seguiremos atrapados en el marco de Locke, que apelaba a un ¡°pasado medieval¡± para reivindicar una nueva ¡°modernidad ilustrada¡± del mismo modo en que autores contempor¨¢neos emplean dicha fundamentaci¨®n liberal para apelar a ¡°una burgues¨ªa que convirti¨® la propiedad en la premisa de la ciudadan¨ªa, tal y como el propio Kant defendi¨® al asociar a ella el status de propietario¡±, de nuevo en palabras de Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle.

Ciertamente, la noci¨®n optimista de la burgues¨ªa humanista, sea la del siglo XVIII o la de nuestros d¨ªas, siempre ha adolecido de su incapacidad para llevar a cabo una cr¨ªtica de la propiedad privada y de los l¨ªmites que imponen sus jerarqu¨ªas al florecimiento del ser humano. Lo que mov¨ªa a los empresarios de aquella ¨¦poca y los impulsaba hacia la innovaci¨®n industrial era el sue?o de que los derechos de propiedad fraguados durante el auge del capitalismo facilitara el m¨¢ximo desarrollo de las fuerzas, habilidades y talentos de cada individuo, es decir, la posibilidad de cultivar su ¡®personalidad¡¯ y su car¨¢cter ¡®emprendedor¡¯. Cre¨ªan en la participaci¨®n mediante la forma del ¡®contrato libre¡¯, aunque nunca mentaban el despojo del p¨²blico de los mercados de consumo o la desposesi¨®n en la f¨¢brica asociados a esta relaci¨®n mercantil. Desde su ascenso revolucionario, los grandes ide¨®logos de la burgues¨ªa entendieron por libertad solamente la posibilidad del desarrollo incesante y la restauraci¨®n de la totalidad de la personalidad a escala individual, confiando en la armon¨ªa social en tanto que resultara del laissez-faire, pero nunca se contemplaba alguna suerte de organizaci¨®n colectiva.

Ahora bien, solo hace falta fijarse en las din¨¢micas de las redes sociales para entender que la consecuencia de esta agenda ha sido desastrosa: la degradaci¨®n del ser humano como herramienta pasiva de un objetivo econ¨®mico, o su eliminaci¨®n como una fuerza verdaderamente democr¨¢tica y formativa. Que el ser humano activo, en toda su diversidad personal, social y cultural, sea capaz de disfrutar y convertirse en un ser libre en el verdadero sentido de la palabra solo puede ocurrir cuando el desarrollo de su personalidad se ha convertido en una posibilidad pr¨¢ctica a trav¨¦s de infraestructuras colectivas. Quien no es consciente de sus poderes, como imponen en el plano subjetivo los algoritmos corporativos, preserva sus talentos en un estado de letargo y no los utiliza productivamente. Nunca es libre, incluso si el deseo despertado bajo las inhumanas condiciones del scroll le parece la encarnaci¨®n aut¨¦ntica de la libertad. Algo as¨ª ilustra la serie Severance, donde la separaci¨®n artificial entre la vida laboral y personal de los empleados de Lumon evidencia c¨®mo un sistema puede despojar al individuo de su conciencia. Algo parecido sucede con las redes sociales, que fragmentan nuestra atenci¨®n y anulan nuestra autonom¨ªa bajo la ilusi¨®n de elecci¨®n, neg¨¢ndonos la posibilidad de una libertad aut¨¦ntica.

Quien no es consciente de sus poderes, como imponen en el plano subjetivo los algoritmos corporativos, preserva sus talentos en un estado de letargo y no los utiliza productivamente

Las redes deben convertirse m¨¢s bien en instituciones sociales donde definamos de manera democr¨¢tica las condiciones del lenguaje y los procesos creativos que usamos para comunicarnos, conocernos e imaginarnos como seres en libertad. Deben sacar lo mejor de nosotras mismas, no la parte m¨¢s salvaje y competitiva; deben hacernos sentir alegres y felices de compartir nuestras creaciones con otras personas, no despertar sentimientos o emociones violentas, casi siempre contra los grupos sociales oprimidos y reproduciendo relaciones de poder como las de clase, raza o g¨¦nero. En lugar de asentarse sobre las l¨®gicas del mercado, las redes sociales deber¨ªan perfomar las pr¨¢cticas de las instituciones culturales y sociales: los museos, las bibliotecas, las cinetecas, los teatros, las galer¨ªas de arte, las revistas literarias, los espacios de militancia, las organizaciones de mujeres, las fiestas populares¡­ Despu¨¦s de todo, como se?ala Morozov, ¡°la cultura es tan productiva a la hora de innovar como la econom¨ªa, solo que no tenemos el sistema adecuado de incentivos y circuitos de retroalimentaci¨®n para extenderla y hacer que se propague hacia otras esferas de la sociedad¡± ?C¨®mo conseguir que otras pr¨¢cticas sociales, h¨¢bitos y formas de vivir en sociedad, alternativas a la distribuci¨®n de productos o servicios en el mercado, puedan ser entendidas como innovaciones m¨¢s valiosas a la hora de ser compartidas o democratizadas? ?Y c¨®mo institucionalizarlas?

El fil¨®sofo franc¨¦s Cornelius Castoriadis afirmaba que cualquier sociedad, a trav¨¦s de su imaginaci¨®n colectiva, tiene la capacidad de crear y dar significado a sus instituciones, que no son fijas ni cerradas, sino que reflejan un proceso de transformaci¨®n seg¨²n los deseos y decisiones de la comunidad. Esta b¨²squeda instituyente de las condiciones que permiten la vida p¨²blica mediante la comunicaci¨®n entre personas no puede ser individualista, debiendo escoger cada cual entre convertirse en emprendedor o consumidor. Necesitamos plataformas colectivas que permitan a los ciudadanos explorar formas alternativas de desarrollo socioecon¨®mico y de construcci¨®n de subjetividades diversas. Quiz¨¢ para ellos sean necesarias menos cajas negras y m¨¢s herramientas estad¨ªsticas capaces de visualizar, a trav¨¦s de mapas, formas y colores, en definitiva, de dise?os, las consecuencias de tomar diferentes pol¨ªticas sobre los presupuestos p¨²blicos, facilitando as¨ª la deliberaci¨®n. Este es, de hecho, uno de los objetivos que busca la plataforma p¨²blico-com¨²n Decidim, en cuya base se encuentra el entendimiento de los datos como un bien com¨²n que s¨®lo tiene utilidad en la medida en que sirve para tomar decisiones democr¨¢ticas sobre la econom¨ªa.

A la hora de plantear espacios de expresi¨®n y resistencia libres de los dictados algor¨ªtmicos y sus mecanismos de subjetivaci¨®n, como es el caso de la red social Mastodon, tambi¨¦n podr¨ªamos pensar en circuitos culturales, no solo digitales, donde se debatan las decisiones, se busquen nuevas narrativas y est¨¦ticas para extenderlas al conocimiento del p¨²blico y se dise?en estrategias de participaci¨®n sobre los asuntos p¨²blicos. La experimentaci¨®n con infraestructuras sociales, basada en la redistribuci¨®n del poder pol¨ªtico, un elemento clave nunca considerado en el planteamiento institucional tras las revoluciones rusa y china, no se limitar¨ªa a resolver problemas, como propone el mercado. Las personas podr¨ªan plantearlos activamente, cuestionando las decisiones colectivas para orientarlas hacia fines solidarios que beneficien a la democracia, a la humanidad y al planeta. Este tipo de interacci¨®n entre las instituciones, las pr¨¢cticas y nuestra comprensi¨®n de los intereses e ideales es el camino necesario para avanzar hacia formas m¨¢s justas, igualitarias y avanzadas de organizaci¨®n social.

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