El progresismo latinoamericano necesita afrontar los problemas de seguridad de cara al 2025
La izquierda necesita innovar frente a un asunto que se suele asociar m¨¢s a la derecha y que es uno de los problemas centrales de la regi¨®n
Normalmente, la derecha y la izquierda se siente m¨¢s c¨®modas en terrenos tem¨¢ticos diferentes. Como terrenos de juego. La derecha juega en casa cuando aborda cuestiones como crecimiento econ¨®mico, mercado, valores o familia. La izquierda, por su lado, hace suyo el espacio cuando se trata de la diversidad, la igualdad, la inclusi¨®n o bienes p¨²blicos como la salud y educaci¨®n. Con la seguridad tambi¨¦n sucede. En ella, la derecha se siente fuerte, sabe c¨®mo va el juego y saca sus cartas de siempre: enfoques de ¡°mano dura¡± que incluyen militares a las calles, endurecimiento de c¨®digos penales, mayor autonom¨ªa a las fuerzas de seguridad, reducir o suspender garant¨ªas procesales y discursos de buenos contra malos.
Como respuesta, la izquierda, que entra de manera inc¨®moda a este terreno que le es ajeno, saca cartas abstractas, dif¨ªciles de concretar: la desmilitarizaci¨®n, la negociaci¨®n y el di¨¢logo, los derechos humanos, la reintegraci¨®n social, y discursos de paz y reconciliaci¨®n. Otras veces, trata de modificar por completo el tablero de juego, afirmando que al abordar el derecho a acceder a una educaci¨®n o la inclusi¨®n laboral se atacar¨ªa la supuesta ra¨ªz de dichos problemas de seguridad.
Pero, cuando la seguridad se impone como uno de los problemas centrales en varios pa¨ªses y ciudades de Am¨¦rica Latina, el que te puede hacer ganar o perder una elecci¨®n y desde luego el que determina la vida de millones de personas en el continente, ?bastar¨¢n estas dos estrategias del progresismo para responder a la realidad? Se podr¨ªa argumentar que no importa: al fin y al cabo, la seguridad es terreno ventajoso de la derecha, y el progresismo debe seguir centrado en sus prioridades, en aquello en lo que cuenta con una ventaja comparativa: educaci¨®n, inclusi¨®n, derechos humanos.
Sin embargo, esto es un error. En lo electoral, porque ese discurso no parece atractivo ni cre¨ªble en un entorno con desaf¨ªos de seguridad tan apremiantes. Y en lo sustancial, porque a los l¨ªderes progresistas les hace perder la oportunidad de replantear algo tan b¨¢sico para el bienestar de la gente como su seguridad. La oportunidad de hacerlo desde otras narrativas y pol¨ªticas que s¨ª funcionen y que no repliquen lo que actualmente ocurre con muchos de los discursos y pol¨ªticas de seguridad dominantes: exacerban la violencia y exclusi¨®n, socavan varios principios democr¨¢ticos y, en algunos casos, pavimentan el camino a ideas y l¨ªderes autoritarios.
Un error sobre todo viendo c¨®mo est¨¢ el continente a comienzos de 2025. En Colombia, el presidente Petro con su ambiciosa apuesta de la paz total, est¨¢ jugando las cartas abstractas y las de otros juegos, y parece que no est¨¢ dando resultando. En el aire se percibe una sensaci¨®n de improvisaci¨®n, excesiva complacencia con algunos grupos armados, y desprotecci¨®n de la sociedad civil al estar permitiendo una expansi¨®n territorial de algunos de estos grupos. Todo esto le jugar¨¢ en contra al progresismo en las elecciones presidenciales del 2026. En Chile, la seguridad se ha convertido en un foco de presi¨®n para el actual gobierno, tanto por parte de la oposici¨®n como por un grupo de la ciudadan¨ªa que se siente expuesta a unos niveles percibidos como m¨¢s elevados respecto a lo que ven¨ªa siendo habitual en el pa¨ªs. Es decir, esperan que Boric saque nuevas cartas.
En el otro lado, Nayib Bukele, para varios l¨ªderes nacionales y locales de la regi¨®n, contin¨²a siendo el ganador del juego de la seguridad a pesar de las justificadas cr¨ªticas a sus pol¨ªticas y enfoques. Y no es el ¨²nico, claro. En Ecuador, el presidente Noboa, como pol¨ªtico de un partido de derecha, ha seguido el manual cl¨¢sico de seguridad fortaleciendo la guerra contra las drogas, aumentando el poder a las fuerzas de seguridad, y apostando por la instalaci¨®n de bases militares estadounidense, todo con miras a las elecciones presidenciales del siguiente a?o.
Y a estos dos, se suman una parte del progresismo que, posiblemente en aras de mayor popularidad, deciden jugar las cartas de la derecha en la contienda de la seguridad. Es el caso de M¨¦xico, que, aunque recibe el nuevo a?o bajo el liderazgo de la progresista Claudia Sheinbaum, su antecesor y padrino consolid¨® la militarizaci¨®n de este pa¨ªs. Algo que Sheinbaum defiende sin, por ahora, mostrar intenci¨®n alguna de revertir. Situaci¨®n parecida a la que ocurre en Honduras donde la presidenta Xiomara Castro, de izquierda, ya ha aplicado algunas f¨®rmulas cl¨¢sicas como estados de excepci¨®n prolongados, suspensi¨®n de derechos constituciones, mayor poder a fuerzas de seguridad, y el anuncio de la construcci¨®n de una mega c¨¢rcel.
A todo ello se sumar¨¢, por cierto, la reciente victoria de Trump y el nombramiento de Marco Rubio como secretario de Estado de Estados Unidos, lo que sin duda aumentar¨¢ la presi¨®n por enfoques de ¡°mano dura¡± y resultados inmediatos en seguridad.
As¨ª que la derecha la tiene f¨¢cil en este entorno. Al menos para afrontar el siguiente ciclo electoral. No necesita innovar, solo toca sacar el manual de siempre de seguridad. Aparte, tampoco tienen de qu¨¦ preocuparse porque no hay competencia. Porque adem¨¢s de que el progresismo llega a esta contienda con puntos negativos, al autom¨¢ticamente ser percibidos como d¨¦biles ante el crimen, tampoco parece haber un inter¨¦s real en cambiar esta conversaci¨®n o agenda. Es m¨¢s, en algunos casos, me atrever¨ªa a decir que subestiman o menosprecian las situaciones de inseguridad, victimizaci¨®n y violencia que afectan a diario a millones de personas en Am¨¦rica Latina. Al menos, as¨ª suenan.
Y por supuesto que es relevante debatir cuestiones de orden estructural que afectan a las condiciones de seguridad como el modelo econ¨®mico, la priorizaci¨®n de los derechos humanos, o las desigualdades. Tambi¨¦n, que la desmilitarizaci¨®n o la construcci¨®n de paz deben ser objetivos a largo plazo de una pol¨ªtica integral de seguridad. Sin embargo, este planteamiento parece lejano o desconectado cuando la ciudadan¨ªa demanda soluciones a problemas inmediatos de violencia. Porque, lamentablemente, en nuestro continente la gran mayor¨ªa de las personas no solo vive su d¨ªa a d¨ªa luchando por sobrevivir, pagar un arriendo, alimentar a sus seres queridos o encontrar trabajo, sino que, en ese recorrido, tambi¨¦n enfrenta el miedo constante de que a ellas o a sus seres queridos les maten, les roben, les extorsionen, les violen, les secuestren, les desaparezcan, les manoseen en el transporte p¨²blico o les obliguen a migrar forzosamente.
Por eso, aunque muchas medidas de mano dura no son efectivas y, en la mayor¨ªa de casos, son contraproducentes, resultan populares porque una gran parte de la ciudadan¨ªa siente que, al menos, se est¨¢ haciendo algo concreto.
El progresismo debe esforzarse en construir una v¨ªa alternativa a copiarle a la derecha o buscarse maneras para esquivar el asunto de la seguridad. Una que cumpla la deuda pendiente que tenemos en Am¨¦rica Latina de entender y pensar la seguridad de una manera diferente m¨¢s all¨¢ de polic¨ªas, militares y crimen, como nos han hecho creer. Porque la seguridad tambi¨¦n es una parte fundamental de nuestro contrato social: c¨®mo nos relacionamos entre nosotros, la confianza que tenemos o dejamos de tener, c¨®mo vemos a las instituciones y c¨®mo estas nos ven, c¨®mo experimentamos el espacio p¨²blico y c¨®mo entendemos nuestros derechos. Y s¨ª, esto tambi¨¦n incluye hablar del orden, de las reglas, de los l¨ªmites, de qu¨¦ hacer cuando alguien comete un crimen. De temas inc¨®modos para el progresismo. Pero necesarios para sus votantes, para la ciudadan¨ªa.
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