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Recuerdo perfectamente el 30 de septiembre de 1986. Era martes, y sobre las siete y media mi novia llam¨® para decirme que encendiese la tele. Una orden est¨¦ril, en mi casa la televisi¨®n no se apagaba nunca as¨ª emitiesen Poldark o El canto de un duro, lo contrario nos parec¨ªa irrespetuoso con aquella cornucopia de entretenimiento en PAL Color.

La urgencia de la llamada la provocaba el estreno de una comedia protagonizada por cuatro se?oras, Las chicas de oro. ¡°?Est¨¢n buenas?¡±, pregunt¨¦, porque a los 14 a?os mis hormonas estaban m¨¢s revolucionadas que Sendero Luminoso y se adelantaron a cualquier otra indagaci¨®n m¨¢s elegante. El exabrupto lanzado por mi interlocutora podr¨ªa catalogarlo hoy como digno de Dorothy, pero entonces no, claro. Porque aquella tarde fue el ¨²ltimo momento en el que los nombres de Dorothy, Blanche, Rose y Sophia que tanto significar¨ªan despu¨¦s no significaban nada.

Los segundos que tard¨¦ en sentarme ante la tele fueron los ¨²ltimos en los que ignor¨¦ el jolgorio que implicar¨ªa una an¨¦cdota sobre St. Olaf, la amenaza que ocultaba un viaje a Prados Soleados o que un silencio de Dorothy Zbornak me har¨ªa carcajear m¨¢s que cualquier di¨¢logo. Tambi¨¦n que tantas veces avanzar¨ªa una an¨¦cdota con un ¡°Imaginad, Sicilia, 1920, una joven de pechos turgentes¡­¡± y que a?os despu¨¦s no podr¨ªa escuchar ¡°lesbiana¡± sin pensar ¡°libanesa, Blanche¡± ¡ªy lo he escuchado muchas veces¡ª. O que en la cocina de cuatro mujeres de Miami que sobrepasaban la cincuentena encontrar¨ªa m¨¢s cobijo que en las cuitas adolescentes de cualquier serie orientada a los que pase¨¢bamos carpetas forradas con fotos de Duran Duran.

Mucho menos pod¨ªa imaginar que descubrir 35 a?os despu¨¦s que Disney+ la incorpora a su cat¨¢logo el pr¨®ximo 12 de enero iba a parecerme el mejor telefinal posible para un a?o triste y aliquebrado al que le ha costado tanto dar buenas noticias.

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