Cuatro a?os perdidos
El presidente Iv¨¢n Duque, elegido en 2018, no ten¨ªa ni las credenciales ni la madurez ni el temperamento para llevar las riendas de un pa¨ªs como Colombia. El suyo fue el gobierno de las oportunidades desperdiciadas.
Se acaban los cuatro a?os funestos de este gobierno, y lo que nos queda a los colombianos es la sensaci¨®n inconfundible del tiempo perdido. Han sido cuatro a?os malversados en muchas cosas, pero la m¨¢s notoria ¨Cy la que traer¨¢ m¨¢s consecuencias¨C es la implementaci¨®n de los acuerdos de paz. El Gobierno de Duque la sabote¨® desde el principio, deslegitimando los acuerdos de palabra y de obra, poni¨¦ndoles palos entre las ruedas mediante artima?as legales o cerrando los ojos mientras su partido ment¨ªa sobre ellos cada vez que pod¨ªa. De un tiempo para ac¨¢, cuando se dio cuenta de que las Naciones Unidas y el reci¨¦n llegado Biden comenzaban a fruncir el ce?o, el Gobierno decidi¨® ponerse serio con algunos puntos del acuerdo, y ah¨ª van los avances innegables en las zonas rurales; pero eso s¨®lo ha servido para que la gente se d¨¦ cuenta de lo mucho que se habr¨ªa podido hacer si desde el principio Duque se hubiera tomado el asunto con responsabilidad. Eso es inevitablemente Duque: el presidente de las oportunidades desperdiciadas.
Pero esto no es m¨¢s que la consecuencia natural de haber elegido a alguien que no ten¨ªa ni las credenciales ni la madurez ni el temperamento para llevar las riendas de este pa¨ªs inmanejable. La nuestra es una sociedad envenenada, desintegrada, rota por dentro; una sociedad de facciones irreconciliables que admira a los violentos y a los matones, siempre que sean los que le convienen a cada uno, y que da la espalda a los que sufren con una facilidad pasmosa; una sociedad crispada, hecha de peque?os fundamentalismos, siempre dispuesta a responder a la invitaci¨®n que le haga su caudillo.
Y el caudillo hace cuatro a?os era el expresidente Uribe, que no solo encabez¨® el Gobierno m¨¢s corrupto de la historia reciente (me falta tiempo para hacer el inventario de los funcionarios uribistas que han pasado por la c¨¢rcel o est¨¢n pr¨®fugos de la justicia), sino que lider¨® contra los acuerdos de paz una campa?a grotesca de mentiras y desinformaci¨®n cuyas consecuencias todav¨ªa sufrimos. Ahora, cuando la realidad ha desvirtuado sus profec¨ªas calumniosas, nos encontramos simplemente frente al lamento por lo que hubiera podido hacerse y no se hizo. Lo dicho: cuatro a?os perdidos.
Como se han perdido, tambi¨¦n, para el afianzamiento de unas instituciones constantemente amenazadas. Dicen los optimistas que este es uno de los rasgos m¨¢s admirables de nuestro pa¨ªs: la firmeza de las instituciones. Pues bien, las instituciones colombianas son ¨Ccon el proceso de paz¨C las que m¨¢s han sufrido durante estos cuatro a?os.
La separaci¨®n de poderes, por ejemplo, ha quedado en trizas: el gobierno de Duque ha concentrado buena parte de su tiempo y sus energ¨ªas en copar los organismos de control con figuras amigas que no controlan nada; tras el fallo que ampli¨® para las mujeres el derecho a abortar, Duque sali¨® a lanzar ataques directos contra la corte que lo profiri¨®; m¨¢s tarde, en plena campa?a electoral, el presidente de todos se dedic¨® a atacar desde su presidencia de todos al candidato presidencial de algunos; y ahora, cuando hace lo mismo el comandante del Ej¨¦rcito (lo cual no solo es anticonstitucional, sino peligroso), Duque guarda un silencio vergonzoso.
Pero este gobierno es invulnerable a la verg¨¹enza: es heredero, despu¨¦s de todo, del gobierno desvergonzado de Uribe, bajo el cual las cortes no solo recib¨ªan ataques directos del Ejecutivo, sino que sus magistrados fueron espiados y amedrentados mediante campa?as bien orquestadas de desprestigio.
A la vista de todos, Duque ha hecho saltar por los aires las reglas m¨¢s elementales de la vida democr¨¢tica. La triste iron¨ªa es que este gobierno lleg¨® al poder montado, entre otras cosas, sobre un fantasma: el castrochavismo. Era un concepto et¨¦reo que permit¨ªa al partido del presidente atemorizar a los ciudadanos, ofreci¨¦ndoles el espejo de Venezuela para que vieran lo que pod¨ªa pasar si Duque no era elegido; pues bien, hace algunos meses el constitucionalista Rodrigo Uprimny hizo la lista de por lo menos seis maneras en que la democracia colombiana se ha asemejado en este tiempo al r¨¦gimen de Ch¨¢vez y Maduro. Uprimny habla, pruebas en mano, de persecuci¨®n a los opositores: ah¨ª estaba la acusaci¨®n sin sustento de la Fiscal¨ªa contra Sergio Fajardo, que sin duda lastr¨® la candidatura que, parad¨®jicamente, es la m¨¢s transparente.
Ah¨ª estaban tambi¨¦n los ataques a la prensa: en una ley contra la corrupci¨®n se col¨® un art¨ªculo que amenazaba con c¨¢rcel a periodistas que formularan denuncias ¡°calumniosas¡± contra funcionarios p¨²blicos, y el fiscal general soltaba estas palabras de colecci¨®n: cada vez que se critica a la Fiscal¨ªa, dijo, detr¨¢s de la cr¨ªtica hay ¡°un delincuente parapetado¡±. Para castrochavista, el gobierno de Duque.
La pol¨ªtica es pendular, sobre todo en pa¨ªses polarizados (o quiz¨¢s habr¨ªa que decir: bipolares) como el nuestro. Y as¨ª ocurre que el uribismo, del cual Duque parece ser el ¨²ltimo estertor, comienza a recoger en la figura de Gustavo Petro lo que ha sembrado durante a?os. Y no: yo no comparto el entusiasmo que genera Petro. Este pa¨ªs desastrado necesita grandes cambios, pero no me pidan que vea la soluci¨®n en sus posiciones delirantes, que lo obligan a dar explicaciones durante tres d¨ªas cada vez que abre la boca (sobre pensiones, trenes elevados, expropiaci¨®n o perd¨®n social: lo que sea). No me pidan que vea la soluci¨®n en su mesianismo desaforado, que se refleja en la violencia ret¨®rica de tantos de sus seguidores y me recuerda demasiado al uribismo de hace quince a?os, cuya propia violencia ret¨®rica aguant¨¢bamos los que denunci¨¢bamos por entonces los excesos de Uribe.
Y no me pidan que acepte sus ataques a los periodistas que no le gustan: puede que alguno se las arregle para ser racista, clasista y fr¨ªvolo al mismo tiempo, pero nadie puede pensar que hablar de ¡°neonazis en RCN¡± est¨¢ justificado. No, no puedo aceptarlo: como tampoco acept¨¦ que Uribe, en 2017, llamara ¡°violador de ni?os¡± a un periodista cuyo humor no le hizo gracia.
Tampoco me pidan que conf¨ªe en la relaci¨®n demasiado estrecha que tiene Petro con l¨ªderes cristianos como Alfredo Saade, que prometen millones de votos sin que nadie parezca darse cuenta de que exigir¨¢n mucho a cambio. Saade ha declarado su respeto por el estado laico, pero tambi¨¦n ha atacado el derecho de las mujeres a abortar (¡°el vientre de la mujer no puede convertirse en pabell¨®n de espera para ser asesinado¡±, dijo como si lo hubiera pose¨ªdo Alejandro Ord¨®?ez).
Si alguien cree que los cientos de iglesias que le dar¨¢n sus votos no har¨¢n valer sus propias ideas sobre el tema, y tambi¨¦n sobre la muerte digna y el matrimonio homosexual y un largo etc¨¦tera, la ingenuidad es el menor de sus problemas. El portal La Silla Vac¨ªa ha comparado las posiciones de los candidatos acerca de nuestros debates m¨¢s dif¨ªciles: el fracking, la adopci¨®n por parte de parejas del mismo sexo, la regulaci¨®n de la marihuana recreacional. Las posiciones de Petro y Fajardo coinciden en todos estos asuntos, salvo uno: los impuestos a las iglesias, que Fajardo apoya y Petro rechaza. ?No es eso elocuente?
Mientras tanto, ah¨ª est¨¢n Fajardo y Murillo: un progresismo sereno, con un programa econ¨®mico responsable y un programa social de una ambici¨®n jam¨¢s vista. Todo lo importante est¨¢ ah¨ª: la defensa de los acuerdos de paz, de las conquistas sociales que nos han costado tanto esfuerzo, de los vulnerables a los que el uribismo que representa Federico Guti¨¦rrez ha dado sistem¨¢ticamente la espalda. Seg¨²n las encuestas, sin embargo, nada de esto basta: la serenidad y la decencia no entusiasman. Habr¨¢ que ver qu¨¦ dice eso de nosotros.
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