Aunque la moda nos ha oprimido, el vestido tambi¨¦n ha sido un aliado para las mujeres
Los grandes movimientos por los derechos femeninos han estado acompa?ados de cambios importantes en sus trajes. A pesar de que la ropa ha sido un lugar de control, las mujeres la han convertido en el eco simb¨®lico por excelencia de lo que buscan
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El vestido ha sido, desde que naci¨® la moda ¡ªel soci¨®logo franc¨¦s Gilles Lipovetsky la ubica en el Siglo XIV en el seno de la Corte europea¡ª un lugar emblem¨¢tico de vigilancia y control del cuerpo femenino. Mucho se ha hablado de los profundos da?os que ocasion¨® a la mujeres de la aristocracia haber empotrado sus carnes en unos cors¨¦s que apretaban su cintura y que cumpl¨ªan una funci¨®n esencial: inhabilitarlas para el movimiento y, en tanto, para el trabajo. Constre?ir la caja tor¨¢cica y las v¨ªsceras femeninas hasta medidas extremas que durante casi seis siglos no les permiti¨® respirar bien y afect¨® sus ¨®rganos reproductivos, es quiz¨¢s una evidencia incuestionable de las formas en las que las miradas estrechas de cada ¨¦poca sobre lo femenino se han jugado y reflejado en los trajes que las han vestido.
Pero si las mujeres tuvieron que hacer maromas para caminar juntas por las calles de cualquier ciudad por el ancho de sus faldas en la ¨¦poca de la reina Mar¨ªa Antonieta, y si en tiempos m¨¢s recientes, a¨²n sucumben a las inclemencias de unos tacones Louboutin de 15 cent¨ªmetros, no deja de ser muy parad¨®jico y fascinante evidenciar c¨®mo las mujeres tambi¨¦n han usado hist¨®ricamente ese andamiaje que las ha oprimido para labrar sus conquistas y revoluciones. S¨ª, los vestidos han sido campos de batalla para las grandes conquistas que han hecho las mujeres en el camino de reivindicar sus derechos.
Antes de los grandes movimientos feministas por el voto a finales del Siglo XIX, a las mujeres las convoc¨® algo mucho m¨¢s esencial: ganar libertad de moverse. Y esa b¨²squeda se labr¨® principalmente en disidencias que quer¨ªan imponer otras formas de vestido para las mujeres. Por eso vemos c¨®mo desde 1850 ya se ve¨ªan clamores por buscar algo que se asemejara al pantal¨®n masculino, una pieza que, lejos de las faldas, las enaguas y los panniers femeninos, les permit¨ªa a los hombres que sus piernas estuvieran libres y pudieran montar a caballo, correr y moverse.
Era una ¨¦poca en la que se hab¨ªa popularizado la jaula de crinolina, una revoluci¨®n tecnol¨®gica que permiti¨® que pesadas capas de enaguas y faldones fueran reemplazadas por una estructura ligera de alambre dulce para ampliar el volumen de la falda femenina. Esto trajo m¨¢s libertad a las mujeres porque sus trajes eran m¨¢s ligeros, pero tuvo un efecto colateral que terminar¨ªa yendo en su contra. Al ser las faldas m¨¢s livianas se bamboleaban m¨¢s en las calles y estaban m¨¢s a merced de que el viento las moviera. Esto trajo una exposici¨®n de pantorrillas desnudas que nunca antes se hab¨ªa visto en p¨²blico y que, en ¨¦pocas victorianas, gener¨® un verdadero esc¨¢ndalo. La decisi¨®n, entonces, fue obligar a las mujeres a llevar unas pantaletas debajo de la falda que se anudaban en sus tobillos, para que no hubiera riesgo de exponer las tersas y nunca antes vistas piernas femeninas.
Aprovechando esta tensi¨®n, Amelia Bloomer, una de esas primeras conspiradoras que vio en los virajes absurdos que tomaba el vestido, una posibilidad para conquistar est¨¦ticamente la comodidad, decidi¨® que era mejor simplemente llevar las pantaletas anchas y recortar la falda. Los bloomers fueron los primeros pantalones femeninos. Sin embargo, el invento que se hizo r¨¢pidamente popular entre las mujeres no iba a tener mucha vida. ¡°Este t¨ªmido intento de reformar el vestido femenino provoc¨® un incre¨ªble alboroto, burla y vilipendio. Entr¨® en juego lo que podr¨ªamos denominar el ¡®complejo del pantal¨®n¡¯. Parec¨ªa como si las mujeres fuesen tentadas a llevar pantalones y el caballero victoriano vino a contemplarlos como un escandaloso ataque a su privilegiada posici¨®n¡±, recuerda el historiador James Laver en su texto Breve historia del traje y del vestido.
El voto se jug¨® en el vestido
Cuando lleg¨® el tiempo de los movimientos sufragistas de finales de siglo XIX y comienzos del XX, las mujeres se enfrentaron al dilema de si usar o no sus vestidos, que para entonces eran largos, engorrosos y muy decorados, para amplificar su demanda al derecho al voto. A pesar de que muchas insistieron en una reforma indumentaria y una urgencia por la practicidad, lo cierto es que el movimiento se decant¨® por usar el vestido para erigir toda la campa?a que aun¨® a las mujeres.
Primero, popularizaron el mandato silencioso de vestir de blanco, una apuesta que estaba lejos de ser un mero capricho est¨¦ticos y que resultaba muy estrat¨¦gica: todas las mujeres ten¨ªan vestidos blancos en el armario, por lo que era f¨¢cil que la m¨¢s regular de las muchachas se sumara con sus ropas calladamente a la causa. Pero quiz¨¢s a¨²n m¨¢s esencial: en tiempos en donde los cubrimientos period¨ªsticos de las marchas por el voto se publicaban en fotograf¨ªas en blanco y negro, vestir de blanco tuvo un impacto radical. En esas im¨¢genes que quedaron para la historia, se evidenciaba que una gran marea blanquecina inundaba las calles con sus proclamas. Este mecanismo de uniformarse de blanco como protesta, ser¨ªa replicado estrat¨¦gicamente muchas d¨¦cadas despu¨¦s (2016) por las congresistas dem¨®cratas que sentaron su voz de desacuerdo mediante sus trajes en cada Discurso de la Uni¨®n que dio el presidente Donald Trump.
Las sufragistas capitalizaron adem¨¢s el uso de tres colores que resum¨ªan desde lo simb¨®lico su arenga pol¨ªtica de Give women vote! (?D¨¦nle a las mujeres el voto!). cada palabra fue encarnada por un color que compart¨ªa su misma inicial. Green, verde en ingl¨¦s, white, blanco y finalmente el violet o violeta fue la forma en la que los colores se convirtieron simb¨®licamente un acr¨®nimo de lo que estaban exigiendo. ¡°A pesar de las tensiones al interior del movimiento, las sufragistas de la ¨¦poca reivindicaron por primera vez pintarse los labios de rojo, un gesto que hasta entonces estaba vinculado s¨®lo con las mujeres que trabajan en las calles y que ellas decidieron integrar como una manera de hacer eco de su reclamo de que todas ten¨ªan derecho a habitar las calles y estar seguras en los espacios p¨²blicos¡±, explica Nelly Lara, doctora en ciencias pol¨ªticas e investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de G¨¦nero de la UNAM, en M¨¦xico.
La elegancia como estrategia de protecci¨®n
Las mujeres en las siguientes d¨¦cadas van a usar las transformaciones de sus vestidos para seguir amenazando de alguna manera los mandatos que las oprim¨ªa. Coco Chanel y Madeleine Vionnet las liberaron para siempre del cors¨¦ imponiendo por primera vez una cintura suelta cuya finura ya no fue le¨ªda como signo de lo femenino y deseable a finales de los a?os 20. Algo parecido ocurri¨® cuando la emblem¨¢tica dise?adora francesa le puso una cadena al bolso y liber¨® por primera vez las manos de las mujeres que hasta entonces siempre estaban ocupadas con estorbosos clutches. Mujeres que pod¨ªan respirar, caminar y que ten¨ªan las manos libres eran mujeres que estaban conjurando unas nuevas posibilidades existenciales y laborales para todas.
En los a?os 50, las afroamericanas que hicieron parte del movimiento en Estados Unidos por la reivindicaci¨®n de los derechos de las personas afro adoptaron una inesperada t¨¢ctica que ha perdurado incluso hasta los tiempos de las emblem¨¢ticas marchas del Black Lives Matter (Las vidas negras importan). Para salir a protestar y pedir una reforma radical que reconociera sus derechos m¨¢s esenciales, las mujeres negras se vistieron con trajes de domingo. Sus mejores faldas en forma de A, sus sombreros, c¨¢rdigans, guantes y tacones fueron atav¨ªos para protegerse: era menos probable que un polic¨ªa reprimiera con violencia a una mujer que luc¨ªa como una respetable se?ora. Sus vestidos elegantes les sirvieron adem¨¢s para hacer visible que ellas merec¨ªan la misma ¡°respetabilidad¡± de las mujeres blancas. La consigna pareci¨® sencilla: elegancia para hacerle frente a la violencia.
Este uso diverso e inesperado de la ropa que han hecho las mujeres a trav¨¦s de la historia, a pesar de las inclemencias mismas de la moda, llega hasta nuestros d¨ªas de una forma contundente en cada capucha tejida en rosa usada en las protestas en Washington contra Donald Trump, en las camisetas violetas de las mexicanas que han salido a gritar ¡°ni una menos¡± y de los pa?uelos verdes que se han convertido en un nuevo uniforme claro y poderoso de las b¨²squedas por el derechos al aborto.
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