La espada de Bol¨ªvar
Hay que ignorar con sevicia la historia de Colombia para ser ciego e inmune a la belleza de la posesi¨®n presidencial de este domingo
Hay que ignorar con sevicia la historia de Colombia ¨Cal menos negar esta guerra de guerras¨C para ser ciego e inmune a la belleza de la posesi¨®n presidencial de este domingo. Hay que desconocer el hambre, la desigualdad grotesca que tendr¨ªa que haber sido nuestra gran verg¨¹enza desde el puro principio y la violencia que ha tra¨ªdo el empe?o de montar una naci¨®n, a sangre y fuego, a pesar de la diversidad y a pesar de los hechos, para sentirse ajeno a ese pa¨ªs de tantas razas y de tantos corajes que se ha tomado el cambio de gobierno como un cambio de suerte. Hay que ser de lata para no estremecerse mientras la senadora Pizarro, la hija de aquel revolucionario asesinado luego de haber hecho la paz, le cuelga la banda tricolor al presidente Petro entre la alegr¨ªa y el duelo. Hay que haber llegado tarde al drama colombiano, como el mandatario corto e improcedente que se est¨¢ yendo, para entorpecerle al gobierno nuevo el deseo de tener la espada de Bol¨ªvar sobre el escenario.
Por qu¨¦ tiene sentido que aquella espada est¨¦ all¨ª, como un mito en la tarima de la posesi¨®n, custodiada por un par de soldados de nuestra independencia: porque el pr¨®cer malogrado se la dej¨® a la reconciliaci¨®n del pa¨ªs; porque el M-19 ¨Cese grupo guerrillero estrepitoso e irreverente, nacido en las elecciones robadas de 1970, al que alguna vez perteneci¨® el presidente nuevo¨C empez¨® su balada revolucionaria por rob¨¢rsela al ej¨¦rcito nacional; porque luego pas¨® de guante en guante, del poeta Le¨®n de Greiff al poeta Luis Vidales, de los comandantes encapuchados a las figuras tr¨¢gicas de una izquierda resignada al martirio, hasta que los pactos de paz de finales de los a?os ochenta convencieron a esa guerrilla de que les hab¨ªa llegado al fin la hora de devolverla: Navarro, el l¨ªder que recogi¨® las banderas de Pizarro, se la entreg¨® al gobierno de turno cuando este pa¨ªs m¨¢s parecido al pa¨ªs empezaba a sacudirse el ninguneo.
Tiene que estar all¨ª la espada de Bol¨ªvar, aunque el gobierno saliente se niegue a prestarla, aunque Petro se vea obligado a pedirla un minuto despu¨¦s de ser llamado ¡°presidente¡±, aunque cada colombiano se tome el s¨ªmbolo a su modo, porque se est¨¢n cumpliendo treinta a?os ya de aquella paz que fue a dar a la premonitoria Constituci¨®n de 1991: porque esta presidencia puede ser la prueba reina de que no hemos sido un pa¨ªs en vano.
Hay que andar enfrascado en la l¨®gica de la supremac¨ªa para sentirse amenazado por ese discurso de veinti¨²n p¨¢ginas, un vaiv¨¦n de los lugares comunes a los hallazgos, que est¨¢ leyendo el presidente nuevo bajo un sol que sabe bien cu¨¢ndo salir. Hay que vivir fuera, en el primer mundo de Colombia, para mirar de reojo el dec¨¢logo justo ¨Cpaz, cuidado, igualdad, di¨¢logo, escucha, defensa, integridad, ambientalismo, producci¨®n, ley¨C que est¨¢ proponiendo en la plaza de piedra que lo ha visto todo. Esto no iba a pasar. Cuando uno era ni?o aqu¨ª, en la tierra de ¡°puso una bomba en un avi¨®n¡±, ¡°lo mataron por hacer un autogol¡± y ¡°disfrazaron el cad¨¢ver de guerrillero para ganarse una medalla¡±, pronto le llegaba la noticia de que hab¨ªa nacido y viv¨ªa en un purgatorio sin salida: ¡°Esto no es serio¡±, ¡°esto es inviable¡±, se dec¨ªa. Se encontraba la felicidad en puntillas y de puertas para adentro. Se imaginaba, sin perder de vista lo improbable que pod¨ªa ser, un discurso presidencial que dijera la verdad: este.
Tenemos futbolistas. Tenemos ciclistas. Y tenemos expertos de cafeter¨ªa, de talla ol¨ªmpica, en arreglar el pa¨ªs. S¨ª, hemos decretado por turnos, en las tiendas de las esquinas, qu¨¦ hay que hacer: no todos hemos fantaseado con las mismas soluciones, ni m¨¢s faltaba, pero muchos hemos imaginado ¨Ccomo imagina el discurso de Petro¨C gobiernos quim¨¦ricos que reconozcan los cr¨ªmenes de Estado, que no persigan a nadie, que se plieguen a la libertad de la prensa, que se tomen a pecho la reivindicaci¨®n de nuestra naturaleza desde los mares hasta las selvas, que griten a los cuatro vientos que la guerra contra las drogas es un fracaso, que prometan una seguridad medida en vidas salvadas, que tengan claro que es tiempo de pasar de la caridad a la solidaridad, que se nieguen a servirles a los c¨ªrculos viciosos, que se atrevan, mejor dicho, a decretarles el fin a los ¡°no se puede¡± que hemos sido.
Qu¨¦ hay que hacer: lo que est¨¢ diciendo Petro, creo yo, esto y esto y esto m¨¢s, pero ojal¨¢ se haga, ojal¨¢ se d¨¦. Puede que s¨ª. Por qu¨¦ no si ya no mira en guardia. Ya ha dejado de portarse como un activista que no tiene tiempo para entender que hacer pol¨ªtica es sumar voluntades, dialogar. Tiene la cara atemperada por la presidencia. Se le quiebra la voz porque esta posesi¨®n de tiempos de lutos tiene mucho de r¨¦quiem: ¡°La paz es el sentido de mi vida¡±, dice. Y hay que ser un extraterrestre de los malos para despreciar la emoci¨®n con la que se despide de las multitudes de la plaza, para repudiar la consciencia con la que marcha detr¨¢s de la urna de la espada de Bol¨ªvar, para rechazar la naturalidad con la que asume los honores militares y la civilizaci¨®n con la que se despide en la entrada de la Casa de Nari?o del presidente que se va.
Ser¨ªa absurdo negar, porque es verdad, que hace cuatro a?os la posesi¨®n fue un vendaval plagado de diatribas contra el gobierno saliente. Hoy hace sol. Nadie habla de ellos sino de nosotros. Y la palabra clave es ¡°ojal¨¢¡±.
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