?Qu¨¦ pasa dentro de nosotros cuando miramos a nuestros antepasados muertos?
A trav¨¦s de las ¡®momias¡¯ incas, el historiador Christopher Heaney reconstruye en ¡®Empires of the Dead¡¯ la historia de la colonizaci¨®n, el capitalismo y el nacimiento de la antropolog¨ªa, y expone las emociones y acciones que los muertos prehisp¨¢nicos han inspirado en los vivos
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El inca Huayna C¨¢pac llevaba muerto tres d¨¦cadas cuando su sobrino nieto, el joven mestizo Inca Garcilaso de la Vega, fue a conocerlo en persona. Huayna C¨¢pac hab¨ªa sido el hombre m¨¢s temido y poderoso del continente y, como tal, su cad¨¢ver hab¨ªa recibido un tratamiento que prolongaba su presencia en el mundo de los vivos. Si no hubieran llegado los espa?oles, su cuerpo habr¨ªa permanecido en su propio palacio, recibiendo veneraci¨®n y comunic¨¢ndose a trav¨¦s de una int¨¦rprete. Pero, en medio de los saqueos y las batallas de la Conquista, el cuerpo del antiguo inca estaba cautivo en casa del corregidor espa?ol Polo de Ondegardo, en el Cusco, convertido en un objeto mudo e indescifrable para la mirada europea.
No parec¨ªa muerto, escribieron los cronistas, y hasta conservaba pesta?as y cejas. Lo mismo ocurr¨ªa con el inca Pachac¨²tec, cuyos ojos cubiertos por una membrana de oro luc¨ªan naturales y su cr¨¢neo de cabello largo estaba intacto, salvo por una incisi¨®n fruto de una probable cirug¨ªa. ?Ad¨®nde pertenec¨ªan seres de semejante naturaleza? ?Hab¨ªa lugar para ellos en el mundo que acaba de comenzar? A diferencia de otros conquistadores ansiosos por el saqueo y la destrucci¨®n de esos ¡°¨ªdolos¡±, el corregidor Ondegardo cre¨ªa que estudiar las costumbres incas pod¨ªa facilitar la Conquista. As¨ª que incaut¨® cinco momias reales y las instal¨® en su casa, como una especie de primer laboratorio o museo antropol¨®gico.
Los incas no solo hab¨ªan perfeccionado las t¨¦cnicas de preservaci¨®n de cad¨¢veres, sino tambi¨¦n las de cirug¨ªa craneal, siguiendo una tradici¨®n de seis a ocho mil a?os de pr¨¢cticas para prolongar la vida incluso m¨¢s all¨¢ de la muerte, como explica el historiador Christopher Heaney, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, en su reciente libro Empires of the Dead (Imperios de los muertos). Ondegardo no ten¨ªa capacidad para entender un conocimiento as¨ª de desafiante. Pero sab¨ªa que un familiar de los incas, el joven Garcilaso, iba a marcharse a Espa?a y organiz¨® un encuentro.
A?os m¨¢s tarde, cuando ya era un escritor establecido en Espa?a, el viejo Garcilaso recordar¨ªa con cierta frustraci¨®n el encuentro con Huayna C¨¢pac, pues no hab¨ªa tenido la curiosidad suficiente para averiguar m¨¢s sobre la fascinante conservaci¨®n de su ancestro. Huayna C¨¢pac terminar¨ªa desapareciendo en un hospital de Lima, d¨¦cadas m¨¢s tarde. Pero el d¨ªa en que estuvieron cara a cara, Garcilaso se anim¨® a tocar un dedo del viejo inca. Le pareci¨® duro como ¡°una estatua de palo¡±. Sus palabras trasluc¨ªan una mezcla de melancol¨ªa, rabia y ansiedad frente a un mundo que se deshac¨ªa sin que ¨¦l pudiera comprenderlo.
?Qu¨¦ pasa con nosotros, dentro de nosotros, cuando miramos a nuestros antepasados muertos? La respuesta tiene que ver con qui¨¦n mira, qui¨¦n es mirado y el contexto hist¨®rico del contacto: desde el Inca Garcilaso tocando a Huayna C¨¢pac (Comentarios Reales, 1609), hasta la escritora Gabriela Wiener confrontando los saqueos de su antepasado Charles Wiener, en un museo franc¨¦s (Huaco retrato, 2021), o el escritor aymara Quispe Flores (Ciudad Apacheta, 2023) sintiendo que tiene m¨¢s conexi¨®n con los huesos encerrados en una vitrina que con el pa¨ªs que los exhibe con orgullo. En Empires of the Dead, Heaney documenta medio milenio de relaciones entre vivos y muertos en lo que hoy llamamos Am¨¦rica, un periodo en que los ¨²ltimos han sido venerados, saqueados, quemados, llorados, coleccionados, ¡°cosechados¡±, exportados, acumulados, subastados, exhibidos, disputados y hasta repatriados. A trav¨¦s de las momias incas, Heaney reconstruye la historia de la colonizaci¨®n, el capitalismo y el nacimiento de la antropolog¨ªa, y al mismo tiempo expone las emociones y acciones que los muertos prehisp¨¢nicos han inspirado en los vivos. ¡°Los ancestros y restos andinos¡±, escribe, ¡°tienen el poder de conmover y transformar a quienes los despiertan¡±.
El libro de Heaney es un cat¨¢logo de miradas y puntos de vista. En el siglo XVII, cuenta, los sacerdotes espa?oles ve¨ªan en esas momias paganismo y las buscaban para quemarlas en grandes hogueras. Las personas ind¨ªgenas, muchas veces obligadas a atestiguar esos espect¨¢culos, lloraban ante la destrucci¨®n de sus abuelitos. Vivos y muertos experimentaron la violencia de la conquista. En 1687, el cirujano Lionel Wafer intent¨® trasladar la momia de un ni?o de diez a?os, convencido de que el hallazgo cimentar¨ªa su carrera cient¨ªfica en Londres. Los marineros, por el contrario, tem¨ªan que aquel cad¨¢ver fuera un portador de maleficios capaces de hundir su embarcaci¨®n, y lo lanzaron al oc¨¦ano.
Los pol¨ªticos republicanos han puesto a las momias a trabajar al servicio de la burocracia nacional. El general San Mart¨ªn, que acaba de lograr la Independencia del Per¨² en 1821, envi¨® una momia reci¨¦n desenterrada al rey de Inglaterra, como un regalo ideal para establecer relaciones diplom¨¢ticas con su pa¨ªs. Cre¨ªa que la momia ser¨ªa expuesta en un lugar especial en el Museo de Londres, pero los bur¨®cratas ingleses no vieron nada extraordinario en aquel conjunto de huesos y lo enviaron a un museo m¨¦dico, donde finalmente desapareci¨®.
Los cient¨ªficos de Estados Unidos habr¨ªan agradecido aquel regalo desaprovechado. Obsesionados en demostrar que la raza blanca era superior y, por tanto destinada a dominar a las dem¨¢s, cirujanos como George Morton coleccionaban compulsivamente cr¨¢neos de ¡°antiguos peruanos¡±. Los med¨ªan y sacaban conclusiones racistas. El arque¨®logo quechua Julio C. Tello, por el contrario, hall¨® en los cr¨¢neos trepanados la prueba de que los peruanos antiguos practicaron la cirug¨ªa cerebral con resultados m¨¢s exitosos que los m¨¦dicos europeos modernos. Para Heaney, el aporte cient¨ªfico de Tello se vuelve ¨¦pico por su esp¨ªritu antirracista: no solo propon¨ªa una nueva forma de mirar a los muertos, sino tambi¨¦n a las poblaciones que descend¨ªan de ellos.
Como cuenta Heaney, muchos colegas en el Per¨² y los Estados Unidos despreciaban a Tello pues lo consideraban un indio insolente, alguien cuyo lugar en la sociedad no era estudiar sino ser estudiado. Tello entend¨ªa que el sentido de autoridad de aquellos acad¨¦micos blancos no proven¨ªa de sus m¨¦ritos, sino de una larga historia de silenciamiento del trabajo y el pensamiento ind¨ªgena. Un d¨ªa, cuando era adolescente, encontr¨® en un libro la imagen de un cr¨¢neo con huellas de trepanaci¨®n que le result¨® familiar: era el mismo que su padre hab¨ªa encontrado y conservado durante a?os en casa, en la provincia andina de Huarochir¨ª. La imagen acompa?aba un art¨ªculo firmado por dos cient¨ªficos, uno lime?o y otro estadounidense, pero no dec¨ªa nada sobre su verdadero descubridor. En la imagen impresa de aquel cr¨¢neo, Tello vio a su padre silenciado. M¨¢s adelante, cuando por fin pudo sostener un cr¨¢neo en sus propias manos, sinti¨® ¡°el mensaje de la raza cuya sangre¡± corr¨ªa por sus venas. A partir de ese momento, recordar¨ªa, ¡°me convert¨ª en antrop¨®logo¡±.
Como muchos peruanos, estudi¨¦ a Tello y sus descubrimientos en la escuela secundaria, pero nunca repasamos las escenas personales que Heaney describe en su libro. Los profesores no hac¨ªan hincapi¨¦ en la identidad de ind¨ªgenas universales como Julio C. Tello o el poeta C¨¦sar Vallejo, que se hab¨ªan llamado indios o cholos en un gesto de desaf¨ªo y reivindicaci¨®n. Pero en los a?os noventa, cuando me eduqu¨¦, la ¨²nica forma de hablar de ¡°indios¡± o ¡°cholos¡± en la escuela era cuando nos insult¨¢bamos, como si toda nuestra indigenidad y el orgullo que deb¨ªamos sentir hubieran sido enterrados por d¨¦cadas de racismo y verg¨¹enza. Los acad¨¦micos y bur¨®cratas de la educaci¨®n hab¨ªan silenciado a Tello.
?Qu¨¦ hacer? Heaney tiene un talento especial para trasladar el relato hist¨®rico al territorio de las ansiedades contempor¨¢neas, de manera que aquella pregunta aflora en diversos momentos, como un rumor que invita a cerrar el libro de golpe para pasar a la acci¨®n. Aqu¨ª es donde Heaney sugiere que nos detengamos para volver a pensar lo que sabemos y lo que creemos que sabemos. El autor cuenta que, en 2014, una joven llamada Madeleine Fontenoit entr¨® a trabajar a un museo de Texas, emocionada porque sab¨ªa que all¨ª guardaban una ¡°momia inca¡± que ella se mor¨ªa de ganas de ver. Cuando la directora abri¨® la caja que conten¨ªa aquel tesoro, Fontenoit se top¨® con una verdad inesperada. Ah¨ª dentro reposaba una ni?a de seis a ocho a?os, ¡°tan fuera de lugar¡±. A partir de entonces, se obsesion¨® con enviar aquel cuerpo de regreso a casa. Pensemos. ?Cu¨¢l es el hogar actual para una persona enterrada varios siglos antes, en otro mundo, en otra era? La ni?a finalmente fue trasladada al Per¨². Las autoridades la enviaron al Museo Nacional de Arqueolog¨ªa, Antropolog¨ªa e Historia, donde fue conducida a un dep¨®sito. ?Era all¨ª donde realmente pertenec¨ªa?
Todo cad¨¢ver profanado fue alguna vez una persona a la que se le arrebat¨® el descanso final. Occidente descubri¨® esta parte del mundo en 1492 pero tard¨® varios siglos en aprender a mirar con respeto a quienes habitaron y habitamos esta tierra. El libro se llama Empires of the Dead porque discute el impacto de los sucesivos imperios hasta llegar a los Estados Unidos, cuyos museos y universidades (Harvard, Yale, Pennsylvania, por citar algunas) usaron al Per¨² como fuente de acumulaci¨®n y de conocimiento. Heaney nos sit¨²a en una escena clave. Es el a?o 1965 en Washington, y el museo Smithsonian inaugura su Sal¨®n de Antropolog¨ªa F¨ªsica. All¨ª resalta una pared cubierta con 160 cr¨¢neos de ¡°antiguos peruanos¡± que da cuenta del crecimiento exponencial de la poblaci¨®n humana. Las cabezas componen una especie de hongo, dice Heaney. Cada tres unidades representan a trescientos millones de personas. Pero para los organizadores, los cr¨¢neos en s¨ª mismos no tienen significado alguno. Pudieron haber usado pelotas de tenis o manzanas y habr¨ªa dado lo mismo. El director del museo le explic¨® sus motivos a un reportero: ¡°Usamos cr¨¢neos peruanos porque tenemos muchos¡±.
La historia de c¨®mo esos cr¨¢neos llegaron al Smithsonian es en parte la tr¨¢gica historia del Per¨² republicano, un pa¨ªs cuyas leyes y autoridades han promovido activamente el saqueo y la excavaci¨®n de nuestros muertos prehisp¨¢nicos. Entre 1839 y 1929, por ley, cualquier persona pod¨ªa abrir tumbas, quedarse con los hallazgos e incluso exportarlos. Exploradores como Al?s Hrdli?ka o Hiram Bingham enviaron a los Estados Unidos remesas inmensas con momias y cr¨¢neos. El pa¨ªs entero era una tumba abierta. Bastaba hundir las manos en las arenas de Anc¨®n o Arica para encontrar cad¨¢veres, dec¨ªan los viajeros. En ese mundo que comenzaba a separarse entre centros industriales y periferias proveedoras de recursos, el Per¨² era un alegre exportador de materias primas, tan rico en muertos que a veces los cargamentos de guano llegaban a sus destinos mezclados con momias. La explotaci¨®n de tumbas fue una industria tan boyante que Heaney prefiere compararla con un tipo de miner¨ªa.
Esa historia ha dejado huellas notorias. El barrio donde crec¨ª se llama Mangomarca, queda en el este de Lima, y su coraz¨®n no es una plaza con ¨¢rboles y banquitas sino una explanada donde sobrevive una vieja pir¨¢mide de barro: una huaca, la Huaca de Mangomarca. Nadie en mi barrio conoc¨ªa su antig¨¹edad (2.000 a?os). Tampoco hab¨ªa carteles informativos ni prohibiciones, mucho menos un museo; de manera que viv¨ªamos en un tranquilo desconocimiento colectivo sobre nuestra propia historia. Me encantaba recorrer la huaca en bicicleta. Hab¨ªa que tener mucha habilidad para esquivar los numerosos cr¨¢teres que la salpicaban. Varias veces sorprend¨ª a parejas de adolescentes bes¨¢ndose en aquellos agujeros misteriosos. No lo sab¨ªamos: viv¨ªamos y am¨¢bamos en un gran pante¨®n ultrajado. No solo se hab¨ªan llevado a los muertos sino la historia misma de lo que hab¨ªa ocurrido.
Mientras le¨ªa el libro de Heaney, volv¨ª mentalmente varias veces a esa huaca. Al cerrar los ojos, agobiado por la informaci¨®n, imaginaba que aquellos cr¨¢teres volv¨ªan a llenarse. Que la tierra y sus muertos se reencontraban. Y que juntos, los ancestros y nosotros, comenz¨¢bamos a sanar.
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