Vidas de novelista
Como demuestra la reciente censura a la biograf¨ªa de Philip Roth, la intolerancia no es menos grave porque se ejerza en nombre de una causa noble
En los ¨²ltimos a?os de su vida, absuelto por decisi¨®n propia de la urgencia de escribir, Philip Roth aprendi¨® a disfrutar de algo que no hab¨ªa conocido nunca, el simple placer de no hacer nada. En su casa de campo, que hab¨ªa sido durante casi medio siglo el monasterio de su dedicaci¨®n disciplinaria a la literatura, ahora se quedaba mirando el paisaje por la ventana, los p¨¢jaros que cruzaban el cielo, escuchando largamente la lluvia o el viento en las hojas de esos ¨¢rboles monumentales de Am¨¦rica. En su biograf¨ªa reci¨¦n publicada y reci¨¦n prohibida de Roth, Blake Bailey se recrea en contar esa ¨¦poca pen¨²ltima, antes de la devastaci¨®n final de las enfermedades, en la que el novelista que jam¨¢s se hab¨ªa concedido a s¨ª mismo un d¨ªa de tregua ¡ªni se lo hab¨ªa concedido al mundo¡ª acepta la vejez, y adquiere un poco de sosiego.
Tambi¨¦n el lector de la biograf¨ªa agradece esos momentos de respiro. Contar la vida entera de Philip Roth debi¨® de ser casi tan extenuante para su bi¨®grafo como lo fue vivirla para el novelista. Borges hablaba de la fascinaci¨®n de los bi¨®grafos por los cambios de domicilio de sus protagonistas. A Blake Bailey, autor de una biograf¨ªa admirable de John Cheever, los cambios de domicilio de Philip Roth le parecen tan absorbentes como sus m¨²ltiples cambios de pareja, de editorial, de agente literario, pero tampoco deja pasar las etapas en los itinerarios de sus viajes, y en ocasiones hasta de los sucesivos medios de transporte p¨²blico que el biografiado utiliza para ir de un sitio a otro.
Roth tuvo desde muy joven una ambici¨®n obsesiva por imponer su nombre en el rango m¨¢s alto de la novela americana y una seguridad inflexible y muy competitiva sobre el lugar que le correspond¨ªa. Esa soberbia innata le fue muy valiosa para hacer frente a los ataques feroces que fueron desde el principio la otra cara de su ¨¦xito. Con 26 a?os, y con su primer libro, Goodbye, Columbus, gan¨® el National Book Award; tambi¨¦n se convirti¨® en objeto de esc¨¢ndalo para el juda¨ªsmo religioso de Estados Unidos, por el sarcasmo y la desverg¨¹enza con que contaba las vidas de personajes jud¨ªos. Un rabino prominente se interrogaba con esc¨¢ndalo: ¡°?Qu¨¦ se est¨¢ haciendo para silenciar a este hombre?¡±. La comicidad imp¨²dica, la franca y hasta grosera celebraci¨®n de la sexualidad masculina, que tanto indignaba a los jud¨ªos piadosos, alcanz¨® el paroxismo en Portnoy¡¯s Complaint. El esperpento de las aventuras masturbatorias y los sue?os de promiscuidad de un adolescente de clase media jud¨ªa de Nueva Jersey sedujo a millones de lectores con la novedad de su descaro, con un torrente verbal que liberaba la prosa de toda formalidad expresiva. De la noche a la ma?ana Philip Roth era c¨¦lebre y rico, en una medida hasta entonces inimaginable para ¨¦l.
En los departamentos de Literatura de las universidades estadounidenses el grado de libertad de pensamiento es m¨¢s o menos equivalente al de China durante la Revoluci¨®n Cultural
Tambi¨¦n despertaba el malentendido de la identificaci¨®n entre el novelista y el narrador de la novela, y una marejada todav¨ªa m¨¢s amenazadora de invectivas. El gran erudito jud¨ªo Gershom Scholem, antiguo amigo en Berl¨ªn de Walter Benjamin, lleg¨® a asegurar en un art¨ªculo incendiario que un libro como Portnoy¡¯s Complaint pod¨ªa favorecer ¡°un nuevo Holocausto¡±. Roth se vio comparado a Joseph Goebbels y a Julius Streicher, uno m¨¢s entre los instigadores del antisemitismo y la persecuci¨®n de los jud¨ªos. Que ¨¦l mismo lo fuera hac¨ªa m¨¢s grave su delito.
Era una ¨¦poca de ruptura de l¨ªmites en la literatura, y tambi¨¦n en la vida privada. La generaci¨®n de Philip Roth es m¨¢s o menos la de Norman Mailer y John Updike, novelistas que escribieron ficciones de expl¨ªcita sexualidad que ten¨ªan mucho de confesiones personales y de cr¨®nicas del cambio de costumbres de aquellos a?os. La libertad lleg¨® mucho antes que la igualdad. Hombres como Mailer, Updike y Roth pod¨ªan aprovechar la multiplicaci¨®n de las oportunidades ofrecidas por el brillo del ¨¦xito y por la desaparici¨®n de los tab¨²es sexuales, y al mismo tiempo seguir ejerciendo una antigua supremac¨ªa masculina. El atractivo de la transgresi¨®n, visto ahora retrospectivamente, queda malogrado por la evidencia exhibicionista de una masculinidad concentrada en s¨ª misma, donde la mujer es al mismo tiempo una presencia sobre todo carnal y una sombra.
A Blake Bailey se le acus¨® de mostrar una cierta simpat¨ªa, o al menos una falta de distancia cr¨ªtica, hacia los rasgos de comportamiento masculino menos atractivos de su personaje, reliquias ahora de una ¨¦poca y de unas actitudes hacia las mujeres que de pronto se han quedado muy lejos. Pero a continuaci¨®n surgieron contra ¨¦l acusaciones mucho m¨¢s graves, de abuso sexual y hasta de violaci¨®n, y entonces ocurrieron tres cosas: la primera, que el acusado, por el mero hecho de serlo, se convirti¨® en culpable; la segunda, que la biograf¨ªa de Roth empez¨® a ser le¨ªda policialmente en busca de pruebas que confirmaran su culpabilidad; la tercera, que la editorial del libro, W. W. Norton, lo retir¨® de la circulaci¨®n, en un acto de censura que ha despertado en los medios literarios y period¨ªsticos de Estados Unidos mucha menos indignaci¨®n de la que deber¨ªa.
Andrea Aguilar ha escrito aqu¨ª que las editoriales estadounidenses tienen p¨¢nico a las demandas judiciales y a los linchamientos masivos en las redes y ahora incluyen cl¨¢usulas de ¡°moralidad¡± en los contratos con los autores. Con sus limitaciones, sus defectos y sus excesos, la biograf¨ªa de Roth de Blake Bailey es un documento de primera calidad para comprender la vida y la obra de un autor y la ¨¦poca a la que pertenece, tan cercana a la nuestra y ya tan distinta de ella. Fijarse en esas diferencias, y en el modo en que cambian los valores, y en que cada escritor refleja su tiempo, es su cautivo, se rebela contra ¨¦l, nos ayuda tambi¨¦n a reflexionar sobre nuestro presente y nuestras propias actitudes, a preguntarnos cu¨¢ntas de las que ahora nos parecen naturales se volver¨¢n inaceptables para quienes vengan despu¨¦s. La censura y la intolerancia no son menos graves porque aseguren ejercerse en nombre de una causa noble. En los departamentos de Literatura de las universidades estadounidenses el grado de libertad de pensamiento es m¨¢s o menos equivalente al de China durante la Revoluci¨®n Cultural, y el de libertad de expresi¨®n no muy superior al de Corea del Norte. En nombre de la memoria de los jud¨ªos perseguidos y exterminados, aquel rabino exig¨ªa que se le callara la boca a Philip Roth. No hay causa justa que haga leg¨ªtima la censura o que permita dejar a alguien sin el amparo de la presunci¨®n de inocencia.
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