Milei y el discurso como arma pol¨ªtica
La palabra del presidente de Argentina encuentra su funci¨®n no en los contenidos que expresa, sino en un formato que ejerce el poder intimidatorio de la violencia
La forma y el contenido no son cosas separadas, la forma no es apenas un complemento que se adosa a la sustancia. Es claro en la literatura, pero tambi¨¦n en lo que da a pensar cuando uno va m¨¢s all¨¢ de ella. Entre forma y contenido no hay sino interacci¨®n, y hasta puede llegar a decirse que es la forma, la forma como tal, lo que termina por constituir el contenido.
Por eso es siempre interesante detenerse a analizar los aspectos formales de los discursos pol¨ªticos, porque son claves en su configuraci¨®n y lo son en su eventual eficacia. Ya se trate de la lectura del significante propuesta por Roman Jakobson a prop¨®sito del I like Ike de la campa?a electoral de Eisenhower, ya se trate del an¨¢lisis de la funci¨®n de los eufemismos en La lengua del Tercer Reich por parte de Victor Klemperer, contamos con una admirable tradici¨®n de estudios cr¨ªticos del discurso pol¨ªtico que han detectado que es en la forma donde se juegan ciertos factores por dem¨¢s determinantes.
En el caso de Javier Milei, actual jefe de Estado argentino, pueden resultar especialmente necesarios los abordajes de esta ¨ªndole. Porque lo de Milei es ante todo una forma, si es que no, en m¨¢s de un caso, solamente una forma. Los contenidos muy a menudo se diluyen por inconsistencia, se ahuecan en su banalidad, derrapan en lo sin fundamento, incurren en contradicci¨®n o son lisa y llanamente mentiras. Es en la forma donde est¨¢ el asunto, lo que busca y lo que encuentra: el poder intimidatorio de la violencia, la virulencia desencajada del iracundo que convoca iracundos, la descarga de rencor del enconado, las ¨ªnfulas del megal¨®mano, los brillos m¨ªsticos de la irrealidad.
Es as¨ª que Milei pudo, por ejemplo, acusar a Donald Trump de socialista, y luego reivindicarlo como uno de los dos grandes l¨ªderes mundiales (el otro, claro, es ¨¦l mismo) de la defensa de la libertad. O declarar por caso que no hablar¨ªa jam¨¢s con los chinos, asesinos de millones, enemigos de la libertad, y luego disponerse a dialogar con ellos, interlocutores gratos y razonables. El viraje tan brutal de contenidos, aunque del orden de lo rid¨ªculo, no afecta lo sustancial, porque en esto lo sustancial es la forma: siempre dr¨¢stico, categ¨®rico, asertivo; siempre absoluto, siempre tajante, siempre agresivo; siempre arbitrario, siempre juez, siempre verdugo.
Javier Milei reversion¨® la historia argentina a su antojo; le prometi¨® un futuro al pa¨ªs; colm¨® el presente de sufrimientos sociales (con despidos y recortes y cercenamiento feroz de derechos). La forma narrativa es clara, y responde a una matriz religiosa. Dice que hubo un para¨ªso perdido en el pasado, el Ed¨¦n de una Argentina que fue primera potencia mundial. Y dice que habr¨¢ un futuro en el que se restablecer¨¢ ese para¨ªso y la Argentina ser¨¢ primera potencia de nuevo (la estimaci¨®n temporal es l¨¢bil: dentro de 20, dentro de 30, dentro de 45 a?os). Pero como no hay redenci¨®n sin sacrificio, antes es preciso inmolarse, primero hay que padecer.
Desde el punto de vista del contenido, el relato se cae a pedazos: Argentina no fue nunca la primera potencia mundial, eso es simplemente mentira; nada indica que vaya a serlo en el porvenir, porque no es su destino ni tampoco su marca de origen. Y el sufrimiento en el presente, tan patente como es, no es parejo ni proporcionado y repele toda equidad social. Es en la forma de este relato donde radica en verdad su poder, que fue el poder de suscitar esperanzas (esperanzas que en unos cuantos a¨²n persisten) y, tanto m¨¢s, el de inducir a soportar perjuicios (los m¨¢s perjudicados se dicen a veces: ¡°?l avis¨® que iba a ser duro¡±). Lo que va a darle su verdadero sost¨¦n al contenido vacuo, err¨¢tico, endeble, no es sino su formato narrativo: el del mesianismo (del que el propio Milei tal vez participa, si es que cree de veras, como asever¨®, que ¨¦l es la reencarnaci¨®n de Mois¨¦s y su hermana Karina lo es de Aar¨®n). En su n¨²cleo anida porfiado, m¨¢s que nada como efecto ret¨®rico, un factor difuso y m¨ªstico: las invocadas ¡°fuerzas del cielo¡±, en las que parece que hay que creer o creer.
Las formas de la violencia son constantes en Milei. No pasa casi un d¨ªa en el pa¨ªs sin que el Presidente de la Rep¨²blica agravie, rebaje, denigre p¨²blicamente a alguien. Los contenidos pueden variar; van de los insultos directos a la maceraci¨®n sombr¨ªa de escabrosas figuraciones sexuales, en las que sin mayor pudor se regodea. La clave, claro, est¨¢ en las formas, porque una vez traspasada a las formas, la violencia tiende a estabilizarse y a naturalizarse. Es sabido que existieron condiciones previas, y extendidas por doquier, en cuanto a los medios tecnol¨®gicos y la circulaci¨®n de discursos en el espacio social de este tiempo; pero Milei es uno de los que mejor parece haber encajado en tales condiciones. Nos hemos habituado al espect¨¢culo cotidiano de la defenestraci¨®n en masa. No pasamos demasiado tiempo sin que nos toque al menos presenciar una escena de vituperaci¨®n, de difamaci¨®n, de basureo. Lo nuevo no es que eso pase, sino el modo en que se extendi¨® y nos acostumbramos. Se integr¨® a una rara rutina que, no obstante, nos fatiga y nos aflige.
Milei practica la denigraci¨®n de continuo: en efecto, ya es su forma, y obtiene cierta adhesi¨®n por identificaci¨®n. Pero esa forma se combin¨® adem¨¢s con un rasgo no menos extendido y no menos preocupante, que es la disposici¨®n a dejarse denigrar por ¨¦l. Ah¨ª est¨¢ la opositora a la que acus¨® de haber asesinado ni?os y hoy es su ministra; ah¨ª est¨¢n los legisladores a los que rebaj¨® llam¨¢ndolos ratas, levantan la mano en la C¨¢mara si ¨¦l los presiona para que lo hagan; ah¨ª est¨¢n los opositores con cuya sodomizaci¨®n sin consentimiento fantasea sin cesar el jefe de Estado argentino, dej¨¢ndose decir, dej¨¢ndose defenestrar.
Son formas, s¨ª, son formas. Que definen todo un estado de cosas. El de una sociedad que, al menos en parte, y al menos por momentos, se amolda a su denigraci¨®n, se conforma literalmente con ella. La ret¨®rica de la denigraci¨®n, coagulada como forma, aceita el acostumbramiento a un sentirse sin dignidad. ?Y no es acaso este sentirse sin dignidad una de las condiciones de posibilidad de las pol¨ªticas de gobierno que ampl¨ªan y profundizan los padecimientos sociales, sobre todo de los que previamente m¨¢s padec¨ªan, de los prop¨®sitos incluso declarados de vaciar financieramente el ¨¢rea de salud o el ¨¢rea de educaci¨®n, de la desatenci¨®n en el suministro de alimentos a los comedores populares, de los despidos en masa de trabajadores (y luego su celebraci¨®n sarc¨¢stica), de la quita de derechos elementales (alegando que son privilegios), de las arremetidas de descalificaci¨®n contra las pol¨ªticas culturales? Sentirse sin dignidad, sentir que no se merece otra cosa. Las formas de la violencia en el discurso, las formas de denigraci¨®n en el decir, encuentran as¨ª una funci¨®n pol¨ªtica tan relevante como penosa.
Javier Milei les ha respondido a quienes otorgan cierta importancia a las formas: lo hizo llam¨¢ndoles imb¨¦ciles. En el contenido, crey¨® contrarrestarlos. Pero en la forma, en la inexorable forma, no hizo sino darles la raz¨®n.
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