¡®La dama del lago¡¯: un acierto inc¨®modo en el cat¨¢logo de Apple TV+
La miniserie camina con fuerza, estilo y conciencia social gracias, entre otras cosas, a las magn¨ªficas Natalie Portman y Moses Ingram. Tiene sus irregularidades, pero al final triunfa el relato
Desde el primer cap¨ªtulo, nada es convencional en La dama del lago (Apple TV+), la serie que adapta la novela hom¨®nima de Laura Lippman con Alma Har¡¯el al frente y Natalie Portman como protagonista y en la producci¨®n. Ni por el escenario (Baltimore, a?os sesenta, sin una sola nota adicional que lo idealice) ni en el ritmo (constante, extra?o, a veces on¨ªrico) ni en la forma de presentar el argumento, que toma del libro. Maddie Schwartz, una ama de casa jud¨ªa de clase media alta, da un vuelco a su vida a partir de la desaparici¨®n y muerte de una ni?a en su barrio: tras encontrarla a orillas del lago, abandona su perfecto hogar, se cansa de servir, se independiza, busca trabajo en un peri¨®dico para cumplir su sue?o de juventud.
Al mismo tiempo, vemos a Cleo Sherwood, una joven negra que lucha por sobrevivir, machacada por sus jefas blancas en la tienda en la que hace de maniqu¨ª, por sus jefes negros en el pub nocturno donde ejerce de camarera, y d¨ªa y noche por el mafioso que controla el barrio. La voz en off de Cleo (una Mosses Ingram llena de estilo y fuerza) habla a Maddie desde la orilla embarrada de ese mismo lago, y le acusa de tomar su historia, de utilizar su muerte (porque ella, desde el principio, est¨¢ marcada) para inventarse una nueva existencia, renacer. ¡°Tus sue?os de escritora arruinaron tu vida. Ahora quieres que esos mismos sue?os la reescriban. Pero, ?por qu¨¦ necesitabas arrastrar mi cad¨¢ver hasta ah¨ª?¡±, le reprocha al principio del tercer episodio. Maddie va a convertir este caso en la exclusiva de su vida. Pero ya hemos ido, quiz¨¢s, demasiado lejos.
Natalie Portman est¨¢ magn¨ªfica en cada gesto de hartazgo de su antigua vida, en cada boca torcida por el asco que le provocan ciertos hombres y no pocas actitudes, en cada mirada de compasi¨®n, o de triunfo, en cada queja y en cada detalle de esperanza que construye seg¨²n avanzan los cap¨ªtulos con su profundo arsenal interpretativo. Hay fuerza en su juego de vulnerabilidades. A estas alturas (tras Fundaci¨®n, Silo, Caballos lentos y otras) a las producciones de Apple se les supone rigor, incluso lujo, en los aspectos materiales, as¨ª que no incidiremos en eso.
La serie alcanza un alto nivel de violencia sin apenas planos expl¨ªcitos (una angustiosa pelea al final del quinto cap¨ªtulo, punto de inflexi¨®n de la narraci¨®n, es lo m¨¢s notable en este sentido). No lo necesita: en el racismo y el machismo y el clasismo que sufren las protagonistas (ellos, y m¨¢s en los sesenta en Baltimore, son los ejecutores, los maltratadores, los abusadores) es m¨¢s que suficiente. El fuera de plano funciona muy bien en las escenas de acci¨®n, donde Alma Har¡¯el mantiene el pulso. En una serie que se sostiene en lo interpretativo en los brazos de Portman e Ingram, los secundarios (sobre todo el oficial Platt, un polic¨ªa entre dos mundos, y la joven amiga de Maddie) est¨¢n a la altura.
Llega a ser un drama muy duro y complejo, e igual no est¨¢n los tiempos para esas aventuras y de ah¨ª las puntuaciones y cr¨ªticas que ha obtenido, no siempre a la altura de lo que se merece. Se puede acusar a la serie de irregular en algunas fases (ese pen¨²ltimo cap¨ªtulo, tan bello en lo formal, se estanca desde el punto de vista narrativo, pero el s¨¦ptimo y ¨²ltimo es impecable), habr¨¢ a quienes no les guste el envoltorio art¨ªstico que construye Har¡¯el, pero el gran reto de La dama del lago radicaba en dar a la trama criminal la hondura social y psicol¨®gica que consigui¨® Lippman con su novela. Y mantener el mensaje de liberaci¨®n y reparaci¨®n a trav¨¦s de un buen relato. Es lo que busca Maddie y, en cierto modo, es lo que buscamos todos. Y lo consigue con creces.
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