Responder qu¨¦ significa ser humano en 7.000 lenguas diferentes, por Wade Davis
La crisis de la biodiversidad y el cambio clim¨¢tico no fueron causados por la humanidad en su conjunto. Surgieron como consecuencia de una determinada visi¨®n del mundo, relativamente nueva en la experiencia humana y no compartida por la mayor¨ªa de las culturas del mundo
Este es el discurso completo y en espa?ol que el antrop¨®logo canadiense Wade Davis ofreci¨® durante el anuncio de la lista de los ¡®L¨ªderes por la biodiversidad¡¯, una iniciativa de Am¨¦rica Futura y CAF-banco de desarrollo de Am¨¦rica Latina y el Caribe durante la COP16 que se celebra en Cali (Colombia).
En la Nochebuena de 1968, el Apolo 8 emergi¨® de la cara oculta de la Luna para ver elevarse sobre su superficie no un amanecer, sino la propia Tierra; un planeta peque?o y fr¨¢gil flotando en el aterciopelado vac¨ªo del espacio. Esta imagen nos demostr¨®, m¨¢s que cualquier cantidad de datos cient¨ªficos, que nuestro planeta es un lugar finito, una ¨²nica esfera interactiva de vida, un organismo vivo compuesto de aire, agua, viento y suelo. Esta revelaci¨®n, s¨®lo posible gracias a la brillantez de la ciencia, desencaden¨® un cambio de paradigma del que se hablar¨¢ el resto de la historia.
Casi de inmediato, empezamos a pensar de formas nuevas. Imag¨ªnense. Hace cincuenta a?os, conseguir simplemente que la gente dejara de tirar la basura por la ventanilla del coche era una gran victoria medioambiental. Nadie hablaba de biosfera o biodiversidad; ahora estos t¨¦rminos forman parte del vocabulario de los escolares.
Como una gran ola de esperanza, esta energ¨ªa se extendi¨® por todas partes. Desde entonces, han sucedido muchas cosas positivas. En poco m¨¢s de una generaci¨®n, las mujeres han pasado de la cocina a la sala de juntas, los homosexuales del armario al altar, los afroamericanos de la puerta de atr¨¢s a la Casa Blanca. ?Qu¨¦ se puede no amar de un mundo capaz de semejante genio cient¨ªfico, con semejante capacidad cultural de cambio y renovaci¨®n?
Pero perm¨ªtanme compartir otra asombrosa revelaci¨®n de la ciencia. Es la apuesta m¨¢s ambiciosa de esta generaci¨®n. Y tambi¨¦n ser¨¢ recordada dentro de mil a?os. Nada en nuestra vida ha hecho m¨¢s por liberar a la humanidad de las tiran¨ªas que nos han perseguido desde tiempos ancestrales.
Esto tambi¨¦n se produjo al final de un largo viaje a la fibra misma de nuestro ser. En la ¨²ltima d¨¦cada, los estudios del genoma humano no han dejado lugar a dudas de que la dotaci¨®n gen¨¦tica de la humanidad es un ¨²nico continuo. La raza es una ficci¨®n absoluta. La brillantez de la investigaci¨®n cient¨ªfica, las revelaciones de la gen¨¦tica moderna, han afirmado de forma asombrosa la conexi¨®n esencial de la humanidad. Todos somos hermanos y hermanas, literalmente una familia, todos descendientes de antepasados comunes, todos en ¨²ltima instancia hijos de ?frica. El color de la piel ¡ªexplotado durante generaciones como el m¨¢s cruel de los engreimientos humanos¡ª no es m¨¢s que una adaptaci¨®n b¨¢sica; la gente de climas tropicales necesita protecci¨®n solar, o melanina, y los que viven durante largos inviernos en el norte tienen que maximizar la exposici¨®n al sol para absorber la vitamina D, esencial para la salud y el bienestar. Al final, el blanco y el negro se reducen a la protecci¨®n solar y la vitamina D, nada m¨¢s.
Pero aqu¨ª est¨¢ la idea importante. Si todos estamos cortados por el mismo tejido de la vida, entonces, por definici¨®n, todos tenemos la misma genialidad en bruto. Que este potencial intelectual se ejerza a trav¨¦s de la innovaci¨®n tecnol¨®gica ¡ªel gran logro de Occidente¡ª, o a trav¨¦s de desenredar los complejos hilos de la memoria inherentes a un mito, prioridad de muchos otros pueblos del mundo, es simplemente una cuesti¨®n de elecci¨®n y orientaci¨®n, de perspicacia adaptativa y ¨¦nfasis cultural.
No existe una jerarqu¨ªa de progreso en la historia de la cultura, ni una escalera evolutiva hacia el ¨¦xito. La vieja noci¨®n victoriana de que pasamos de salvajes y b¨¢rbaros a civilizados en el Strand de Londres, de que la civilizaci¨®n europea estaba en la c¨²spide de una pir¨¢mide que descend¨ªa por los lados hasta los llamados primitivos del mundo, ha sido rechazada de plano por la ciencia. Es una presunci¨®n del siglo XIX tan irrelevante para nuestras vidas actuales como la noci¨®n tan arraigada entre los cl¨¦rigos de que la Tierra s¨®lo tiene 6.000 a?os.
Los dem¨¢s pueblos del mundo no son intentos fallidos de ser modernos, ni mucho menos intentos fallidos de ser nosotros. Cada cultura es una respuesta ¨²nica a una pregunta fundamental: ?Qu¨¦ significa ser humano y estar vivo? A esa pregunta, la humanidad responde en 7.000 lenguas diferentes, voces que colectivamente conforman nuestro repertorio para hacer frente a todos los retos que enfrentaremos como especie. Cada cultura tiene realmente algo que decir; cada una merece ser escuchada, del mismo modo que ninguna tiene el monopolio de la ruta hacia lo divino.
La crisis de la biodiversidad, junto con el cambio clim¨¢tico, amenaza a toda la humanidad, pero ninguna de las dos fue causada por la humanidad en su conjunto. Por el contrario, surgieron como consecuencia de una determinada visi¨®n del mundo, relativamente nueva en la experiencia humana y no compartida por la mayor¨ªa de las culturas del mundo.
Comprender esta din¨¢mica es esencial; es la llave que abre nuevos ¨¢mbitos de posibilidades, generando la promesa, en palabras del Padre Thomas Berry, de un nuevo ¡°sue?o de la Tierra¡±.
Como toda cultura, tambi¨¦n nosotros somos producto de nuestra historia. Durante el Renacimiento y la Ilustraci¨®n, la tradici¨®n europea luch¨® por liberar la mente de la tiran¨ªa de la fe absoluta. Al hacerlo, abandonamos el mito, la magia, el misticismo y, quiz¨¢ lo m¨¢s importante, la met¨¢fora. El universo, declar¨® Ren¨¦ Descartes en el siglo XVII, estaba compuesto s¨®lo de ¡°mente y mecanismo¡±. Con una sola frase, todas las criaturas sensibles, aparte de los seres humanos, quedaron desvitalizadas, al igual que la propia Tierra.
La ciencia, como escribi¨® Saul Bellow, ¡°hizo limpieza de creencias¡±. La idea de que la Tierra pudiera estar viva, de que el vuelo de un halc¨®n pudiera tener un significado, se desech¨® por rid¨ªcula.
Esta innovaci¨®n intelectual nos proporcion¨® grandes dones, el m¨¦todo cient¨ªfico, la brillantez de la medicina alop¨¢tica entre muchas maravillas... Pero la reducci¨®n del mundo a un mecanismo, en el que la naturaleza no es m¨¢s que un obst¨¢culo a superar, un recurso a explotar, ha determinado en buena medida la forma en que nuestra tradici¨®n cultural ha interactuado con un planeta vivo.
Me educaron en la creencia de que las selvas tropicales costeras de Columbia Brit¨¢nica exist¨ªan para ser taladas. Esta era la esencia de la ideolog¨ªa de la silvicultura cient¨ªfica que estudi¨¦ en la escuela y practiqu¨¦ en el bosque como le?ador. Esta perspectiva era profundamente diferente a la de un joven kwakwaka¡¯wakw de edad similar que tradicionalmente era enviado durante su iniciaci¨®n hamatsa a esos mismos bosques para enfrentarse a Huxwhukw y al Pico Torcido del Cielo, esp¨ªritus can¨ªbales que viv¨ªan en el extremo norte del mundo, afirmando as¨ª el orden moral del mundo.
No se trata de sugerir qu¨¦ perspectiva es correcta o incorrecta. En ¨²ltima instancia, lo que importa es la potencia de una creencia, la forma en que una convicci¨®n se manifiesta en la vida cotidiana de un pueblo, ya que en un sentido muy real esto determina la huella ecol¨®gica de una cultura. El impacto que cualquier sociedad tiene en su entorno.
Un ni?o educado en la creencia de que una monta?a es la morada de una deidad protectora ser¨¢ un ser humano profundamente distinto de otro educado en la creencia de que una monta?a es una masa inerte de roca lista para ser explotada. La medida completa de una cultura abarca tanto las acciones de un pueblo como la calidad de sus aspiraciones, la naturaleza de las met¨¢foras que lo impulsan hacia adelante.
Aqu¨ª radica quiz¨¢ la esencia de la relaci¨®n entre muchos pueblos ind¨ªgenas y el mundo natural. Las monta?as, los r¨ªos y los bosques no se perciben como algo inanimado, como mero atrezzo en un escenario en el que se desarrolla el drama humano. Para estas sociedades, la tierra est¨¢ viva, es una fuerza din¨¢mica que la imaginaci¨®n humana debe abrazar y transformar.
La reciprocidad, no la extracci¨®n, es la norma; al igual que la Tierra cede su generosidad a las personas, los seres humanos deben prometer su fidelidad a la Tierra. El registro etnogr¨¢fico confirma que esto no es ret¨®rica ilusoria; es la forma real en que las culturas ind¨ªgenas han vivido durante toda su historia.
La percepci¨®n cultural m¨¢s profunda de los barasana y los makuna, cuyas vidas se desarrollan en los bosques de la Amazonia colombiana, es la comprensi¨®n de que las plantas y los animales no son sino personas en otra dimensi¨®n de la realidad. La mitolog¨ªa da sentido a la tierra y a la vida. El ritual refuerza las normas que rigen el comportamiento social, codificando expectativas y conductas esenciales para la supervivencia en la selva. No hay separaci¨®n entre naturaleza y cultura. Sin el bosque y los r¨ªos, los humanos perecer¨ªan. Pero sin las personas, el mundo natural no tendr¨ªa orden ni sentido. Todo ser¨ªa un caos.
Mantener el flujo de la energ¨ªa generativa y fomentar la reciprocidad entre todas las formas de vida es el deber del cham¨¢n, que no es ni sacerdote ni m¨¦dico. Es un diplom¨¢tico en constante di¨¢logo con el reino de los esp¨ªritus, con todas las responsabilidades de un ingeniero nuclear que debe, si es necesario, entrar en el coraz¨®n del reactor y reprogramar el mundo.
El cham¨¢n se mueve con soltura por dimensiones m¨ªsticas invisibles para los ojos ordinarios, pero familiares para los barasana y los makuna, que dicen ver con la mente. En ceremonias rituales que abarcan a toda la comunidad, los hombres se re¨²nen para ingerir yag¨¦, una poderosa poci¨®n que sirve de portal a lo divino. Cuando se ponen las ropas rituales, la corona amarilla del pensamiento puro, los penachos blancos de la lluvia, se convierten literalmente en los antepasados, reviven sus viajes m¨ªticos, se posan en todos los lugares sagrados, trascienden todas las formas, se convierten como en un ¨²nico pulso de energ¨ªa pura que fluye por toda la creaci¨®n.
Las sanciones cham¨¢nicas y la cosmolog¨ªa informan de lo que es esencialmente un plan de gesti¨®n de la tierra inspirado en el mito, con consecuencias muy reales tanto en t¨¦rminos de la forma en que vive la gente como del efecto que tiene en su entorno.
Hasta hoy, los kogui, wiwa y arhuacos -que viven en las monta?as de la Sierra Nevada de Santa Marta, que se elevan sobre la costa caribe?a de Colombia- siguen fieles a sus leyes ancestrales: los dictados morales, ecol¨®gicos y divinos de la Gran Madre, la Madre Creadora. En su esquema c¨®smico, las personas son vitales, pues s¨®lo a trav¨¦s del coraz¨®n y la imaginaci¨®n humanas puede manifestarse la Madre Creadora. Para los habitantes de Sierra Nevada, los humanos no son el problema, sino la soluci¨®n. Se llaman a s¨ª mismos los Hermanos Mayores. A nosotros, que amenazamos la Tierra por nuestra ignorancia de la ley sagrada, nos despiden como los hermanos menores. Creen y reconocen expl¨ªcitamente que son los guardianes del mundo, que sus oraciones y rituales mantienen literalmente el equilibrio c¨®smico y ecol¨®gico del planeta. Durante generaciones, han observado c¨®mo los forasteros han violado a la Madre Creadora, talando los bosques que son la piel y el tejido de su cuerpo y envenenando los r¨ªos de Colombia, las verdaderas venas y arterias de su vida.
Los Arhuacos no hacen distinci¨®n entre el agua que se encuentra dentro del cuerpo humano y la que existe fuera de ¨¦l. Ven una relaci¨®n directa entre la orina, la sangre, la saliva, las l¨¢grimas y el agua de un r¨ªo, lago, humedal o laguna. Y en esto, sin duda, tienen raz¨®n. Los humanos nacemos del agua, un capullo de confort en el vientre materno. Cuando somos beb¨¦s, nuestro cuerpo es casi exclusivamente l¨ªquido. Incluso de adultos, s¨®lo un tercio de nuestro ser tiene solidez. Si comprimi¨¦ramos nuestros huesos, ligamentos, m¨²sculos y tendones, y extraj¨¦ramos las plaquetas y c¨¦lulas de nuestra sangre, el resto de nosotros -casi dos tercios de nuestro peso-, limpio y enjuagado, fluir¨ªa tan f¨¢cilmente como un r¨ªo hacia el mar.
Imbuir al agua de un sentido de lo sagrado no es contrario a la ciencia sino, m¨¢s bien, un reconocimiento de la complejidad y la maravilla de los sistemas ecol¨®gicos y biol¨®gicos que la ciencia por s¨ª sola ha iluminado.
No se trata de sugerir un retorno a un pasado no industrial, ni de pedir a ninguna cultura que renuncie a su derecho a beneficiarse del genio de la tecnolog¨ªa. Se trata m¨¢s bien de inspirarse y consolarse en el hecho de que el camino que hemos tomado no es el ¨²nico disponible, que nuestro destino, por lo tanto, no est¨¢ escrito de forma indeleble en un conjunto de opciones que han demostrado cient¨ªficamente no ser sabias. Por su propia existencia, las diversas culturas del mundo dan testimonio de la insensatez de quienes afirman que no podemos cambiar ¡ªcomo todos sabemos que debemos hacer¡ª la forma fundamental en que habitamos este planeta.
Un anciano Penan de los bosques de Borneo me pregunt¨® una vez si era cierto que mi pueblo hab¨ªa ido a la Luna para regresar con rocas y polvo. S¨®lo rocas, confirm¨¦: 842 libras en total. ?Por qu¨¦ se molestaron en ir?, me pregunt¨®. Mi amigo, un cazador n¨®mada que encend¨ªa fuego con pedernal, ten¨ªa raz¨®n.
Gastamos miles de millones de d¨®lares enviando sondas al espacio para buscar agua en Marte o hielo en las lunas de J¨²piter, mientras que en la Tierra gastamos a¨²n m¨¢s en planes industriales que ponen en peligro nuestros r¨ªos y lagos, las fuentes de agua dulce, tan escasas en el sistema solar, y que nos permiten vivir. Si una misi¨®n espacial encontrara el m¨¢s m¨ªnimo indicio de vida en alg¨²n planeta lejano, la noticia conmocionar¨ªa al mundo. Imag¨ªnense descubrir un planeta azul repleto de millones de especies. Y, sin embargo, eso es lo que ya tenemos, justo donde vivimos: un Ed¨¦n que nunca podr¨¢ reproducirse en ning¨²n otro lugar del Universo.
En una de nuestras muchas aventuras juntos, Tom Lovejoy, que acu?¨® el t¨¦rmino biodiversidad en 1980, brome¨® diciendo que cualquiera que piense que la econom¨ªa triunfa sobre la ecolog¨ªa deber¨ªa intentar contar su dinero con una bolsa de pl¨¢stico atada a la cabeza. Me re¨ª, s¨®lo para recordarle un extra?o intercambio cultural del que yo hab¨ªa sido una peque?a parte entre Qatar y Colombia. La Fundaci¨®n Gaia Amazonas, dirigida por mi viejo amigo Mart¨ªn von Hildebrand, hab¨ªa organizado la visita de tres pr¨ªncipes qatar¨ªes a la Amazonia, mientras tres chamanes barasana y makuna iban a Qatar.
Yo estaba all¨ª cuando los chamanes llegaron a Doha, totalmente desconcertados. Aquella tarde, mientras sal¨ªamos de excursi¨®n por el desierto con nuestros anfitriones, sus ojos escrutaban el horizonte en busca de cualquier se?al de vida. Sus rostros se entristec¨ªan de incredulidad. Ni bosques, ni r¨ªos, ni un p¨¢jaro salvaje. Cuando regresaron a Bogot¨¢, se reunieron con Mart¨ªn, que naturalmente les pregunt¨® por su estancia en el extranjero. ¡°Fue terrible¡±, respondi¨® uno de ellos. ¡°M¨¢s terrible que terrible. Esa gente de all¨ª es tan pobre. Lo ¨²nico que tienen es dinero¡±.
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