La Morada, el lugar de todos ¡°los que tienen hambre¡± en Nueva York
En este restaurante del Bronx, cada d¨ªa la familia M¨¦ndez-Saavedra reparte m¨¢s de 500 comidas gratuitas para inmigrantes reci¨¦n llegados a la ciudad
El sol de las dos de la tarde cae con fuerza sobre la avenida Willis, al sur del Bronx. De la funeraria Ortiz no sale ni entra nadie. Del restaurante de comida china Chen¡¯s Garden tampoco. Entre la funeraria y el restaurante est¨¢ La Morada, cuya puerta no ha dejado de abrir ni de cerrar. Llega un se?or mayor, llega solo, pero Natalia M¨¦ndez le prepara una bolsa con comida para cuatro. La esposa y los dos hijos no vinieron esta vez. La bolsa carga un recipiente con arroz, fajitas de pollo, vegetales y frijoles. El hombre viene de ?frica, como muchos de los cientos de migrantes que desfilan a diario por el restaurante La Morada a partir del mediod¨ªa. M¨¦ndez sabe que su traves¨ªa fue larga, por eso en la bolsa de comida gratuita que le entrega no faltan los frijoles.
¡°Esa gente camin¨® desde ?frica y parte de Am¨¦rica para poder llegar a aqu¨ª¡±, dice. ¡°T¨² los ves y sabes que necesitan ponerse fuertes, por eso estamos haciendo m¨¢s potajes, para que reciban todo lo que necesitan. Nosotras las cocineras tradicionales tambi¨¦n somos una especie de curanderas¡±.
A M¨¦ndez, de 54 a?os, no le quedan dudas de que los miles de migrantes que han llegado en los ¨²ltimos dos a?os a la ciudad de Nueva York necesitan comer potaje, como supo durante la pandemia que los neoyorquinos necesitaban tomarse una sopa de ra¨ªces. Un d¨ªa, en medio del encierro, parti¨® junto a su esposo Antonio Saavedra para La Morada, y comenz¨® a preparar lo que ella ha nombrado la sopa de ra¨ªces o la sopa de la ayuda mutua, a base de remolacha, zanahoria, papa y cualquier alimento que crezca debajo de la tierra.
¡°Estaba pensando en alg¨²n plato que pudiera ayudar a la comunidad de Nueva York durante la covid¡å, cuenta M¨¦ndez. ¡°De ah¨ª nace la idea de hacer la sopa. Estos productos crecen en diferentes suelos, algunos son de Nueva Jersey, otros de Florida, de California, y cuando todos se unen en la olla, ah¨ª est¨¢n los valores que necesitamos¡±. Para sellar la sopa, M¨¦ndez le a?ade calabaza. El primer d¨ªa que repartieron, la sopa se acab¨® en una hora, tras la larga fila de personas que pasaron a recoger su comida gratis. El segundo d¨ªa hicieron para 400 personas, luego para 600, 800. Llegaron a repartir 5.000 cantinas en una semana.
M¨¦ndez dice que La Morada es un lugar ¡°desconchinflado¡±. Siempre ha tenido un cartel que reza ¡°No a las deportaciones¡±, por ah¨ª siempre han pasado migrantes para averiguar d¨®nde hab¨ªa una escuela, d¨®nde un hospital, d¨®nde un lugar para dormir. Pero luego de que se convirtieran en el sitio donde mucha gente pasa por su almuerzo gratis, La Morada ya no tiene su estanter¨ªa de libros perfectamente organizados, ni sus mesas en fila, ni el orden de cualquier restaurante de la ciudad, sino que tiene el aura de una especie de almac¨¦n, un sitio repleto de cajas con donaciones, hileras de vasos y recipientes de pl¨¢stico, y gente que entra y sale en todo momento hasta que cierran a las cuatro de la tarde.
Un sitio as¨ª los hace sentir mucho m¨¢s plenos. De las paredes de color morado, cuelgan los lienzos de su hijo Marco Saavedra, de 34 a?os, im¨¢genes de sus campa?a para ser beneficiario de DACA, un diploma del Ayuntamiento de la Ciudad de Nueva York en honor a M¨¦ndez y Saavedra por su contribuci¨®n a la comunidad, y muchas fotos de personas que han pasado en todos estos a?os por el lugar. No hay fotos de Alexandria Ocasio-Cort¨¦s, que estuvo en La Morada, ni del actor Jesse Eisenberg, ni de Bill de Blasio. ¡°?l es famoso¡±, dice Saavedra del ex alcalde. ¡°Pero yo recibo m¨¢s de esa otra clase de gente que viene a comer¡±.
El activismo es el centro de La Morada: en sus redes sociales, M¨¦ndez, Saavedra y sus tres hijos han hecho campa?a por la crisis del sistema de vivienda en la ciudad y la mala administraci¨®n o el mal uso de los recursos por parte del alcalde Eric Adams en la atenci¨®n a las familias de inmigrantes que llegan y permanecen en las calles o refugios. Es la misma gente que pasa luego por La Morada. M¨¦ndez recuerda el d¨ªa en que lleg¨® una madre. Ven¨ªa cargando a un ni?o, llevaba otro de la mano y dos m¨¢s que no pod¨ªa sostener. ¡°Yo hab¨ªa recibido unas donaciones de cargadores y se las di, y fue un b¨¢lsamo, ella no pod¨ªa con tanta carga. Le di ropa, calzado, comida. Mi rol es el de ser mam¨¢¡±, dice. ¡°Mam¨¢ de todos los que tienen hambre¡±.
De indocumentados para indocumentados
M¨¦ndez, que lleva ahora un delantal negro y mantiene su pelo recogido con una redecilla del mismo color, aprendi¨® a cocinar a los seis a?os. Su conocimiento viene de cada una de las mujeres de su familia. De su madre, que tuvo 11 hijos, aprendi¨® la fuerza para trabajar. De su abuela materna hered¨® que ¡°donde come uno, comen dos. Si t¨² cocinas con conciencia, si cocinas sabroso, si cocinas bien y sabes servir, todo el mundo puede comer¡±. Por su abuela paterna supo de los valores nutricionales de los alimentos. ¡°Que cuando usted cocina es para estar fuerte, sano, inteligente, crecer, estar saludable. No es para que usted se coma cosas vac¨ªas. Tiene que comerlo de la tierra, cocinarlo con el fuego. La cocina es algo solemne, desde lavarse las manos, secarse con un pa?o, cocinar¡±, dice.
Una t¨ªa le ense?¨® a M¨¦ndez del rescate de la comida, por eso en su cocina nada sobra. ¡°Las organizaciones que tienen el lujo de recibir recursos del Gobierno compran comida por cantidad para demostrar que s¨ª los gastaron. Cuando no saben qu¨¦ hacer con esos alimentos, llaman a La Morada y preguntan si queremos recoger papas, zanahorias, cebollas. Entonces yo las limpio bien y las cocino¡±, dice. En las escuelas de Nueva York, a las que ha ido a obtener permiso para su local, ha aprendido otras cosas, a las que le encuentra poco sentido. Le han advertido que debe guardar la comida en la nevera, taparla bien, conservarla a 41 grados, pero en la cocina de M¨¦ndez se hacen porciones que se puedan acabar, y si llega m¨¢s gente con hambre, se cocina otro poco. ¡°?Para qu¨¦ quiero guardar una comida?¡±, se pregunta. ¡°Si yo lo que quiero es comerla, compartirla. Eso lo aprendimos de nuestros ancestros: el esp¨ªritu de la comida se escapa si la guardas en la nevera. Entonces tienes que com¨¦rtelo cuando est¨¢ vivo¡±.
En 2009, en medio de la incertidumbre que trajo a todo Estados Unidos el colapso econ¨®mico de la Gran Recesi¨®n, M¨¦ndez y su marido rentaron por buen precio el espacio donde hoy radica La Morada. La pareja lleg¨® desde Oaxaca, M¨¦xico, con poco m¨¢s de veinte a?os, espec¨ªficamente desde el pueblo de San Miguel Ahuehuetitl¨¢n, en la zona de la mixteca baja, donde se habla Mixteco. M¨¦ndez conoci¨® el espa?ol con 12 a?os, pero fue en Nueva York donde comenz¨® a hablarlo con soltura. Tambi¨¦n aprendi¨® a leer, aprendi¨® a escribir. ¡°Feo, pero s¨¦ escribir¡±, aclara. A eso le llama la ¡°escuela de la vida¡±.
En febrero de 1992, cuando llegaron, el fr¨ªo de Nueva York les rajaba la piel. ¡°Las temperaturas heladas y nosotros sin abrigo, casi descalzos, sin hogar, sin familia, sin idioma, sin papeles. Nuestros dos peque?os hijos los hab¨ªamos dejado en M¨¦xico. Lo m¨¢s duro de todo no era no tener un hogar, un abrigo, un calzado, un trabajo, lo m¨¢s dif¨ªcil era haber dejado a mis dos hijos, era como tener dos espadas en el alma¡±. Un hombre, que los vio sentados en el cont¨¦n de una calle de Washington Heights, les ofreci¨® llevarlos a su casa con la condici¨®n de que trabajaran y luego pagaran por su cuarto. La pareja trabaj¨®, y a los seis meses tuvieron su primer departamento en la ciudad.
Si algo le result¨® raro a M¨¦ndez de Nueva York, fueron las escaleras el¨¦ctricas, pensar en qui¨¦n y c¨®mo se manejaban esos gusanos met¨¢licos e inacabables. Entre los recuerdos que tiene hasta hoy, est¨¢ ese y el de las muchas veces que tuvo que escapar junto a otros compa?eros guindada de los cables de acero de un elevador, mientras trabajaba en las factor¨ªas de la ciudad. Cuando los agentes del Servicio de Inmigraci¨®n y Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en ingl¨¦s), o ¡°La Migra¡±, se aparec¨ªan en alguna de estas f¨¢bricas, m¨¢s de uno ten¨ªa que echar a correr para que no los alcanzaran. Eran los grandes talleres que elaboraban la ropa de compa?¨ªas como Donna Karan o Calvin Klein, donde los migrantes trabajaban hasta 10 horas y cobraban el m¨ªnimo, abotonando, cosiendo, doblando y despachando la ropa de temporada de los neoyorquinos.
Por eso tambi¨¦n nace La Morada. ¡°Era nuestro sue?o¡±, dice M¨¦ndez. Se le ve insultada. ¡°Con tantas cr¨ªticas negativas que nos hacen a los indocumentados. Que si somos carga, saqueadores, que les quitamos, que les robamos, que somos delincuentes. Es m¨¢s, con estas manos con las que he trabajado tanto para otras personas, creo que he enriquecido al pa¨ªs. Nunca, nunca, desde el primer d¨ªa que llegu¨¦ a Nueva York, me he comido mi pan en vano y no le he quitado nada a nadie. Hemos pagado muchos impuestos a la ciudad. Yo siempre he cre¨ªdo que tengo las riquezas ancestrales, gastron¨®micas, aut¨®ctonas, antiguas, mixtecas, mexicanas en mis manos, y quer¨ªa compartirlas con los neoyorquinos¡±.
Con el dinero reunido, y con la experiencia de Saavedra como repartidor de comida de muchos restaurantes en la ciudad, se aventuraron a abrir La Morada, un lugar medio escondido en el Bronx, con un men¨² de precios de entre tres, cuatro, y hasta 20 d¨®lares, sumas que no rasguen el bolsillo de la gente pobre. Saavedra, de 56 a?os, no recuerda el nombre, pero una vez alguien que trabajaba para la gu¨ªa Michel¨ªn visit¨® La Morada y halag¨® la comida. ¡°Nos dijo que no nos daban estrellas porque los platos estaban muy baratos, aunque estaban buenos¡±, cuenta Saavedra. ¡°Ah¨ª le dije, ¡®es que esto no es un restaurante de lujo¡¯¡±. Esa tambi¨¦n ha sido la batalla de M¨¦ndez: ¡°Todos tenemos derecho de comer, y comer bien, no solamente los pudientes. Esa es mi lucha y ha sido mi lucha siempre¡±.
Ahora que lo cuenta, se detiene y grita ¡°?Hay dos en la puerta!¡±. Su hijo Marco, que lleg¨® a Estados Unidos junto a su hermana un a?o despu¨¦s que sus padres, ha estado todo el tiempo al frente de las llamadas telef¨®nicas al sitio o atendiendo una mesa de clientes. Agarra dos bolsas con comida y se las da a las dos personas que llegaron por almuerzo. En las grandes ollas de 100 litros y en los varios calderos que han roto ya cuatro estufas de tanto cocinar, la familia ha estado preparando desde las nueve de la ma?ana los alimentos que luego reparten de manera gratuita, m¨¢s de 500 por d¨ªa. Adem¨¢s, tienen listo los diferentes platos del men¨², que contiene, entre otros, varios tipos de moles, enchiladas, carnitas, tacos, milanesa, tlayudas, chiles rellenos, sopes, cecinas, nachos o quesadillas.
El concepto, dice M¨¦ndez, es ¡°cocinar, vender y compartir¡±. La Morada se sustenta con lo que venden a algunos clientes, las propinas que dejan, los aportes que hace la comunidad a una campa?a en GoFundMe, las universidades que contratan sus servicios de catering, las organizaciones que apoyan con algunas donaciones y otros fondos que dibujan la idea de la ¡°ayuda mutua¡±. ¡°Como cocinera, no estoy esperando cu¨¢nto va a costar esto o lo otro¡±, dice. ¡°Yo estoy cocinando para el que tenga hambre, y el que pueda pagar pues, qu¨¦ bueno, as¨ª compramos un d¨®lar m¨¢s de frijoles, o de arroz, y podemos cocinar 10 o 15 almuerzos para el que no puede¡±.
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